Conferencia General Abril 1984
Convenios, ordenanzas y servicio
Élder A. Theodore Tuttle
del Primer Quórum de los Setenta
«Padres, si recordáis que estáis preparando a vuestros hijos para hacer convenios, recibir ordenanzas y prestar servicio, haréis las cosas en forma diferente.»
En los últimos años he servido como presidente de misión y también de un templo. He visto a jóvenes ir a las misiones de América del Sur y los he visto entrar al templo para recibir sus investiduras y ser sellados.
He visto a los que han estado bien preparados para recibir estas bendiciones y a los que no lo estaban tanto. Pero sobre todo he esperado ansiosamente ver a los que, por no estar preparados, no se presentaron, con la gran interrogante de por qué no lo hicieron.
Algunos de ellos provenían de familias en donde se hizo todo esfuerzo por prepararlos para el servicio misional y para recibir las bendiciones del templo. Sin embargo, la mayoría de ellos procedían de hogares en donde no se les dio lo que era esencial para cumplir esos requisitos, ni se les inculcó el deseo de servir. Para poder preparar a los jóvenes para el servicio misional y para recibir las bendiciones del templo, los padres deben pensar en más que simplemente darles una educación académica o en prepararlos para una carrera, o en el hecho de que ya van a ser misioneros como si el asistir al templo fuera el único requisito.
Son tres las palabras que deben tenerse en cuenta: Convenios, ordenanzas y servicio.
Es en el hogar donde se debe llevar a cabo la preparación para los convenios, las ordenanzas y el servicio. Si para los padres no hay nada más importante, los jóvenes estarán preparados; y debido a ello no perderán ninguna capacitación esencial para sus carreras.
Un nuevo cometido
Los padres y madres tienen el mandato divino de cumplir con sus responsabilidades como tales. Lo que en años pasados hicimos para proteger a nuestros hijos ya no es suficiente en esta época crítica. Por mucho tiempo se ha enseñado en la Iglesia que llegará el día en que ya no podremos sobrevivir sin un testimonio individual de la divinidad de esta obra. Ese día ha llegado. Vemos a los que no tienen un testimonio que se apartan de la verdad y caen presa del error. Y mientras nosotros lamentamos su pérdida, la congoja sobrevendrá a quienes, por no haber enseñado a éstos principios correctos o por haber hecho dudar a los más débiles o abiertamente enseñado falsedades, hicieron que se apartaran de la verdad. Son demasiados los jóvenes entre nosotros que dejan de recibir sus convenios y ordenanzas, o de prestar servicio. La violenta embestida de maldad que ataca a nuestros hogares es más insidiosa y a la vez más audaz de lo que ha sido jamás, y está afectando seriamente a nuestras familias. No será fácil escapar de estas influencias.
No obstante, si actuamos con prudencia no peligraremos. «. . . si estáis preparados, no temeréis» (D. y C. 38:30). La solución es fácil y los resultados seguros. No podemos continuar esperando que la Iglesia asuma el papel principal de enseñar a nuestros hijos; son los padres los que tienen esa importante responsabilidad. Es a ellos que el Señor hará totalmente responsables de enseñar a sus hijos los principios y ordenanzas del evangelio y de inspirarlos a servir. Por supuesto, la Iglesia respaldará a los padres por medio de los maestros orientadores, las maestras visitantes, las clases de instrucción, los consejos, etc. Ningún padre en la Iglesia debe sentirse abandonado para cumplir con las responsabilidades que le ha impuesto el Señor.
Últimamente la Iglesia ha hecho estudios que identifican algunas de las cosas que los padres pueden hacer para lograr nuestras metas. El élder Dean Larsen declaró:
«El factor que ha tenido mayor efecto en la vida privada y religiosa de nuestra juventud, al igual que en sus logros, es la observancia religiosa en el hogar. Si un joven vive en un hogar en el que regularmente se ora como familia, se estudian el evangelio y las Escrituras y concuerdan en los valores básicos, la posibilidad de ir a una misión y de casarse en el templo aumenta considerablemente. Esta clase de influencia es de mayor importancia que la que ejercen los amigos o los programas y actividades. De hecho, sea ésta positiva o negativa, es extraordinaria.» (Regional Representatives Seminar, 1 ° de abr. de 1983.)
Como os podéis dar cuenta, los tres elementos claves son: Orar como familia con regularidad, estudiar las Escrituras regularmente, y estar de acuerdo, padres e hijos, en cuanto a los valores básicos. Estos elementos, más que otra cosa, nos darán el debido entendimiento de los convenios, las ordenanzas y el servicio.
La oración familiar
Padres, debemos iniciar cada día de rodillas en oración familiar. Los hijos necesitan orar y recibir conocimiento, por sí mismos, del Espíritu Santo. Nefi dijo: «Porque si escuchaseis al Espíritu que enseña al hombre a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar» (2 Nefi 32:8).
El estudio de las Escrituras
El programa integrado de reuniones nos da la oportunidad de estudiar las Escrituras como familia, ya que gran parte del domingo se puede dedicar al estudio personal y familiar de la palabra del Señor.
Pocas son las cosas que contribuyen más al crecimiento espiritual que el estudio de las Escrituras. El Salvador dijo:
«. . . El que tenga las Escrituras, escudríñelas, y vea» (3 Nefi 10: 14). El Señor ha prometido que si escudriñáis, aprenderéis verdades espirituales maravillosas que os persuadirán a reconocer en Cristo a vuestro mayor ejemplo. Vuestro deseo de hacer convenios con el Señor, de recibir las ordenanzas y de servir se fortalecerá en vuestro interior. Alma enseñó un gran principio cuando le dijo a Helamán: «Hijo mío, . . . procura confiar en Dios para que vivas» (Alma 37:47).
Padres, ¿qué es lo que hacéis cuando en verdad deseáis enseñar? ¿Acaso no debemos hacer tal como hizo el Salvador? El formuló preguntas, citó de las Escrituras, relató historias y testificó. De experiencias cotidianas enseñó verdades espirituales, aprovechando toda oportunidad para hacerlo. Creaba el ambiente propicio para la enseñanza, motivando a los que lo escuchaban a pensar en lo que les decía.
Conozco a un hombre que enseña a sus hijos a la hora de comer. Tiene la costumbre de hacerles dos o tres preguntas sobre el evangelio. Afirma tener la atención de sus hijos adolescentes cuando dice: Les «tengo una pregunta que vale un dólar».
El estar de acuerdo en los valores básicos Cuando nos esforzamos por enseñar con el Espíritu, le damos gran prioridad a la importancia de los convenios, las ordenanzas y el servicio.
Un convenio es un intercambio mutuo de promesas que se pueden cumplir.
«Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis» (D. y C. 82: 10).
Los convenios del evangelio se hacen entre Dios y el hombre, siendo el Señor el que estipula los términos. Estos convenios nos han sido dados por medio de la revelación. El nos da aquellos convenios y ordenanzas que son esenciales para llevarnos de nuevo a su presencia.
El bautismo por inmersión para la remisión de pecados es un convenio necesario que debemos hacer con el Señor; la fe y el arrepentimiento preceden a esta ordenanza. La confirmación y el don del Espíritu Santo siguen al bautismo. Al aceptar estos principios y ordenanzas podemos lograr la remisión de nuestros pecados y asegurarnos la salvación. Con la ordenanza de la Santa Cena renovamos regularmente este y otros convenios, y al cumplir con nuestra parte recibimos el Espíritu del Señor.
El santo sacerdocio también se recibe por convenio. En esencia, el sacerdocio es un poder para servir. Cuando recibimos nuestra investidura y somos sellados en el templo hacemos convenios adicionales con el Señor. Estos son los convenios de la exaltación. Enseñad a vuestros hijos que sólo al recibir estas ordenanzas y hacer estos convenios podemos ser exaltados y llegar a ser como nuestro Padre Celestial. Al perseverar con fe hasta el fin y al servir y amar a nuestros semejantes, podemos desarrollar las virtudes y cualidades necesarias para vivir con el Señor.
De manera que el servicio viene a ser una de las mayores virtudes. El Salvador es nuestro ejemplo del servicio desinteresado. El servicio es un deber divinamente señalado. El rey Benjamín enseñó que al servir a los demás estamos sirviendo a nuestro Dios. (Mosíah 2: 17.) Padres, si recordáis que estáis preparando a vuestros hijos para hacer convenios, recibir ordenanzas y prestar servicio, haréis las cosas en forma diferente. Nuestras prioridades cambiarán y enseñaremos con una visión más clara, esforzándonos por obtener mayores resultados. Las misiones y los templos recibirán jóvenes, no sólo en números mayores, sino más capacitados para recibir estas bendiciones y, desde una edad más temprana, más entregados al servicio.
Y cuando vuestros hijos hagan estas cosas, serán exaltados en el último día y se levantarán y os llamarán benditos por haberles mostrado el camino a la vida eterna.
Cuando nosotros como padres tenemos el deseo genuino de enseñar el evangelio a nuestros hijos, el Señor abrirá las puertas de sus corazones, y así, al entrar en ellos, podremos saber que el lugar que pisamos es santo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























