Conferencia General Octubre 1984
Los cimientos de nuestra fe
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Existen piedras angulares básicas sobre las cuales se ha edificado esta gran Iglesia de los últimos días, construida de una manera bien coordinada. Estas son absolutamente fundamentales para la obra.»
Hace una semana en este Tabernáculo de la Manzana del Templo se llevo a cabo la gran conferencia de las mujeres de la Iglesia. Cientos de miles participaron en tal conferencia que se transmitió por todo el territorio de los Estados Unidos. Fue una experiencia edificante mirar los semblantes de aquellas mujeres reunidas en esa oportunidad: mujeres hermosas, de gran fortaleza, de gran capacidad y virtud y de gran fe. Anoche, en forma similar, se reunió en este Tabernáculo una gran cantidad de hermanos del sacerdocio, una reunión que se transmitió a 714 lugares en todo el mundo y a unos 900 centros de estaca en los cuales se hallaban reunidos hombres y jóvenes de la Iglesia que aman al Señor y caminan por senderos de fe y convicción. ¡Cuán maravillosa es esta obra, mis queridos hermanos y hermanas
Es un gran honor para mí el poder estar ante vosotros y dirigirme a los Santos de los Ultimos Días de todo el mundo. Ruego que me guíe el Espíritu Santo.
No estoy aquí en calidad de suplente del Presidente de la Iglesia, sino como su segundo consejero, una responsabilidad que no busque, pero que he aceptado como un llamamiento sagrado, y en cumplimiento del cual he procurado aliviar algunas de las cargas del oficio de nuestro amado Presidente y avanzar con diligencia la obra del Señor. El presidente Kimball es el Profeta del Señor, y nadie puede tomar ni tomara su lugar mientras él viva. Cuando pase a la otra vida, habrá otro hombre presto, quien a través de largos años de experiencia y servicio haya sido capacitado, probado, moldeado y preparado para cumplir con esa responsabilidad tan imponente.
Deseo informar a los miembros de la Iglesia en todas partes que la obra sigue adelante y siento que nuestro Padre Celestial esta complacido con ella. Comprendo también que cada uno de nosotros, cualquiera que sea nuestra posición, podemos desempeñar mejor nuestras responsabilidades. Debemos estar constantemente mejorando; sin embargo, hay motivo para sentirnos satisfechos.
La obra misional avanza y desde la ultima conferencia se han abierto nuevas zonas. También avanza la actividad de los miembros de la Iglesia en todo el mundo. Se esta expandiendo la enorme obra de la investigación genealógica, y una cantidad creciente de miembros fieles lleva a cabo la obra sagrada en los templos.
Estamos edificando nuevas casas de adoración a una escala jamas vista, pues se han desarrollado ciertos métodos en la construcción que permiten hacerlo a un costo mas bajo.
Desde la última conferencia se han dedicado tres templos nuevos: uno en Boise, Idaho; uno en Sydney, Australia; y el mas reciente en Manila, la capital de las Filipinas. Decenas de millares de miembros han participado en estos servicios dedicatorios tan inspiradores. En el templo de Boise se realizaron veinticuatro servicios, y hubo un gran derramamiento del Espíritu del Señor en cada uno de ellos. Recibimos numerosas expresiones de agradecimiento. Y en Australia sucedió lo mismo: los miembros llegaban al templo de lugares tan lejanos como Tasmania en el sur y también de lugares lejanos del norte. Cruzaron el continente entero, desde Perth en la costa occidental, y muchos lo hicieron con grandes sacrificios, con el fin de disfrutar del hermoso ambiente de aquella ocasión en la que se realizaron catorce servicios dedicatorios.
Hace unos días regresamos de Manila, en las Filipinas. En un lugar elevado que ofrece un panorama de todo el valle, se construyó un templo hermoso y sagrado. Y aquí, al igual que en otros lugares, en la piedra de una de sus torres se inscribieron las palabras: «Santidad al Señor, la Casa del Señor». Llegaron por millares los maravillosos miembros fieles de la Iglesia en las Filipinas. Con cantos de gratitud, con palabras de consejo y testimonio y con una oración dedicatoria, todos se unieron en presentar al Señor esta hermosa casa, ofrenda de un pueblo agradecido, como morada suya.
En cada uno de estos nuevos templos, los edificios se han abierto al publico en general antes de su dedicación. Decenas de millares de personas han atravesado sus umbrales, con la libertad de hacer cualquier pregunta. Estos visitantes han sido respetuosos y reverentes al participar del espíritu de estas estructuras sagradas. Al sentir ese espíritu y aprender algo acerca del propósito de estos edificios, nuestros invitados han reconocido la razón por la que, después de su dedicación, los consideramos santificados y reservados para propósitos sagrados, y los cerramos al publico en general.
Al participar en estos servicios dedicatorios, uno percibe la verdadera fortaleza de la Iglesia, aquella fortaleza que yace dentro del corazón de un pueblo que esta unido por el lazo de reconocer a Dios como nuestro Padre Eterno y a Jesucristo como nuestro Salvador. Sus testimonios individuales se basan firmemente en un fundamento de fe con respecto a lo divino.
En cada nuevo templo hemos realizado una ceremonia de colocación de la principal piedra angular, siguiendo una tradición antigua. Antes de que se utilizara extensamente el hormigón, los muros de los cimientos se construían con piedras grandes. Se cavaba una zanja y se colocaban piedras como zarpas. Comenzando en un punto inicial, se colocaba el muro de los cimientos en una dirección hasta llegar a una piedra angular, entonces se daba vuelta a la esquina y se colocaba el muro hasta la siguiente esquina, en donde se colocaba otra piedra, y después a la siguiente esquina, y de allí de nuevo al punto inicial. En muchos casos, incluyendo la construcción de los primeros templos, se utilizaban piedras angulares en cada esquina, las cuales se colocaban con gran pompa. Se hablaba de que la piedra final era la principal piedra angular, y al colocarla se hacia una gran celebración. Teniendo esta piedra en su posición, los cimientos quedaban listos para colocarles la estructura superior. De allí la analogía que usó Pablo para describir a la Iglesia verdadera:
«Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,
«edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
«en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor.» (Ef. 2: 19-21.)
Existen piedras angulares básicas sobre las cuales se ha edificado esta gran Iglesia de los últimos días, construida de una manera bien coordinada. Estas son absolutamente fundamentales para la obra; son el cimiento mismo sobre el cual se levanta. Me gustaría hablar brevemente de estas cuatro piedras esenciales sobre las cuales descansa La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Menciono la primera principal piedra angular, a quien reconocemos y honramos como el Señor Jesucristo. La segunda es la visión que recibió el profeta José Smith cuando se le aparecieron el Padre y el Hijo. La tercera es el Libro de Mormón, que habla como una voz que sale del polvo, con las palabras de los profetas antiguos que declaran la divinidad y realidad del Salvador de la humanidad. La cuarta es el sacerdocio, con todos sus poderes y autoridad, por medio del cual los hombres actúan en el nombre de Dios al administrar los asuntos de Su reino.
Quisiera comentar brevemente sobre cada una de estas. Un elemento absolutamente básico de nuestra fe es el testimonio de Jesucristo como el Hijo de Dios, quien siguiendo un plan divino nació en Belén de Judea. Creció en Nazaret como hijo del carpintero; de su madre terrenal heredó la mortal i dad, y de su Padre Celestial la inmortalidad. Durante el curso de su breve ministerio terrenal, recorrió los polvorientos caminos de Palestina, sanando a los enfermos, dando la vista a los ciegos, levantando a los muertos y enseñando principios transcendentales y hermosos. Él era, como lo había profetizado Isaías, «varón de dolores, experimentado en quebranto». Extendió su mano a aquellos que llevaban cargas pesadas, invitándoles a echar sobre Él sus cargas, declarando: «Mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mat. 11:30). «Anduvo haciendo bienes», y por ello se le odiaba. Sus enemigos lo acosaron, lo atraparon, lo juzgaron injustamente, lo sentenciaron para satisfacer al populacho, y lo condenaron a morir en la cruz del Calvario.
Los clavos penetraron sus manos y sus pies y colgó en agonía y dolor, entregándose a sí mismo como rescate por los pecados de todos los hombres. Murió diciendo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lu. 23:34).
Lo sepultaron en una tumba prestada y al tercer día se levantó del sepulcro. Salió victorioso contra el aguijón de la muerte, las primicias de todos los que dormían. Con su resurrección todos los hombres recibieron la promesa de que la vida es sempiterna, y que así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados En toda la historia de la humanidad, es imposible encontrar algo que iguale la maravilla, el esplendor, la magnitud y los frutos de la vida sin tacha del Hijo de Dios, quien murió por cada uno de nosotros. Él es nuestro Salvador y Redentor. Y tal como lo predijo Isaías: «Se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Is. 9:6).
Él es la principal piedra del ángulo de la iglesia que lleva su nombre: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. No existe ningún otro nombre dado a los hombres, por medio del cual pueden salvarse. Él es el autor de nuestra salvación, el que otorga la vida eterna. No hay otro que se le pueda comparar; no lo ha habido ni lo habrá. Gracias a Dios por el don de su Hijo amado, quien dio su vida para que viviéramos, y quien es la piedra angular principal e inamovible de nuestra fe y de su Iglesia.
La segunda piedra angular es la Primera Visión del profeta José Smith. En la primavera de 1820, un joven lleno de dudas fue a la arboleda que se encontraba en la granja de su padre. Encontrándose solo, suplicó en oración por aquella sabiduría que prometía Santiago que se daría abundantemente a quienes preguntaran a Dios con fe. En ese lugar, bajo circunstancias que nos ha descrito con gran detalle, contempló al Padre y al Hijo, el gran Dios del universo y el Señor resucitado, y ambos le hablaron.
Esta experiencia transcendental introdujo la maravillosa obra de la restauración e inició la dispensación tan largamente esperada del cumplimiento de los tiempos.
Durante mas de un siglo y medio, los enemigos y críticos y algunos seudocientíficos han malgastado su vida tratando de desacreditar la validez de aquella visión. Claro que no la pueden comprender, pues las cosas de Dios solamente se entienden mediante el Espíritu de Dios. No había sucedido algo de tal magnitud desde que el Hijo de Dios había caminado sobre la tierra en la mortalidad. Sin esta visión como piedra angular de nuestra fe y nuestra organización, no tendríamos nada, pero con ella, lo tenemos todo.
Mucho se ha escrito, y mucho se escribirá, con el propósito de justificarla, pues la mente finita no la puede comprender. Pero el testimonio del Espíritu Santo, que han experimentado gran cantidad de personas desde que ocurrió, testifica que es verdad, que sucedió tal como lo relató José Smith, que fue tan real como el alba en Palmyra, que es una principal piedra del ángulo, una piedra fundamental sin la cual no podría estar bien cimentada la Iglesia.
La tercera piedra angular es el Libro de Mormón. Lo sostengo en mi mano; es real; tiene peso y substancia que pueden medirse físicamente. Abro sus paginas y leo, y tiene un idioma hermoso y edificante. El registro antiguo del cual se tradujo salió de la tierra como una voz que habla desde el polvo. Llego como testimonio de generaciones de hombres y mujeres que vivieron sobre la tierra, que lucharon contra la adversidad, que discutieron y pelearon, que en varias ocasiones vivieron la ley divina y prosperaron, y en otras ocasiones olvidaron a su Dios y descendieron al abismo de la destrucción. Contiene lo que se ha descrito como el quinto evangelio, un conmovedor testimonio del Nuevo Mundo acerca de la visita del Redentor resucitado a las Américas.
La evidencia de su veracidad y validez en un mundo que tiende a exigir evidencias no yace en la arqueología ni en la antropología, aunque el conocimiento de estas ciencias podrían ser de ayuda para algunos, ni en la investigación lingüística ni el análisis histórico, aunque estos podrían servir para confirmarla. La evidencia de su veracidad y validez yace dentro del libro mismo. La prueba de su veracidad yace en la lectura del libro mismo. Es un libro de Dios. Los hombres razonables pueden sentir dudas sinceras con respecto a su origen, pero aquellos que lo han leído con oración han llegado a sabe, por un poder que sobrepasa sus sentidos naturales, que es verdadero, que contiene la palabra de Dios, que traza las verdades salvadoras del evangelio sempiterno, que mediante el don y el poder de Dios «para convencer al Judío y al gentil que Jesús es el Cristo». (Portada del Libro de Mormón.)
Aquí esta, y es imposible negar su existencia. La única explicación posible de su origen es la que relató su traductor. Es un tomo compañero de la Biblia, y se yergue como otro testimonio a una generación incrédula de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Es una piedra angular irrefutable de nuestra fe.
La piedra angular numero cuatro es la restauración a la tierra del poder y la autoridad del sacerdocio.
En la antigüedad, los hijos de Aarón recibieron la autoridad menor para administrar los asuntos temporales así como algunas ordenanzas eclesiásticas sagradas. El Señor mismo dio la autoridad mayor a sus Apóstoles cuando declaró: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mat. 16:19).
Su restauración total incluyó el regreso de Juan el Bautista, el precursor de Cristo, quien fue decapitado para satisfacer el capricho de una mujer inicua; y de Pedro, Santiago y Juan, quienes anduvieron fielmente con el Maestro antes de su muerte, y proclamaron su resurrección y su divinidad después de su muerte. También incluyó a Moisés, Elías y Elías el profeta, cada uno de los cuales restauró ciertas llaves del sacerdocio con el fin de completar la restauración de todos los hechos y ordenanzas de las dispensaciones anteriores en esta gran dispensación final del cumplimiento de los tiempos. El sacerdocio esta aquí; se nos ha conferido y actuamos bajo esa autoridad. Hablamos como hijos de Dios, en el nombre de Jesucristo y como poseedores de esta investidura divinamente otorgada. Conocemos el poder de este sacerdocio, pues hemos sido sus testigos, al ver sanar a los enfermos y caminar a los cojos, y al ver la luz, el conocimiento y la comprensión que invaden a los que antes vivían en la obscuridad.
Con respecto al sacerdocio, Pablo escribió: «Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón» (Heb. 5:4). No lo hemos adquirido por compra ni por regateo; el Señor se lo ha otorgado a hombres que se han probado dignos de recibirlo, sin consideración de nivel social, raza o nacionalidad. El sacerdocio es el poder y la autoridad para gobernar en los asuntos del reino de Dios, y se otorga solamente por ordenación, mediante la imposición de manos por aquellos que tienen la autoridad para hacerlo. Para tener derecho de recibir este poder, es necesario obedecer los mandamientos de Dios.
No hay ningún poder en la tierra que se le iguale, pues su autoridad se extiende mas allá de esta vida, atraviesa el velo de la muerte y perdura en las eternidades futuras. Sus consecuencias son sempiternas.
Estos grandes dones divinos son las piedras angulares firmes que afianzan La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, así como también los testimonios y convicciones personales de sus miembros: (1) la realidad y divinidad del Señor Jesucristo como el Hijo de Dios; (2) la visión sublime del Padre y el Hijo que recibió el profeta José Smith, la cual introdujo la dispensación del cumplimiento de los tiempos; (3) el Libro de Mormón como la palabra de Dios, el cual declara la divinidad del Salvador; y (4) el Sacerdocio de Dios divinamente conferido, el cual se ejerce en justicia para bendecir a los hijos de nuestro Padre.
Cada una de estas piedras angulares se relaciona con las otras, conectada mediante el fundamento de apóstoles y profetas, todas unidas a la principal piedra angular, que es Jesucristo. Sobre estas bases se ha establecido Su Iglesia, «bien coordinada», para bendecir a todos aquellos que participen de ella.
Esta fundación esta ceñida por debajo y bien coordinada por arriba, y es la creación del Todopoderoso. Es un refugio contra las tormentas de la vida, un santuario de paz para los afligidos, una casa de socorro para los necesitados, la conservadora de la verdad eterna, el maestro de la voluntad divina, la verdadera y viviente Iglesia del Maestro.
De estas cosas doy solemne testimonio, afirmando a todos los que estén dentro del alcance de mi voz que Dios ha hablado de nuevo para iniciar esta gloriosa dispensación final, que su Iglesia esta aquí y lleva el nombre de su Hijo Amado, que de la tierra ha salido el registro de un pueblo antiguo que da testimonio a esta generación de la obra del Todopoderoso, que el sacerdocio sempiterno se encuentra entre los hombres para bendecirlos y para gobernar su obra, que esta es la verdadera y viviente Iglesia de Jesucristo, que esta inamoviblemente establecida sobre el fundamento de apóstoles y profetas, con piedras angulares firmes, colocadas en su lugar por el Señor mismo para lograr sus propósitos eternos, y siendo Jesucristo su principal piedra angular.
Tal fue la fe de nuestros padres, y tal es la nuestra. «Fe de nuestros Padres, poderosa fe; te seremos fieles hasta la muerte.» En el nombre de Jesucristo. Amén.
























