Conferencia General Octubre 1984
Unidas, llevemos nuestras creencias a la acción
por Barbara W. Winder
Presidenta General de la Sociedad de Socorro
«Si vivimos con la compañía constante del Espíritu, podremos oír la voz apacible y delicada y recibir orientación sobre lo que hemos de hacer y decir.»
Presidente Hinckley, élder Larsen, hermanos, hermanas Kapp y Young, y hermanas, hemos sido bendecidas con la música, los mensajes y la gran efusión del Espíritu. Me siento humilde y honrada en este llamamiento de servir al Señor y a vosotras, y siento también la gran responsabilidad de ello.
Desde el Tabernáculo, os imagino en todos los extremos del mundo en vuestras capillas y centros de estaca, en vuestras ramas: las más selectas mujeres que el Señor ha enviado jamás a la tierra; mujeres talentosas, rectas, dispuestas, aportando cada una, individualmente, a la edificación del reino.
Somos un pueblo de convenios, lo cual ha explicado muy bien la hermana Young e ilustrado muy bellamente la hermana Kapp. Hemos prometido vivir de tal manera que podamos reflejar los principios del evangelio en que creemos, ayudando a los que nos rodean. El presidente Kimball ha dicho que los «grandes hombres y mujeres siempre tendrán mayor interés en servir que en dominar». («Vuestro papel como mujeres justas», Liahona ene. de 1980. pág. 171.)
Desde el relevo de mi esposo como presidente de la Misión de California San Diego, le miro y se me llenan los ojos de lagrimas. Al verme así, el debe de imaginarse que las responsabilidades de mi llamamiento son grandes (y lo son) y que tengo preocupaciones y difíciles decisiones que tomar (y las tengo); pero mis lagrimas son por el respeto y admiración que siento por él o y su profunda dedicación al Señor no importa en que cargo le sirva. En cuanto recibí el presente llamamiento, él hizo de inmediato lo que era preciso para concluir nuestra labor misional, y desde entonces me ha brindado todo su apoyo. Creo que la facultad de actuar así se deriva de un entendimiento de los principios del evangelio, del conocimiento de los convenios que hacemos y de la determinación de vivir de acuerdo con ese conocimiento . . . y también de un gran amor por el Señor.
Además, el presidente Kimball dijo: «[Las] verdaderas heroínas . . . [son] las mujeres a quienes les interesa mas lograr la rectitud que satisfacer sus deseos egoístas . . . Tienen verdadera humildad, la cual hace que valoren mas la integridad que el aspecto exterior de las personas.» (Vuestro papel como mujeres justas». Liahona, ene. de 1980, pág. 171.)
He visto ejemplos de mujeres que me han impresionado por su espíritu y dedicación al Señor, en cuya vida se reflejan gratitud y fe constantes. Hay mujeres solas que han llegado al corazón de barrios enteros con sus buenas obras; madres de diversas edades y circunstancias (casadas, viudas, divorciadas) que no dejan que nada obstruya su misión de criar a sus hijos para que sean rectos; esposas que apoyan a su marido en situaciones a veces difíciles y mujeres que están dispuestas a defender el hogar en publico y por el servicio a la comunidad. He observado el proceso refinador por el cual pasan estas hermanas al olvidarse de sí mismas en el servicio a los semejantes y al sacrificarse mientras se esfuerzan por edificar el reino, cumpliendo así con la admonición del presidente Kimball de ser «una fuerza indispensable de amor, de verdad y de rectitud . . . para edificar a su familia, amigos y conocidos». («Vuestro papel como mujeres justas», Liahona, ene. de 1980, págs. 170-171.)
Estamos combatiendo unánimes, siendo una de corazón y de mente para llegar a ser la Sión en la cual llevemos nuestras creencias a la acción.
Hace poco, en una reunión de ayuno y testimonio, una jovencita expresó su gratitud por su clase de la Primaria y dijo que, animadas por sus madres, todas las chicas habían colaborado en las actividades de la clase. En esa misma reunión, una hermana dio gracias al Padre Celestial por su nuevo llamamiento de presidenta de las Mujeres Jóvenes, prometió dedicarse al y enseguida rogó a las madres que procuraran que sus hijas participaran en el programa.
Las hermanas que trabajan en la Primaria y con las Mujeres Jóvenes toman parte activa en la Sociedad de Socorro como maestras visitantes, en servicio caritativo y en las reuniones de Economía Doméstica. Hermanas, es preciso que nos apoyemos mutuamente al enseñar y adiestrar a los demás. Como hermanas en el evangelio, estamos unidas por e! Servicio que prestamos para que las demás personas y las familias sean fortalecidas
En Mosíah 18:89 se nos dice que somos «llamados su pueblo . . . dispuestos a llevar las cargas de unos y otros para que sean ligeras . . . dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo».
Cuando los del pueblo comprendieron las promesas bautismales que les expuso Alma, «batieron sus manos de gozo y exclamaron: Ese es el deseo de nuestros corazones». (Mos. 18:11.)
¿Cuál era el deseo de sus corazones? Que se cumplieran las promesas bautismales, o sea:
- Que fuesen lavados de sus pecados.
- Que sus nombres fueran contados con los «hijos de Cristo» (Mos. 5:7), o sea, miembros de Su Iglesia.
- Que recibieran el don del Espíritu Santo.
- Que al guardar los mandamientos, recibieran la vida eterna.
«El bautismo solo, desde luego, no basta para que seamos llamados ‘hijos de Cristo’; debemos seguir continuamente por la senda de la rectitud.» (Cursos de Estudio de la Sociedad de Socorro 1984, pág. 37.)
Si vivimos con la compañía constante del Espíritu, podremos oír la voz apacible y delicada y recibir orientación sobre lo que hemos de hacer y decir.
Las palabras del élder John a Widtsoe nos recuerdan que nuestros convenios hacen más valiosos nuestros actos diarios; él dijo:
«Siempre una pieza de plata conserva cierto valor al pasar de una mano a otra; se pesa y en el mercado se vende; mas cuando esa plata se acuña en una moneda, recibe entonces un sello que es la marca del gobierno; se convierte en moneda del país y pasa entonces de una persona a otra para efectuar la obra del gobierno. Igual cosa sucede con todo acto del hombre; en cuanto se convierte en parte del gran plan, el plan de salvación, se le da un sello espiritual y pasa de una persona a otra, y de mente a mente, para efectuar la gran obra de Dios.» (En Conference Report, abril de 1922, págs. 96-97.)
Mi suegra, de ochenta y siete años, que fue llamada a ser mi maestra visitante, ha recibido un «sello espiritual», pues ha sabido llevar sus creencias a la acción al visitarme con alegría y fidelidad, lo que no es tarea fácil, ya que debe visitarme a horas extrañas. Me lleva breves y edificantes mensajes, me alienta, aplica el tema a mi vida y me eleva espiritualmente; sí, también los lideres necesitamos que se nos aliente.
El Señor muchas veces envía a algunos de sus hijos a dar respuesta a las oraciones de otro.
Una amiga mía perdió a dos hijos varones en un accidente de motocicleta y su dolor era inconsolable. Al no poder comunicarse con su obispo, acudió al Señor en ferviente oración. Al terminar de orar, su maestra visitante, que había llegado a verla, le dijo sencillamente: «Tuve la impresión de que usted me necesitaba.»
En otro caso, murió la madre de una hermana. Una amiga, enterada de ello, deseaba ayudarla, pero no sabia cómo hacerlo. ¿Debía llevarle flores, comida? Su marido le aconsejó que se lo preguntara al Señor. La respuesta fue: «Tan sólo ve a verla.» Así lo hizo, y la afligida hermana se sintió inmediatamente consolada con la presencia de la amiga y le pidió que orara con ella. Después, la hermana atribulada dijo que la amiga le había llevado la paz que necesitaba.
Muchas podrán charlar, pero por los convenios que hemos hecho, nosotras vamos en el nombre del Señor y podemos decir y hacer lo que en otras circunstancias no podríamos decir ni hacer.
Hermanas, hay en nuestra Iglesia hoy día quienes se sienten solas y aisladas. Me angustia el clamor de aquellas hermanas que quieren aportar, que desean sentirse integradas, que anhelan compañerismo y que, no obstante, no se sienten amadas ni aceptadas. Busco también los rostros de las queridas hermanas que deseamos estuvieran aquí, que acaso estén ausentes por sus propios problemas y cuya presencia nos fortalecería más. Os necesitamos a todas y cada una de vosotras.
El presidente Hinckley nos ha dicho: «Dios ha dado a la mujer de esta Iglesia una tarea que cumplir en la edificación de Su reino.» (Liahona, ene. de 1984. pág. 144.) Se pueden realizar hermosas obras cuando las hermanas en el evangelio trabajan juntas.
Nefi nos dice con respecto al convenio del bautismo: «Os halláis en este recto y estrecho camino que conduce a la vida eterna; sí, habéis entrado por la puerta; habéis obrado de acuerdo con los mandamientos del Padre y del Hijo; y habéis recibido al Espíritu Santo.» Entonces pregunta si ya quedó hecho todo. «Os digo que no; . . . debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin… . tendréis la vida eterna.» ( 2 Ne. 31: 20.)
Hermanas, os insto a prepararos tanto vosotras mismas como a vuestras familias para recibir las bendiciones de convenio, lo cual lograremos si guardamos los mandamientos, si procuramos constantemente la compañía de Espíritu Santo y si llevamos nuestras creencias a la acción.
Al esforzarnos juntas por prestar recto y abnegado servicio en nombre del Señor, apoyándonos mutuamente, nos uniremos, al brillar nuestra luz como un estandarte, unidas por el bien que hagamos para que ya no haya ‘ extranjeros ni advenedizos . . . sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios». (Ef. 2:19).
Doy testimonio de ello en el nombre de Jesucristo. Amén.
























