Conferencia General Abril 1984
La decisión de ser misioneros
Devin G. Durrant
Barrio Primero de BYU, Estaca Sexta de BYU.»
«Todos nosotros, cuando pensamos en ir a la misión, podemos encontrar motivos para no ir, pero tenemos que mirar más allá. Lo que debemos hacer es buscar razones para ir.»
Hermanos, me siento privilegiado al dirigirme a ustedes. Primero, quisiera hablarles de un tema muy discutido en la Iglesia: los árbitros.
Antes de un partido, los capitanes de los equipos se juntan en el centro de la cancha con los árbitros, en un ritual sin sentido en el que no se dice nada importante. Pero, el día que jugamos contra el equipo de Notre Dame, un árbitro amigo mío dijo algo cuando nos juntamos que realmente me impresionó: «Los árbitros vamos a esforzarnos mucho esta noche; tal vez cometamos errores, pero ustedes no dejen de jugar lo mejor posible.»
Comencé a jugar teniendo presentes sus palabras. Durante los últimos minutos del partido, salté para recoger un rebote y un corpulento jugador de Notre Dame me tiró al suelo. ¡El árbitro me cobró la falta a mí! Sorprendido por su decisión, me puse de pie y sonriendo, le dije: «Veo que tenía razón en lo que dijo antes del partido.» El me miró sin entender, y yo continué: «Dijo que tal vez cometería algunos errores esta noche, y acaba de cometer uno mayúsculo.» Lo miré, él me miró, nos echarnos a reír y continué jugando.
Siento mucho respeto por los árbitros porque tienen que tomar decisiones difíciles en fracciones de segundos y están siempre expuestos al ojo crítico del público.
Pero hay decisiones en la vida que son mucho más importantes que las que tienen que tomar los árbitros, decisiones que tienen que tomarse sin prisa, a conciencia, con oración y en privado. Una de ellas es el ir o no a la misión. Durante toda mi vida estaba seguro de querer salir como misionero. Pero cuando llegó el momento de mandar los papeles, empecé a dudar. La decisión se hizo cada vez más difícil; no sabía si esperar a terminar el primer año de universidad o el segundo, o si esperar hasta terminarla carrera. Me acosaban un sinnúmero de emociones. También me preguntaba si el conocimiento del evangelio que tenía me permitiría dar a los demás lo que para mí era tan valioso. Hablé con mucha gente y la mayoría me dio diversas opiniones. Algunos me dijeron que saliera enseguida, otros que esperara y otros que no saliera. Si les hubiera preguntado a ustedes, ¿qué me habrían aconsejado?
Tal vez me hubieran dicho lo mismo que uno de mis líderes del sacerdocio. Cuando fui a hablar con él, me escuchó con interés y paciencia. Después de que le dije que me preocupaba no poder volver a jugar al baloncesto cuando regresara, me dijo algo que me llegó muy adentro: «Devin, si sirves dignamente una misión, cuando vuelvas serás mejor jugador de lo que eres ahora.»
Yo le tenía mucha confianza a ese hermano y supe que había tenido inspiración para decirme eso. Sentí que me aconsejaba a mí en particular y no me lo decía sólo porque era otro deportista, porque todos los casos son diferentes. Por fin me di cuenta de que podía recibir consejos de él, de mis padres, de mis amigos, pero que ninguno podía servir la misión por mí. Yo era el que iba a salir de misionero y era yo el que tendría que tomar la decisión.
Una de las razones por la que quería servir una misión era porque había visto lo importante que esto había sido para mis padres. Muchas veces durante las noches de hogar mi padre mencionaba su misión. Nos contó que a pesar de que tenía el deseo de salir de misionero, al decírselo a su padre, éste le pidió que no fuera. Mi padre creció en una granja en la que criaban gallinas en American Fork (una ciudad cerca de Salt Lake City). Su padre no se sentía bien de salud y pensaba que no podría trabajar en la granja y que no tendría dinero para costearle la misión.
El obispo Melvin Grant fue a hablar del asunto a la casa de mi padre y cuando mi abuelo le dijo que su hijo no podría salir de misionero, la abuela se puso de pie y dijo: «Yo me encargo de las gallinas pero mi hijo va a la misión.»
Así que fue a Inglaterra. Papá me dijo que unos meses después de estar allí recibió una carta de su madre que decía: «Parece que las gallinas saben que eres misionero porque nunca habían puesto tantos huevos como ahora.»
En abril de 1980 entré al Centro de Capacitación Misional y empecé a aprender español para ir a la Misión de España, Madrid. Estando allí, supe que había tornado la decisión correcta. En el fondo quería volver a jugar al baloncesto, pero sabía que aunque no volviera a jugar ni un partido el resto de mi vida no me arrepentiría de haber ido a la misión. En España tuve el privilegio de usar una plaquita que decía «Élder Durrant». Llevar el título de élder era un honor que no había conocido antes. Como misionero, experimenté el gozo de ver a personas aceptar el evangelio y también la tristeza de ver que algunos lo rechazaban.
Uno de los recuerdos más agradables que tengo empezó en el verano del 1981. Habíamos caminado por las calles de la ciudad toda la mañana hablando de la Iglesia con hombres de negocio. Al mediodía nos sentíamos acalorados y con deseos de descansar, así que decidimos ir a caminar por un parque cercano. Al caminar por una de las sendas vimos a un grupo de jóvenes y decidimos ver si escucharían nuestro mensaje.
Al acercarnos, nos miraron con un poco de desconfianza. Les dijimos que éramos misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Algunos se rieron e hicieron comentarios burlones; era obvio que no querían escucharnos. Sin embargo, uno de ellos nos miraba con interés sincero, así que nos dirigimos directamente a él. Tenía una guitarra y le preguntamos: «¿Le gustaría tocar algo para nosotros?» El muchacho sonrió y se puso a tocar. Cuando terminó, le hablamos de nosotros y de nuestro mensaje. Nos dijo que se llamaba José Manuel. Conversamos un momentito y nos despedimos preguntándole si en otro día podíamos contarle más sobre nuestra Iglesia. Contestó que con gusto nos escucharía y que podríamos encontrarlo en el parque casi todos los días tocando la guitarra o sacando a pasear al perro.
Cuando nos fuimos, ni nos pasó por la mente que algún día podría bautizarse. Unos días más tarde nos encontrábamos por la misma zona y vimos con agrado que allí estaba el joven. Le preguntamos si podíamos hablarle y juntamos dos bancos de la plaza; en uno se sentó él y en el otro mi compañero y yo. Miramos a José Manuel a los ojos y le hablamos de Jesucristo. Casi al final, le hablamos del Libro de Mormón y le dijimos que Jesucristo había visitado América después de su resurrección. Le pedimos que leyera sobre ese gran acontecimiento. Le dejamos el libro y dijo que lo leería. Dudábamos que José Manuel siquiera lo abriera algún día.
Pasaron unos días y quisimos ver si el joven había cumplido su promesa. Para nuestro asombro, nos dijo que había leído la parte del Libro de Mormón que le habíamos asignado. Nos explicó que le había contado a un amigo lo que había leído y que éste quería leerlo también y se lo había prestado. Nos preguntó si por casualidad podríamos conseguirle otro ejemplar. Le dijimos: «¡Creo que podríamos hacer un esfuerzo por conseguirle uno!»
Más adelante seguimos enseñándole el evangelio, vimos cómo cambió su apariencia y su corazón, y quiso bautizarse.
Hace casi tres años que vimos a José Manuel por primera vez en un parque de Madrid, España. Ahora es miembro de la Iglesia. Hace unos meses, al igual que ustedes y yo, tuvo que tomar una decisión. Tuvo que decidir si salir o no a la misión. José Manuel tenía todas las razones del mundo para no ir. Era converso reciente; no conocía el evangelio a fondo; su padre había fallecido hacía unos años, su madre no quería que fuera a la misión y sus demás parientes tampoco; no tenía dinero para servir por dieciocho meses y tenía que terminar el servicio militar antes de siquiera considerar ir a la misión. Todo estaba en su contra.
Todos nosotros, cuando pensamos en ir a la misión, podemos encontrar motivos para no ir, pero tenemos que mirar más allá. Lo que debemos hacer es buscar razones para ir y José Manuel tenía muchas. Sabía que Jesucristo era el Hijo de Dios y el Salvador del mundo. Sabía que José Smith había recibido una visión. Sabía que la Iglesia era verdadera. Sabía que esto había cambiado su vida y quería compartir con otros ese conocimiento.
José Manuel tenía el deseo y fue llamado a la obra. Con la ayuda del Señor, superó todos los obstáculos que había en su camino, como siempre sucede, y ahora sirve en la Misión de Barcelona, España.
Todos tenemos que enfrentar obstáculos que dificultan el servir una misión. En el caso de mi padre, mi abuelo estaba enfermo. La familia de José Manuel no quería que fuera. A mí me preocupaba mi futuro en el baloncesto. Muchos de los obstáculos que encontramos están en nuestra propia mente. Por un momento quiero hablar directamente con ustedes los que dicen:
«No quiero dejar a mi novia.» O, «Tengo un buen trabajo.»
O, «Nunca fui buen alumno y no podría memorizar todas esas escrituras y las charlas.»
O, «No me atrevo a hablar con gente que no conozco.»
O, «No me siento capaz de obedecer todas las reglas de los misioneros.»
O, «No estoy seguro de que la Iglesia sea verdadera y no podría predicarlo.»
A todos los que piensan cosas así les digo que si no tienen un testimonio todavía, pueden ganar uno en la misión. Nada le sucederá a la novia. Aprenderán las escrituras y las charlas como para tener resultados. Tendrán la valentía de hablar con extraños. Pueden ser obedientes. Yo sé que lo pueden lograr.
Algunos de ustedes dudan de su propia capacidad porque hasta ahora han tenido dificultades. Tal vez no hayan sido estudiantes brillantes ni muy populares. Estoy de acuerdo con que ayuda mucho a un misionero el que sea simpático, bien educado, y tenga madera de líder y facilidad de palabra, pero hay otras cualidades que pueden darle el poder de convicción.
Hace poco me contaron lo que les pasó a dos misioneros. Uno de ellos tenía muchos talentos visibles, el otro no. Habían recibido una carta de un hombre al que habían enseñado varias de las charlas junto con su familia. La carta decía a los élderes que fueran a recoger el Libro de Mormón porque habían decidido no seguir aprendiendo el evangelio.
El élder más talentoso confiaba en que con su habilidad podría hacer que el hombre cambiara de parecer.
Cuando fueron a verlo, se valió de toda la persuasión de que era capaz. El otro élder escuchaba en silencio. Por fin el hombre accedió a continuar con las charlas.
El día en que la familia se bautizó, el élder más hábil recordaba con orgullo el cambio de actitud del hombre. Después del bautismo éste le dijo: «La noche que cambié de opinión y permití que siguieran enseñándome fue la más importante de mi vida. Mientras me hablaba, estaba tan empecinado en no escuchar, que nada de lo que pudo haber dicho me hubiera hecho seguir con las charlas. Pero cuando miré a su compañero él tenía los ojos fijos en mí, y tenía en la cara una expresión de amor que yo nunca había visto. Mi corazón sintió un espíritu que me impidió resistir su mudo mensaje. Decidí en ese momento que si esta Iglesia podía hacer que alguien amara de esa manera, yo quería pertenecer a ella.»
Los talentos sociales y la educación ayudan en la obra, pero más se precisa de amor, la fe y el testimonio. En estos talentos todos podemos ser iguales.
Si tienen salud, háganse dignos de servir. Echen a un lado los obstáculos y vayan a la misión.
Ruego que el Señor nos bendiga en todas nuestras decisiones: la decisión de ser misioneros, de casarnos, de mejorar nuestra personalidad, de ser más dedicados y más puros.
Estoy agradecido por el honor que tuve de ser llamado élder Durrant en España. Sé que Jesucristo vive, y que mientras estuvo en la tierra nos enseñó cómo vivir. Sé que El espera que como poseedores del sacerdocio tomemos lo que El nos ha dado y lo compartamos con los demás. Y al hacerlo, no sólo bendecirá a las personas a quienes prediquemos el evangelio sino también a nosotros. Sé que el evangelio que nos ha dado es verdadero, y es por eso que quise compartirlo, ya que es de tanta importancia en mi vida.
Testifico estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.
























