El altruismo

Conferencia General Abril 1985

El altruismo

H. Burke Petersonélder H. Burke Peterson
del Primer Quórum de los Setenta

«La mayoría de nosotros no somos altruistas por naturaleza. En muchas ocasiones es más fácil decir ‘No puedo’, o ‘Soy diferente’, o ‘No tengo tiempo’ que hacer lo necesario para que sea la vida de los demás más feliz y placentera. «

Esta mañana mi espíritu se encuentra subyugado al expresar mi agradecimiento al Señor por la oportunidad de servir y aprender. Estoy agradecido por la fe y confianza que ha depositado en mí. Deseo que sepáis que tengo un tesoro de recuerdos especiales entre los que se cuentan muchos empleados fieles y devotos de la iglesia, tanto aquí como en muchas partes del mundo. Son santos de primera categoría. Mi corazón se enternece al expresar mi amor y gratitud a los obispos Brown, Clarke y Featherstone, con quienes serví durante estos últimos años. Extrañaré la hermandad del Obispado Presidente. Nos sentimos conmovidos y honrados al ser llamados a dedicar nuestros esfuerzos y energía en el sagrado templo. Sabemos que será una experiencia magnifica. Expreso mi profundo agradecimiento a las Autoridades Generales por permitirnos servir en este llamamiento tan especial.

Hace algunos años, junto con otras Autoridades Generales, recibimos la asignación de asistir a una serie de conferencias en las regiones de Nueva Zelanda y Australia. Inicialmente, el presidente Spencer W. Kimball iba a encabezar nuestro grupo; sin embargo, debido a la necesidad de una intervención quirúrgica de emergencia, no pudo viajar con nosotros, de modo que el presidente N. Eldon Tanner tomó su lugar como encargado del grupo.

Durante el viaje, el presidente Tanner le llamaba por teléfono al presidente Kimball a su cuarto del hospital para averiguar cómo seguía y para darle un breve informe de las conferencias en las que participábamos. Después de su diaria llamada a Salt Lake City, el presidente Tanner siempre nos informaba de la condición del Presidente. Todos estábamos ansiosos y recibíamos con gusto aquellos breves mensajes.

En una ocasión, después de que habíamos estado viajando durante cinco o seis días, el presidente Tanner hizo su llamada acostumbrada al hospital; sin embargo, ese día no nos informó nada. Cuando le preguntamos si había hablado con el Presidente, dijo que lo había intentado pero que este no se encontraba en su habitación. «¿Dónde estaba’?» le preguntamos. «No estaban seguros; no podían hallarlo», respondió el presidente Tanner. «Pensaban que tal vez había ido a otro piso para visitar a los enfermos.»

Parafraseando una declaración de Wendell Phillips, seria acertado decir: » ¡Con cuanto cuidado se acuesta a la mayoría de los hombres en sepulcros sin nombre, mientras que de vez en cuando unos cuantos se olvidan de sí mismos, en inmortalidad».

En el proceso del diario vivir, con todas sus tribulaciones, problemas y desánimos, a menudo subestimamos los atributos y habilidades divinos que hacen posible que emulemos la vida del Salvador y, de hecho, hagamos algunas de las cosas que El hizo mientras vivió entre los hombres. Quizás nunca experimentemos personalmente el milagro de levantar a los muertos o el de convertir el agua en vino; quizás no seamos unos de los miles que sean alimentados con unos panes y pescados, ni formemos parte de la milagrosa experiencia de caminar sobre el mar encrespado. Pero, para cada uno de nosotros, hay muchos modelos de vida cristianos en los que podemos participar en nuestra jornada mortal.

Por ejemplo, hoy se encuentran entre nosotros muchas personas que sin titubear obedecen cualquier cosa que se les pida, tal como Él lo hizo; hay quienes perdonan completamente las ofensas de otros, tal como Él lo hizo; entre nosotros hay quienes son escrupulosamente honrados, aun cuando no sea conveniente, como lo fue El. Es interminable la lista de atributos y modelos de vida cristianos, así como también la lista de aquellos que continuaran esforzándose por ser obedientes, por más difícil que sea. ¡Gracias al cielo por todos los que siguen esforzándose, pues no fracasaran!

Esta mañana me gustaría enseñar acerca de otro atributo divino, una cualidad que, al llegar a formar parte de nuestra vida, produce como resultado personas felices en sus relaciones con los demás y en paz consigo mismas y con los que las rodean: hermanos carnales que disfrutan más de la compañía mutua; matrimonios que atesoran su relación; aquellos que están solos, cualquiera sea la razón, que encuentran una vida más plena y abundante. Como podéis ver, existen entre nosotros aquellas personas que son totalmente altruistas, como lo fue El.

Una persona altruista es aquella a quien le interesa más la felicidad y el bienestar de otras personas que su propia conveniencia o comodidad, que está dispuesta a servir a otro cuando no se le requiere ni se le expresa agradecimiento, o una que está dispuesta a servir aun a las personas que no le agradan. Una persona altruista está dispuesta a sacrificar, a purgar de su mente y corazón sus deseos, necesidades y sentimientos personales. En vez de buscar y exigir elogios y reconocimiento para sí misma y la gratificación de sus deseos. La persona altruista se dedicara a satisfacer estas necesidades humanas en los demás. Recordad las palabras del Salvador cuando en una ocasión enseñó a sus discípulos, que buscaban el reconocimiento personal:

«Más Jesús, llamándolos, les dijo: . . .EI que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.» (Mar. 10:42-45.)

Existe otra palabra que rima con la que hemos estado utilizando; no obstante, es una palabra desagradable que describe una característica de proporciones satánicas. No diré mucho acerca de dicha palabra, ya que no es agradable pensar en ella y no nos agrada usarla. La palabra es egoísta. El diccionario describe a la persona egoísta como alguien que «se interesa excesiva o exclusivamente en sí misma . . . busca los placeres o el bienestar sin tener consideración de los demás». Podría agregar que una persona egoísta es a menudo la que dice «yo», «mi» y ‘ mío» en lugar de «nosotros». «nuestro», «tuyo» o ‘suyo». Esa persona está ansiosa por ser el centro de atención, ser el actor principal en las pequeñas escenas de la vida. Quizás no sepa escuchar o le agrade monopolizar las conversaciones. El egoísmo es el gran pecado desconocido. La persona egoísta jamás se considera a sí misma como tal.

Ahora volvamos al aspecto positivo. ¿Qué podemos hacer para cultivar y nutrir esta divina cualidad que es el altruismo’? Quisiera sugerir que como primer paso realicemos una evaluación sumamente cuidadosa e introspectiva. Consideremos los modelos de comportamiento a los que me he referido. ¿Cuáles de ellos forman parte de nuestro estilo de vida o conducta? Por ejemplo:

-¿Podríais ser obedientes si se os pidiera que abandonarais vuestro hogar por dos o tres años, dejarais a vuestros hijos y nietos y fuerais a vivir a un país lejano, en un lugar menos cómodo que el vuestro, en una cultura totalmente extraña? Muchos de los que se encuentran presentes lo han hecho sin siquiera pensarlo dos veces.

-A los que vivís solos: ¿os sentiríais tan solos si visitaseis un asilo para ancianos después del trabajo y antes de llegar a casa para cenar?

-Como padres, ¿podéis dedicar una porción de vuestro valioso tiempo para escuchar a un hijo o a una hija que quiere hablaros de la última moda en el vestir de la juventud o de lo que dijo la maestra? Si lo hacéis, sin interrumpir, descubriréis que se acercaran a vosotros cuando realmente se sientan preocupados, porque saben que vosotros les escucháis.

-A la hora de la cena o al estar en un grupo de personas, fijaos en vosotros mismos. ¿Tratáis de monopolizar la conversación?

-Como parte de este proceso de autoevaluación, es importante recordar que no se podrá realizar ningún cambio permanente en nosotros a menos que reconozcamos la necesidad de cambiar. Eso debe ser lo primero.

Habiendo reconocido la necesidad de mejorar, quisiera sugerir ahora que como parte del proceso de cultivar y nutrir el atributo del altruismo, comencemos a desarrollar una actitud de servicio, un deseo constante por el bienestar de los demás. Podríamos comenzar a interesarnos por aquellos que necesitan nuestro apoyo moral, y después actuar con consideración amorosa. Podríamos:

-Llamar por teléfono a alguien que vive solo, aunque únicamente sea para charlar acerca de las experiencias cotidianas.

-O quizás enviar una notita de felicitación al joven que hablo en la reunión sacramental.

-O enviar una nota de agradecimiento al vecinito mal educado cuando no salta la cerca ni arranca las flores del jardín. Recordemos que aquellos que no son atractivos ni se comportan amablemente son los que más necesitan nuestro interés y amor.

-O quizás podríamos detenernos a charlar con una persona impedida, con quien nunca hemos tomado el tiempo para llegar a conocer. ¿Nos estamos dando cuenta de que estas personas tienen los mismos deseos de amor y amistad que nosotros, pero que generalmente reciben mucho menos?

Es importante romper las cadenas del «yo» que nos atan. Los actos sinceros y sensibles en beneficio de los demás son los que caracterizan el altruismo.

Ahora quisiera dirigirme a los que tengan algún impedimento, ya sea físico, mental o económico. Para aquellos que no les es posible hacer lo que sinceramente quisieran hacer por los demás, permitidme relataros una experiencia familiar.

Hace algunos meses, mi esposa fue a Provo, como acostumbra hacerlo cada semana, para visitar a su madre, que hacía tiempo estaba enferma. Ese día en particular, su madre había tenido un día difícil, y no tenía fuerza suficiente para erguir la cabeza ni abrir los ojos. Aunque estaba físicamente impedida, estaba mentalmente alerta. Mientras mi esposa atendía sus necesidades diarias, charlaba con ella acerca de familiares y amigos Mientras mi esposa le levantaba la cabeza con una mano y le alcanzaba la comida con la otra, comenzaron a hablar de una de nuestras hijas y su esposo, quienes tienen cinco hijos menores de siete años. Mi esposa le comento que tres de esos niños tenían varicela. Era obvio que esa joven madre se encontraba sumamente atareada, y mi suegra dejó de comer, pensó por un momento, y con una voz débil, casi inaudible, dijo: «Me da lástima por Robin. Quisiera poder ir a su casa a ayudarle». Unos momentos más tarde, al meditar mi esposa en lo que su mama había deseado, le dijo: «¿Sabes, mama? Creo que en tu caso el só1o desearlo es suficiente. Seguramente recibirás una bendición por tu servicio y altruismo como si hubieras ido a su casa a ayudarle.» Cuando mi esposa me relató la experiencia, recordé las palabras del rey Benjamin cuando, en el discurso final a su pueblo, dijo:

«Y además, digo a los pobres, vosotros que no tenéis, y sin embargo, tenéis suficiente para pasar de un día al otro; me refiero a todos vosotros que rehusáis al mendigo; . . . quisiera que en vuestros corazones dijeseis: No doy porque no tengo, más si tuviera, daría.» (Mos. 4:24.)

Pienso que al final, seremos juzgados por las intenciones de nuestro corazón. No obstante, tengamos cuidado de no llenarlo de excusas injustificadas .

La mayoría de nosotros no somos altruistas por naturaleza. En muchas ocasiones es más fácil decir ‘No puedo’, o ‘Soy diferente’, o ‘No tengo tiempo’ que hacer lo necesario para que sea la vida de los demás más feliz y placentera. Recordemos las palabras de las Escrituras:

«Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.

«Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?

«¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?

«¿O cuando te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?

«Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.» (Mat. 25:34, 37-49.)

El altruismo es una palabra; una palabra divina que expresa un modelo de vida divino.

Testifico del altruismo del Salvador-testifico que por su vida, su sacrificio expiatorio y su resurrección, hizo posible la resurrección de toda la humanidad y la vida eterna para los obedientes. ¡Yo sé que Él vive! En el nombre de Jesucristo. Amén.

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