Conferencia General Abril 1983
Nuestro vuelo espiritual
Por el Élder Jacob De Jager
Del Primer Quórum de los Setenta
La impaciencia, la crítica, la hostilidad, el orgullo, la ambición y la frustración son lastres que nos impiden elevarnos espiritualmente.
Estoy muy agradecido y feliz por esta oportunidad de hablaros a vosotros, los santos, en este histórico edificio, así como también a los miembros reunidos en otras partes adonde he sido asignado a conferencias últimamente, como Hurricane, Utah y Wendell, Idaho. Allí tengo muchos amigos. Es realmente un privilegio para mí expresaros mi testimonio esta tarde y hablaros de lo que guarda mi corazón.
Desde el principio de la historia, el hombre se ha maravillado ante los misterios del espacio y ha sentido el deseo de escapar de los límites de la gravedad. Pero la primera incursión que se registró fue el ascenso de un globo no tripulado que lanzaron los hermanos Montgolfier en León, Francia, en 1783; poco después tuvo lugar el primer ascenso tripulado que partió del Bosque de Boloña, en París. ¿Cuál es la situación en 1983, doscientos años más tarde?
El hombre ha estado en la luna y ha enviado naves espaciales a planetas distantes. Cerca de trescientos satélites se han puesto en órbita alrededor de la tierra, a más de 36.500 kilómetros de altura sobre el ecuador, a fin de ampliar las telecomunicaciones y estudiar y pronosticar las condiciones meteorológicas. Ayer, y también anoche durante la reunión del sacerdocio, pudimos llegar vía satélite a más de medio millón de poseedores del sacerdocio al mismo tiempo.
Todos estos adelantos, sin embargo, tienen su origen en el globo, el cual dio al hombre una nueva perspectiva de su planeta así como elevación física y espiritual en el silencioso vuelo.
He experimentado personalmente, aunque sólo una vez, el deleite de un vuelo en globo. Fue durante los emocionantes días que siguieron a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando en Holanda, mi país natal, se celebraba públicamente la liberación después de cinco años de guerra. Hubo grandes desfiles, festivales de danza y, en algunas ciudades, vuelos en globo a fin de atraer a las multitudes para otros espectáculos.
Un amigo me había invitado a participar en un vuelo cuando las condiciones del tiempo lo permitieran, y me enseñó varias cosas para prepararme. Supe que subiríamos en un globo de clase A, lleno con gas de carbón, que ascendería hasta que su peso se equilibrara con el aire circundante. Aprendí que en el cesto de mimbre que estaba debajo del globo había instrumentos de navegación, mapas, un estuche de primeros auxilios y, como lastre, bolsas de arena que podían vaciarse en el espacio para hacer que el globo ascendiera.
Más aún, descubrí que si se deja salir gas del globo abriendo una válvula, aquél desciende. Pero eso no era todo. Mi amigo también me contó varias amenas historias de aeronautas y sus vuelos en globo. Por ejemplo, en una ocasión empezaron a aparecer inesperadas nubes durante un vuelo y los dos hombres que iban en el cesto no tenían la menor idea de sobre qué parte del país se encontraban. Decidieron entonces hacer bajar el globo, y de pronto divisaron a un holandés caminando por un solitario camino rural. Cuando lograron atraer su atención, uno de los hombres le gritó desde el cesto:
—¿Puede decirnos dónde estamos?
El solitario caminante levantó la mirada y haciendo bocina con las manos les gritó:
—¡Están en un globo!
Para hacer más clara su urgente pregunta, el hombre del globo volvió a gritar a toda voz:
—Y usted, ¿dónde está?
Y el hombre contestó a todo pulmón: —¡En tierra!
Desalentados, los aeronautas dejaron caer un poco de lastre y volvieron a internarse en las nubes, mientras uno de ellos hacía el comentario:
—Ese hombre tiene que ser un burócrata. ¡Lo que nos dijo era perfectamente cierto, pero absolutamente inútil!
Después de enterarme de todo esto que he contado, he llegado a la conclusión de que se puede establecer un buen paralelo entre el ascenso uniforme de un globo y nuestro propio ascenso espiritual.
En la misma forma en que es necesario el gas para levantar el globo, también debe el ser humano estar lleno de motivación para elevarse.
Al igual que el globo puede subir más deshaciéndose del lastre, también nosotros debemos estar dispuestos a liberarnos de los lastres que limitan nuestra elevación espiritual.
Cuando yo subí en globo, aunque parezca extraño, no tuve la impresión de que me elevaba, sino de que yo estaba estacionario y que la tierra se alejaba de mí flotando silenciosamente.
Más tarde, cuando por medio de los misioneros me convertí a la Iglesia; como miembro nuevo tuve esa serena sensación de encontrarme seguro en el ambiente del verdadero evangelio, y que Babilonia* se alejaba de mí. Uno de los primeros aeronautas europeos escribió lo que sentía en la siguiente forma:
«Sentí como si hubiera dejado detrás de mí todas las preocupaciones y pasiones que fastidian a la humanidad.»
Testifico que todos podemos obtener esa paz mental si estamos dispuestos a liberarnos de esos lastres que nos impiden elevarnos a mayores alturas espirituales. Esto nos facilitará el regreso a nuestro amoroso Padre Celestial quien, a su debido tiempo, nos esperará después de nuestra jornada por la vida.
Por lo tanto, liberémonos de nuestro lastre de impaciencia y aprendamos a ser más pacientes con nuestro cónyuge e hijos, nuestros amigos y vecinos, porque el Señor nos ha aconsejado: «. . . continuad en paciencia hasta perfeccionaros» (véase D. y C. 67:13).
Y para aquellos que no sepáis el verdadero significado de la palabra paciencia, lo explicaré sencillamente: Paciencia es aprender a esconder la impaciencia.
¿Cuántos de nosotros todavía cargamos en la vida el lastre que se llama crítica? En su lugar, deberíamos ser capaces de elogiar más siempre que sea posible, porque se nos ha dicho y repetido: «. . . cesad de inculparos el uno al otro» (D. y C. 88:124). Y con respecto a esto, recordemos también que las faltas y debilidades que vemos en los miembros del barrio son de menor importancia para nosotros que la más insignificante de las nuestras.
Veamos si no tenemos aún en nuestro cesto un lastre que se llama hostilidad, a pesar de que el Salvador nos ha pedido que seamos amistosos y afectuosos porque El mismo dijo:
«Vosotros sois los que mi Padre me ha dado; sois mis amigos.» (D. y C. 84:63. )
Mientras estamos en nuestro vuelo espiritual, deshagámonos totalmente de nuestro lastre de orgullo y seamos más humildes en todo, recordando siempre la gloriosa promesa del Salvador:
«Y por cuanto os habéis humillado delante de mí, vuestras son las bendiciones del reino.» (D. y C. 61:37.)
¿Podremos ascender en nuestro globo espiritual si no estamos preparados para despojarnos de nuestro lastre de codicia? Los profetas vivientes nos han aconsejado pagar un diezmo íntegro y dar una ofrenda de ayuno generosa; y, más aún, las Escrituras nos revelan de manera muy clara:
«¡Ay de vosotros . . . que no queréis dar de vuestros bienes a los pobres!» (D. y C. 56:16.)
Desafortunadamente, algunas personas piensan que son generosas porque dan consejos gratuitos en abundancia.
Finalmente, debemos liberarnos del pesado lastre de las frustraciones que todos podemos descubrir en el cesto de nuestro globo espiritual. Tenemos que estar constantemente en guardia contra las frustraciones, pues se nos ha revelado esto (y ya lo hemos escuchado dos veces en esta conferencia):
«Las obras, los designios y propósitos de Dios no se pueden frustrar ni tampoco pueden reducirse a la nada.
«Recuerda, recuerda que no es la obra de Dios la que se frustra, sino la de los hombres.» (D. y C. 3:1, 3.)
La única manera en que podemos ascender desde nuestro nivel actual de espiritualidad y labor a uno más alto, es despojándonos de los lastres que nos tiran hacia abajo. Tenemos que aprender a obedecer los mandamientos, no sólo por nuestro propio bien, sino también por el bien de los demás; porque al obedecerlos y vivir de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, sin darnos cuenta reformamos a otras personas. Esta es una manera de hacer obra misional y elevar la espiritualidad de aquellos que nos rodean.
Por lo tanto, comencemos hoy mismo nuestro vuelo. Si todavía estamos en tierra, cortemos los cables y nuestro ascenso comenzará inmediatamente. Pero eso sólo no nos asegurará un continuo movimiento espiritual. Nuestro globo se elevará hasta cierta altura y luego se quedará allí; en ese momento tendremos que averiguar cuál es el lastre del que debemos deshacernos a fin de seguir subiendo.
Si parece difícil cortar los cables, más difícil aún será desprenderse de los mencionados lastres para aliviar la carga.
El viaje en ascenso en nuestro globo espiritual es una extenuante y difícil aventura, y sólo los que sepan perseverar alcanzarán las mayores alturas.
Para terminar, después de hablar sobre vuelos, navegación y alturas, quisiera daros unas pautas con los pies en tierra firme.
A aquellos que me escucháis hoy que ya habéis entrado al cesto de vuestro globo espiritual por medio del bautismo en el reino de Dios, pero que os encontráis allí sentados, esperando en forma inactiva que algo pase, os digo que cortéis los cables que os impiden la partida.
A los que os encontráis flotando serenamente a la misma altura, con poco movimiento de ascenso, os pido que os fijéis en el lastre que os impide subir, que toméis una decisión firme y os deshagáis del peso que os restringe en vuestro vuelo espiritual. Os prometo solemnemente que si hacéis eso, gozaréis de una sensación de euforia espiritual porque os habréis elevado a vosotros mismos.
Testifico, cómo quien fue bautizado hace veintitrés años en el reino de Dios en Toronto, Canadá, que desde mi bautismo mi vuelo ha sido magnífico, con escenas indescriptibles y panoramas espirituales maravillosos, y con un conocimiento seguro de que hay un Padre Celestial amoroso, comprensivo y dispuesto a perdonar que pone a mi alcance mi plan diario de vuelo.
Lo mismo ocurre con todos los demás. ¿Cómo lo sé? Porque sé con todo mi corazón que Dios vive y que Jesús es el Cristo, el Salvador de la humanidad, el gran Mediador para la hijos de nuestro Padre Celestial que sigan el plan de vuelo que El les ha bosquejado. De ello testifico en este día, con gratitud y contentamiento, en el nombre de Jesucristo. Amén.
*Babilonia se refiere aquí, metafóricamente, a la iniquidad del mundo.
























