Conferencia General Octubre 1984
«Si eres fiel»
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«El consejo que el Señor dio en la sección 25 de Doctrina y Convenios se aplica a todas las mujeres.»
Que maravilloso resulta que a pesar de estar separados en aproximadamente 900 congregaciones diferentes, estamos reunidos con la mente, con un solo corazón y con un solo deseo. Ese deseo, no me cabe duda, es que cada uno de nosotros pueda ser elevado a un grado mas alto en lo referente a nuestro modo de pensar y de vivir.
Recientemente nos hemos visto honrados con la visita a nuestras oficinas, en dos días consecutivos, del presidente Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos y del Señor Walter Mondale, candidato a la presidencia de este país. Tuve la oportunidad en tales ocasiones de presentarle a cada uno de estos distinguidos caballeros a la hermana Young, a la hermana Kapp y a la hermana Winder. En cada uno de los casos indique que la hermana Young preside una organización de mas de 650 mil niños, que la hermana Kapp preside una organización de mas de un cuarto de millón de jovencitas y que la hermana Winder preside una organización de más de un millón y medio de mujeres, la organización femenina de mas antigüedad en este país y muy posiblemente en el mundo entero.
También presente a estos caballeros a los miembros del Consejo de los Doce y al Obispo Presidente. Todos nos sentamos juntos, hombres y mujeres, oficiales de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, reunidos en la sala de consejo de la Primera Presidencia.
Las mujeres en la Iglesia mancomunan esfuerzos con los hermanos en la administración de esta poderosa obra del Señor. No es de pasarse por alto el hecho de que contamos en estas organizaciones presididas por mujeres, con mas de dos millones y medio de miembros.
Algunos columnistas y periodistas ocasionalmente han tratado de desvirtuar la imagen de la mujer en la Iglesia, alegando que se las relega a un segundo plano o que se les considera inferiores. Nada es más carente de fundamento ni más equivocado. La presencia misma de estas tres sumamente capaces hermanas en esas reuniones con las Autoridades Generales y candidatos a la presidencia de los Estados Unidos es prueba del hecho de que en el plan del Señor, las mujeres llevan sobre sus hombros una tremenda responsabilidad, que son responsables por el cumplimiento de sus deberes, dirigen sus propias organizaciones, las cuales son fuertes y de gran valor para todo lo bueno que se hace en el mundo. Estas hermanas trabajan a la par del sacerdocio, todas ‘combatiendo unánimes» para lograr la edificación del reino de Dios en la tierra. Os honramos y os respetamos por vuestra capacidad. No esperamos de las organizaciones que dirigís otra cosa que un liderazgo firme y resultados sobresalientes. Os apoyamos como hijas de Dios, obreras en una gran sociedad destinada a llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de todos los hijos e hijas de Dios.
Vosotras, mis amadas hermanas, estáis donde estáis, en lo que a vuestra condición de mujeres se refiere, porque Dios nuestro Padre Eterno, quien os ama, os colocó allí. El os ama y os respeta, y nosotros nos sentimos honrados de trabajar junto a vosotras.
Me interesa sobremanera el tema que se ha escogido para esta reunión. Proviene del primer capitulo de la epístola de Pablo a los filipenses, y dice: «Estad firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio».
Así termina el versículo 27. El comienzo de ese mismo versículo es de igual manera compelente. Dice: Comportaos «como es digno del evangelio de Cristo». Repito, comportaos «como es digno del evangelio de Cristo».
Se trata de una invitación sumamente singular hecha a cada uno de nosotros.
Recomiendo que incorporemos esas palabras como un lema personal. Sugiero que las escribáis en un papel y las sujetéis en el marco del espejo a fin de que os sirvan de recordatorio al comienzo de cada día. Pueden llegar a ser un tremendo motivador para el control del enojo, un motivador de pensamientos mas elevados y de expresiones mas dignas.
Al pensar en lo que os habría de decir en esta ocasión, sentí el impulso de leer una vez mas la sección 25 de Doctrina y Convenios Como sabéis, se trata de una revelación dada por medio de José Smith el Profeta, a su esposa Emma. Fue dada en Harmony, Pensilvania, en julio de 1830, poco tiempo después de que la Iglesia fuera organizada. Que yo sepa, esta es la única revelación dada específicamente a una mujer, y al fin de ella el Señor dice: Esta es mi vez a todos.» (D. y C. 25:16.) Por lo tanto, el consejo que el Señor dio en esta ocasión se aplica a cada una de vosotras. Os incluye a vosotras jovencitas de diez y a las de once años. Estoy muy agradecido de que podáis acompañarnos esta tarde. Quiero agradeceros por el esfuerzo que habéis hecho por venir. Muchas de vosotras estáis acompañando a vuestras madres, lo cual es maravilloso, pues no hay nada más bello, ni cuadro más encantador que el de una madre con sus hijas.
Una hermana me escribió hace poco tiempo llena de frustración. Indicaba que había sido vencida o que había fallado en la mayoría de las cosas que había tratado de hacer. Entonces preguntaba en su carta: «¿Qué espera Dios de mí?»
Algunas de las cosas que Dios espera de ella y de toda otra mujer, de hecho, de todos nosotros, esta especificado en esta hermosa revelación.
Dijo el Señor a Emma y a cada uno de nosotros:
Te doy una revelación concerniente a mi voluntad; y si eres fiel y andas por las sendas de la virtud delante de mí, te preservaré la vida y recibirás una herencia en Sión.» (D. y C. 25:2.)
«Si eres fiel y andas por las sendas de la virtud delante de mí.» Esas palabras bien pueden dar pie a un largo sermón, pero me referiré a ellas brevemente en esta oportunidad.
En gran medida cada uno de nosotros posee la llave que conduce a las bendiciones del Todopoderoso sobre nosotros. Si deseamos la bendición debemos pagar el precio. Parte de ese precio esta en ser fieles. ¿Fieles a qué? Fieles a nosotros mismos, a lo mejor que hay en nuestro interior. Ninguna mujer puede darse el lujo de rebajarse, de disminuirse, de degradar sus habilidades y sus capacidades. Cada mujer debe ser fiel a los grandes y divinos atributos que posee. Sed fieles al evangelio. Sed fieles a la Iglesia. Por todas partes nos rodean aquellos que tratan de destruirla, de encontrar debilidades en sus primeros lideres, de encontrar flaquezas en sus programas, quienes simplemente la critican. Os doy mi testimonio de que es la obra de Dios, y que aquellos que hablan contra ella, hablan contra Él.
Sed fieles a Dios, la única fuente verdadera de vuestras fuerzas: es vuestro Padre Celestial y vive; escucha y contesta oraciones. Sed fieles a Dios.
El Señor continuó diciendo a Emma:
«Si andas por las sendas de la virtud.»
Considero que toda mujer en esta reunión de hoy entiende lo que esto quiere decir. Creo que esas palabras fueron dadas a Emma Smith y a todos nosotros, como una condición que debemos observar si deseamos recibir una herencia en el reino de Dios la carencia de virtud es totalmente contraria a la observancia de los mandamientos de Dios. No hay nada más hermoso que la virtud, ni ninguna fortalezca que sea mas firme que la de la virtud. No hay tampoco nobleza que resulte mayor que la nobleza de la virtud, ni ninguna cualidad tan inigualable, ni atavío más atractivo.
Resulta interesante que en esta revelación, cuando el Señor le hizo a Emma esa tremenda promesa condicional, agregó: «Tus pecados te son perdonados, y eres una Señora escogida a quien he llamado.» (D. y C. 25.3.) Me siento agradecido por el don del perdón otorgado por un Padre misericordioso. El Señor dijo por medio del profeta Isaías concerniente a aquellos que se arrepienten y son perdonados:
«Si vuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.» (Is. 1:18.)
A todas las que escucháis mis palabras y que os sentís acongojadas por los errores cometidos en vuestra vida, os doy la seguridad, confirmada tanto en la revelación antigua como en la contemporánea, que donde hay arrepentimiento puede haber también perdón. No os mortifiquéis pensando demasiado en los errores del pasado. Mas bien, «mirad a Dios y vivid».
Emma fue llamada una «señora escogida», o sea, usando otra escritura, que ella era un «vaso escogido del Señor» (Moro. 7:31). Cada una de vosotras es una Señora escogida también. Os habéis librado de las ataduras del mundo para participar del evangelio restaurado de Jesucristo. Habéis hecho vuestra elección y si os mantenéis dignas de ella, el Señor os honrara y os magnificara en esa elección. Entonces le dijo a Emma: «No murmures a causa de las cosas que no has visto.» (D. y C. 24:5.)
El Señor se estaba refiriendo a las planchas que su esposo estaba traduciendo y para cuyo trabajo Emma le ayudaba como escriba. Evidentemente ella se había quejado a causa de que José no se las quería mostrar. Lo que el Señor le estaba diciendo era que no murmurara, o sea, que no se quejara, y que aceptara lo que Él había determinado en su sabiduría eterna; que no buscara defectos. Hay algunas mujeres en la Iglesia que se quejan porque no poseen el sacerdocio. A tales hermanas creo que el Señor les diría, «No murmuréis a causa de las cosas que no recibís.»
Esta es su obra. No fue José quien decidió que no mostraría las planchas a nadie, sino que se le dijo que no lo hiciera. Tampoco nosotros hemos escrito las reglas en cuanto a quienes recibirán o no el sacerdocio. Eso fue dispuesto por Dios, quien dirige esta obra, y solamente Él esta en condiciones de cambiarlo.
Emma fue llamada, según lo establece esta revelación para ser «un consuelo en sus tribulaciones a [su] siervo José Smith, [su] marido, con palabras consoladoras, en el espíritu de mansedumbre». (D. y C. 25:5.)
¡Qué palabras tan interesantes! Emma era la esposa de José, su compañera, su fortaleza en sus aflicciones. Ella debía consolar con palabras de animo, en un espíritu de mansedumbre. Puedo percibir en estas palabras la responsabilidad que le cabe a toda mujer que es casada, de establecer el tono de las cosas que se hablan en el hogar. Como dice en el libro de Proverbios, «la blanda respuesta quita la ira». (Prov. 15:1.) Resulta interesante, que en esta revelación, el Señor habló de palabras consoladoras pronunciadas en un espíritu de mansedumbre.
No obstante, es mucho lo que se discute en los hogares de nuestra gente, y ello resulta destructivo, corrosivo y conduce solamente al rencor, al padecimiento y a las lágrimas. Cuan bien procederíamos si en esos momentos en que en el hogar hay tensión, fricciones y aflicción, habláramos con palabras consoladoras y un espíritu de mansedumbre.
Emma seria ordenada bajo las manos de José ‘para exponer las escrituras y para exhortar a la Iglesia, de acuerdo con lo que [le indicara el Espíritu de Dios]». (D. y C. 25:7.)
Emma debía ser una maestra, una maestra de dignidad y verdad, pues el Señor dijo referente a su llamamiento: «Recibirás el Espíritu Santo; y dedicarás tu tiempo a escribir y aprender mucho.» (D. Y C. 25:8.)
Debía estudiar el evangelio y las cosas del mundo en el que vivía. Eso fue puesto bien en claro en las revelaciones que siguieron y que se aplican a todos nosotros. Tendría la responsabilidad de dedicar su tiempo a «aprender mucho». También debía escribir y expresar sus pensamientos. A vosotras, mujeres de la actualidad, tanto adultas como jóvenes, quisiera sugeriros que escribierais, que mantengáis vuestros diarios al día, que volquéis vuestros pensamientos en el papel. El escribir es una gran disciplina y un tremendo esfuerzo educativo. Os ayudara de varias maneras, y bendecirá la vida de muchas personas, de vuestra familia y de otras, ahora y en los años venideros, al escribir en cuanto a vuestras experiencias y aconteceres.
En el lenguaje de la revelación, Emma debía «exponer las escrituras, y exhortar a la iglesia de acuerdo con lo que indicara el Espíritu».
Que cometido tan maravilloso el dado a Emma y a todas las mujeres de esta Iglesia. Debemos aprender, prepararnos y debemos organizar nuestros pensamientos. Debemos exponer las Escrituras y exhortar para hacer buenas obras, según lo indique el Santo Espíritu.
El Señor continuó: «Te digo que desecharás las cosas de este mundo y buscarás las de uno mejor.» (D. y C. 25:10.)
No creo que le estuviera diciendo a Emma que no debía preocuparse por tener un lugar donde vivir, ni qué comer, ni que vestir, sino que le quiso decir que no se obsesionara con tales cosas, como muchos de nosotros lo hacemos. El Señor le dijo que pusiera sus miras en las cosas más importantes de la vida, en la dignidad, en la bondad, en la caridad y en el amor al prójimo: en cosas eternas. Se le instruyó que hiciera una colección de himnos para la Iglesia, y resulta interesante que este consejo llegara solo a los tres meses de haber sido organizada la Iglesia. Junto con tal llamamiento, el Señor efectúo una magnifica declaración la cual citamos a menudo: «Porque mi alma se deleita en el canto del corazón; si, la canción de los justos es una oración para mí, y será contestada con una bendición sobre su cabeza.» (D. y C. 25:19.)
Al cantarnos este hermoso coro esta noche, pasaron por la mente esas palabras: El canto de los justos es una oración para Dios, y será contestada con una bendición sobre su cabeza.
Mas adelante el Señor le dijo a Emma:
«Por consiguiente, eleva tu corazón y regocíjate, y no te apartes de los convenios que has hecho.»
Creo que Él nos esta diciendo a todos nosotros, «sed felices». El evangelio es motivo de gozo, nos proporciona razones para alegrarnos. Por supuesto que hay momentos de dolor, hay horas de preocupación y ansiedad. Todos nos preocupamos, pero el Señor nos ha dicho que elevemos nuestros corazones y nos regocijemos. Muchas son las personas que veo, incluyendo mujeres, que parecería que jamás vieran el lado positivo de la vida y que anduvieran siempre entre tormentas bajo el cielo nublado. Tratad de cultivar un espíritu de optimismo y fe, regocijándoos con la belleza de la naturaleza, con la bondad de aquellos a quienes améis y con el testimonio que lleváis en el corazón concerniente a las cosas de naturaleza divina. «Continua en el espíritu de mansedumbre y cuídate del orgullo.»
Estas son palabras de esta misma revelación. Enorme es el significado que tienen para nosotros; y a continuación dice: «Guarda mis mandamientos y recibirás una corona de justicia.»
Tal fue la promesa del Señor a Emma Hale Smith, y es la promesa a todas vosotras. La felicidad se encuentra al guardar los mandamientos. Para una mujer Santo de los Ultimos Días sólo puede haber sufrimiento en la violación de esos mandamientos. Para cada una que los cumple esta la promesa de una corona, una corona de reina para cada hija de Dios, una corona de justicia y vida eterna.
Os recomiendo a cada una de vosotras las palabras de esta gran revelación dada hace 154 años. Tiene tanta vigencia hoy como cuando fue dada, por lo que os exhorto a todas vosotras que la leáis, que meditéis en cuanto a ella, pues no sólo se aplica al tema de esta reunión, sino que también lo amplía.
Que Dios os bendiga mis amadas hermanas-a vosotras queridas niñas a quienes tanto apreciamos, a vosotras hermosas Jóvenes, quienes soñáis hermosos sueños en cuanto al futuro; a vosotras que no sois casadas y a veces os sentís solas, y a quienes, os lo aseguro, el Señor no ha olvidado; a vosotras que lleváis el peso de criar hijos; a vosotras que sois viudas o divorciadas, y a vosotras bellas ancianas a quienes tanto amamos, honramos y respetamos. Que Dios os bendiga con todo lo que deseáis que sea justo, con paz en el corazón y gozo en la vida, como hijas de Dios bendecidas con la luz de su evangelio sempiterno. Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo Amén.
























