El portal del amor

Conferencia General Octubre 1987

El portal del amor

Thomas S. MonsonPor el Presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero en la Primera Presidencia.

«El deseo de beneficiar a otros y la buena voluntad de ayudar y de servir emanan de un corazón lleno de amor.»

Recientemente la agencia de noticias internacionales Associated Press distribuyó entre los medios de comunicación una larga lista de los crímenes ocurridos en todo el mundo, y de allí se transmitieron a los hogares  de todos los continentes.

Los titulares eran breves. Resaltaban asesinatos, violaciones, robos, fraudes, engaños y muestras de corrupción. Yo anoté algunos: «Individuo mata a esposa e hijos y se suicida»; «Niña identifica a su violador». «Cientos pierden fortuna en inversiones fraudulentas». La lista continúa con tonalidades  de Sodoma e imágenes de Gomorra.

El presidente Ezra Taft Benson ha dicho a menudo: «Vivimos en un mundo corrupto». El apóstol Pablo nos previno: «Habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, flasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos. . .amadores de los deleites más que de Dios» (2 Timoteo 3:2-4).

¿Será que corremos la misma suerte que «las ciudades de la llanura» del tiempo de Lot? ¿No aprenderemos la lección de la época de Noé? «¿No hay bálsamo en Galaad?» (Jeremías 8:22) ¿O es que existe un pasadizo  que nos lleva desde el lóbrego mundo  hacia las altas llanuras de la justicia  y la rectitud? A los sinceros de corazón le llega el eco de las palabras del Señor: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20) ¿Tiene nombre esa puerta? Si, lo tiene. El nombre que le doy es «El portal del amor».

El amor produce cambios en la gente. El amor es el bálsamo que cura el alma. Pewro el amor no crece como la yerba mala ni cae como la lluvia. El amor tiene precio; «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no se pierda, mas tenga vida eterna.

A este mismo Jesús  le preguntó un intérprete de la ley: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con toda tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como ti mismo» (Mateo 22:36-40).

Y en los momentos cargados de emoción en que se despidió  de sus amados discípulos, dijo: «El que tiene los mandamientos y los guarda, ése es el que me ama» (Juan 14:21).

Y la frase tan conocida: «Un mandamiento os doy, que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros» (Juan 13:14)

Los niños pequeños pueden aprender a amar. Muchas veces no comprenden las profundas enseñanzas de las Escrituras; sin embargo, responden ante una sencilla poesía.

Juan a su madre dijo querer,
y aunque el agua tenía que traer,
al patio se fue a amacar
y se olvidó de trabajar.
Rosa a su madre dijo amar
Y así se la oyó jurar,
Pero tanto peleó y gritó
que a su madre entristeció.
«Te quiero madre» dijo Graciela,
y hoy que no tengo clases en la escuela
te ayudaré todo lo que pueda.
Meció al bebé hasta que se durmió,
De puntillas del cuarto salió
Y toda la casa muy pronto barrió.
Alegre y feliz hizo los mandados
Hasta que el día hubo terminado.
«Te queremos madre», volvió a resonar
cuando los tres se fueron a acostar.
¿Cómo podía la madre adivinar
cuál de los hijos la amaba mas?
(Joy Allison, The World’s Best Loved Poems, New York, Harper and Row, 1955, págs. 243-244.)

El hogar debe ser un refugio lleno de amor. El respeto y la cortesía son símbolos del amor y caracterizan a las familias dignas. Los padres de esos hogares no escucharán decir al Señor lo que se dice en el libro de Jacob: «Habéis quebrantado los corazones de vuestras esposas y perdido la confianza de vuestros hijos por causa de los malos ejemplos que les habéis dado; y los sollozos de sus corazones ascienden a Dios contra vosotros» (Jacob 2:35)

En Tercer   Nefi el Maestro nos dijo: «[No] habrá disputas entre vosotros . . . Porque en verdad, os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos contra otros. He aquí, no es esta mi doctrina, agitar con ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes mi doctrina es ésta, que se acaben tales cosas» (3 Nefi 11:28-30).

Donde amor no hay discusiones.  Donde hay amor no hay contención. Donde hay amor también esta Dios. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de cumplir los mandamientos y de poner en práctica las lecciones que se hallan en las Escrituras. José Smith enseñó que «la felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312).

En la obra musical «Camelot» hay una advertencia para todos. Cuando el triángulo comenzó a profundizarse entre el rey Arturo, Lancelot y Ginebra, el rey Arturo dijo: «No debemos dejar que nuestras pasiones destruyan nuestros sueños».

De esa misma producción podemos tomar otra verdad e los labios también del rey Arturo, el que tiene visiones de un futuro mejor: «La violencia no equivale a la fuerza y la compasión tampoco es debilidad».

En este mundo en que vivimos existe la tendencia de decir cuando se requiere que haya un cambio o se necesita ayuda; «Alguien tendría que hacer algo». Pero nunca definimos quien es ese «alguien». En cambio, me gusta mucho la frase: «Que hay paz en el mundo y que yo sea el primero en promulgarla». Me emocioné cuando leí que un niño en una de las ciudades del Este de nuestro país, cuando vio a un vagabundo dormido en la calle, fue a buscar su propia almohada para colocársela debajo de la cabeza. Tal vez haya recordado las palabras de un pasado remoto:

«. . .en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:40).

Yo admiro a los que con compasión y cuidados amorosos dan de comer al hambriento, visitan al desnudo y alojan al desamparado. Dios, que se preocupa si cae un pajarillo en tierra, no dejará de notar ese servicio.

Una campana no existe hasta que la hagamos sonar;
Una canción no tiene valor hasta que se le oye cantar;
El amor en tu corazón no debe allí quedar;
El amor no es amor si no lo quieres dar.
(Sixteen Going on Seventeen», de la obra de la Novicia Rebelde, de Rodgers y Hammerstein.)

En la Santa Biblia leemos:

«Aconteció . . . que [Jesús] iba a la ciudad que se llama Nain . . .
«Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaba a enterrar un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda . . .
«Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores.
«Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: joven, a ti te digo, levántate.
«Entonces se incorporó el que había muerto y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre» (Lucas 7:11-15).

El deseo de beneficiar a otros, la buena voluntad de ayudar y de servir emana de un corazón lleno de amor.

Un poeta escribió: «El amor es el atributo más noble del alma humana». William Shakespeare nos previno: «Los que no demuestran amor es porque no aman».

Una maestra de escuela demostró su amor al afirmar: «Todos aprenden en mi clase; yo tengo la responsabilidad de ayudar a todos a triunfar».

Un líder de un quórum de Salt Lake City me dijo un día: «Este año ayudé a doce hermanos que estaban sin trabajo a encontrar empleo permanente. Nunca me he sentido tan feliz». El «petiso Eddie», como lo llamamos cariñosamente, me pareció muy alto ese día, al hablarme con la voz entrecortada y los ojos húmedos. Él demostraba su amor ayudando a los necesitados.

Un negociante alto y fuerte, revendedor de aves para alimento, demostró su amor con pocas palabras cuando alguien quiso pagarle 24 pollos que había conseguido. «Los pollos son para las viudas y no te voy a cobrar». Y cuando estaba colocándolas en el baúl del automóvil dijo: «Y tengo mas cuando las necesiten».

Robert Woodruff, un hombre prominente de una generación pasada, viajó por todos los estados dando un mensaje a grupos de diversa índole. El formato era simple, el mensaje muy breve:

Las cinco palabras más importantes son éstas: «Estoy muy orgulloso de ti».

Las cuatro palabras más importantes son éstas: «¿Cuál es tu opinión?»

Las tres palabras más importantes son éstas: «Si tu quieres».

Y las dos palabras más importantes son éstas: «Te agradezco».

A la lista del Señor Woodruff, yo agregaría:  la palabra más importante que existe es «amor».

Hace algunos años la escuela secundaria Morgan (EE.UU.) le jugo un partido a la llamada Millard (EE.UU.) por el campeonato estatal de fútbol americano. Desde su silla de ruedas, el entrenador de la escuela Morgan, Jan Smith, le dijo a su equipo con efusividad que ese era el partido más importante de su vida y que si lo perdían, lo lamentarían para siempre, pero que si lo ganaban, nunca lo olvidarían. De modo que los animó a hacer cada jugada pensando en que esa era la más importante del partido.

Su esposa, a quien él consideraba su mejor ayudante, lo escuchó decirles después que los quería mucho y que el partido no era lo que más le importaba, sino el hecho de que lo ganaran por sí mismos. Aunque no era la favorita, la escuela Morgan gano el campeonato.

El verdadero amor es un reflejo del amor de Cristo. En diciembre, todos los años, lo llamamos el espíritu de la Navidad. Uno puede escucharlo, verlo y palparlo, pero siempre que este acompañado.

Un día de invierno recordé una experiencia de cuando yo era un niño de once años. Nuestra presidenta de la Primaria era una cariñosa señora de pelo gris. Un día me pidió que me quedara a conversar con ella. Los dos nos sentamos en aquella capilla solitaria. Ella me pasó el brazo por los hombros y comenzó a llorar. Sorprendido, le pregunte por que lloraba, y ella me contestó: »No puedo conseguir que los niños de tu clase se mantengan reverentes durante los ejercicios ele apertura, ¿quisieras tu ayudarme, Tommy?» Le prometí que le ayudaría. A mí me extrañó mucho, pero desde ese día se acabaron los problemas de reverencia en esa Primaria. Ella se había dirigido al origen del problema: yo era la causa. Y la solución había sido el amor.

Los años habían pasado: ella ahora tenia mas de noventa años y vivía en un asilo de ancianos en el noroeste de la ciudad de Salt Lake. Antes de Navidad decidí visitar a mi querida presidenta de la Primaria. En la radio estaban tocando: »Escuchad el son triunfal de la hueste celestial» (Himnos de Sión, «Escuchad el Son Triunfal». Núm. 44). Recordé la visita de los reyes magos tantos años atrás. Ellos llevaban de regalo oro, incienso y mirra. Yo sólo llevaba mi amor y el deseo de decir »Gracias».

Al llegar al asilo, la encontré en el comedor. Miraba con ojos fijos la comida y la revolvía con el tenedor que sostenía su arrugada vieja mano. No comía bocado. Cuando le hablé, me miró con ojos buenos pero indiferentes. Yo tomé el tenedor y empece a darle de comer en la boca mientras le hablaba de lo mucho que ella había ayudado a los niños cuando servia en la Primaria. No recibí ni siquiera una mirada de reconocimiento, ni mucho menos una palabra. Otras dos ancianas me miraban asombradas. Por fin me dijeron: ¿Para que le habla’? Ella no reconoce a nadie, ni siquiera a la familia. No ha dicho una palabra en todos los años que ha estado aquí».

Terminó el almuerzo y mi monólogo también llegó a su fin. Me puse de pie para marcharme. Tome su débil mano entre las mías, y contemple su aun hermoso semblante, a pesar de las arrugas. Le dije: »Que Dios la bendiga. Feliz Navidad». De improviso ella habló: »Yo te conozco; tú eres Tommy Monson, mi niño de la Primaria. ¡Cuánto te quiero!» Se llevó mi mano a los labios y la besó con cariño. Le corrieron lagrimas por las mejillas que bañaron nuestras manos. Esas manos en ese momento fueron santificadas por los cielos y la gracia de Dios. Pareció escucharse el son triunfal; y las palabras del Maestro adquirieron un significado personal que yo nunca había percibido: »Mujer, he ahí tu hijo». Y a su discípulo, dijo: »He ahí tu madre» (véase Juan 19:2627).

Afuera el cielo estaba azul; el aire frío y cortante; la nieve blanca como el cristal.

Y desde Belén parecían venir las palabras:

Oh, ¡cuán inmenso el amor
que nuestro Dios mostró!
Al dar a todos ese don:
su hijo nos mando.
Los ángeles anuncian
la prometida luz.
Ven con nosotros a morar,
oh, Cristo, Rey Jesús.
(Himnos de Sión, »Oh, Pueblecito de Belén», Núm. 43.)

Se otorgó el maravilloso don, se recibió la bendición celestial y recibimos al Rey Jesús: todo a través de la puerta llamada «amor». Declaro esta verdad solemne en el nombre de Jesucristo. Amén.

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