Sacudíos de las cadenas con las cuales estáis sujetos

Conferencia General Octubre 1986logo 4
«Sacudíos de las cadenas con las cuales estáis sujetos»
élder Marvin J. Ashton
del Quórum de los Doce Apóstoles

Marvin J. Ashton1«Las cadenas dañinas las rompen únicamente los de valor y palabra firme que están dispuestos a luchar y soportar el dolor.»

Hace unos años tenía un conocido que se había entregado a la bebida hasta el punto de convertirse en un bebedor compulsivo. Bebía antes de la cena, y cuando tenía que participar en importantes decisiones de negocios, tomaba lo que él llamaba un »tónico». Un día durante un examen médico general, el doctor le dijo que por su propio bien tendría que dejar de beber. Cuando le pregunte que pensaba hacer, me contesto: »Es muy fácil; simplemente cambiare de medico».

Conocemos a otra persona, una mujer encantadora que fumaba mucho. Nos ha contado que varias veces llegó hasta a despertar a su marido en medio de la noche para que fuera a comprarle un paquete de cigarrillos. Esta pareja conoció a los misioneros, ambos creyeron en su mensaje y se convirtieron a la lglesia. Cuando ella supo que debía dejar de fumar, casi inmediatamente se sacudió las cadenas de ese hábito y se libro del vicio del tabaco.

Al seguir el consejo de nuestro querido Profeta, el presidente Ezra Taft Benson, y leer de nuevo el Libro de Mormón, me ha impresionado aún más el consejo que Lehi dio a su familia poco antes de morir, suplicando a sus hijos lo siguiente:

»Despertad, hijos míos; ceñíos con la armadura de la justicia. Sacudíos de las cadenas con las cuales estáis sujetos, y salid de la obscuridad, y levantaos del polvo.» (2 Nefi 1:23.)

Esas palabras se aplican a nosotros hoy. ¿Quién no ha sentido las cadenas de los malos hábitos? Hábitos que pueden habernos impedido el progreso y hecho olvidar quienes somos, haber destruido nuestra autoestima, puesto nuestra vida familiar en peligro y estorbado nuestra capacidad para servir al prójimo y a Dios. Muchas veces decimos: »Así es como soy y no puedo cambiar. No puedo sacudirme las cadenas del habito».

Lehi les advirtió a sus hijos que lo hicieran porque sabia que las cadenas nos impiden el movimiento, el progreso y la felicidad; también nos confunden y disminuyen nuestra capacidad para dejarnos guiar por el Espíritu de Dios. Además, Lehi les recordó que su nueva tierra seria «una tierra de libertad; por lo que nunca serán reducidos al cautiverio; si tal sucediere, será por causa de la iniquidad» (2 Nefi 1:7). Podría habérselo dicho con estas otras palabras: »Si es así, será porque las cadenas de una vida inicua os tendrán atados en cautividad». El escritor ingles Samuel Johnson dijo: »Las cadenas del vicio son muy pequeñas para sentirlas hasta que son demasiado fuertes para romperlas». (International Dictionary of Thoughts. Chicago: J. G. Ferguson Publishing Company. 1969, pág. 348.)

La dama a quien me referí pudo romper las cadenas de un mal habito porque se estableció el cometido de cambiar. Algunos de los lamanitas del rey Lamoni pudieron romper las cadenas de sus iniquidades de asesinatos, indolencia y odio cuando Ammón les enseñó; y se volvieron ñas nobles que los nefitas porque se establecieron el cometido de ser justos.

La rectitud es un escudo, un protector, un aislador. una fuerza, un poder, un gozo, un rasgo de Cristo. Si. vivienda rectamente se rompen cadenas

Muchos nos encontramos sujetos por las cadenas de los malos hábitos, por complejos de inferioridad creados por la mala conducta y la indiferencia; estamos sujetos por una falta de disposición a cambiar para el bien. No es extraño que hoy. como en los días de Nefi, Dios nos ruegue: »Despierta». »escucha», «no lo pospongas mas», »créeme», »vuelve», »busca el camino recto».

Esta pegadiza copla nos cae bien a la mayoría de nosotros:

«Posponer es una tontera»
y sólo pesar me traerá,
mas cambiaré cuando quiera. . .
Uno de estos días será. . .

Sacudirse las cadenas exige acción; no es posible romperlas sólo con el deseo de hacerlo, ni lo lograremos con una declaración de que lo haremos. Se requiere cometido. autodisciplina y esfuerzo .

Las cadenas pesan mucho sobre el corazón y el alma afligidos; nos relegan a una vida sin propósito ni luz; debido a ellas nos confundimos y perdemos el Espíritu. Entonces, es preciso que nos levantemos y respiremos el aire libre de la rectitud; que avancemos con paciencia, comprensión, amor y un cometido firme.

A veces, las cadenas de la arrogancia y el deseo de dominar hacen que los poseedores del sacerdocio se pierdan y tropiecen. En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, ningún hombre que imponga sobre su esposa o hijos exigencias injustas es digno de los poderes y bendiciones del sacerdocio. Dios libre al hombre que encuentre satisfacción en este tipo de dominio.

»Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por la persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero.» (D. y C. 121: 41 .)

Quiero mencionar algunas cadenas que he observado recientemente en amigos, y que causan extravío, destrucción de la familia, perdida del autorrespeto y tristeza.

Me viene a la memoria un joven, casado y con hijos, que abusa de las drogas; en esa forma pone en peligro su familia, su empleo, su dignidad y su propia vida. Sus lamentos proclamándose adicto penetran el alma. El uso de la cocaína y otras drogas encadena al vicio a los que las consumen. Los traficantes de drogas no solo proveen las cadenas para otros sino que también ellos se ponen los grilletes de la iniquidad. A los que no han caído les digo: Rechazad las drogas con todas vuestras fuerzas; a los que tienen el vicio: Buscad la ayuda que necesitáis para sacudiros las cadenas que os arrastraran y ahogaran. Las drogas no son una «solución rápida» sino una rápida salida por una puerta que a menudo se abre solo para dar paso al sufrimiento y la autodestrucción .

Creedme si os digo que algunos de los espectáculos mas lamentables que he visto en mi vida son de los drogadictos; ellos son prisioneros en su propio cuerpo; muchos se sienten totalmente indefensos, dependientes y desesperados; pero ninguno debería sentirse desahuciado. Levantad esas cadenas y luchad por vuestra dignidad, vuestra paz y propósito en la vida. Cualquiera que os diga que el efecto de las drogas es »divertido» es un mentiroso.

Cualquier juez que permita que los traficantes de drogas salgan de un tribunal con una condena leve no es digno de su oficio.

Conozco a una mujer, que es casada y tiene hijos, que esta encadenada a una vida de critica y murmuración. Ella es la primera en señalar los errores de su marido y en repetir los chismes que corren por el vecindario. Un habito que nos hace ver «la paja en el ojo ajeno», que destruye reputaciones y disemina rumores maliciosos es sumamente dañino. El chisme y el sarcasmo crean cadenas de contención que quizás parezcan muy pequeñas, ¡pero cuanto daño y amargura causan!

» ¡Oh que despertaseis . . . de ese profundo sueño, si, del sueño del infierno, y os sacudieseis de las espantosas cadenas que os tienen atados, cadenas que sujetan a los hijos de los hombres a tal grado que son llevados cautivos al eterno abismo de miseria y angustia!» (2 Nefi 1:13.)

Escuchad las palabras de un amigo que comprende muy bien el significado de ese pasaje, un hombre que estuvo atado por las cadenas de la indiferencia, pero que con la ayuda de Dios y la observancia de principios justos no solo las rompió sino que las aplastó. Hace unas semanas llego esta carta:

«Fui bautizado en marzo de 1974. Estaba empleado entonces en un lugar que me exigía trabajar los domingos. Esto, junto con mi falta de fortaleza, me impidió ser miembro activo y fiel de la Iglesia. Con los años empece a descuidar las oraciones y el estudio diarios; en ese periodo me aleje cada vez mas de la Iglesia y las enseñanzas del evangelio, y esto nos causo una desilusion tras otra a mi familia y a mi. Estaba desalentado, decepcionado y sin confianza en mi mismo.

«En la tarde del 6 de abril de 1986, mi esposa buscaba en televisión algo con que entretenernos en otra ociosa tarde domingueras cuando apareció el canal que trasmitía la sesión del domingo de tarde de la conferencia general, ya por comenzar. Nos pusimos a mirar para ver lo que pasaba porque habíamos perdido por completo el contacto con la Iglesia, y, francamente, yo no hubiera podido decir siquiera quien era el Profeta.

«Como dádiva de mi Padre Celestial escuche un mensaje que cambiaría mi vida por completo, y que me quedó resonando durante los dos días siguientes. Le comente a mi esposa cuanto mejor me sentía sobre mi y mi relación con los demás solo por haber obedecido el consejo de aplicar algunos principios. Desde entonces, los dos hemos vuelto a la actividad total en nuestro barrio. «

¡Que bendición es levantarse sobre el polvo y las cadenas de la indiferencia!

Habrá quien pregunte: «¿Que hago para romper las cadenas que me atan y me alejan del sendero que el Salvador querría que siguiera?» Estas no las pueden romper los que viven en la lujuria y se engañan a si mismos; sólo las rompen los que están dispuestos a cambiar. Debemos enfrentar la dura realidad de que las cadenas dañinas las rompen únicamente los de valor y palabra firme, que están dispuestos a luchar y soportar el dolor.

Es verdad que hay personas que no quieren cambiar, aun cuando puedan afirmar lo contrario. Sólo el interesado puede proveerse de motivación y decidirse a llevar a cabo el cambio. La Iglesia, el hogar, la familia, los amigos y los profesionales capacitados pueden ayudar, apoyar, animar, comprender y guiar, pero la labor de cambiar queda en nuestras propias manos. Y casi siempre se logra sólo mediante el duro esfuerzo.

Cambiar o romper algunas de nuestras cadenas, aunque sean ligeras, implica renunciar a modos de comportamiento o hábitos que han sido importantes para nosotros en el pasado. Esto generalmente atemoriza. El cambio lleva aparejados riesgos. »¿Cómo reaccionaran los demás si cambio y me encuentran diferente?» Aunque nuestra manera de vivir actual nos cause dolor y destrucción, algunos de nosotros pensamos que tiene un propósito y nos dejamos llevar por ella.

Todo cambio que valga la pena implica un riesgo: el de cambiar un habito antiguo y nocivo por una manera mejor de vivir.

Si dejamos que se impongan el temor y la falta de disposición a enfrentar el riesgo de mejorar, no seremos capaces de cambiar. En su obra »Medida por medida», Shakespeare dice:

«Nuestras dudas son traidoras, y nos hacen perder a menudo el bien que podríamos ganar, por temor a experimentarlo.» (William Shakespeare, Obras completas, Madrid, 19ó7: Aguilar S. A. de Ediciones, pág. 1534.)

Con la ayuda y la fortaleza de Dios, hasta las cadenas del temor se pueden romper esforzándose con humildad. Y el esfuerzo se puede hacer con esta promesa que se encuentra en Doctrina y Convenios 122:4.

«A causa de tu rectitud. . . tu Dios te amparara para siempre jamas.»

La persona prudente avanza constantemente esforzándose por mejorar y sabiendo que para progresar se necesita el arrepentimiento diario; y comprende que la buena vida consiste simplemente en seguir las normas de rectitud y justicia. Los goces de la felicidad se obtienen únicamente obedeciendo principios elevados.

Los que tienen el cometido de mejorar, con su valor para intentarlo ya rompen cadenas. Los que viven sin cometido creen que es mas fácil adaptar su vida al peso y las restricciones de las cadenas que hacer el esfuerzo por cambiar.

Que Dios nos ayude a sacudirnos las cadenas que nos tienen sujetos; con su ayuda podemos lograrlo por medio de la fe, las obras, la oración, un cometido firme y la autodisciplina. Que tengamos la disposición y la fuerza para librarnos de las que controlan y destruyen nuestro progreso, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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