Conferencia General Octubre 1986
La doctrina fundamental de la Iglesia
presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero en la Primera Presidencia
«Están unidos a fin de llevar a cabo el grandioso y divino plan para la salvación y exaltación de los hijos de Dios.»
Mis hermanos, he elegido para mi discurso un tema que es muy conocido para todos nosotros. Es el primero de nuestros Artículos de Fe, que expresa la doctrina fundamental de nuestra religión. Es muy significativo el hecho de que, al establecer los elementos principales de nuestra doctrina el profeta José Smith pusiera este en primer lugar.
«Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo. y en el Espíritu Santo.»
La preeminencia que se ha dado a esta declaración esta de acuerdo con otra declaración que el Profeta hizo:
«Conocer con certeza el carácter de Dios es el primer principio del evangelio.» (History of the Church. 6:305.)
Estas declaraciones sumamente importantes y globales están en armonía con las palabras del Señor en su grandiosa oración intercesora:
»Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.» (Juan 17:3.)
El otro día me entregaron un folleto, escrito por un critico y enemigo de la Iglesia cuyo deseo es minar la fe de los débiles y los indoctos. En el se repiten las mismas falsedades que se han repetido durante un siglo o mas, y se pretende establecer lo que creemos nosotros, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
Sin ningún deseo de argüir con nuestros camaradas que profesan otras religiones, a muchos de los cuales conozco y tengo en alta estima, en esta ocasión quiero dejar clara mi posición con respecto a este, el tema teológico mas importante de todos.
Creo sin ninguna duda ni reserva en Dios, el Eterno Padre. El es mi Padre, el Padre de mi espíritu y progenitor del espíritu de todo ser humano; es cl gran Creador. el que gobierna el universo; El dirigió la creación de esta tierra en la que vivimos: el hombre fue creado a Su imagen. El es una persona. es real, es un ser individual, y »tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre» (D. y C. 130:22).
En el relato de la creación de la tierra »dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26).
¿Puede haber una forma de expresión mas explícita’? ¿Acaso disminuye a Dios, como algunos quieren hacernos creer, el haber creado al hombre a su misma imagen’? Mas bien, debería infundir en el corazón de los seres humanos un mayor aprecio por si mismos, al saberse hijos de Dios. Las siguientes palabras de Pablo a los corintios se aplican a nosotros tanto como a aquellos a quienes el las dirigió:
«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
»Si alguno destruyere cl templo de Dios, Dios le destruirá a el; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.» ( I Corintios 3: 16-17.)
Recuerdo una ocasión, hace mas de cincuenta años, en que siendo misionero me encontraba hablando en una reunión al aire libre, en el parque Hyde, en Londres. cuando un agitador me interrumpió para decir: »¿Por que no se limita a la doctrina de la Biblia, que en Juan (4:24) dice: ‘Dios es Espíritu»?»
Abrí la Biblia en el pasaje que el había citado y le leí todo el versículo, que dice:
«Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.»
Y agregue: »Por supuesto que Dios es un espíritu. y también lo es usted en la combinación de espíritu y cuerpo que lo hace un ser humano: y también lo soy yo.»
Cada uno de nosotros es un ser dual, con una entidad espiritual y otra física. Todos conocemos la realidad de la muerte cuando el cuerpo deja de existir: también sabemos que el espíritu continua viviendo como entidad individual y que, en algún momento, por el divino plan que se hizo posible gracias al sacrificio del Hijo de Dios, volverán a reunirse el cuerpo y el espíritu. La declaración de Jesús diciendo que Dios es un espíritu no niega que El tiene un cuerpo, así como la declaración de que yo soy un espíritu tampoco niega que tengo un cuerpo. No pretendo comparar mi cuerpo con el del Padre en su refinamiento, su capacidad, su hermosura y su fulgor. El cuerpo de El es eterno: el mío es mortal. Pero el saber esto solo aumenta la reverencia que siento por El. Lo adoro en espíritu y en verdad»: busco en El mi fortaleza; oro a El para pedirle mas sabiduría de la que tengo como ser humano. Trato de amarlo con todo mi corazón, mi fuerza. mi mente y mi alma. Su sabiduría es mayor que la de todos los seres humanos Juntos: su poder es mayor que el de la naturaleza, porque El es el Creador Omnipotente; su amor es mas grande que cualquier otro amor, porque abarca a todos sus hijos, y su obra y su gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de sus hijos e hijas de todas las generaciones (véase Moisés 1:39).
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» (Juan 3:16.)
Este es el Todopoderoso ante quien me pongo con reverencia y asombro; a El es a quien miro con amor y temblor; a El adoro y rindo honor y alabanzas y gloria. El es mi Padre Celestial, y me ha invitado a acercármele en oración para hablarle, con la promesa segura de que me escuchara y me responderá.
A El le doy gracias por la luz, el conocimiento y la comprensión que ha derramado sobre sus hijos; le doy gracias por su voz, que ha hablado la verdad eterna con majestad y promesa; le agradezco la revelación de sí mismo, que se encuentra registrada en el Antiguo Testamento, y su declaración, que aparece en el Nuevo Testamento, al ser bautizado su Hijo Amado en las aguas del Jordán, cuando se oyó su voz, diciendo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3: 7)
Le agradezco que haya hecho una declaración similar en el Monte de la Transfiguración, al hablar otra vez a Jesús y sus Apóstoles, y a los ángeles, cuando «seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
«y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
»Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con el.
«Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
»Mientras el aun hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a el oíd.» (Mateo 17:16 )
Le agradezco aquella voz que se oyó otra vez, la voz de Dios, cuando presentó al Señor resucitado a la gente de este continente, declarando: «He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre» (3 Nefi 11:7).
Siento asombro y reverencia y gratitud por su aparición en esta dispensación, cuando, al presentar al Señor resucitado a aquel que lo había buscado por medio de la oración, el Padre manifestó: »Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!» (José Smith-Historia 17)
Creo en el Señor Jesucristo, el Hijo del Padre Eterno y viviente; creo que es el Primogénito de Dios y su Unigénito en la carne; creo que es una persona, completamente separada de su Padre en la carne. Creo en las palabras de Juan, que abrió su registro con esta majestuosa declaración:
»En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
»Este era en el principio con Dios . . .
«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.» (Juan 1.12, 14.)
Creo que El nació de María, del linaje de David, siendo el Mesías prometido, que en todo sentido fue engendrado por el Padre, y que su nacimiento dio cumplimiento a la grandiosa declaración profética de Isaías:
«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamara su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.» (Isaías 9:6.)
Creo que en su ministerio mortal El fue el único hombre perfecto que anduvo sobre esta tierra. Creo que en sus palabras se puede encontrar esa luz y verdad que, si se las siguiera, salvarían al mundo y traerían la exaltación al genero humano. Creo que en su sacerdocio descansa la autoridad divina, el poder para bendecir, para sanar, para gobernar los asuntos terrenales de Dios; el poder para atar en los cielos lo que se ata en la tierra.
Creo que, por medio de su sacrificio expiatorio y de la ofrenda de su vida en el Calvario, El expió los pecados del genero humano, aliviándonos de la carga del pecado si abandonamos el mal y lo seguimos. Creo en la realidad y en el poder de su Resurrección. Creo en la gracia de Dios, manifestada en el sacrificio y la redención de su Hijo, y que por medio de la Expiación, sin que tengamos que poner lo mas mínimo de nuestra parte, a todos se nos ofrece la dádiva de la resurrección de los muertos. Creo que por medio de ese sacrificio se extiende a todo hombre y mujer, a cada uno de los hijos de Dios, la oportunidad de lograr la vida eterna y la exaltación en el reino de nuestro Padre, si escuchamos y obedecemos sus mandamientos.
Ninguno tan grande como El ha andado por la tierra; ningún otro ha hecho un sacrificio comparable, ni ha concedido una bendición semejante. El es el Salvador y el Redentor del mundo. Creo en El, y declaro su divinidad sin dudas ni transigencias. Lo amo, y pronuncio su nombre con reverencia y admiración, y lo adoro como adoro al Padre, «en espíritu y en verdad». Le expreso mi gratitud y me arrodillo ante sus pies y sus manos y su costado heridos, maravillado por el amor que El me of rece.
Gracias sean dadas a Dios por su Amado Hijo, que hace ya mucho tiempo se acercó y nos dijo a cada uno de nosotros:
«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
«Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis descanso para vuestras almas;
«porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.» (Mateo 1 1:28-30.)
El vive, y es las primicias de la Resurrección. Se que esta vivo hoy con tanta realidad, con tanta certeza y en J forma tan individual como lo estuvo cuando, siendo ya el Señor resucitado, llamó a sus desanimados discípulos y les dijo: «Venid, comed . . . y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado» (Juan 21:12-13).
Las Escrituras nos hablan de otros a quienes se mostró y con quienes habló como Hijo de Dios resucitado y viviente.
También en esta dispensación El ha aparecido, y aquellos que lo vieron declararon:
»Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de el, este es el testimonio, el ultimo de todos, que nosotros damos de el: ¡Que vive!
«Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que el es el Unigénito del Padre;
«que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios. ‘‘ (D. y C. 76:22-24.)
Este es el Cristo en quien creo y de quien testifico. Mi conocimiento viene de las palabras de las Escrituras, y mi testimonio lo he recibido por el poder del Espíritu Santo. Es un don, sagrado y maravilloso, nacido de la revelación de ese tercer miembro de la Trinidad. Y creo en el Espíritu Santo, en que es un personaje de espíritu, que ocupa su lugar con el Padre y el Hijo, formando los tres lo que conocemos como la divina Trinidad.
La importancia del lugar que ocupa es muy clara en las palabras del Señor, cuando dijo:
«Todo pecado y blasfemia será .perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada.
»A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.» (Mateo 12:31-32.)
Por una conversación que tuvo lugar entre Pedro y Ananías, cuando este se guardó una parte del precio recibido de la venta de un terreno, es evidente que el Espíritu Santo se reconocía en aquellos tiempos como miembro de la Trinidad:
»Y dijo Pedro: Ananías, ¿por que llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo. . .?
«. . . No has mentido a los hombres, sino a Dios.» (Hechos 5:3, 4.)
El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad, el Consolador que el Salvador prometió, y que enseñaría a Sus discípulos todas las cosas, y les recordaría todas las cosas, todo lo que El les había dicho. (Véase Juan 14:26.)
El Espíritu Santo es el testificador de la verdad, el que puede enseñar a los seres humanos cosas que ellos no pueden enseñarse mutuamente. En las maravillosas palabras de Moroni, se promete un conocimiento de la veracidad del Libro de Mormón »por el poder del Espíritu Santo». Y luego Moroni declara: «Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas» (Moroni 10:45).
Yo creo que este poder, este don, esta disponible para nosotros en la actualidad.
Así que, mis queridos hermanos, creo en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.
Fui bautizado en el nombre de los tres, y casado en el nombre de los tres, y no tengo ninguna duda con respecto a su existencia e individualidad. Esta individualidad se hizo evidente cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán. En el agua estaba el Hijo de Dios; la voz de su Padre se dejó oír declarando que aquel era su Hijo, y el Espíritu Santo se manifestó »como paloma» sobre El (véase Mateo 3:16-17).
Se que Jesús dijo que aquellos que lo habían visto a El habían visto al Padre. ¿No se puede decir lo mismo de muchos hijos que son iguales a su progenitor? Cuando Jesús oró a su Padre, ¡por supuesto no podía estar dirigiéndose a si mismo!
Ellos son seres individuales, pero son uno en propósito y en obra. Están unidos a fin de llevar a cabo el grandioso y divino plan para la salvación y exaltación de los hijos de Dios.
En su maravillosa y conmovedora oración en Getsemaní, antes de la traición, Cristo suplicó a su Padre por los Apóstoles, a quienes tanto amaba, diciendo:
»Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mi por la palabra de ellos,
»para que todos sean uno; como tu, oh Padre, en mi, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.» (Juan 17:20-21.)
Esta perfecta unidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es lo que liga a estos tres personajes en la unidad de la divina Trinidad.
Y milagro de milagros y maravilla de maravillas, están interesados en nosotros y nuestro bienestar es su principal preocupación. Ellos están a nuestra disposición. Llegamos hasta el Padre por medio del Hijo; El es nuestro intercesor ante el trono de Dios. ¡Que maravilloso es poder hablar con el Padre en el nombre de su Hijo!
Doy testimonio de estas verdades, grandiosas y trascendentales. Y lo hago por el don y el poder del Espíritu Santo, y en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
























