Conferencia General Octubre 1986
La guerra que vamos ganando
presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero en la Primera Presidencia
Es una batalla que «se pelea por los asuntos del amor y el respeto, de la lealtad y la fidelidad, de la obediencia y la integridad. Todos tenemos parte en esa batalla».
El otro día, al leer las noticias de la prensa, advertí que la guerra entre Irán e Iraq ha durado siete años. Nadie podrá calcular nunca los terribles sufrimientos que esa guerra ha causado: las decenas de millares de vidas que se han perdido; los cuerpos que han quedado espantosamente mutilados y las mentes que se han destruido. Innumerables familias han quedado sin padre. Muchachos jóvenes, que han sido reclutados como soldados, han muerto en muchos casos, en tanto que los que todavía viven han ido anidando en lo mas profundo de su alma un odio y un resentimiento que no los abandonara jamas. Los caudales de las naciones participantes han menguado y nunca se recuperaran.
A los que presenciamos esa guerra desde lejos nos parece tan innecesario ese horroroso desperdicio de vidas humanas y de riquezas naturales Siete años es un largo tiempo. »¿Terminara algún día?», nos preguntamos.
Pero hay otra guerra que no ha cesado desde antes de la creación del mundo y que probablemente seguirá todavía por largo tiempo. De esa guerra. Juan el revelador dice:
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;
«pero no prevalecieron, ni se hallo ya lugar para ellos en el cielo.
»Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con el.» (Apocalipsis 12:7-9.)
Esa guerra tan encarnizada, tan intensa, ha seguido adelante; nunca ha cesado. Es la guerra entre la verdad y el error, entre el libre albedrío y la compulsión, entre los que siguen a Cristo y los que lo han negado. En ese conflicto, sus enemigos se han valido de todas las estratagemas; se han complacido sirviéndose de la mentira y el fraude. Se han valido del dinero y de la riqueza. Han engañado la mente de los hombres. Han asesinado y destruido y se han dedicado a todas las demás practicas impuras e impías con el fin de frustrar la obra de Cristo.
Comenzó en la tierra cuando Caín asesino a Abel. En el Antiguo Testamento hay innumerables relatos de la misma contienda eterna.
Se puso de manifiesto en las viles acusaciones que se hicieron en contra del Varón de Galilea, el Cristo, que sano a los enfermos y lleno de aliento y esperanza el corazón de los hombres. El que enseñó el evangelio de paz. Sus enemigos, motivados por ese poder maligno. Lo arrestaron, lo torturaron. Lo clavaron a la cruz y lo escarnecieron. Pero por su divino poder, venció la muerte que le dieron sus enemigos y, por medio de su sacrificio trajo la salvación de la muerte a todo el genero humano.
La guerra eterna siguió con el desmoronamiento de la obra que El instituyo, con la corrupción que después la contaminó cuando las tinieblas cubrieron la tierra y la oscuridad a las naciones (véase Isaías 60:2).
Pero las fuerzas de Dios no fueron derrotadas. La luz de Cristo toco el corazón de un hombre aquí y de otro allá, y mucho bien sobrevino pese a la gran opresión y al sufrimiento.
Vino la época del Renacimiento, con sus campanas por la libertad, las cuales costaron mucha sangre y sacrificio. El Espíritu de Dios inspiro a los hombres a fundar una nación en la que se protegieran tanto la libertad de religión como la libertad de palabra y el libre albedrío. Después siguió la apertura de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, la cual se verificó con la visita de Dios el Eterno Padre y de su Hijo Amado el Señor Jesucristo resucitado, a la tierra. A ese glorioso acontecimiento siguieron las visitaciones de ángeles que restauraron las antiguas llaves y el sacerdocio.
Pero la guerra no terminó. Se renovó y emprendí un nuevo rumbo. Hubo contención; hubo persecución: hubo expulsión de un sitio al otro; tuvo lugar el asesinato del joven Profeta de Dios y de su amado hermano.
Nuestra gente huyó de sus hogares abandonaron sus cómodas casas, sus granjas, sus campos, s] tiendas, su bello templo que edificaron con tantos sacrificios. Vinieron a estos valles y miles murieron por el camino. Vinieron, como lo dijo el presidente Brigham Young, a establecer un lugar donde »el diablo no pueda venir a molestarnos» .
Pero cl adversario nunca ha cejado en sus esfuerzos. Hace noventa años, en la conferencia de octubre de 1896. el presidente Wilford Woodruff. ya de avanzada edad en aquel entonces, desde este mismo púlpito del Tabernáculo, dijo:
»Hay dos poderes en la tierra y en medio de los habitantes de la tierra: el poder de Dios y el poder del diablo. En nuestra historia, hemos tenido experiencias muy particulares. Cada vez que Dios ha tenido un pueblo sobre la tierra. no importa en que época, Lucifer. el hijo de la mañana, y los millones de espíritus caídos que fueron lanzados fuera de los cielos, han hecho la guerra contra Dios, contra Cristo, contra la obra de Dios y contra el pueblo de Dios. Y no tienen reparos en seguir haciéndolo en nuestra época y generación. Cada vez que el Señor ha puesto su mano para efectuar cualquier obra, esos poderes se han puesto a trabajar para derribarla.» Deseret Evening News, 17 de oct. de 1896.)
El presidente Woodruff sabia lo que decía, ya que acababa de pasar por aquellos días difíciles y peligrosos cuando el gobierno del país vino contra nuestra gente resuelto a destruirla. Los edificios de esta Manzana del Templo, este Tabernáculo donde nos encontramos reunidos en esta ocasión, y el Templo, que entonces se estaba construyendo, fueron confiscados por el gobierno federal. Muchos ciudadanos perdieron sus privilegios civiles. Sin embargo, no se detuvieron y siguieron adelante con fe. Depositaron su confianza en el Todopoderoso y El les reveló el camino que debían seguir. Con fe, aceptaron esa revelación y fueron obedientes.
Pero la guerra no terminó; menguo un poco, y damos gracias por ello; pero el adversario de la verdad ha continuado su contienda.
Pese a la fortaleza actual de la Iglesia, constantemente se nos ataca de un sector o del otro. Pero seguimos adelante. Debemos seguir adelante. Hemos avanzado y continuaremos avanzando. A veces los problemas son mas grandes y, en ocasiones, sólo escaramuzas locales. Pero todos forman parte del mismo modelo.
En unos días mas, dedicaremos el hermoso Templo de Denver.
Cuando se anunció que construiríamos un templo en esa ciudad y escogimos un terreno para edificarlo, surgió la oposición contra nosotros. Renunciamos a ese terreno y buscamos otro; pero otra vez se nos puso un impedimento. Sin embargo, resueltos a seguir adelante, confiamos en que el Señor nos guiaría para cumplir Sus propósitos. Se seleccionaron otros dos terrenos. En ese tiempo, el presidente Kimball y el presidente Romney estaban enfermos y mi responsabilidad era muy grande. Le pregunte al presidente Benson, que entonces era el Presidente del Consejo de los Doce, si podíamos ir juntos a Denver y, con el élder Russell Taylor, fuimos a ver esos terrenos. Os doy mi testimonio de que el Espíritu del Señor nos guió y escogimos el terreno sobre el cual ahora se eleva ese hermoso edificio. Será dedicado este mes como Casa del Señor.
Podíamos esperar que el adversario de la rectitud procurara impedir esa construcción y la obra que allí se realizara. Así lo hizo en la época de Kirtland cuando los enemigos amenazaron derrumbar los muros que se estaban edificando. Así lo hizo en los tiempos de Far West cuando los enemigos echaron a nuestra gente del estado de Misuri. Así lo hizo en Nauvoo, cuando poco después de terminado el templo, fueron desalojados del lugar. Así lo hizo con este Templo. aquí, en la Manzana del Templo. cuando, durante los cuarenta años que duró la construcción, hubo una amenaza tras otra. Podría describiros los problemas que han surgido en otros lugares donde hoy se elevan o se erigirán bellas casas del Señor.
La oposición no se ha manifestado tan sólo con la construcción de templos, ya que se ha hecho sentir en los perpetuos esfuerzos de muchos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, por destruir la fe, menospreciar, degradar, dar falso testimonio, por tentar y procurar persuadir a nuestra gente a efectuar practicas contrarias a las enseñanzas y las normas de esta, la obra de Dios.
Hermanos, la guerra continua. Es como lo fue en el principio. Tal vez no sea tan intensa, y doy gracias por eso; pero los principios en discusión son los mismos. Las víctimas que caen son tan valiosas como las que han caído en lo pasado. Es una batalla constante. Nosotros, los del sacerdocio, todos formamos parte del ejercito del Señor. Debemos permanecer unidos. Un ejército desorganizado nunca saldrá victorioso. Es preciso integrar las filas y marchar juntos como uno. No podemos tener divisiones entre nosotros y esperar la victoria. No podemos tener deslealtad y esperar la unidad. No podemos ser impuros y esperar la ayuda del Todopoderoso.
Vosotros, los muchachos que estáis aquí, vosotros, diáconos, maestros y presbíteros, todos formáis parte de esto. El Señor ha depositado en vosotros, en vuestros oficios del sacerdocio, el deber de predicar el evangelio, enseñar la verdad, animar al débil a ser fuerte, a »invitar a todos a venir a Cristo» (véase D. y C. 20:59).
No podéis permitiros participar de substancias que debilitan el cuerpo y la mente, entre ellas, la cocaína, el «crack», el alcohol, el tabaco. No podéis participar en actos inmorales. No podéis hacer esas cosas y ser valientes guerreros en la causa del Señor en la gran y sempiterna contienda por el bien de las almas de los hijos de nuestro Padre
Vosotros, los hombres del Sacerdocio de Melquisedec, no podéis ser infieles ni desleales a vuestra esposa, ni a vuestros hijos, ni a vuestros deberes del sacerdocio si deseáis ser valientes en la tarea de llevar adelante la obra del Señor en esta gran batalla por la verdad y la salvación. No podéis ser falsos ni fraudulentos en vuestros asuntos de negocios sin manchar vuestra armadura.
En nuestras reuniones, a veces cantamos el himno que dice:
¿Quién sigue al Señor?
Hoy ya se deja ver.
Clamamos sin temor
¿Quien sigue al Señor?
La guerra es real
Con príncipe del mal
Que lucha con afán; ¿Quién sigue al Señor?
(Himnos de Sión 127)
El otro día recibí la carta de un amigo en la que me contaba de una conversación que tuvo con otro miembro de la Iglesia. Había preguntado a este si se sentía cerca de su Padre Celestial. El otro le respondió que no. Volvió a preguntarle:
-¿Y por que no?
Y le contestó:
-Francamente, porque no quiero-, y luego agregó-: Si estuviera cerca del Padre Celestial, El probablemente querría alguna dedicación de mi parte y yo no estoy listo para eso.
Pensad en eso: un hombre que ha tomado sobre si el nombre del Señor al bautizarse, un hombre que ha renovado sus convenios con el Señor en la reunión sacramental, un hombre que ha aceptado el sacerdocio de Dios y que, no obstante, ha dicho que si estuviera cerca de su Padre Celestial, se esperaría de el alguna dedicación y que el no estaba listo para eso.
En esta obra tiene que haber dedicación. debe haber devoción. Estamos embarcados en la gran y eterna contienda que tiene que ver con las almas mismas de los hijos de Dios. No vamos perdiendo. Por el contrario, vamos ganando. Seguiremos ganando si somos fieles y leales. Si podemos hacerlo. Debemos hacerlo. Lo haremos. No hay nada que el Señor nos haya pedido que con fe no podamos cumplir.
Pienso en los hijos de Israel cuando huyeron de Egipto. Acampados junto al Mar Rojo, miraron a sus espaldas y vieron al faraón y sus ejércitos que iban a destruirlos. El miedo se apoderó de ellos. Con los ejércitos a sus espaldas y el mar delante de ellos, clamaron aterrorizados.
«Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis.
»Jehová peleara por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.
«Entonces Jehová dijo a Moisés: )Por que clamas a mi? Di a los hijos de Israel que marchen. » (Éxodo 14: 13-15; cursiva agregada.)
Las aguas del mar se dividieron y los hijos de Israel avanzaron hacia su salvación. Los egipcios los siguieron para su propia destrucción.
¿No marcharemos adelante, y con fe, también nosotros? El, que es nuestro líder eterno, el Señor Jesucristo, nos ha instado con las palabras de la revelación; nos ha dicho:
«Por tanto, alzad vuestros corazones y regocijaos, y ceñid vuestros lomos y tomad sobre vosotros toda mi armadura, para que podáis resistir el día malo . . .
»Seguid firmes, pues, estando ceñidos vuestros lomos con la verdad, llevando puesta la coraza de la rectitud y calzados vuestros pies con la preparación del evangelio de paz, el cual he mandado a mis ángeles que os entreguen;
«tomando el escudo de la fe con el cual podréis apagar todos los dardos encendidos de los malvados;
»y tomad el yelmo de la salvación, así como la espada de mi Espíritu . . . y sed fieles hasta que yo venga, y seréis arrebatados, para que donde yo estoy vosotros también estéis.» (D. y C. 27:15-18.)
La guerra continua. Se pelea en todo el mundo por el desacuerdo que hay entre el libre albedrío y la compulsión; pelea la batalla un ejercito de misioneros por la lucha entre la verdad y el error; la peleamos en nuestras propias vidas, todos los días, en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en el plantel donde estudiamos; se pelea por los asuntos del amor y el respeto, de la lealtad y la fidelidad, de la obediencia y la integridad. Todos tenemos parte en esa batalla: hombres y muchachos, cada uno de nosotros. Vamos ganando y el futuro nunca ha parecido mas brillante.
Dios nos bendiga, mis amados hermanos, en la obra que tan claramente reseñada tenemos por delante. Que seamos fieles. Que seamos valientes. Que tengamos el valor de ser fieles a la confianza que Dios ha puesto en cada uno de nosotros. Que no tengamos temor. »Porque [para citar las palabras de Pablo a Timoteo] no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
»Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.» (2 Timoteo 1:78.)
En el nombre de Jesucristo. Amén.
























