La unidad

Conferencia General Abril 1983logo pdf
La unidad
presidente Marion G. Romney
Primer Consejero en la Primera Presidencia
(Leído por su Hijo, George J. Romney)

Marion G. Romney«Aquellos que profesan aceptar el evangelio pero que al mismo tiempo critican y rehúsan seguir el consejo del Profeta están asumiendo una posición injustificable…»

Uno de los temas centrales del Evangelio de Jesucristo es el de la unidad. Las Escrituras enseñan que la igualdad y la unidad deben prevalecer entre los miembros de la Iglesia. Recordaréis que durante la noche de la Ultima Cena, cuando el Salvador se reunió con sus Apóstoles, oró para que ellos pudieran ser uno con El, de la misma forma en que El era uno con el Padre. El Salvador no oró por ellos únicamente sino también por los que iban a creer en El por la palabra de ellos:

«Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.» (Juan 17:20-21.)

El propósito siempre ha sido la unidad y la igualdad entre los miembros de la Iglesia de Cristo. Como ejemplo quisiera que recordaseis la historia de Enoc y la forma en que él y su pueblo llegaron a lograr un estado de unidad, mientras que el resto del mundo se hallaba en guerra.

«. . . y cayó una maldición sobre todo el pueblo que pugnaba contra Dios;
«y de allí en adelante hubo guerras y derramamiento de sangre entre ellos; mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en justicia.
«El temor del Señor cayó sobre todas las naciones, por ser tan grande la gloria del Señor que cubría a su pueblo. Y el Señor bendijo la tierra . . .
«Y el Señor llamó SION a su pueblo.» ¿Por qué?
«Porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos.» (Moisés 7:15-18; cursiva agregada.)

Durante su ministerio terrenal, Jesús enseñó la misma doctrina a sus discípulos. Después de Su ascensión, «todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.

«Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.» (Hechos 4:31-32.)

Después del ministerio del Salvador resucitado entre los nefitas, «se convirtió al Señor toda la gente sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.

«Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres y participantes del don celestial.» (4 Nefi 2-3; cursiva agregada.)

Hoy día, nosotros somos la Iglesia de Cristo, y el Señor espera que logremos esta misma unidad. El nos ha dicho: «Sed uno; y si no sois uno, no sois míos». (D. y C. 38:27.)

Algunos miembros creen que uno puede estar en completa armonía con el espíritu del evangelio, disfrutar de la hermandad total en la Iglesia y al mismo tiempo estar en contra de los líderes de la Iglesia y del consejo y direcciones que ellos nos dan. Esa posición es totalmente contradictoria, ya que la guía de esta Iglesia viene no solamente de la palabra escrita, sino también de la revelación continua, la cual el Señor da a la Iglesia por medio de su Profeta escogido. El resultado, por lo tanto, es que aquellos que profesan aceptar el evangelio pero que al mismo tiempo critican y rehúsan seguir el consejo del Profeta están asumiendo una posición injustificable, y están en el camino hacia la apostasía. Su posición no es nueva, ya que prevaleció en los días de Jesús y también en la época del profeta José Smith.

Es bueno recordar la gran lección que el Salvador les enseñó a los nefitas sobre este tema al iniciar su ministerio entre ellos:

«Y no habrá disputas entre vosotros, como hasta ahora ha habido; ni habrá disputas entre vosotros concernientes a los puntos de mi doctrina, como hasta aquí las ha habido.
«Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos contra otros.» (3 Nefi 11:28-29. )

Sólo existe una forma en que podemos ser unidos, y es buscar al Señor y su justicia (3 Nefi 13:33). La unidad viene cuando seguimos la luz de lo alto, y no surge de las confusiones que nos rodean. Mientras el hombre dependa de su propia sabiduría y camine en sus propios senderos, sin la guía del Señor, no podrá vivir en unidad. Tampoco puede obtener esa unidad siguiendo a hombres sin inspiración. La forma de obtener la unidad es conocer la voluntad del Señor para luego ponerla en práctica. Hasta que se comprenda este principio básico y se observe, no habrá ni unión ni paz en la tierra. El poder que la Iglesia tenga en el mundo para hacer el bien depende de hasta qué punto nosotros, los miembros, observemos este principio.

La razón principal por la que hay tantos problemas hoy día es porque las personas no procuran conocer la voluntad del Señor y luego obedecerla. En lugar de ello, buscan resolver sus problemas con su propia sabiduría y a su manera. Esto lo dio a conocer el Señor en la primera sección de Doctrina y Convenios, la cual reveló para que fuera el prefacio del libro de sus mandamientos, indicando que era una de las causas de las calamidades que vendrían a los habitantes de la tierra. Escuchemos esta declaración.

«Porque se han desviado de mis ordenanzas y han violado mi convenio sempiterno. No buscan al Señor para establecer su justicia, antes todo hombre anda por su propio camino . . .» (D. y C. 1:15-16.) Hermanos y hermanas, no dependáis de los consejos de los hombres ni pongáis vuestra confianza en el brazo de la carne, sino buscad al Señor para establecer su justicia.

Nosotros en esta Iglesia podemos llegar a la unidad y a la igualdad, las cuales nos proporcionarán la mayor

fortaleza que hayamos conocido, si llegamos a comprender mejor los principios del evangelio y somos unidos en nuestras interpretaciones de las condiciones y caminos actuales del mundo. Lograremos esto si estudiamos devotamente la palabra del Señor, incluyendo las enseñanzas que nos da por medio del Profeta viviente.

Esa es la forma de llegar a la unidad. Si estudiamos la palabra del Señor tal como se encuentra en los libros canónicos de la Iglesia y por medio de las instrucciones de su Profeta, y si no endurecemos nuestros corazones, sino que nos humillamos y cultivamos un verdadero deseo de aprender la forma de aplicar estas enseñanzas en nuestras propias circunstancias, y luego le pedimos al Señor con fe, creyendo que recibiremos, siendo al mismo tiempo diligentes en obedecer sus mandamientos, no hay duda de que la senda que debemos seguir se nos dará a conocer y podremos enfrentarnos con el mundo como uno solo.

No hay duda de que necesitamos esa unidad y fortaleza en esta época en que vivimos. Tenemos una gran oportunidad, la de progresar, de obtener el espíritu del evangelio como nunca lo hemos tenido. Todo esto podemos hacerlo si desarrollamos entre nosotros esa unidad que requieren las leyes del reino celestial. Si por conveniencia dejamos a un lado las enseñanzas de Dios para seguir las de los hombres, estamos negándolo.

Sólo como pueblo unido, guardando los mandamientos de Dios, podemos esperar la protección que únicamente El nos puede dar cuando las lluvias desciendan y vengan los ríos y soplen los vientos y golpeen contra nuestra casa. Estoy convencido de que, ya que ésta es la obra del Señor, podremos llevar a cabo todo lo que El requiera de nosotros si somos unidos. Es mi oración que podamos serlo, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario