La esperanza en Cristo

Conferencia General Octubre 1986logo 4
La esperanza en Cristo
Barbara W. Winder
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Barbara W. Winder«Nuestro Salvador no nos dejará desamparadas en nuestra lucha por hacer frente a las aflicciones de esta vida. «

Me regocijo junto con vosotras en la presencia de nuestro Profeta y de los líderes del sacerdocio. El estar con vosotras, hermanas, reunidas aquí, y en todo el mundo, uniendo nuestra fe para aprender los principios del evangelio, es un gran privilegio.

¡Cuán afortunadas somos de ser miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días!

Hermanas, los afanes y las inquietudes de esta vida terrenal hubieran podido evitarse si hubiésemos permanecido al amparo de la morada de nuestros Padres Celestiales; pero de haber sido así, ¿cómo hubiéramos podido progresar’? Al proyectar nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador enviarnos a la tierra, dijeron: «Y con esto los probaremos, para ver si harán (o sea, todos nosotros) todas las cosas que el Señor su Dios les mandare» (Abraham 3:25). Esta tierra había de ser una esfera de probación; llegaríamos a conocer el bien y el mal, la felicidad y el sufrimiento, el regocijo y el dolor. Conocíamos el plan, lo anhelábamos y lo respaldábamos; lo defendimos y aun luchamos por él.

Con anhelo y emoción vinimos a la tierra a aprender, cada cual con su propia serie de circunstancias, pruebas y tentaciones que vencer.

Pero no se nos dejó sin esperanza. Nuestro Salvador, por medio de su expiación, nos brindó la posibilidad de recibir la salvación. Él no nos dejara desamparadas en nuestra lucha por hacer frente a las aflicciones de esta vida.

Hay muchos tipos de problemas: la frustración y la desilusión que sufrimos por los hijos desobedientes o por un matrimonio difícil; la soledad del vivir sola cuando se desea intensamente una compañía; el largo y penoso camino del arrepentimiento; el conservar una actitud positiva y contar nuestras propias bendiciones aun en las tribulaciones.

El ejemplo de la vida de nuestro Salvador y las enseñanzas que nos dejó son el modelo que debemos seguir. El enfrentó pruebas parecidas a las nuestras y les hizo frente de un modo perfecto. El desierto de Judea y el Jardín de Getsemaní fueron testigos de dos de las más grandes tentaciones de Cristo, aunque bien cabe decir que nunca estuvo libre de las tentaciones durante su vida terrenal; de haber sido así, su vida no hubiera sido del todo humana. En Mosíah, leemos: »Y he aquí, sufrirá tentaciones, y dolor del cuerpo, hambre, sed y fatiga, aun más de lo que el hombre puede sufrir» (Mosíah 3:7).

Conoció el desaliento y la desilusión, como lo indicó su lamento por las gentes de Jerusalén que no prestaron oídos a su mensaje: » Jerusalén, Jerusalén. . . ! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mateo 23:37).

¿Quién de nosotras no ha conocido la desilusión, el desaliento y la desesperación? Esas son pruebas que todos tenemos que pasar. Consideremos al  profeta José Smith cuando padecía en cárcel de Liberty en marzo de 1839, haber pasado meses allí, sabiendo su gente había sido desalojada de s casas y que estaba desamparada. Su clamor es patético: »Oh Dios, ¿en dónde estás? . . . ¿Hasta cuándo se detendrá tu mano?» (D. y C. 121:1-2).

Entonces recibió la consoladora respuesta de un Padre bondadoso y moroso:

»Tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;
«y entonces, si lo sobrellevas en, Dios te ensalzará; triunfarás de todos tus enemigos» (D. y C. 121:7-8)

Y después, con ternura, añadió: «Entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien» (D. y C. 122:7).

La mayoría hemos presenciado el cambio positivo que el evangelio ha ocasionado en la vida de las personas. Como ejemplo de eso, recuerdo a una  familia que conocimos en el campo misional. Los misioneros describieron a la familia Barnes como una familia espléndida que nunca en su vida había tenido la influencia de ninguna iglesia. El padre era un hombre rudo y tosco que bebía cerveza, y sus hijos le tenían miedo. Ni la casa en que vivían ni la apariencia de ellos eran reflejo de orden ni de pulcritud. Su vida había sido difícil. Pero al ir visitándolos los misioneros, se fue verificando en ellos un cambio asombroso. Les impresionaron la vida y las enseñanzas de nuestro Salvador e hicieron un esfuerzo por aplicar sus enseñanzas a su diario vivir. Tanto su propia apariencia como su concepto de la vida comenzaron a cambiar.

Al aprender a dar amor incondicional y a no juzgar, adquirieron una nueva actitud para con un hijo de ellos ya adulto que es alcohólico. Y esa nueva actitud, junto con la ayuda de gente especializada, está cambiando la vida de ese hijo.

Al aprender a respetarse a sí mismos como hijos de nuestro Padre Celestial, dejaron de fumar y de beber licor. Hicieron una limpieza tanto en sí mismos como en su ambiente. Ahora reina en su hogar un nuevo espíritu de amor y leen las Escrituras con regularidad.

En una carta, la hermana Barnes dice: «En las Escrituras encontramos que Jesús nos ha dicho: ‘Ten ánimo. . .; tus pecados te son perdonados’ (Mateo 9:2), lo que indica que si nos arrepentimos de verdad y abandonamos nuestros pecados, podemos pensar con optimismo en lo futuro. Él dijo: ‘No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí’ (Juan 14: 1). Sí, sí creemos en El, y esa creencia ha cambiado nuestras vidas. Ahora podemos decir, como Pablo: ‘Todo lo puedo en Cristo que me fortalece’ (Filipenses 4: l3)»

Ese es el testimonio de esa buena mujer con respecto al cambio efectuado en su vida y en la de su familia; un cambio parecido al que ha ocurrido a otras personas. Después que el rey Benjamín hubo exhortado a los de su pueblo a vivir una vida buena, teniendo esperanza en Cristo, »todos clamaron a una voz, diciendo: Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y además, sabemos de su certeza y verdad por motivo del Espíritu del Señor. . ., el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros o en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente» (Mosíah 5:2).

Así como los hermanos Barnes sintieron el amor incondicional de nuestro Salvador al estudiar el evangelio y hallaron esperanza en Cristo. y tal como los del pueblo del rey Benjamín hallaron esperanza en el Señor, del mismo modo todas podemos hallar respeto hacia nosotras mismas y hacia los demás, liberarnos de malos hábitos, dejar de juzgar a los demás ser optimistas, tener buen ánimo, tener la certeza de que Él nos ama y hallar esperanza en El.

Me han conmovido las palabras de la carta de una joven madre de seis hijos que también es un ejemplo de una persona que ha salido adelante. Es divorciada, pero no se compadece de sí misma. Escribió lo siguiente: »Al reconocer mis errores y por mi gran deseo de vivir los mandamientos de Dios y hacer su voluntad, he compartido mi carga con Aquel que nunca talla y sé que podré criar a mis hijos con la ayuda de mi amoroso Padre Celestial que desea el bienestar de ellos aún más que yo. Ese conocimiento es para mí una bendición indescriptible».

Otra hermana escribió: »El 3 de agosto, mi hijo de veintiún años se fracturó el cuello en un accidente ocurrido a novecientos kilómetros de nuestro hogar. y ahora lucha entre la vida y la muerte. Sin embargo tenemos paz. Aunque no entendemos la razón por la que eso tuvo que suceder, si entendemos el evangelio».

El élder Richard L. Evans, que poseía una profunda percepción de la necesidad de prepararnos espiritual y emocionalmente para los momentos difíciles, dijo:

»Tenemos que prepararnos aun para lo inesperado y hacer lo mejor que podamos. . . por mejorar, arrepentirnos sentir agradecimiento por todo lo que es bueno y tener fe y esperanza aun en (medio de las pruebas más difíciles). . .

«Y pase lo que pase entretanto, tendremos la absoluta seguridad de que la vida es sempiterna y de que el progreso eterno es el propósito de esta existencia» (Richard L. Evans. Volume Four: Thoughts for One Hundred Days, Salt Lake City: Publishers Press, 1970. pág. 169).

Reconozcamos las bendiciones que tenemos y sintamos agradecimiento por ellas. ¡De nuestro Salvador proviene la esperanza! El comprender el evangelio, el hacer obras rectas y el seguir los consejos de los profetas constituyen nuestra garantía de la realización de esa esperanza.

Se, por sagradas experiencias que he tenido, que por la te y la esperanza que tenemos en Cristo podremos salir triunfantes de nuestras pruebas.

Me siento profundamente agradecida por las oportunidades que tengo y también por mis problemas. Me siento en deuda con mi Salvador por la ayuda que me ha dado en los momentos difíciles. Y espero y deseo que todas confiemos en que nuestro Salvador mitigara nuestros pesares, calmara nuestras angustias nos dará valor y fortaleza para salir adelante, y nos ayudara a vencer las dificultades. Acerquémonos a El que nos invita a cada una diciéndonos:

»Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

»Llevad mi yugo sobre vosotros, . . . y hallareis descanso para vuestras almas» (Mateo I 1:28-29).

Yo se que El vive. Se que se interesa por todos. Este es mi testimonio y lo que anhelo para todas nosotras, y lo digo en el sagrado nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Amén.

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