Procuremos conocer la voluntad del padre

Conferencia General Octubre 1984logo 4

Procuremos conocer la voluntad del Padre

élder Hugh W. Pinnock
del Primer Quórum de los Setenta

Hugh W. Pinnock«En las enseñanzas de Dios se encuentra la respuesta a todos los dilemas y desafíos de esta vida. «

De vez en cuando recibimos con tal fuerza la impresión del Espíritu Santo que luego sabemos a ciencia cierta el tema que debemos tratar. Hablare sobre lo imprescindible que es el que procuremos conocer mas profundamente la voluntad de nuestro amoroso Padre Celestial.

Hace vanos años, mientras servia en una misión en Pensilvania, tuve la agradable sorpresa de recibir la visita del ministro de una gran congregación protestante. Conversamos amablemente, y analizamos los puntos doctrinales en los que estabamos de acuerdo. De pronto él interrumpió la conversación, diciendo: «Ustedes enseñan algo que yo nunca podría aceptar: su idea de que ‘como Dios es, el hombre puede llegar a ser’.» (History of the Church, 6:30217.) Me fije que tenia en la mano una Biblia bastante gastada, y le pedí que buscara Mateo 5:48. Rápidamente encontró el pasaje, y leyó: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que esta en los cielos es perfecto.»

Se mostró sorprendido, y luego admitió con desgana el gran potencial del hombre. Leímos otros pasajes de escritura, tales como, «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Gen. 1:26). Comprendió, y sintió un nuevo respeto por nuestras enseñanzas. Se fue ese día sabiendo mas, y yo sentí renovada gratitud por las verdades inspiradoras que comprendemos y enseñamos.

Una joven estaba a punto de alejarse de la Iglesia. Un día en que yo estaba en la ciudad donde ella vivía, me pidió que habláramos unos momentos. Había escuchado muchas de las falsedades que nuestros enemigos han utilizado a través de los años para desacreditar a la Iglesia. Durante casi una hora estuvimos leyendo las Escrituras. Finalmente, con una mirada de desahogo me dijo:

-Me han engañado, ¿verdad?

Yo asentí. Aunque estaba decepcionada con lo que los mal informados enemigos de la Iglesia enseñaban, se sentía contenta de haber vuelto a pensar claramente. Y todo lo que hicimos fue leer juntos las Escrituras.

Las confusiones y los errores ocurren cuando nos olvidamos de la importancia de tener la palabra de Dios como guía inalterable.

Hace unos meses, un amigo me preguntó por que había tantos problemas entre muchos de los miembros de la Iglesia en la actualidad. Vacilante, le conteste:

-Indudablemente, estamos en los últimos días en que aun los electos serán engañados. (Mat. 24:24.)

Me miró por un momento y me dijo:

-Si, quizás en parte sea eso, pero creo que la verdadera razón por la que tantos andan extraviados es que no siguen el consejo de los profetas de estudiar las Escrituras y asistir a las clases en la Iglesia.

Muchas veces he pensado en esa conversación. ¿Se dejaría consumir una persona por la autocompasión y un sentimiento de culpabilidad si entendiera las enseñanzas de Jesús: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay . . . voy, pues, a preparar lugar para vosotros» (Jn. 14:2)? Y también, el episodio en que el Maestro dijo que los que no tuvieran pecado tiraran la primera piedra a la mujer acusada de adulterio, y luego, cuando todos se habían ido, le dijo: «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? . . . Ni yo te condeno; vete, y no peques más» (Jn. 8:10-11).

¿O cómo podría engañar a sus clientes, a su patrón o a sus empleados una persona que entendiera a fondo estas palabras de Pablo?: «Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados»(2 Tim. 3:13). Esa persona sabría que si lo hiciera, dañaría cada vez mas su vida y perdería su facultad de discernimiento.

¿Cómo puede alguien decir que no somos cristianos si tiene una ínfima comprensión de la Iglesia original que describe el Nuevo Testamento, con su bautismo para los muertos (1 Cor. 15:29), Sacerdocio de Melquisedec (Heb. 5:6, 10), y sus apóstoles, profetas, evangelistas y maestros (Ef. 4:11)?

¿O cómo podría alguien cometer el infame crimen de maltratar a los niños si recordara las palabras protectoras de Jesús cuando enseñó:

«Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar» (Mat. 18:6)?

¿O sería posible que una persona se dejara llevar por la sutil filosofía humanista que parece esparcirse por doquier si entendiera plenamente estas palabras de Nefi:

«¡Maldito es aquel que pone su confianza en el hombre, o hace de la carne su brazo, o escucha los preceptos de los hombres, salvo cuando sus preceptos sean dados por el poder del Espíritu Santo!» (2 Ne. 28:31)?

¿Demostrarían los jóvenes, en ciertos casos, una total falta de respeto a sus padres si analizaran minuciosamente estas palabras de Pablo?:

«Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor» (Col. 3:20)?

Asimismo, los padres serian más sensibles para con sus pequeños si comprendieran el concepto que enseña el siguiente versículo:

«Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten» (Col. 3:91).

¿Estaría la inmoralidad tan difundida si las personas comprendieran las valiosas palabras que se encuentran en la primera epístola a los corintios? Allí dice que el que comete fornicación peca contra su propio cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, y que no nos pertenece, sino que ha sido comprado por el sacrificio de Cristo. Jesucristo nos compró, en cuerpo y espíritu, y pertenecemos a Dios; por lo tanto, ciertamente debemos cuidar de Sus posesiones. (1 Cor. 6: 15-20.)

¿Se utilizaría el divorcio tan fácilmente como solución a los desacuerdos maritales y a la frustración si se comprendieran mejor las amorosas palabras de nuestro Padre Celestial que se encuentran en las Escrituras de nuestros días’?

‘Amaras a tu esposa con todo tu corazón, y te allegaras a ella y a ninguna otra.

«Y el que mirare a una mujer para codiciarla negara la fe, y no tendrá el Espíritu; y si no se arrepiente, será expulsado.» (D. y C. 42:22-23.)

Con mucha frecuencia olvidamos nuestra doctrina y enseñanzas y, al hacerlo, erramos para nuestro propio mal y para el de los que más estimamos. En las enseñanzas de Dios se encuentra la respuesta a todos los dilemas y desafíos de esta vida. Los ejemplos son incontables, pero la solución es siempre la misma; no varía.

¿Qué podemos hacer para mantenernos en mayor armonía doctrinal con nuestro Padre Celestial? Son tres pasos sencillos los que debemos tomar:

Primero, asistir a las reuniones de la Iglesia. Hace unos años, se nos dio un horario que integra las reuniones de adoración en un periodo de tres horas; así, toda persona tiene exactamente 1ó8 horas de tiempo semanal disponible. El pobre cuenta con la misma cantidad de tiempo que el rico; el erudito de las Escrituras tiene el mismo tiempo que el ignorante en la doctrina. Es cierto, se nos pide que todas las semanas asistamos por tres horas a reuniones en la Iglesia, a fin de familiarizarnos con la palabra de Dios; es menos del dos por ciento de nuestro tiempo. No obstante, durante ese valioso periodo muchas presidencias efectúan reuniones, hay miembros que conversan en los pasillos, y hay líderes que tienen entrevistas. Si, los lideres dirigirían mejor, los consejeros asesorarían mejor, y los miembros, al aprender mas, se capacitarían mejor para enfrentar sus problemas diarios.

Un obispo, una presidenta de Sociedad de Socorro o de Mujeres Jóvenes, un líder del Sacerdocio de Melquisedec o un presidente de estaca no podrían enseñar una mejor lección que la de estar presentes con su cónyuge en la clase de Doctrina del Evangelio, estudiando juntos la palabra de Dios. Y los niños se interesan mas en aprender la doctrina cuando ven a sus padres, con las Escrituras en la mano, ir a las reuniones de la Iglesia y estudiar juntos la palabra de Dios.

Segundo, estudiar las Escrituras con nuestra familia, con otros miembros o con amigos, pero también hacerlo meditando en privado. Escudriñar aquellas que se relacionan con las lecciones del sacerdocio, la Sociedad de Socorro, la Escuela Dominical, las Mujeres Jóvenes y la Primaria; estudiarlas para saber cómo podemos vivir más contentos y menos frustrados en un mundo que, por lo menos a ratos, es triste y amenazador. En las clases de los adultos los materiales de estudio de la Iglesia nos guían, en periodos de cuatro años, en la lectura de todas las Escrituras. Durante su vida, todo miembro de la Iglesia puede convertirse en un erudito de las Escrituras, en lugar de ignorarlas. Somos muy bendecidos al contar con nuestros cuatro libros canónicos.

En abril de este año, me impresionó mucho lo que dijo el élder J. Thomas Fyans, al dirigirse al Primer Quórum de los Setenta, sobre el método que tienen él y su esposa para estudiar las Escrituras. Como sus asignaciones para conferencias de estaca les impiden sentarse juntos en la clase de Doctrina del Evangelio para estudiar el Libro de Mormón, este año estudiaron juntos en casa el manual de la Escuela Dominical, marcando los versículos de escritura a medida que progresaban. Terminaron su estudio de dicho libro en sólo cuatro meses, y estaban entusiasmados ante la idea de repetir la experiencia.

Tercero, hermanos y hermanas, hemos de practicar lo que aprendemos y enseñamos. A fin de evitar la indiferencia hacia lo que leemos, debemos ponerlo en practica. Las Escrituras fueron algo real y practico para los que las escribieron; si vivimos de acuerdo con ellas, serán tan reales y practicas para nosotros como lo eran para ellos.

Muchas veces, el autodominio de un joven o señorita ante circunstancias de extrema tentación es resultado de recordar algún pasaje que aprendió en una clase del seminario, del sacerdocio, de la Escuela Dominical o de las Mujeres Jóvenes.

Muchas veces, la disciplina o la integridad total que se solicita en una entrevista de trabajo o en una venta se originan en un principio que se aprendió por el estudio personal de las Escrituras o gracias a un maestro bien preparado. ¡Cómo os apreciamos y amamos, maestros en la Iglesia!

Son muchas las ocasiones en que los miembros solteros de la Iglesia pueden sobreponerse a las molestias, la aflicción y el desanimo tomando decisiones que se basan en enseñanzas del evangelio.

Si, cada uno de nosotros esta embarcado en la empresa de gobernar su vida para que pueda tener la felicidad ahora y siempre. Pero sólo podemos hacerlo si conocemos la voluntad de nuestro Padre Celestial y la obedecemos.

Tal vez consideraríamos tonta a una persona que no reclamara una buena herencia. Y sin embargo, mucho mas tontos somos si no reclamamos las riquezas de doctrina a las que tenemos derecho.

Que cada uno de nosotros pueda asistir regularmente a las reuniones, estudiar y meditar diligentemente la palabra de Dios y las de los profetas, y practicar constantemente lo que aprendemos. Estas palabras las dejo en el nombre de nuestro Rey, Redentor y Maestro. Jesucristo. Amén.

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