Conferencia General Abril 1984
Bendiciones, cuenta y verás
élder Yoshihiko Kikuchi
del Primer Quórum de los Setenta
«El sufrimiento puede volver santas a las personas, al aprender éstas a tener paciencia, perseverancia y autodominio.»
¿POR QUE DEBE MORIR UNA MADRE JOVEN?
Mi amigo Milton tiene seis hijos. Su querida esposa pereció en un accidente automovilístico y lo dejó con seis preciosos hijos. Un día, la niña de seis años se acercó hasta la cama de mi amigo bañada en lágrimas. Milton pensó que se había peleado con sus hermanos. «No, no papito,» le dijo la pequeña. «Me siento muy sola. ¿Dónde está mami? Quiero verla.» El padre la abrazó y le contestó: «Volveremos a estar con mamá otra vez. Ella está ahora con nuestro Padre Celestial.»
LLORÉ Y LLORÉ
El otro día, otra de las niñas le preguntó a la abuelita: «¿Algún día volverá a casa mamá?» La abuela la abrazó, la besó y le dijo: «No, porque está con nuestro Padre Celestial.»
La madre de un niño de 11 años cayó gravemente enferma. Su esposo la llevó a Lago Salado desde Arizona. Unos días después, el niño le escribió:
«Cuidaremos mejor a mamá si regresa a casa pronto.»
Más tarde escribió: «Nos sentimos solos sin ti. . . Estamos muy ocupados. Recibimos el telegrama y nos alegramos de que mamá esté fuera de peligro. . . Voy a terminar porque es hora de dormir. La hermana Allen nos dijo en la clase de religión que debíamos acostarnos a las ocho para dormir lo suficiente. Ahora ya son casi las ocho y media. Adiós. Tu hijo que te quiere. Spencer Kimball.» (Citado en Spencer W. Kimball, por Edward L. y Andrew E. Kimball, Jr., Salt Lake City: Bookcraft., 1979, pág. 50.)
Un día después de haber enviado la carta, falleció su madre. Ese día el obispo recibió un telegrama y fueron a buscar a los niños de los Kimball a la escuela. Todos corrieron a la casa y el obispo les dijo: «Su mamá ha muerto.» El presidente Kimball habló más tarde de esa experiencia y dijo:
«Nos cayó como un rayo. Salí corriendo de la casa y fui al patio para poder llorar a solas. Lloré y lloré sin que nadie me viera ni me oyera. Cada vez que decía la palabra `Mamá’ me ponía a llorar de nuevo hasta que quedaba agotado. ¡Mamá había muerto! ¡Pero no era posible! Ya no nos quedaba razón alguna para vivir . . . Mi corazoncito de niño de once años parecía que se iba a romper» (Spencer W. Kimball, pág. 51).
¿Porqué la muerte, las enfermedades y las tragedias? ¿Por qué debo padecer sufrimientos y desilusiones? ¿Por qué tenemos que pasar por torrentes y ríos del mal? (Véase «¡Qué Firmes Cimentos!», Himnos de Sión, núm. 144.) Cuando yo tenía cinco años, murió mi padre. Y los cuatro niños nos quedamos huérfanos a causa de la Segunda Guerra Mundial. Nuestra vida cambió radicalmente y éramos muy pobres. Recuerdo muy bien un día en que estaba jugando en un parque; todos los niños estaban jugando con su padre, pero yo no tenía padre. Y entonces pensé: «¡Cómo quisiera tener a mi papá!»
Poco es lo que sabemos de la voluntad del Señor, pero aún así muchas veces nos atrevemos a juzgar al Señor con nuestra poca sabiduría. Hablo a los que ahora caminan por las aguas de aflicción o los ríos de dolor. ¡Os testifico que el Señor os ama, y Jesucristo nunca os olvidará! El Señor ha dicho: «Hijo mío . . . todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien» (D. y C. 122:7).
EL SUFRIMIENTO PUEDE HACERNOS SANTOS
El presidente Kimball declaró:
«. . . Como seres humanos, descartaríamos de nuestras vidas el dolor físico y la angustia mental, garantizándonos así una vida de constante comodidad y placidez pero al hacerlo estaríamos cerrando las puertas a las aflicciones y al dolor, y con ello excluyendo probablemente a nuestros mejores amigos y benefactores. El sufrimiento puede volver santas a las personas, al aprender éstas a tener paciencia, perseverancia y autodominio», esto, mientras vivamos con rectitud. (La fe precede al milagro, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1983, pág. 97.)
Aprendamos de otro de mis amigos. Un día estaba nadando en una fiesta que ofrecía la compañía para la cual trabajaba ese verano, en Nebraska. Se zambulló en el agua y pegó fuertemente en una parte poco profunda. El diagnóstico fue fractura del cuello y su cuerpo quedó paralizado por completo. Hasta perdió la capacidad para respirar. El doctor dijo: «Quizá no vaya a pasar la noche.»
El había adquirido ya su título universitario en ciencias políticas después de haber cumplido una misión en Japón. Cuando pasó este trágico accidente, sólo le faltaba un año para finalizar sus estudios de abogacía en la facultad de derecho en la Universidad Brigham Young. Era casado y tenía dos hijos. Este trágico accidente cambió toda su vida de la noche a la mañana. No estaba seguro si iba a sobrevivir, y, era inconcebible el dolor emocional y físico que tenía que pasar como paralítico.
Aunque se encontraba en estas condiciones, en el Centro Médico de la Universidad de Utah, decidió que se iba a graduar en la facultad de derecho. Era una tarea casi imposible; pero tenía buenos amigos, verdaderos samaritanos, que le traían sus tareas desde Provo y le grababan las conferencias de las clases. ¡El Señor bendiga a estos verdaderos cristianos! Con una varilla en la boca pasaba las hojas de los libros, y si por alguna razón el libro se cerraba esperaba pacientemente hasta que alguien pudiera ayudarlo.
Por fin se graduó en la Facultad de Abogacía J. Reuben Clark, pasó el examen profesional y se convirtió en abogado titulado. Mientras estudiaba, y hacía sus ejercicios de acuerdo con las recomendaciones médicas a fin de fortalecerse, su esposa se llevó a sus dos hijos y pidió el divorcio. Ese fue el período de mayor tristeza y angustia en su vida. Sin embargo, nunca se quejó y hasta bendijo a sus seres queridos que lo abandonaban. Con todo su corazón oró: «Hágase tu voluntad». Aquel fue su propio Jardín de Getsemaní, y tuvo que beber de su propia copa, y la tomó como si fuera una bendición.
En el himno «¡Qué firmes cimientos!» cantamos lo siguiente:
Y cuando torrentes tengáis que pasar
Los ríos del mal no os pueden turbar;
Pues yo las tormentas podré aplacar,
Salvando mis santos, salvando mis santos,
Salvando mis santos de todo pesar»
(Himnos de Sión, núm. 144).
Mi amigo Mick conoció a una hermosa dama llamada Cheryl. Contrajeron matrimonio y ahora han recibido el gozo más grande, su bella esposa está esperando un bebé. Es un milagro. El Señor dijo: «Yo las tormentas podré aplacar.» No sólo esto, el viernes pasado fueron sellados en el templo. Yo estuve allí y tuve el privilegio de sellar a esta hermosa pareja.
Su presidente de estaca dice que él es «la persona más humilde y fiel» y su secretaria ha dicho: «Para él el tiempo es muy importante. . . un lapso de varios segundos puede significar mucho . . . No ha perdido el tiempo, y ha logrado más que nunca.»
EL PODER PARA AMAR
El Señor dijo: «. . . el poder está en ellos» (nosotros) (D. y C. 58:28). Todos nosotros tenemos ese poder, el más grande, el poder del amor. Y podemos sentir el amor del Señor si escuchamos y percibimos. Nuestro buen Padre Celestial nos dio:
¡El poder para amar!
¡El poder para pensar!
¡El poder para tener fe!
¡El poder para orar!
¡El poder para crear!
¡El poder para ver!
¡El poder para sentir!
¡El poder para tocar!
¡El poder para hablar!
¡El poder para interesarnos en los demás!
¡El poder para compartir!
¡El poder para dar!
¡El poder para agradecer!
(Yoshihiko Kikuchi, «Blessings», 1978.)
Especialmente «¡el poder para amar!» El amor es el don más grandioso de Dios. Hermanos y hermanas, si tenemos este poder podemos caminar con Su Espíritu, aun a través de «los ríos del mal.»
¡Contemos nuestras bendiciones!
Cuando te abrumen penas y dolor,
Cuando tentaciones rujan con furor,
Ve tus bendiciones, cuenta y verás,
Cuántas bendiciones de Jesús tendrás.
Bendiciones, cuenta y verás,
Bendiciones que recibirás;
Bendiciones cuenta y verás,
Cuántas bendiciones de Jesús tendrás.
¿Sientes una carga grande de pesar?
¿Es tu cruz pesada para aguantar?
Ve tus bendiciones, cuenta y verás,
Cómo aflicciones nunca más tendrás.
No te desanimes do el mal está,
Y si no desmayas, Dios te guardará;
Ve tus bendiciones y de El tendrás,
Paz y gran consuelo mientas vivirás.
(Himnos de Sión, núm. 144.)
No juzguemos la prudente sabiduría del Señor con nuestra mente estrecha.
EL SEÑOR EXTIENDE SUS MANOS HACIA NOSOTROS
¿Es usted divorciado? ¿No es feliz? ¿Tiene un impedimento físico o le falta amor? ¿Está paralizado como mi amigo?
¿Está enojado? ¿Odia a alguien? ¿Tiene malos sentimientos hacia alguna persona? ¿Es usted una madre sola porque su esposo la abandonó? ¿O se siente solitaria por la muerte de su marido? El Salvador dijo:
«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
«porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» (Mateo 11:28-29.)
Os doy mi testimonio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Os testifico que El mismo atestiguó de su extraordinaria misión cuando visitó a los nefitas:
«Levantaos y venid a mí, para que podáis meter vuestras manos en mi costado, y . . . palpar las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo.» (3 Nefi 11:14.)
Yo sé que El vive. Yo sé que El nos ama, y os dejo mi testimonio en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























