Conferencia General Abril 1983
Para que podáis tener raíces y ramas
élder Hartman Rector, hijo
del Primer Quórum De Los Setenta
«El diezmo es uno de los principios fundamentales de la exaltación. Es un principio de grandes promesas y trae consigo felicidad y gozo eternos.»
«¿Robará el hombre a Dios?» (Malaquías 3:8), debe ser una de las preguntas más directas que se haya hecho en las Santas Escrituras. El responderla afirmativamente significaría que los ladrones recibirán su maldición y serán quemados como estopa durante la segunda venida del Señor. (Malaquías 3:9; 4:1.)
Por medio del profeta Malaquías se le hizo esta pregunta al antiguo Israel, mas ésta no solamente fue dirigida a ese pueblo sino que también se aplicó a los nefitas y a los lamanitas de este continente, cuando el Señor resucitado la repitió durante el tiempo que estuvo con ellos, aproximadamente en el año 34 (3 Nefi 24:8-9). Estoy convencido de que el Israel moderno también está incluido bajo la misma amonestación porque el Señor empleó casi las mismas palabras cuando previno contra la quema que precedería su segunda venida, para la cual el diezmo parece ser el punto crítico de juicio. (D. y C. 64:23-24. )
Por otra parte, a aquellos que pagan el diezmo (que le dan al Señor la décima parte de sus ganancias) se les promete que las ventanas de los cielos se abrirán y derramarán sobre ellos bendiciones hasta que sobreabunden (véase Malaquías 3:10). Y el Señor añade, «Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra» (Malaquías 3:11). Esta es una bendición de gran magnitud.
La obediencia a los mandamientos del Señor, incluso al importante mandamiento del diezmo, nos trae muchas bendiciones. No siempre comprendemos la manera en que el Señor nos bendecirá. Por ejemplo, tal vez la experiencia siguiente, parecida a muchas que hemos tenido, nos aclarará este punto.
¿Habéis estado alguna vez manejando detrás de un auto que parece no moverse y cuyo chofer no da señales de tener prisa alguna y sabéis que si no se apresura no podréis alcanzar el semáforo antes de que éste cambie? Y de repente el auto que está enfrente del vuestro acelera con el tiempo suficiente como para pasar la luz amarilla obligándoos a deteneros. Esta clase de experiencia tiende a probar nuestra paciencia, ya que sentimos el deseo de insultar a aquel que obró de esa manera mientras él continúa su camino. No obstante, es posible que el Señor esté protegiéndonos de un accidente a tres kilómetros de ahí simplemente porque, aunque de mala gana, nos detuvimos en la luz roja. Si pensamos de esta manera, tal vez nos sintamos agradecidos en lugar de enojados.
Hace mucho tiempo este principio quedó bien impreso en mi mente. Vivía en el estado de Virginia y en un hermoso día de otoño me dirigí hacia las afueras de la ciudad para recoger algunas nueces. Desde mi hogar hasta el sitio a donde me dirigía había 16 señales de «Alto». Yo me detuve 15 veces, pero en vista de que la última señal se encontraba bien en las afueras de la ciudad y siendo que podía ver muy bien en ambas direcciones y al no divisar ningún otro automóvil, pensé que no había razón para detenerme. Como dichas señales están para proteger a las personas, pensé, y en ese momento no había nadie a mi alrededor, no me detuve. Iba bastante despacio y pasé la señal sin sobrepasar el límite indicado, pero al llegar al camino bordeado de árboles que conducía a la finca, no pudiendo ver lo que estaba al otro lado, disminuí la velocidad y doblé. Justamente al hacerlo otro auto que venía en dirección contraria y que tampoco me había podido ver chocó contra el mío. Como ambos íbamos sólo a una velocidad aproximada de ocho kilómetros por hora, el impacto no fue muy fuerte y los daños no fueron muy severos; recuerdo que el arreglo de la rejilla del radiador y los faroles delanteros no me costó mucho.
Ahora, lo interesante es que parecería que el momento del accidente hubiera sido calculado con anticipación, y por supuesto, si me hubiera detenido en la última parada éste nunca hubiera ocurrido. En ese momento dije: «Señor, entiendo lo que me estás tratando de decir. En realidad no tenías que haberte molestado tanto. pero entiendo.»
De regreso a casa me detuve las 16 veces con la parte delantera del auto toda chocada.
Parece que el Señor nos pide obediencia para poder recibir sus bendiciones, entre las cuales se incluye la de reprender al devorador. «Hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan.» Cuando recibimos una bendición de Dios, es por la obediencia a aquella ley sobre la cual se basa. (D. y C. 130:20-21.) Me supongo que esto también podría incluir señales de «Alto».
«Ninguno quebrante las leyes del país», dice el Señor. «Porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país.» (D. y C. 58:21.)
Malaquías continúa diciendo, «. . . ni vuestra vid en el campo será estéril» (nuestras tierras darán con abundancia).
«Y todas las naciones os dirán bienaventurados: porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos.» (Malaquías 3:11-12.)
Es un hecho real de que cuando pagamos los diezmos nuestros semblantes reflejan gozo, pues la felicidad que viene del corazón del que es fiel se refleja incluso en su rostro.
Pero a la vez el Señor parece lamentarse diciendo: «Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿qué hemos hablado contra ti?» (¿Cuándo hemos dicho algo en contra del Señor?)
Y el Señor responde, «Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos?
«Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon.» (Malaquías 3:13-15.)
¿Os ha molestado alguna vez al meditar sobre un vecino que no es miembro de la Iglesia, quien tiene una preciosa casa y un auto deportivo, aunque no paga el diezmo ni asiste a la Iglesia, que se queda los domingos en casa para ver los partidos de fútbol, pero de todas maneras parecería estar en las mismas circunstancias o tal vez en mejores que las vuestras? ¿Habéis tenido alguna vez pensamientos de esta naturaleza? Si es así, creo que fue a eso lo que el Señor se refirió en estos pasajes.
Sin embargo, el Señor añade el toque final.
«Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero . . .» (Como lo estamos haciendo ahora. ¿Os habéis dado cuenta de que los que aman al Señor siempre están hablando los unos con los otros? Una reunión tras otra.)
«. . . Y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre» (Malaquías 3:16 y 3 Nefi 24:16).
¡Aquí se nos da la respuesta! Se ha llevado un registro, el cual estoy seguro que existe. Un grupo recibe su recompensa ahora mientras que el otro la atesora en el cielo; y los muertos serán juzgados por las cosas que están escritas y que estarán escritas en los libros. (Apocalipsis 20:12.) Luego el Señor nos da su palabra que no puede quebrantar, pues El mismo dijo, «Estoy obligado cuando hacéis lo que os digo» (D. y C. 82:10).
Y ésta es la promesa del Señor:
«Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (Malaquías 3:17). Estoy seguro de que es muy difícil el ser imparcial con un hijo que trabaje para vosotros y se desempeña muy bien. Creo que no hay nada malo en tener esos sentimientos con respecto a un hijo, por lo menos el Señor lo cree así.
El continúa diciendo: «Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, el que sirve a Dios y el que no le sirve.» (Malaquías 3:18.) De esto podremos darnos cuenta fácilmente por medio de ese registro.
Ahora surge aquí el punto crítico en cuanto al diezmo.
«Porque he aquí (dice el Señor), viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz, ni rama». (Malaquías 4:1.)
En otras palabras, los que paguen sus diezmos tendrán raíces y ramas en el último día, mas los que no lo paguen no tendrán nada. ¿Y cuáles son nuestras raíces? El escritor Alex Haley escribió en cuanto a las «raíces». Es obvio que nuestras raíces son nuestros antepasados pero, ¿cuáles son nuestras ramas? Nuestros propios hijos. De manera que los que paguen su diezmo y vivan dignamente ante el Señor tendrán una familia eterna en el último día; y quienes no lo paguen se encontrarán solos
El pago del diezmo es un requisito para recibir las bendiciones del templo. Si un hombre guardara todos los mandamientos del Señor pero no pagara su diezmo, no podría casarse por esta vida y por la eternidad en el templo; por lo tanto, no tendría ni raíces ni ramas en el último día.
Esto es algo realmente serio, ya que en vista de que sin familia no hay exaltación, sin el pago del diezmo tampoco hay exaltación. Si lo meditamos, sabremos que es verdadero.
De manera que el diezmo es uno de los principios fundamentales de la exaltación. Cuando una persona paga sus diezmos, el Señor abre las ventanas de los cielos y reprende al devorador; así el diezmo no le cuesta nada y recibe con más abundancia de lo que hubiera recibido si no lo hubiera pagado. Es un principio de grandes promesas y trae consigo felicidad y gozo eternos.
¿Quién, entonces, se puede dar el lujo de no pagarle al Señor su décima parte? Estoy seguro que ni vosotros ni yo podríamos hacerlo. Doy testimonio de esto, porque sé que el Señor lo ha declarado. Y como dijo el rey Benjamín, «. . . él es invariable en lo que ha dicho» (Mosíah 2:22). En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.























