Conferencia General Abril 1985
Spencer W. Kimball: Un verdadero discípulo de Cristo
élder Marvin J. Ashton
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Por medio de su ejemplo, hemos aprendido a vivir una vida cristiana. El nos ha enseñado también el significado de la perseverancia.»
Cada vez que escucho la voz y las palabras del presidente Spencer W. Kimball, se reafirma en mi con gran fuerza el testimonio de que el es realmente un profeta. Al comenzar este discurso, quisiera recalcar mi testimonio de esta gran verdad. Por medio de el, hemos gozado continuamente de la bendición de ser guiados por las sendas del Señor. Por medio de su ejemplo, hemos aprendido a vivir una vida cristiana. El nos ha en se nado también el significado de la perseverancia.
Día tras día y prueba tras prueba, el presidente Kimball ha fijado sus metas y ha avanzado y se ha elevado, llegando a ser un verdadero discípulo de Cristo.
Como miembros de la Iglesia de Jesucristo, tenemos un profeta que nos ha demostrado, por medio de su diario vivir, la fórmula para lograr el éxito.
Espero que al compartir con vosotros esta noche algunas de las experiencias que he tenido al lado del presidente Kimball, pueda animar a todos nosotros a buscar la inspiración en nuestra vida para establecer nuestras propias metas.
Cuando se me ordenó Apóstol, Spencer W. Kimball era el presidente del Consejo de los Doce. Recuerdo que en esa ocasión me dijo: «Marvin, yo soy el presidente en funciones de los Doce; Harold B. Lee es el presidente de los Doce; pero mientras el siga sirviendo como consejero en la Primera Presidencia, el tiene mas antigüedad, y yo soy sólo el presidente en funciones».
Quería asegurarse de que yo entendía ese punto; siempre ha tenido mucho cuidado de nunca asumir un papel que no le corresponda. Con esto demostraba el respeto que sentía por el presidente Lee y, a la vez, me estaba enseñando. El siempre ha puesto en practica el pasaje de Mateo 23:12, que dice: «El que se humilla será enaltecido».
Después de una larga reunión en el templo, al poco tiempo que me ordenaran Apóstol, el presidente Kimball me tomó del brazo y me dijo: «¿Puede esperar unos minutos? Quisiera hablarle». Por supuesto, me quede, y cuando estuvimos solos me dijo: «No quiero que la Primera Presidencia o los demás miembros del Consejo de los Doce sepan que no me siento muy bien hoy. ¿Podría darme una bendición de salud?»
En seguida pense: «Aquí estoy, el que tiene menos autoridad, el que acaba de ser ordenado, y me pide que le de una bendición».
Estaba sumamente nervioso; no me acuerdo todo lo que dije, pero nunca olvidare lo bien que me hizo sentir que me considerara digno de brindarle ayuda. Le pidió al miembro mas nuevo del quórum que le diera una bendición cuando pudo habérsela pedido a uno de los hermanos de la Primera Presidencia o a cualquiera de los otros Apóstoles.
¿Por que siento un gran amor hacia el? Cuando necesitaba ayuda me demostró amor y confianza Es una persona que ha aprendido el arte de hacer que los demás se estimen a si mismos. Por sus acciones, sabemos que nos ama. «El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo» (Mat. 20:26-27).
Permitidme relataros otro incidente que demuestra que el presidente Kimball se considera nuestro servidor.
Hace algunos años me encontraba en mi oficina a eso de las 6:30 de la mañana -lo menciono para que sepáis que estaba allí temprano; a algunos nos lleva mas tiempo hacer el trabajo que a otros. Sonó el teléfono y, al contestarlo, reconocí esa voz especial, que me dijo: «Marvin». Respondí: «Si, presidente Kimball». Me dijo: «¿Puedo subir a verlo?»
Su oficina esta en el primer piso y la mía en el tercero. (Es la única situación en que me encuentro mas alto que el.)
Mi respuesta fue: «Presidente Kimball, si quiere verme, bajare en seguida». Entonces respondió: «¿No sería mucha molestia?»
Su voz no tenia un tono autoritario; su actitud estaba completamente desprovista de arrogancia. No me había ordenado ir a verlo, sino que me había preguntado cortésmente: «¿Puedo subir a verlo?» Cuando le indique que bajaría en seguida, su vez reflejaba gratitud: «¿No sería mucha molestia’?»
Fui inmediatamente a su oficina. Después de darnos la mano, me entregó una carta y dijo: «¿Cómo la respondería usted?» La leí y le conteste: «Presidente Kimball, ¿que le parece si lo hiciera de esta manera?», y le dije lo que pensaba. «Me parece bien; yo pienso lo mismo», me dijo. Volvió a darme la mano y me retire pensando en este profeta que pedía opiniones y que no se exaltaba por encima de ninguna persona.
Aprendí otra lección del presidente Kimball una vez que visitamos juntos la prisión.
Un día hace unos años, el presidente Kimball me dijo: «Marvin, me gustaría que me llevara a visitar la prisión del estado». El recordaba que cuando yo estaba a cargo de los programas de Servicios Sociales de la Iglesia, los prisioneros habían estado bajo mi responsabilidad.
Le conteste que no me parecía buena idea que fuera, ya que temía que le sucediera algo malo. Le dije que allí había hombres que harían cualquier cosa para atraer atención humillándolo, insultándolo o atacándolo físicamente. Le recalque, «No me gustaría que fuera».
Esa fue una de las pocas veces que considere que no podía complacerlo. El siguió mi consejo y no fuimos.
Sin embargo, unos dos meses después, D. Arthur Haycock, el secretario personal del presidente Kimball, me telefoneó y me dijo: «Elder Ashton, el presidente Kimball quisiera que fuera a la prisión del estado con el». Al día siguiente fuimos. Mi táctica sólo había logrado posponer la visita unas semanas.
Llame al director de la prisión y le dije: «¿Podríamos hacerles una visita? No quisiéramos que nadie se enterara. ¿Podríamos hablar con usted en su oficina; sin necesidad de ir a visitar las celdas de seguridad máxima, media y mínima? Tal vez podría hacer que dos de los presos fueran a su oficina para hablar con el presidente Kimball. Mas tarde podríamos dar una vuelta por los alrededores y hablar con otras personas».
El director hizo las preparaciones de buena gana.
Nos dirigimos a dicha institución, la que aloja a mas de mil prisioneros. Pronto entraron en la oficina del director dos de los reclusos. Me impresionó la dura expresión de sus rostros; su apariencia ruin y hosca. Después de que nos los presentaron y tomaron asiento, rompí el silencio diciéndole al presidente Kimball: «¿Quisiera decirles algo a estos dos hombres?»
Me contestó que sí, mientras los prisioneros seguían con la vista fija en el piso. El presidente Kimball esperó un momento, y cuando uno de ellos levantó un poco la cabeza, el lo miró directamente a los ojos.
Permitidme pausar un momento y pintaros la escena. Uno de los presos era un asesino y el otro había matado, aunque sin premeditación. Aquí se encontraba un profeta con dos criminales endurecidos. ¿Que les hubierais dicho? «¿No sienten remordimiento?» o «¿No les da vergüenza el haber terminado en un lugar así?» Esto es lo que tal vez nos hubiera pasado por la mente.
Como dije, cuando el presidente Kimball captó la mirada de uno de ellos, lo miró fijo a los ojos y le dijo: «Hábleme acerca de su madre».
El preso levantó la vista y le habló de ella; se le soltaron las lagrimas al hablar de ella. Cuando el primero terminó, miró al otro, que para ese entonces estaba atento, y le preguntó: «¿En que trabaja su padre?»
El joven le contestó: «No se de la vida de mi padre. Nunca se comunica conmigo». Y de ahí siguió hablando un rato de su familia.
No os diré los detalles, pero este gran profeta me dio una buena lección sobre cómo tener entrevistas y aconsejar, y la bondad con que se debe tratar a la gente. Aprendí mas en esos quince minutos acerca de cómo entrevistar que en cualquier otro periodo similar de mi vida. No juzgó ni condenó; se limitó a demostrar un interés genuino en las personas y en sus circunstancias.
Antes de que terminara nuestra entrevista, de algún modo la prensa se había enterado de que el presidente Kimball estaba allí. Quisieron entrar en la oficina del director para hacer una entrevista y sacar una foto. Recuerdo que uno de los presos dijo: «Sr. Kimball, ¿podría sacarme una foto con usted?» El profeta contestó: «Por que no me paro entre los dos y así nos sacan una foto a los tres».
Me sentía un poco nervioso al ver al presidente Kimball parado entre estos dos hombres bajo tal arreglo, pues me sentía responsable por su seguridad. Había tratado de disuadirlo; pero el es un discípulo de Cristo y se atiene a las palabras de Dios: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; . . . estuve desnudo, y me cubristeis; . . . en la cárcel, y vinisteis a mí» (Mat. 25:35-36).
Después de que tomaron las fotos, el presidente Kimball miró a uno de los presos y luego al otro, y dijo: «Gracias por dejar que me tomaran una foto con ustedes».
¿Creéis que hay razones para que lo amemos? El ama a todos y nos enseña el verdadero significado de Mateo 22:37-40)
«Jesús le dijo: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
«Este es el primero y grande mandamiento.
«Y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo.
«De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.»
Todas las semanas, después de que los Doce y la Primera Presidencia se reúnen en el templo para tratar asuntos pertinentes, nos turnamos para informar dónde hemos estado y cuantas estacas se han dividido o reorganizado, cuantas misiones y conferencias regionales hemos visitado, etc. Recuerdo que una semana habíamos estado por todas partes del mundo. El presidente Kimball nos escuchó a todos y después dio su propio informe: «Yo
pase el sábado y el domingo visitando enfermos y a personas confinadas en el hogar».
Los demás que pensábamos que habíamos tenido un fin de semana ocupado y productivo nos dimos cuenta de que este hombre de Dios otra vez nos había enseñado una lección.
¿Nos ha enseñado algo nuestro profeta mediante sus oraciones? A menudo, los Doce y la Primera Presidencia oramos juntos. Cuando al presidente Kimball le toca su turno, por lo general incluye esta frase: «Bendice a nuestros enemigos y ayúdanos a comprenderlos; y bendícelos para que nos entiendan a nosotros». No pide castigos ni venganza, sino comprensión, para resolver conflictos Quizás las diferencias familiares y entre vecinos se pudieran solucionar si siguiéramos el ejemplo de nuestro profeta y oráramos para tener paciencia y perdonar.
Poco después de su llamamiento como profeta, el presidente Kimball dijo: «Pense que antes sabia orar, pero ahora si que estoy aprendiendo a hacerlo». Un hombre de Dios sabe que no puede alcanzar sus metas solo; sabe que sólo mediante la oración puede recibir la guía y la ayuda necesarias.
Al compartir con vosotros estas experiencias que ilustran las lecciones que aprendí de un discípulo de Cristo, mi propósito es instaros, y en especial a los poseedores del Sacerdocio Aarónico, y a mi mismo, a adoptar las virtudes que he mencionado y a incorporarlas en nuestra vida. Debemos enumerar nuestras metas y ser constantes en nuestro esfuerzo por lograrlas para que poco a poco lleguen a formar parte de nosotros.
Este amado profeta nuestro ya no nos dirige la palabra como antes, pero ya nos ha dado mas orientación que la que la mayoría de nosotros estamos siguiendo. A menudo se nos recuerda del letrero sobre su escritorio que dice «Hazlo»; sin embargo, ¿estamos haciendo todo lo posible por vivir una vida fructífera y espiritual en la que el centro de nuestras acciones y nuestros planes sea el amor a Dios y a nuestros semejantes? ¿Hemos aprendido el gran poder y la necesidad del amor incondicional? El incluso demuestra amor a sus enemigos y muchos se transforman en amigos. No tiene tiempo para la envidia, el odio, la irrisión o la crítica. ¿Hacemos nosotros lo mismo?
Hace dos o tres semanas este gran maestro me motivó a tratar de seguir su ejemplo aun con mas ahínco. Todos los jueves por la mañana, después de que los Doce han estado reunidos por dos horas, la Primera Presidencia se une con nosotros para tratar asuntos que atañen a ambos. Cuando el presidente Kimball entra en el salón en el cuarto piso del templo, nos acercamos uno por uno para darle la mano.
Al presidente Kimball, debilitado ya por los largos años de servicio, le es difícil ver, oír y hablar, así que cuando llego mi turno, le dije: «Presidente Kimball, soy Marvin Ashton». Me tomo de la mano, hizo una pausa, y después dijo con voz apagada: «Marvin Ashton, lo quiero mucho».
Eso fue todo lo que me dijo, pero, ¿que mas preciso? Con eso tengo la fortaleza para viajar por todo el mundo y cumplir mejor con mis asignaciones sabiendo que el presidente Kimball me ama y confía en mí.
Cuando me preguntan: «¿Que dice el presidente Kimball cuando están reunidos en el templo?», les digo que las palabras no son importantes; que lo que realmente importa es que todavía esta entre nosotros. A pesar del dolor y las molestias que le ocasiona su cuerpo agotado, sigue con nosotros; y de el aprendemos el verdadero significado de la constancia y la perseverancia.
Creo que la sección 50 de Doctrina y Convenios nos da una descripción clara del presidente Kimball: «El que es ordenado de Dios y enviado, este es nombrado para ser el mayor, a pesar de ser el menor y el siervo de todos» (D. y C. 50:26).
Este gran profeta tiene a su lado a un gran consejero, al cual ha delegado gran responsabilidad. Sabia y prudentemente, el presidente Gordon B. Hinckley lleva sobre sus hombros la tremenda carga de las innumerables tareas que el profeta necesita que se lleven a cabo. Semana tras semana el presidente Hinckley se sienta al lado del profeta en el templo, respetando sus deseos y sus opiniones, cumpliendo con las responsabilidades diarias de la Primera Presidencia, sin reclamar autoridad ni imponer la suya. Existen lazos muy estrechos entre el presidente Kimball, el presidente Romney y el presidente Hinckley. Al servir juntos, cada uno de ellos nos enseña lo que significa la unidad y lo que es ser hombres de Dios.
Quisiera dejaros mi testimonio de que se que el presidente Spencer W. Kimball es un profeta al que Dios ha preservado entre nosotros para propósitos y ocasiones como esta. Podemos reflexionar y sentirnos agradecidos de que el Señor nos haya dado mas tiempo para gozar de la influencia de este profeta. Su vida nos motiva a fijar metas y a hacer planes para llegar a ser discípulos de Cristo como lo es el. Ruego que Dios nos ayude como poseedores del sacerdocio a seguir su ejemplo, a obedecer su inestimable consejo y a aplicar su sabiduría y amor en nuestros hogares. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























