La juventud bendita

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La juventud bendita
Ardeth Creene Kapp

Ardeth Creene Kapp.«A todas las Mujeres Jóvenes de la Iglesia, les digo: Os amamos, os necesitamos y creemos en vosotras.»

Mis hermanos y hermanas, mi corazón rebosa de alegría hoy, y elogio a los grandes y nobles líderes del pasado que tanto hicieron para colocar los cimientos en su lugar para la juventud de hoy. Mi corazón hace eco al legado que nos dejaron los de antaño y ahora, al umbral de este comienzo, mi corazón parece repetir: «Cantad, juventud bendita: ¡A vencer, a vencer, a vencer!» («¡Adelante la Antorcha!», Himnos de Sión, núm. 56.)

En los momentos de gran regocijo, y también en los de aflicción, mi esposo Heber y yo hemos llegado a conocer al Señor, hemos sentido Su presencia en nuestro hogar y en nuestras vidas. Hemos experimentado la paz «que sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7), tanto en los momentos difíciles como en los de grandes bendiciones. En nuestro hogar, la frase que mi esposo usa quizá más a menudo es: «Quiero saber la voluntad del Señor, y llevarla a cabo.» Hago eco a esas palabras y agrego mi dedicación a lo que él me ha enseñado por medio de su ejemplo.

Hoy recuerdo a uno de mis antepasados, a John P. Green, que recibió el Libro de Mormón de manos de Samuel Smith, hermano del Profeta José Smith. John lo dio a su esposa Rhoda Young, quien lo entregó a sus hermanos Phineas Young y Brigham Young. Recuerdo que él fue alguacil de Nauvoo. Siento júbilo por el legado que nos dejaron los fieles Santos de los Últimos Días a través de los años.

Agradezco a mi padre y a mi madre, que antes de morir escribieron en su última voluntad y testamento no lo que uno esperaría en lo que respecta a cosas materiales, porque no tenían mucho, sino que nos dejaron una declaración de su testimonio del Evangelio de Jesucristo, su más valiosa posesión. Reflexiono ahora en las líneas del poema que dice:

«Si traicionáis la fe de los que morimos, no dormiremos en paz aunque, florezcan los campos de Flandes» (John McCrae, «In Flanders Fields»). No traicionaremos la fe, ninguno de nosotros. Esta es una generación de esperanza, fe y aspiraciones, y como líderes de las Mujeres Jóvenes de todo el mundo, nuestra oración es que podamos vivir dignas de sentir la divina intervención del Señor en nuestros corazones, en nuestras acciones, en nuestras actitudes v en todos nuestros actos, v ser sensibles y responder al poder y la guía del sacerdocio. Las fuerzas del mal son muy poderosas y procurarán desviarnos de las promesas y bendiciones del Evangelio de Jesucristo.

A todas las jóvenes de la Iglesia, y a la niña «Abejita» que me saludó hoy y me dijo «Tengo doce años y estoy en la clase de Abejitas», a todas las Mujeres Jóvenes de la Iglesia, les digo: Os amamos, os necesitamos y creemos en vosotras, y la meta de la vida eterna no está fuera de nuestro alcance.

He tenido el privilegio de conocer el poder y la fortaleza de los hermanos líderes de la Iglesia que guían la gran obra de los últimos días. Somos parte de esa gran obra, y trabajaremos para que cada mujer joven de la Iglesia esté en las filas de los fieles con dedicación, lealtad y valor. Madres, seguid firmes; padres, tened el valor de ser firmes. Líderes, apoyad a esos padres, para que todos juntos podamos preparar una generación digna del encomio del Señor, para que cuando El vuelva tenga una casa de miembros dignos.

A este cargo sagrado y solemne dedico todas mis energías y mis esfuerzos, v me regocijo por la oportunidad de formar parte de esta gran obra, v os doy mi testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.

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