Vivid el evangelio

Conferencia General Octubre 1984logo 4

Vivid el evangelio

presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley«Sed felices en lo que hacéis; cultivad un espíritu de alegría en el hogar; dominad y doblegad el enojo, la impaciencia y las habladurías. Que la luz del Evangelio ilumine vuestros rostros doquiera que vayáis y en cualquier cosa que hagáis.»

Mis queridos hermanos y hermanas, esta ha sido una magnifica conferencia, en la cual solamente una cosa ha estado ausente, y es el haber podido escuchar algunas palabras del presidente de la Iglesia, el Profeta del Señor. Cuanto hubiera deseado que el Presidente Kimball hubiera podido hablarnos. Todos lo amamos y oramos por él. Él desea que os haga llegar a todos vosotros su amor y bendiciones.

También extrañamos los consejos que nos hubiera dado el presidente Romney. Estos dos hermanos nuestros han alcanzado una edad avanzada: y comprendemos sus aflicciones y sentimos mucho aprecio por ellos. Es nuestro ruego que el Señor los bendiga, los consuele y los sostenga de acuerdo con su inmensa sabiduría, la cual excede la de cualquier ser humano. La esta llevando a cabo su plan maestro en cuanto a sus propósitos y su reino.

Si nuestros lideres hubieran podido hablarnos, estoy seguro de que nos habrían dicho: «Vivid el Evangelio.» Ese es el mayor de todos los compromisos que debemos cumplir. Se trata de una amonestación sumamente sencilla, pero encierra en sus pocas palabras un mandato que se aplica a todos nosotros. Tiene que ver con nuestro hogar y nuestra vida familiar con nuestros trabajos diarios, con nuestras actividades y responsabilidades como hombres y mujeres, hermanos y hermanas en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Al retornar a nuestros hogares, resolvamos de todo corazón vivir el evangelio mas plenamente.

Hace cien años, en la conferencia de octubre de 1884, en este mismo tabernáculo, George Q. Cannon, entonces consejero en la Primera Presidencia, de pie en este preciso lugar, declaro a quienes estaban reunidos: «Si pudiera hablar de forma tal que el mundo entero escuchara mis palabras, quisiera decir en los oídos de todo ser mortal, que nunca se le permitirá a ningún poder que se conjure o conspire en contra de esta obra de Dios, como para retrasar su progreso desde este momento hasta que la consumación total se haya alcanzado, o sea, que los Santos de los Ultimos Días sean fieles a Dios, que observen sus mandamientos, que se santifiquen a si mismos y se libren del pecado, y vivan una vida pura y santa. Si hacen estas cosas, entonces tenemos asegurado el éxito y el continuo crecimiento de este reino, de ello no cabe la más mínima duda. Que así será lo afirmo en el nombre de Jesucristo » (En Journal of Discourses, vol. 25, pág. 325.)

Agradezco todo lo que han dicho los que han hablado en esta conferencia. Os aseguro, como os lo he asegurado en el pasado, que hay unidad en el liderazgo de la Iglesia. No existe la más mínima división entre las Autoridades Generales, sino una gran lealtad, lealtad hacia vosotros, lealtad del uno para con el otro, lealtad hacia esta causa, lealtad hacia Dios y hacia su Hijo Eterno.

Amo a estos mis hermanos. Ninguno de ellos ha vacilado jamas cuando se les ha extendido un llamamiento. Han estado siempre dispuestos a viajar por tierra y mar, bajo sol y tormentas, a fin de llevar a cabo lo que se les pidiera. Han cumplido en todo momento con la solemne exhortación que se les dio a cada uno en el momento en que fueron llamados de que pusieran el Reino de Dios por encima de todos sus demás intereses.

Lo mismo puedo decir de miembros de presidencias de estacas, de obispados, de representantes regionales, de presidentes de misión, y muchos otros. Siempre me resulta algo milagroso ser testigo de la fidelidad de estos hombres que han sido llamados para servir como líderes locales de la Iglesia.

Quiero aseguraros que estos hermanos han sido llamados por el Espíritu de profecía y revelación; han sido apartados por aquellos que tienen la autoridad para hacerlo; han sido bendecidos con sentido común y comprensión, con discernimiento e inspiración. Exhorto a los miembros de la Iglesia, dondequiera que os encontréis, que al enfrentaros con problemas, primero tratéis de resolverlos por vosotros mismos; los analicéis, sopeséis las posibilidades, oréis en cuanto a ellos y busquéis la guía del Señor. Si no estáis en condiciones de solucionarlos, que habléis con el obispo o presidente de rama. Él es un hombre de Dios, llamado por la autoridad del sacerdocio para ser pastor del rebaño.

Muchas son las cartas dirigidas al presidente Kimball que solicitan consejo en cuanto a problemas personales. La mayoría de estos podrían ser resueltos por las personas mismas, y por cierto con mas seguridad si tan sólo buscan el consejo del obispo o presidente de estaca, quienes conocen mejor que nadie a los miembros de sus barrios y estacas. No me cabe duda de que estos hermanos estarán dispuestos a escuchar los problemas de aquellos por quienes son responsables, a ayudar y a orar en busca de soluciones.

Es mucho mejor que las personas busquen la opinión de estos líderes locales en vez de escribir a las Autoridades Generales de la Iglesia, quienes, en muchos casos, simplemente vuelven a poner tales solicitudes en manos de los obispos o presidentes de estaca. Dicha medida no obedece a no estar dispuestos a ayudar a quien lo necesite, sino que está respaldada por un procedimiento establecido de la Iglesia el cual dice que debemos buscar el consejo de nuestros líderes locales, quienes nos conocen mejor. Tales líderes tienen derecho a recibir inspiración del Señor al aconsejar a aquellos por quienes tienen responsabilidad. Aun si el presidente Kimball gozara de buena salud, de ninguna manera podría hacerse cargo de todos los problemas personales de los miembros, además de encargarse del tremendo peso administrativo que lleva sobre sus hombros. Si los obispos y presidentes de estaca no disponen de la solución a los problemas que son llevados ante ellos, entonces pueden escribir a la Primera Presidencia de la Iglesia. Tal es el orden en la Iglesia, hermanos y hermanas, y hay en ello gran sabiduría.

Y para terminar, algo más. Disfrutad de vuestra condición de miembros de la Iglesia. ¿Dónde en el mundo podéis encontrar una sociedad igual? Disfrutad de vuestra actividad en la Iglesia. Cuando serví como misionero en Londres, hace cincuenta años, mi compañero y yo nos dábamos un apretón de manos por la mañana y nos decíamos el uno al otro, «la vida es buena». La vida en el servicio del Señor es buena, es hermosa, es recompensante.

Sed felices en lo que hacéis: cultivad un espíritu de alegría en el hogar: dominad y doblegad el enojo, la impaciencia y las habladurías. Que la luz del Evangelio ilumine vuestros rostros doquiera que vayáis y en cualquier cosa que hagáis.

Que Dios os acompañe a todos, hermanos y hermanas. Que os sonría al veros andar obedientes a sus mandamientos.

Añado mi testimonio a los muchos que se han dado durante esta conferencia. Sé que Dios, nuestros Padre Eterno, vive. Que es el Padre de los espíritus de todos los hombres. Jesús es el Cristo, el Ungido, el Unigénito del Padre en la carne, nuestro Salvador y Redentor, quien dio su vida, sacrificándola por todos nosotros.

José Smith fue y es un profeta, y tenemos otro profeta entre nosotros. Esta es la Iglesia de Jesucristo, restaurada en esta dispensación, para bendecir a todos los hijos de nuestro Padre Celestial.

Os dejo mi amor y bendiciones, así como las de cada uno de mis hermanos de las Autoridades Generales. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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