Amo a las hermanas de la Iglesia

Conferencia General Abril 1984logo pdf
Amo a las hermanas de la Iglesia
Hermana Barbara W. Winder
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Barbara W. Winder«Deseo y anhelo que nos unamos para apoyar al sacerdocio y que unidos sirvamos y edifiquemos el reino de Dios.»

Esto es imponente. Pienso que el venir a una conferencia general de la Iglesia y reunirnos aquí en el Tabernáculo es siempre un gran honor y privilegio, pero tener el privilegio de estar en la presencia del Profeta, dado que sabemos que su salud no siempre le ha permitido estar con nosotros, es una emoción especial. Y el oír la voz de estos grandes líderes me ha conmovido profundamente, y os expreso mi gratitud.

Cuán hermoso ha sido el discurso del presidente Hinckley al expresar su testimonio.

Sé que ha sido algo más que un viaje en avión lo que nos ha traído a mi esposo, el presidente Richard Winder, y a mí a este punto. Mi esposo ha estado sirviendo como presidente de misión de la gran Misión de San Diego, California; y hemos tenido que salir de allí calladamente para venir a esta conferencia este fin de semana. Tengo un testimonio de la revelación y de la inspiración que el Señor da, y pese a la insuficiencia que siento, sé que el Señor sí ayuda y hace que su obra siga adelante.

Sí, soy la misma hermana Winder, para mis amados élderes y hermanas misioneras de San Diego, la misma que estaba con vosotros hace menos de una semana ayudándoos a recordar las cosas que vuestras madres os habían enseñado de conservar planchadas y blancas vuestras camisas y con todos sus botones en su respectivo lugar, a llevar las Escrituras; e incluso tengo conmigo el librito blanco misional. Soy la misma hermana Winder. Y sólo un par de años antes de eso, fui la misma hermana Winder que se sentaba en consejo con estas magníficas hermanas, a las que oísteis ayer, y aprendía de ellas, mis grandes maestras, junto con los miembros de las mesas directivas y sus consejeras, muchas de las que han sido mis queridas amigas y maestras. Me siento muy agradecida a ellas y a los muchos magníficos hermanos con quienes he tenido la oportunidad de servir, de quienes he aprendido. ¡Cuánto les aprecio!

Nosotras, las mujeres, seguimos bajo la dirección del sacerdocio; sé que he aprendido de quienes han seguido esa dirección para ayudarnos a las mujeres a través de momentos difíciles, a ser dedicadas esposas y madres, miembros fieles del reino del Señor, y miembros edificantes de las comunidades en que vivimos. Estos son puntos fuertes que se han infundido a las mujeres Santos de los Últimos Días.

Quiero también expresar hoy mi gratitud a mis padres y a los padres de mi esposo por sus enseñanzas de principios rectos y por los dignos ejemplos que nos han dado. El avión en el cual viajamos hasta aquí aterrizó en asfalto muy, muy duro, pero no me importó porque allí estaban nuestros cuatro hijos y sus cónyuges y nuestros queridos nietecitos para hacernos saber que nuestro hogar está aquí. Cuán agradecida me siento con ellos por el apoyo que nos han brindado.

Quiero expresar gratitud también a mi esposo con el que he servido más de veinte años en el grato lazo del matrimonio desde que nos casamos en el Templo de Salt Lake, cuando fuimos sellados por el presidente Harold B. Lee. También nos hemos comprometido y hemos servido juntos con armonía, unidos con el mismo propósito, apoyándonos el uno al otro a lo largo de estos años en diversos llamamientos y asignaciones de la Iglesia. No pude evitar pensar en las palabras de Pablo cuando amonestó a la Iglesia a servir con unidad y con el mismo propósito, cuando enseñó que todas las partes deben funcionar para el bien del todo. Así es en el matrimonio y en la familia; debemos funcionar juntos, en unión. Ayer aprendimos hermosas enseñanzas. Amo a las hermanas de la Iglesia, y quisiera hacer alusión a la bella sección referente al sacerdocio, la sección 84 de Doctrina y Convenios, donde también dice que el cuerpo tiene necesidad de cada miembro para que todos puedan ser edificados juntamente y el sistema se perfeccione. Tal como lo dijo Pablo, a los miembros de la Iglesia del Señor de nuestra época se les requiere que se interesen los unos por los otros de la misma forma que se interesan por sí mismos. Y así es como siento por las hermanas de la Iglesia este amor, y percibo el valor de cada persona en forma individual. Deseo y anhelo que nos unamos para apoyar al sacerdocio y que unidos sirvamos y edifiquemos el reino de Dios aquí, en esta época, y dar a conocer el gozo del evangelio a los que tanto lo necesitan. Este es Su reino. Tenemos la gran responsabilidad de proclamarlo. Sé que Dios vive, que nos ama. Este es mi testimonio a todos vosotros, y os prometo mi servicio, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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