Conferencia General Abril 1985
Complacer a nuestro Padre Celestial
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Quisiera sugerir que cada hombre y joven que este al alcance de mi voz ponga en practica las palabras del Presidente Kimball: ‘Tratare de hacer lo que complazca a mi Padre Celestial’.»
Mis queridos hermanos, ruego por la inspiración del Espíritu Santo. En cierta manera siento que mis palabras serán un anticlimax, después de haber escuchado esta música tan hermosa. Esta ha sido una reunión maravillosa, comenzando con las voces del coro que entonó la plegaria de Parley P. Pratt, «O Rey de Reyes, Ven», a la que siguió la hermosa oración del obispo Simpson.
Las palabras del presidente Benson nos han conmovido a todos, y creo que después de escuchar sus palabras estaremos dispuestos a ser un poco mas obedientes.
Confío en que a vosotros, jóvenes, os hayan interesado sobremanera las palabras de Peter Vidmar. ¡Que cosa tan maravillosa poder ser el mejor de todo el mundo en algún aspecto! Es un logro tremendo el haber obtenido dos medallas de oro y una de plata en las olimpiadas, y la diferencia en la puntuación de el y la del ganador de esa tercera medalla de oro era solamente veinticinco milésimas de un punto. Eso significa que es muy bueno, y también significa que el margen entre el numero uno y el numero dos puede ser sumamente estrecho, tal como el lo indicó.
Peter pesa solamente 59 kilos y tiene veintitrés años de edad. Comenzó a practicar la gimnasia a las once años de edad, y desde ese entonces su meta era llegar a las olimpíadas, por lo que se preparó durante once años. Nació en la Iglesia y se casó en el templo. Es miembro del Barrio UCLA de la Estaca Los Angeles, California, y sirvió en una misión de estaca. Su manera de vivir, de hablar y de comportarse son un ejemplo para todos los jóvenes. Gracias, Peter, por estar aquí esta noche y por tus palabras.
Quisiera que hubiéramos dispuesto de mas tiempo para escuchar al hermano Ballard, quien es director del Departamento Misional de la Iglesia, y espero que haya infundido en cada joven un deseo mas fuerte de ir a la misión. El es un gran ejemplo de lo que debe ser un fiel siervo. Cuando le pedimos que fuera a Etiopía para investigar personalmente la situación de ese país, en compañía del hermano Pace, dijo rápidamente: «¿Cuando quieren que salga?» Le dije: »¿Que tal mañana?», a lo que respondió: «Ahora mismo voy a que me inmunicen contra la fiebre amarilla y estaré listo para partir». No hubo duda ni demora en su actitud. Mañana me referiré mas extensamente a lo que el dijo esta noche acerca de lo que encontraron en ese país.
Nos hemos sentido inspirados por el maravilloso tributo del élder Ashton al presidente Kimball. Espero que todos hayamos almacenado sus palabras en nuestra memoria y que permitamos que estas den dirección a nuestras vidas.
Y ahora, que experiencia tan inspiradora y hermosa el escuchar a nuestro amado líder, el presidente Kimball, en sus días de gran vitalidad. Sus palabras han renovado en cada uno de nosotros la meta de alargar y aligerar el paso en la gran responsabilidad de llevar el evangelio al mundo y al mismo tiempo fortalecer a los miembros, dondequiera que sea requerido. Es fácil ver por que el presidente Kimball es tan querido por todo el mundo, pues mas que un comandante, ha sido un líder, y creo que entre ambos existe una gran diferencia. El mismo ha hecho todo lo que les ha pedido a los demás, y lo ha hecho con mayor devoción y energía.
Por unos momentos me gustaría utilizar como tema algunas de las palabras que escuchamos de el esta noche. Recordareis que al hablar de su niñez dijo que había decidido que quería complacer a nuestro Padre Celestial. Esa es una afirmación muy sencilla; cualquier persona puede decirlo, pero que efecto tan tremendo tuvo esa resolución en su vida. Y que efecto tan tremendo tendría una decisión similar en la vida de cada uno de nosotros: de vivir de tal manera que complazcamos a nuestro Padre Celestial.
Si esta fuera la medida con la que pudiéramos medir todas nuestras actividades, que diferencia haría. Pensad en lo que esto significaría en vuestra vida. Cada vez que planeáramos un programa, participáramos en una actividad o trazáramos un curso en nuestra vida, si aplicáramos el lema «¿Le agradara a mi Padre Celestial?», nos libraríamos de tanto dolor y lamentaciones y disfrutaríamos de tanto éxito y logros, que seria maravilloso.
Pensad en lo que esa decisión, que tomo cuando era niño, hizo por Spencer Kimball. Hizo de el un hombre integro en el circulo profesional de su comunidad; hizo de el un joven de grandes ambiciones que se preparó para el futuro; hizo de el un joven virtuoso, un esposo y padre amoroso y caritativo, el siervo en quien el Señor no encontró malicia, un profeta para el pueblo.
«Quería hacer aquello que complaciera a mi Padre Celestial», dijo. Esa expresión no tiene tonos grandiosos y heroicos; es simplemente una expresión de su actitud: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es el» (Pro. 23:7).
Quisiera tener la capacidad de grabar en la mente de cada hombre y joven que este al alcance de mi voz, aquella resolución que el presidente Kimball hizo cuando era pequeño. ¿Que querría nuestro Padre Celestial que hicierais para complacerlo’? Primeramente, vosotros, jovencitos. Querría que vivieseis honradamente. Eso significa no hacer trampas en vuestros deberes escolares. Ningún joven que este ansioso por complacer a su Padre Celestial pasaría por alto la oportunidad de educarse. Por medio de la revelación moderna, el Señor nos ha impuesto la responsabilidad de buscar el conocimiento «tanto por el estudio como por la fe»(D. y C. 88:118), espera que todos vivamos vidas productivas y útiles. La juventud es la época de preparación, por lo que el Señor se sentirá complacido con nosotros si nos dedicamos a la tarea de capacitar nuestra mente y nuestras manos para que podamos hacer una contribución substancial a la sociedad a la que pertenecemos.
Ningún joven que este ansioso por complacer a nuestro Padre Celestial se burlaría o degradaría a una hija de Dios por medio de la inmoralidad. Comprendería que el degradar o causar ignominia a una señorita seria insultar a su Padre Celestial que la ama y espera de ella cosas grandes y buenas.
Todo joven que desee complacer a su Padre Celestial estará ansioso y dispuesto a dar aproximadamente un diezmo de su vida a los diecinueve o veinte años de edad, y salir al mundo a predicar el evangelio. Ahorraría su dinero con este fin; trazaría los planes de toda su vida basándose en esta meta; se conservaría física, mental y moralmente alerta, así como espiritualmente fuerte, con el fin de estar preparado para esta grandiosa y sagrada responsabilidad .
Al estar en la misión, estará «anhelosamente empeñado» en la obra del Señor (D. y C. 58:27), dispuesto a dar libremente de su tiempo, talentos, fortalezas y sustento para bendecir la vida de sus semejantes. Se cuidara de malgastar su tiempo o de disminuir la eficacia de su labor con actividades que no concordaran con este grandioso y sagrado llamamiento.
Después de cumplir una misión honorable, regresara a casa con el deseo de completar su educación y con la mira de encontrar a una compañera a quien pueda amar y cuidar por la eternidad. Al tratar de complacer a su Padre Celestial, se asegurara de mantener su cortejo sin mancha y se casara dignamente en la manera que Dios lo ha dispuesto para aquellos que lo aman y desean recibir Sus mas ricas bendiciones, o sea, en Su Santa Casa y bajo la autoridad de Su sacerdocio sempiterno.
Como esposo, respetaría a su esposa, estando siempre a su lado, sin menospreciarla ni degradarla, sino animándola a seguir desarrollando sus talentos y a participar en las actividades de la Iglesia que están a su disposición. La consideraría su mas grande tesoro en la vida, la persona con quien puede compartir sus preocupaciones, sus pensamientos mas íntimos, sus ambiciones y esperanzas. En ese hogar el esposo nunca ejercería «injusto dominio» (D. y C. 121:37, 39), no habría aserción de superioridad ni de autoridad, sino mas bien una expresión de que ambos están unidos en yugo igual.
Ningún hombre puede complacer a nuestro Padre Celestial si no respeta a sus hijas; ningún hombre puede complacer a su Padre Celestial si no magnifica a su esposa y compañera, la nutre, la edifica, la fortalece y comparte con ella.
Ha sido una experiencia maravillosa ver la relación que existe entre el presidente Kimball y su esposa. Ella es una mujer educada, que lee mucho, que ama al Señor y sirve en Su reino; una mujer que apoya, sostiene, ama y anima a su esposo y a sus hijos. Y el, a través de toda su vida de casado, ha motivado y sostenido a su esposa, se ha apoyado en ella, ha compartido con ella sus tiempos de tristeza y de regocijo, en temporadas de tensión como de quietud, en enfermedad y en salud. Juntos han trabajado, han orado, han llorado y se han apoyado mutuamente en una relación que se ha convertido en un ejemplo para toda la Iglesia. El nunca ha olvidado aquella resolución de hacer lo que complaciera a su Padre Celestial.
El abuso físico de la esposa es una practica que es totalmente incompatible con el evangelio de Jesucristo. El abuso de los niños es una afrenta a nuestro Padre Celestial. Tal como el presidente Harold B. Lee nos recordaba constantemente, la labor mas importante que podamos realizar será dentro de las paredes de nuestro propio hogar. El padre que desee complacer a su Padre Celestial gobernará a su familia en un espíritu de amor y de ejemplo.
Parece haber una plaga de abuso infantil que se esta propagando por todo el mundo. Quizás siempre ha existido, pero no había recibido la atención que actualmente se le esta prestando. Me alegro que se este haciendo algo por acabar con esta terrible tragedia, parte de la cual ocurre entre nuestra propia gente. Padres, no podéis abusar de vuestros pequeños sin ofender a Dios. Cualquier hombre que participe en una relación incestuosa no es digno de poseer el sacerdocio ni de ser miembro de la Iglesia, y se le debe disciplinar. Cualquier hombre que golpee o que de cualquier otra manera abuse de sus hijos será responsable ante el Gran Juez de todos. Si hay alguien que me este escuchando que sea culpable de tales pecados, que se arrepienta inmediatamente, repare en lo posible el daño ocasionado, desarrolle en si mismo aquella disciplina necesaria para eliminar esas practicas inicuas, suplique el perdón de Dios y decida en su corazón andar de ahora en adelante con manos limpias.
¡Que hermoso es el hogar en donde vive un hombre recto, que ama a aquellos por quienes es responsable,
que es un ejemplo de integridad y bondad, que enseña la industriosidad y la lealtad, y que no echa a perder a sus hijos dándoles todo lo que se les antoja, sino que es para ellos un ejemplo de trabajo y servicio que sirve de base y apoyo para sus vidas para siempre jamas! Cuan afortunado es el hombre que tiene una esposa que irradia un espíritu de amor, de compasión, de orden, de bondad, cuyos hijos se muestran aprecio entre si, honran y respetan a sus padres, piden y siguen sus consejos! Un hogar semejante esta al alcance de todos los que han cultivado en su corazón la decisión de hacer lo que complazca a su Padre Celestial.
Lo mismo sucede en los esfuerzos comunitarios. Aquellos que amen al Señor trataran de hacer aquello que motive y eleve las normas de su comunidad, aquello que creara y conservara un ambiente de cultura, de crecimiento y de relaciones armoniosas. Nunca olvidemos que somos hijos e hijas de Dios, y que si deseamos complacer a nuestro Padre Eterno, debemos esforzarnos por elevar y fortalecer a sus hijos y las comunidades en que vivimos.
El que desee complacer a su Padre Celestial satisfará las necesidades de Su reino. Esta Iglesia es una parte de Su plan divino; es el reino de Dios sobre la tierra, y la obra que en ella se realiza es importante y necesaria para lograr los propósitos eternos de nuestro Padre. Si cada uno de nosotros desea complacer a nuestro Padre Celestial, debemos responder a las necesidades de su reino y estar dispuestos a trabajar en donde nos llamen y a desarrollar nuestros talentos, a fin de que nuestro trabajo sea mas eficaz en influir en aquellos que no sean miembros de la Iglesia o que no sean activos. Debemos ser diligentes en promover la gran obra de la salvación de los muertos y en cualquier otra forma que podamos brindar nuestra fortaleza, talento y recursos para impulsar y fortalecer a la Iglesia. Esto quizás represente un sacrificio, es verdad, pero por cada sacrificio recibimos una bendición.
En estos últimos dos o tres meses he tenido el privilegio de entrevistar a 58 hombres y extenderles el llamamiento de servir como presidentes de misión. ¡Que experiencia tan satisfactoria e inspiradora! Cada uno de ellos lleva sobre sus hombros una gran responsabilidad en el aspecto comercial o profesional y tiene muchos intereses que requieren su atención; sin embargo, sin excepción, en cada caso la respuesta ha sido: «Si puedo ayudar a llevar adelante la obra del Señor, eso es lo que deseo hacer. Si el Señor esta extendiéndome un llamamiento, estoy listo para salir». En ocasiones, después de estas entrevistas, se me han llenado los ojos de lagrimas al pensar en la gran fe de tantas personas que, respondiendo al llamado de la Iglesia, están dispuestas a dejar de lado cualquier otro interés, por el simple deseo de complacer a nuestro Padre Celestial.
Lo mas maravilloso y asombroso es que aunque tienen que renunciar a muchas cosas para ir, como lo pueden testificar después de regresar, ganan tantas cosas singulares y maravillosas. Todos regresan diciendo que es una experiencia sin igual, y que no la cambiarían por nada. Y así es con cualquier servicio que prestamos como expresión del amor que sentimos por nuestro Padre Celestial. Repito que las palabras que hemos escuchado esta noche del presidente Kimball son muy sencillas. Las pronunció cuando era apenas un niño, pero que poder tan asombroso yace en ellas para motivarnos a rendir un esfuerzo mas grande y divino.
Quisiera sugerir que cada hombre y joven que este al alcance de mi voz las ponga en practica: «Tratare de hacer lo que complazca a mi Padre Celestial». No vacilo en prometer que si lo hacemos, nuestra vida será mas rica, mas satisfactoria y tendrá mas sentido. Nuestros hogares serán mas felices y algún día. en la vida venidera, escucharemos decir a Aquel a quien hemos servido: «Bien, buen siervo y fiel; . . . entra en el gozo de tu señor» (Mat. 25:21). Esto lo ruego humildemente para cada uno de nosotros, en el nombre de Jesucristo. Amén
























