Conferencia General Abril 1985
Oídos para oír
obispo Henry B. Eyring
Primer Consejero en el Obispado Presidente
«Si todos estudiamos las Escrituras, oramos y aprestamos el corazón y los oídos, escucharemos la voz de Dios en la de aquellos a quienes ha enviado para enseñarnos y guiarnos.»
El viernes por la mañana el presidente Hinckley me llamó para que sirviera como consejero del obispo Hales en el Obispado Presidente. Me siento agradecido por el llamamiento y porque se que es el Salvador el que hace esos llamamientos por medio de sus siervos en Su Iglesia. También me siento agradecido por vuestro voto de sostenimiento, el cual estoy seguro se deriva de vuestra convicción de que Dios hizo el llamamiento.
Durante las reuniones de ayer me sentí emocionado por la reacción de las Autoridades Generales. Primero, expresaron su amor y confianza, lo que aprecio inmensamente, Pero, en el caso de los obispos Brown, Peterson y Clarke, además de los mismos sentimientos de amor, sentí que expresaban preocupación o ansiedad. Me di cuenta de que sabían lo que me esperaba y de que sabían que el sólo pensar en la gran responsabilidad que tendría sobre mis hombros me tenia abrumado. A medida que este sentimiento se intensificaba, me hacía pensar cada vez mas en mi mismo. Pero luego recordé que en las ultimas semanas un diácono ha vuelto a casa con las listas, anunciando que era el nuevo secretario del quórum; un maestro ha sido llamado como presidente de su quórum; una madre ha recibido el cargo de consejera en la Sociedad de Socorro; y un joven de diecinueve años ha sido trasladado a otra ciudad con un nuevo compañero de misión. A cada uno de ellos, así como a cada uno de vosotros, el temor a fracasar debió atemorizaros, al igual que a mí.
Ayer por la tarde sucedió algo que me ayudo mucho, y quizás sirva a vosotros también. Desde ese momento el temor desapareció. Sucedió cuando el obispo Hales estaba hablando en la conferencia. Al mencionar que nos conocíamos desde la niñez, acudió a mi mente el recuerdo de la sala de un hotel en New Brunswick, estado de Nueva Jersey. Es casi seguro que el élder Hales no estaba allí porque el pertenecía a lo que nosotros considerábamos la importante Estaca de Nueva York. Nosotros estabamos en el Distrito de Nueva Jersey, el que comprendía todo el estado. La Rama Princeton se reunía en el comedor de mi casa. Papa era el presidente de la rama; mi madre, la pianista y directora de música (lo que es difícil de hacer si lo pensamos bien). En toda la rama no había otra familia con niños, así que mi hermano Ted era el representante del Sacerdocio Aarónico, y mi hermano Harden y yo éramos los niños de la Primaria y la Escuela Dominical de Menores. La congregación se componía de estudiantes que estaban allí temporalmente, y algunos conversos de edad cuyos cónyuges no eran miembros.
No teníamos capilla, ni gimnasio, ni centro de estaca, y habíamos ido al salón de baile de un hotel para lo que debía de haber sido una conferencia de distrito. Recuerdo que estaba sentado en una silla plegable casi al fondo del salón, junto a mi madre. Debo de haber sido bastante pequeño porque me acuerdo de haber pasado las piernas por el respaldo del asiento y de haberme sentado mirando para atrás. Pero después recuerdo haber oído algo: una voz de hombre que venia del púlpito.
Me di vuelta y mire; todavía recuerdo que el discursante estaba sobre una plataforma de madera y había una ventana grande detrás de el. Era la autoridad visitante. No se quien era, pero sí que era alto y calvo, y me pareció muy viejo.
Debe de haber estado hablando del Salvador o de José Smith. o de ambos, porque esos eran los temas que mas recuerdo haber oído en esos días. Pero, al oírlo hablar, supe que lo que estaba diciendo provenía de Dios y que era la verdad, y sentí que sus palabras ardían en mi corazón. Eso fue mucho antes de que los eruditos me dijeran que era muy difícil saber esas cosas con certeza. Sin embargo, supe con certeza que era la verdad. Y cuando escuche al obispo Hales ayer, supe que lo que estaba diciendo era de Dios y que era la verdad, y el temor desapareció .
Vosotros podéis tener esa misma confianza, no de vosotros mismos, sino la que proviene de Dios. El vive y se comunica con Sus hijos. Esta es la Iglesia de Jesucristo y El la dirige. Ninguna asignación ha de agobiaros si recordáis esto y escucháis la voz del Maestro.
Me parece oír a los jóvenes diáconos decir: «Claro, eso esta muy bien para usted, pero no creerá que eso me va a ayudar en mi asignación del quórum de diáconos». Claro que si. Una vez, además de ser miembro del sumo consejo y de la Mesa General de la Escuela Dominical, servía como asesor del quórum de diáconos. Un jovencito, que era el presidente, presidía las reuniones y yo enseñaba las lecciones basándome en las Escrituras y en lo que decía el manual, sin desviarme mucho de el. Recuerdo que uno de los muchachos tuvo que faltar a algunas reuniones y mando a su hermano con una grabadora para grabar las reuniones y poder escucharlas en la casa. Esto sucedió mas de una vez, así que cuando volvió, le pregunte por que lo habla hecho. No recuerdo exactamente lo que me dijo, pero si me acuerdo que era obvio que este diácono sabía lo que yo sabía. Que Dios estaba tratando de comunicarse con este quórum de diáconos. El jovencito no tenla interés en hacer una grabación para oír a mi, sino que estaba tratando de oír a Dios; sabía dónde escuchar y cómo escuchar. Por la manera en que leía las Escrituras para nosotros en la clase, me daba cuenta de que las amaba y que estaba familiarizado con ellas. Por lo tanto, aun cuando yo no estuviera enseñando muy bien, por el poder del Espíritu Santo y por conocer la voz del Maestro en las Escrituras, el podía captar lo que deseaba escuchar. El recuerdo de aquella grabadora negra con la cinta que daba vueltas siempre me hará recordar el pasaje que dice: «El que tiene oídos para oír, oiga» (Mat. 11: 15; 13:9)
Hablé en el funeral de este joven unos años mas tarde. Vivió aproximadamente el mismo tiempo que el profeta José Smith habla vivido cuando vio al Padre y a su Hijo Jesucristo en la arboleda. Este diácono no había visto una visión, pero habla oído la voz de Dios por medio de sus siervos en el quórum de diáconos. Deseaba oír, sabía cómo, y tenla la fe de que podía hacerlo. Al igual que el joven profeta José Smith, sabía que los cielos estaban abiertos.
Este conocimiento nos brinda seguridad y confianza. Si todos estudiamos las Escrituras, oramos y aprestamos el corazón y los oídos, escucharemos la voz de Dios en la de aquellos a quienes ha enviado para enseñarnos y guiarnos. Yo la escuché ayer, al oír al obispo Hales, y anoche, en la reunión del sacerdocio, al escuchar la voz grabada del presidente Kimball, que es un profeta de Dios. Podemos confiar en la veracidad de la Iglesia misma. No importa cuanto se extienda el reino (y llenará toda la tierra), nunca os sentiréis perdidos u olvidados y nunca tendréis por que sentiros abrumados. Dios llamara a personas para que os cuiden y enseñen. Y. si escucháis y oís la voz de Dios, el reino se extenderá como se ha profetizado, y estará listo para la venida del Maestro.
Ninguno de nosotros puede apreciar actualmente todas las maravillas de la tecnología, ni la organización ni los edificios que Dios pueda darnos en el futuro, pero vosotros, al escuchar la voz de Dios a través de los maestros y los lideres, siempre estaréis en su seno.
Me siento agradecido por el don que se me ha dado de oír. Uno de mis bisabuelos, John Bennion, vino a este valle y recibió en una conferencia el llamamiento de ir en una misión al Sur de Utah. Su diario no dice mucho, sólo que al día siguiente hizo los preparativos y casi en seguida se marchó. Le asignaron pastorear ovejas. En su diario, cuenta que una noche se reunió con Erastus Snow, y que Henry Eyring también estaba con ellos. Esa misma noche, se encontraba en Saint George el obispo Miles Romney. Hablaron de ovejas; y quizás pensasteis que el tema era temporal, pero no lo era para esos hombres, porque sabían que eran las ovejas de Dios y que estaban sirviendo al pueblo de Dios. Y sabían escuchar y cómo poner en practica lo que oían.
John Bennion fue a otra misión en Gales y luego volvió a este valle. Henry Eyring y Miles Romney partieron a Colonia Juárez; ambos me dejaron una tradición que agradezco de corazón. Ellos fueron los fieles siervos y soldados de la Iglesia y mis bisabuelos. En sus historias personales no se mencionan los cargos que ocuparon en la Iglesia, sólo las instrucciones que recibieron y sabían que venían de Dios, y que siguieron. Estoy agradecido a mis padres que me dejaron ese mismo legado sin disminuirlo. Estoy agradecido a mi esposa, que mas de una vez ha escuchado cuando yo no lo hice y me pidió con ternura: «¿Orarías sobre esto?» Si mis hijos la escuchan y oyen por medio de ella lo que Dios les tiene deparado, transmitiremos ese legado una vez mas.
Dios vive, Jesús es el Cristo, José Smith vio a Dios y a su Hijo y recibió todas las llaves del sacerdocio, las cuales el presidente Kimball posee en la actualidad. Testifico que Dios ama a sus hijos y nos dice lo que es la verdad. Ruego que todos tengamos oídos para oír a fin de que El pueda guiarnos. Ruego poder serviros a vosotros y a El. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
























