La chispa de la fe

Conferencia General Octubre 1986logo 4
La chispa de la fe
élder Henry B. Eyring
Primer Consejero en el Obispado Presidente

Henry B. Eyring«Si yo tuviese la oportunidad de enseñar solo una cosa, sería lo que significa y lo que se siente al ejercer la fe en Jesucristo en el proceso del arrepentimiento.»

Al cierre de la última conferencia general, el presidente Benson dijo: »Os bendigo con una mayor comprensión del Libro de Mormón. Os prometo que desde este momento, si diariamente leemos sus páginas y vivimos sus preceptos, Dios derramará sobre cada hijo de Sion y la Iglesia bendiciones como las que jamás hemos visto» (Liahona, jul. de 1986, pág. 72).

Os doy mi testimonio de que yo he sido bendecido como él lo prometió y he visto llegar nuevas bendiciones a la gente que amo. Estoy agradecido porque Dios cumple las promesas que hace por intermedio de su profeta.

Y aun sintiendo esta gratitud, pienso en aquellos cuyos corazones se sienten doloridos por promesas que aún no se cumplen. Esta noche, o mañana, muchos de nosotros oraremos con verdadera intención, y quizá con lágrimas en los ojos, por alguien cuya felicidad nos daría felicidad, a quien se han prometido todas las bendiciones de paz que vienen con el bautismo y el don del Espíritu Santo, y que sin embargo las abandona y no las considera importantes. Ninguno de nosotros está libre de tener uno de estos casos, ya que nuestros círculos de seres amados son lo suficientemente grandes como para incluir a este tipo de personas. Mi corazón se inclina especialmente hacia aquellos que se hacen la pregunta que todos nos hemos hecho: «¿Cómo puedo estar seguro de que he hecho todo lo posible por ayudar?»

Hace cincuenta años, en la conferencia de octubre, el presidente J. Ruben Clark, hijo, miembro de la Primera Presidencia, dio esta respuesta, que llevo conmigo en una tarjeta:

«Es mi esperanza y creencia que el Señor nunca permite que la luz de la fe se extinga totalmente del corazón de ningún ser humano, no importa lo leve que sea su resplandor. El Señor ha dispuesto que allí haya aun una chispa, la cual, con enseñanza, con el espíritu de rectitud, con amor, con ternura, con el ejemplo, y con vivir el evangelio, se avivara y volverá a resplandecer, no importa cuán obscura haya estado la mente. Y si no logramos llegar a aquellos de entre nosotros cuya fe se haya ido apagando, habremos fallado en una de las cosas principales que el Señor espera de nosotros. ‘‘ (En Conference Report, oct. de 1936, pág. 114.)

Esa hermosa metáfora-de una chispa, una chispa de fe-me infunde confianza El presidente Clark se imaginó una chispa casi oculta, sofocada por las cenizas de la transgresión. Puede ser tan pequeña que la persona no puede sentir su calor. El corazón puede haberse endurecido. Quizá hasta se le haya obligado al Espíritu Santo a alejarse; pero la chispa aún vive, y alumbra, y se puede avivar para convertirla en llama.

El presidente Clark también sugirió lo que podemos hacer; no sugirió un solo método de llegar a toda la gente, sino que describe lo que todo esfuerzo debe incluir para lograr avivar la chispa.

Lo primero es la enseñanza. Pero ¿qué debemos de enseñar? Supongamos que el tiempo y las oportunidades son escasos, como sucede a menudo con la gente que no piensa que necesita nuestras enseñanzas. Si tuvierais el don y la oportunidad de enseñar sólo una cosa, ¿qué enseñaríais?

Para mí la respuesta se ve ilustrada en el éxito de un gran hombre que se sentía afligido por alguien a quien amaba. Se llamaba Alma, y su hijo, también Alma, estaba tratando de destruir la Iglesia verdadera. Recordareis que en respuesta a las oraciones de su padre y de los fieles miembros de la Iglesia, Dios envió a un ángel a censurar a ese hijo.

La reprensión produjo en el joven Alma tal remordimiento que pudo haber sido destruido si no hubiese recordado las enseñanzas de su padre. Lo describió de la siguiente manera:

«Y por tres días y tres noches me vi atormentado, si, con las penas de una alma condenada.

«Y aconteció que mientras así me agobiaba este tormento, mientras me atribulaba el recuerdo de mis muchos pecados, he aquí, también me acorde de haber oído a mi padre profetizar al pueblo concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo.

«Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clame dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!» (Alma 36:16-18.)

Dado que su padre le había enseñado que el Salvador era su única fuente de esperanza, Alma empezó el proceso que lo llevó a un arrepentimiento completo. Si yo tuviese la oportunidad de enseñar sólo una cosa, sería lo que significa y lo que se siente al ejercer la fe en Jesucristo en el proceso del arrepentimiento.

Para lograrlo, trataría de llevar a la persona que amaba en un viaje desde el tiempo en que vivíamos con un amoroso Padre Celestial hasta el momento en que podamos regresar a El nuevamente. Veríamos la caída de Adán y Eva y sentiríamos sus efectos en nosotros. Iríamos a Belén y nos regocijaríamos con el nacimiento del Hijo de Dios, y al Jardín, y al Gólgota, donde nuestros corazones se quebrantarían ante el don trascendental de la expiación. E iríamos a la tumba abierta, y a Galilea, y a este hemisferio a sentir la esperanza de guardar los mandamientos de un Señor resucitado. Luego iríamos a una arboleda en Nueva York a ver al joven José Smith hablar con Dios el Padre y con su Hijo resucitado para empezar con el mandato que restauraría las ordenanzas del evangelio, las que nos pueden guiar de nuevo al hogar.

El presidente Clark comprendió que una persona cuya fe es como ceniza no recibirá ni las mejores enseñanzas a menos que se le ablande el corazón. Por eso dijo que debemos llegar a las personas con el espíritu de rectitud, con amor y con ternura. Ahora bien, puede ser que vosotros y yo consideremos que lo que pide es casi sobrehumano. En nuestros esfuerzos por invitar a que otros regresen hemos sido rechazados y hasta ridiculizados. Quizás sintamos fatiga, frustración y a veces culpabilidad.

¿Cómo podemos entonces seguir tratando de acercarnos en un espíritu de rectitud, con amor y ternura?

La mejor respuesta que conozco, viene de otro padre maravilloso. Su nombre era Mormón. Le escribió una epístola a su hijo Moroni, en una época en que no sólo encontraban rechazo, sino también odio desenfrenado, y afrontaban no sólo la frustración, sino incluso el fracaso inevitable. Mormón deseaba que Moroni enfrentara tal prueba con amor y ternura, y con el espíritu de rectitud. Dio una fórmula, la misma que han dado los profetas verdaderos de todas las épocas. Siempre ha dado resultado. La promesa es segura, y aquí esta, en la epístola de Mormón:

»Y el primer fruto del arrepentimiento es el bautismo; y el bautismo viene por la fe para cumplir los mandamientos; y el cumplimiento de los mandamientos trae la remisión de los pecados;

»y la remisión de los pecados trae la mansedumbre y la humildad de corazón y por motivo de la mansedumbre y la humildad de corazón viene la visitación del Espíritu Santo, el cual Consolador llena de esperanza y de amor perfecto, amor que perdura por la diligencia en la oración, hasta que venga el fin, cuando todos los santos moraran con Dios.» (Moroni 8:25-26.)

Si os imagináis al Salvador llevando de regreso a una oveja perdida al rebaño, ¿no os lo imagináis llevándola en los brazos? Esa ternura y amor, le testificó Mormón a su hijo, es el resultado natural de la expiación de Jesucristo actuando en nuestras vidas. Nuestra fe nos lleva al arrepentimiento, a los dones del Espíritu, y desde allí hasta el amor perfecto que posee el Pastor, y que sabe que debemos tener para servirle.

Los efectos de la expiación en nuestras vidas también pueden convertirnos en el ejemplo que necesitan aquellos a quienes amamos. La otra noche aprendí nuevamente sobre el ejemplo que debemos ser.

Estaba conversando con mi esposa al final de un largo día. Tres de nuestros hijos estaban en la habitación, escuchando. Me volví y note que uno de ellos me observaba, especialmente mi cara, y luego me preguntó suavemente:

«¿Porque estas triste?» Trate de explicar por qué tenía el ceño fruncido, pero más tarde me di cuenta de que el muy bien me podría haber estado haciendo una pregunta más profunda: »¿Puedo ver en ti la esperanza de paz que prometió Jesús en esta vida?»

Para apartar mis pensamientos de lo que obscurecía mi semblante y encauzarlos hacia lo que lo haría resplandecer, busque otra epístola de Mormón a su hijo. Tanto Mormón como Moroni enfrentaban días de dificultad que hacen que las mías parezcan insignificantes. Mormón sabía que su hijo podría sentirse agobiado por el desaliento y los malos presagios, por lo que le dio el mejor antídoto. Le dijo que podía escoger, de acuerdo con lo que pusiera en su mente, llegar a ser un ejemplo de esperanza. He aquí lo que le escribió:

«Hijo mío, se fiel en Cristo; y que las cosas que he escrito no te aflijan, para apesadumbrarte hasta la muerte; sino Cristo te anime, y sus padecimientos y muerte, y la manifestación de su cuerpo a nuestros padres, y su misericordia y longanimidad, y la esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en tu mente para siempre.» (Moroni 9: 25.)

Lo que podemos hacer para ayudar-enseñando con el espíritu de rectitud, con amor, con ternura, con ejemplo-se centra en el Salvador y en su expiación. Eso es lo que debemos enseñar. Al surtir efecto la Expiación en nuestra vida, producirá en nosotros el amor y la ternura que necesitamos. Y al recordarle a Él y su don, lo que prometemos hacer al tomar semanalmente la Santa Cena, podemos poner una luz de esperanza en nuestros rostros, cosa que tanto necesitan ver nuestros seres queridos.

Al final de sus sugerencias, el presidente Clark nos recordó que hay y siempre habrá libre albedrío. La chispa no brillara más hasta que la persona trate de vivir el evangelio. Por eso es que esperamos tanto que a aquellos a quienes amamos se les de alguna responsabilidad y que la cumplan, por pequeña que parezca. Después de que tomen la decisión de servir a otros de sacrificarse y tratar de cumplir los mandamientos que conllevan promesas. se encenderá la chispa de la fe. No obstante, aun después de haber hecho todo lo posible de nuestra parte por ayudarlos, esa elección-la de actuar o no con la fe que tengan debe ser suya.

Doy mi testimonio de que Dios vive, de que Jesús es el Cristo. y que en esta dispensación, por medio de los profetas. desde José Smith a Ezra Taft Benson, Él ha dado el poder de ofrecer nuevamente las bendiciones plenas del evangelio de Jesucristo. Ruego que nunca dejemos de ofrecer la oportunidad de elegir estas bendiciones a aquellos cuya chispa de fe necesita que se le avive. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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