Evidencias de la resurrección

Conferencia General Abril 1983

Evidencias de la Resurrección

Howard W. Hunter 1

por el élder Howard W. Hunter
Del Quórum de los Doce Apóstoles

Algunas de las evidencias, y «un procedimiento que, si se sigue, puede llevar a obtener un conocimiento de la verdad del Evangelio.


El mensaje que traigo a esta conferencia y a aquellos que la escuchen es importante para toda persona viviente.

No es un mensaje nuevo. Si sois miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, lo habréis oído muchas veces. Si no lo sois, quizá lo hayáis oído alguna vez, pero a lo mejor, por lo que hoy se haga ver, os sintáis más impresionados por su veracidad y más inclinados a hacer de él una creencia motivadora.

El mensaje del que hablo ha formado parte de todos los discursos previamente pronunciados hoy. Es sencillo, hermoso y magnífico. Quizá no lo presente yo de un modo perfecto y es probable que haya muchos que no lo comprendan íntegramente. Acaso resulte difícil reaccionar a él de un modo apropiado, pero el mensaje mismo se ha considerado el más grandioso, el más emocionante, el más significante e importante que se ha oído u oirá jamás. Tiene que ver con «las buenas nuevas», o sea, el Evangelio de Jesucristo.

Explícitamente, es que Jesús de Nazaret, el mismo que nació de María en Belén hace cerca de dos mil años, es el Salvador de todo el género humano. Sabemos  —y lo testificamos al mundo— que El vivió una vida en verdad perfecta y ejemplar, que padeció por nuestros pecados en el Jardín de Getsemaní, que dio su vida por nosotros al ser crucificado y que resucitó al tercer día: tal como dijo que sucedería. La parte final de estas buenas nuevas es que El volverá en un tiempo futuro para reunir a los suyos.

Este es también el mensaje que el apóstol Pablo comunicó en su epístola a los santos de Corinto, que Cristo murió por nuestros pecados, que fue sepultado y que resucitó al tercer día. He aquí lo que escribió:

«Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis;
«por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
«Y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras.» (1 Corintios 15:1-4.)

En esta Pascua de Resurrección, nuestros pensamientos se remontan a los acontecimientos que comprenden lo que es tal vez la parte más emocionante de las buenas nuevas que portamos. Me refiero a los acontecimientos que siguieron a la crucifixión del Salvador. Los evangelistas describieron la forma apresurada en que sepultaron al Señor porque era la víspera del día de reposo; cómo descubrieron, al amanecer, la tumba vacía María y otras mujeres fieles; el anuncio del ángel: «No está aquí, pues ha resucitado, como dijo» (Mateo 28:6); las nuevas que llevó María a Pedro y a Juan de que el cuerpo no estaba en el sepulcro; el ver con sus propios ojos Pedro y Juan que la tumba estaba en verdad vacía; y, por último, las dos breves conversaciones que tuvo María, primero, con los personajes vestidos de blanco en el sepulcro, y, segundo, con el que ella pensó era el hortelano, pero al que pronto reconoció, cuando El le habló, el cual era el Maestro mismo.

Dichos acontecimientos confirman el papel mesiánico de Jesús. Son los acontecimientos en que los cristianos cifran sus esperanzas en que hay vida después de la muerte. En nuestro mundo moderno, donde la vida es tan diferente y tan apartada de los sucesos de aquella mañana de la Resurrección, a muchos se les hace difícil creer en estas cosas e identificarse con ellas. Para esas personas hay un modo de saber con certeza, y existen muchas evidencias que pueden ayudar a descubrir y comprender la verdad a aquellos que la buscan. Quisiera exponerlos brevemente, primero, algunas de las evidencias, y, segundo, un procedimiento que, si se sigue, puede llevar a obtener un conocimiento de la verdad de estas cosas.

En Jerusalén, Jesús dio uno de sus discursos más impresionantes cuando habló del pastor y las ovejas, y dijo que El es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, y que sus ovejas le conocen a El. Dijo:

«Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, «así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.

«También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.» (Juan 10:14-16.)

¿Quiénes eran esas «otras ovejas», que no eran del rebaño judío en Palestina, y que oirían la voz del Señor, a las cuales traería a la luz del evangelio con el resto de sus ovejas? El se refería a un remanente de la casa de José, que vivía en el continente americano, cuyos antepasados habían salido de la tierra de Jerusalén unos seis siglos antes de esa época y que viajaron al Nuevo Mundo.

Tras su crucifixión y subsiguiente resurrección, el Señor los visitó, como dijo que lo haría. Y a esas otras ovejas, aquí en las Américas, el Cristo resucitado dijo:

«Vosotros sois aquellos de quienes dije: Tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo yo traer y oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor.
«Y no me comprendieron, porque pensaron que eran los gentiles.» (3 Nefi 15:21, 22.)

A aquellos que estén familiarizados con la vida y las enseñanzas del Maestro, por su conocimiento de los libros de la Biblia, les interesará saber que también existe un registro de Su aparición a los habitantes del hemisferio occidental -o las otras ovejas a las cuales El se refirió-, el cual se titula el Libro de Mormón, según el nombre del profeta que compiló y compendió los anales de los habitantes del continente americano. El Libro de Mormón es otro testigo de Cristo y contiene Sus enseñanzas al otro rebaño: el del Nuevo Mundo; es también un registro de los sucesos históricos que cubren más de mil años de los viajes y la vida de esos habitantes y de los profetas que los dirigieron y les enseñaron.

Ya conocemos la fortaleza y el poder de los muchos testimonios de los profetas que han vivido en el mundo, por los escritos de la Biblia. Nuestras buenas nuevas son que las palabras de los profetas que vivieron en el Nuevo Mundo no sólo nos dan otras percepciones referentes a las cosas espirituales, sino también un testimonio expreso que corrobora y concuerda con lo que ya comprendemos por nuestra lectura de la Biblia.

A aquellos que no estén familiarizados con el Libro de Mormón y que busquen sinceramente la verdad, el leerlo les producirá un efecto extraordinario en su vida: Ampliará su conocimiento de la forma en que Dios trata con el hombre y les infundirá un deseo más intenso de vivir en armonía con las enseñanzas del evangelio. Además, les proporcionará un poderoso testimonio de Jesús.

A las interrogantes «¿cómo podré llegar a saber la veracidad de estas cosas?» y «¿cómo podré saber con certeza que el Salvador vive en la actualidad?», Moroni, uno de los grandes profetas del Libro de Mormón, ha dado la respuesta. Nos aconseja y orienta con respecto a la forma de determinar la veracidad del Libro de Mormón. Ese mismo procedimiento nos conducirá a toda la verdad y puede ciertamente ayudar a quien desee conocer la realidad de la resurrección de Jesús. Escribió lo siguiente:

«Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

«y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.» (Moroni 10:4-5.)

Si tenéis el sincero deseo de saber y si estáis dispuestos a vivir de acuerdo con todos los mandamientos que El ha dado, ese consejo de Moroni os conducirá a hallar una confirmación espiritual de las verdades del evangelio. En esta época de la Pascua, siento poderosamente la importancia de mi cometido de testificar de la realidad de la resurrección del Salvador. Mis hermanos y hermanas, hay un Dios en los cielos que nos ama y se interesa en nosotros. Tenemos un Padre en los cielos que envió al Primogénito de sus hijos espirituales, su Unigénito en la carne, para ser un ejemplo terrenal para nosotros, para tomar sobre sí los pecados del mundo y ser subsiguientemente crucificado por los pecados del mundo y ser resucitado. El fue el que dijo:

«Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;
«mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo; «padecimiento que hizo que yo,
Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.
«Sin embargo, gloria sea al Padre, bebí, y acabé mis preparativos para con los hijos de los hombres.» (D. y C. 19:16-19.)

También dijo:

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

«Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (Juan 11:25-26.)

Es en verdad un mensaje hermoso: habrá vida después de la muerte; podremos volver a vivir con nuestro Padre Celestial gracias al sacrificio que el Salvador hizo por nosotros y por medio de nuestro arrepentimiento y obediencia a los mandamientos.

En el glorioso amanecer de la mañana de la Pascua, cuando los pensamientos del mundo cristiano se vuelven a la resurrección de Jesús por unos momentos fugaces, expresemos agradecimiento a nuestro Padre Celestial por el gran Plan de Salvación que ha provisto para nosotros. Debemos despojarnos del egoísmo y observar esmeradamente los principios de la rectitud. Al hacerlo, tengamos presente que el tiempo de preparación se acorta, que el Salvador pronto volverá. Como lo dijo el apóstol Pablo: «Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá» (Heb. 10:37).

Que podamos ser hallados dignos a Su venida, es mi oración en Su nombre. Amén.

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