Conferencia General Abril 1987
Las bendiciones del sacerdocio
élder Dallin H. Oaks
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Estad preparados para dar una bendición del sacerdocio bajo la influencia del Espíritu Santo en cualquier momento en que se os solicite con sinceridad y fe.»
En la primavera de 1 866, durante una época de guerra, en muchas de las colonias del sur de Utah, nuestros pioneros se esforzaban por defenderse de mortales ataques de los indios. Dos de los hijos de Heber C. Kimball fueron llamados al servicio militar en una expedición de tres meses contra los indios. Antes de partir, él les dio una bendición del sacerdocio. Aparentemente preocupado porque sus hijos pudieran derramar la sangre de sus hermanos lamanitas, primero les recordó las promesas que Dios había hecho a esa rama de la Casa de Israel. Luego los bendijo y les prometió que no verían ni un indio en su campaña. Ellos, llenos de deseos de pelear, quedaron desilusionados con esta promesa, pero la bendición se cumplió. Al volver tres meses después, informaron:
«Anduvimos cientos de millas, siguiendo las huellas de varios bandos de indios hostiles, y muchas veces estuvimos muy cerca de encontrarlos. Ellos atacaban las colonias a nuestro alrededor, matando a los colonos y haciendo huir el ganado.» Pero el grupo no vio a un solo indio. (Orson F. Whitney, Life of Heber C. Kimball, an Apostle, segunda edición, Salt Lake City; Steven and Wallis, Inc., 1945. pág. 429.)
En este tipo de bendiciones, un siervo del Señor ejerce el sacerdocio, inspirado por el Espíritu Santo, para invocar los poderes del ciclo en beneficio de la persona a quien se bendice. Son bendiciones que confieren los poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, que tiene las llaves de todas las bendiciones espirituales de la Iglesia (véase D. y C. 107:18, 67).
Hay muchas clases de bendiciones del sacerdocio. Al daros ejemplos, recordad que estas bendiciones están a disposición de todos los que las necesiten, pero sólo cuando las piden.
En las que se dan para sanar a los enfermos, primero se hace la unción con aceite, como indican las Escrituras (véanse Santiago 5:14-15; Marcos 6:13, D. y C. 24:13-14, 42:43-48, 66:9). Las bendiciones patriarcales las confiere un patriarca ordenado.
Las personas que desean una guía para tomar decisiones importantes pueden recibir una bendición; también las que necesitan fuerza espiritual extra para sobreponerse a un problema. Una mujer que va a dar a luz puede recibir una bendición. Muchas familias de la Iglesia han tenido la experiencia de una ocasión sagrada en que el padre ha dado una bendición a uno de sus hijos que estaba por casarse. Los hijos que salen del hogar paterno por otros motivos, como los estudios, el servicio militar o un viaje, muchas veces piden a su padre una bendición.
A menudo, los misioneros piden una a su padre antes de partir. Tengo un amigo que es ciego; él me contó cómo su padre lo bendijo para que, a pesar de su impedimento físico, pudiera terminar la misión, tener éxito en su llamamiento y sentir gran amor por la gente. Y soy testigo del cumplimiento de esa bendición en la vida de un santo extraordinario.
Las bendiciones como la que acabo de describir a veces se llaman bendiciones de consuelo o consejo, y generalmente las da un padre o esposo, u otro élder de la familia. Estas se pueden escribir y guardar en los registros familiares como guía espiritual para la persona así bendecida.
Hace más de diez años un jovencito le pidió al presidente Benson que le diera una bendición. Aunque el padre del muchacho no era un élder activo, el presidente Benson le preguntó: «¿Te gustaría hablar con él en una ocasión oportuna y preguntarle si estaría dispuesto a darte una bendición de padre?» Dudoso, el joven accedió, y más tarde le dijo:
«Hermano Benson, esa fue la experiencia más dulce que mi familia ha tenido . . . Me dio una de las bendiciones más hermosas que pudiera haber deseado . . . Cuando él terminó, había un vínculo de aprecio, gratitud y cariño mutuos que nunca había existido en nuestro hogar.» (Ensign, nov. de 1977, pág. 32.)
Las bendiciones del sacerdocio también se dan cuando hay una ordenación y al apartar a un hombre o una mujer para un llamamiento en la Iglesia. Probablemente, éstas sean las más frecuentes.
Muchos hemos pedido una bendición al enfrentar una nueva responsabilidad en el trabajo. Yo recibí una de éstas hace muchos años y sentí su confortamiento inmediato y su guía constante.
Al apartar al doctor Russell M. Nelson como presidente de estaca, una Autoridad General lo bendijo para que pudiera enfrentar las críticas exigencias de tiempo en su profesión de cirujano cardiólogo. El élder Nelson nos ha contado cómo se cumplió esa bendición al reducirse considerablemente el riesgo y el tiempo de convalecencia en ciertas operaciones al corazón. Ocho años después, el hombre que lo bendijo fue su paciente. El entonces élder Spencer W. Kimball debía someterse a una compleja cirugía. Los presidentes Harold B. Lee y N. Eldon Tanner bendijeron al doctor Nelson para que pudiera llevar a cabo la operación sin error, que todo saliera bien, y que él no temiera por sus propias insuficiencias porque el Señor lo había preparado para hacer esa operación. (Ensign, mayo de 1984, pág. 88.) Aquella bendición se cumplió, y poco más de un año después su paciente, completamente recuperado y vigoroso, llegó a ser Presidente de la Iglesia y la dirigió a través de acontecimientos y de un progreso que jamás se olvidarán.
¿Qué significado tiene una bendición del sacerdocio’? Pensemos en un joven que se va de la casa a buscar fortuna en el mundo. Si su padre le diera una brújula, podría emplearla para que lo guiara en el camino; si le diera dinero, podría usarlo para tener poder en asuntos mundanos. Una bendición del sacerdocio es una otorgación de poder sobre asuntos espirituales. Aunque no se puede tocar y pesar tiene suma importancia para ayudarnos a vencer obstáculos en nuestro camino a la vida eterna.
Recordad cómo intervino el Salvador para que los niños pequeños pudieran llegar hasta Él. «Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.» (Marcos 10:16.) Y cuando el Señor resucitado visitó a la gente en este continente, «tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y les bendijo, y rogó al Padre por ellos» (3 Nefi 17:21).
Para un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec es una responsabilidad muy sagrada la de hablar por el Señor al dar una bendición. Como el Señor nos ha dicho en la revelación moderna: «Mi palabra . . . será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo» (D. y C. 1:38). Si un siervo del Señor habla inspirado por el Espíritu Santo, sus palabras son «la voluntad del Señor . . . la intención del Señor . . . la palabra del Señor . . . (y) la voz del Señor» (D. y C. 68:4). Pero si la bendición sólo representa los propios deseos y opiniones del poseedor del sacerdocio, sin inspiración del Espíritu Santo, entonces es condicional y depende de si representa o no la voluntad del Señor.
Los dignos poseedores del Sacerdocio de Melquisedec pueden dar bendiciones a su posteridad. Muchas de éstas están registradas en las Escrituras, incluso las de Adán (D. y C. 107:53-57), las de Isaac (Génesis. 27:28-29, 39-40; 28:3-4; Hebreos 11:20), las de Jacob (Génesis 48:9-22; 49; Hebreos 1 1:2 1) y las de Lehi (2 Nefi 1:28-32-, 4).
Cuando el padre de José Smith estaba moribundo, sus hijos se reunieron para recibir su última bendición. Después de bendecir a su esposa, empezó con Hyrum, el mayor de los hijos, y bendijo a cada uno de ellos. (Véanse Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith, Salt Lake City: Bookcraft, 1956, págs. 308-3 13; Pearson H. Corbett, Hyrum Smith, el Patriarca, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1963, págs. 240-241.)
En la revelación moderna se manda a los padres miembros de la Iglesia que lleven a sus hijos a la Iglesia, donde «los élderes… les impondrán las manos en el nombre de Jesucristo y los bendecirán en su nombre » (D. y C. 20:70). Por este motivo los padres llevan a sus bebés a la reunión sacramental, donde un élder -generalmente el padre- les da el nombre y una bendición.
Si alguno de los jóvenes que se encuentran aquí pensaba que nunca había recibido una bendición del sacerdocio, espero que se dé cuenta ahora de que ya ha recibido por lo menos dos, y quizás más.
Las bendiciones del sacerdocio no se limitan a aquellas en que se le imponen las manos a una persona, sino que a veces se pronuncian sobre un grupo de personas. Antes de morir, el profeta Moisés bendijo a todos los hijos de Israel (Deuteronomio 33: l). El profeta José Smith «pronunció una bendición sobre las hermanas» que trabajaban en la construcción del Templo de Kirtland, y también bendijo «a la congregación» (History of the Church, 2:399). En la última Conferencia General de abril, el presidente Benson invocó «una bendición sobre los Santos de los Últimos Días y sobre toda la gente buena del mundo. . . con mayor poder para hacer el bien y resistir el mal» y «con una mayor comprensión del Libro de Mormón» (Liahona, julio de 1986, pág. 72).
Las bendiciones del sacerdocio también se dan sobre lugares. Las naciones se bendicen y dedican para la prédica del evangelio. Los templos y los edificios de adoración se dedican al Señor con una bendición del sacerdocio; también otros edificios se pueden dedicar cuando se emplean para servir al Señor. Los miembros de la Iglesia pueden dedicar su hogar como un lugar sagrado donde pueda morar el Espíritu Santo. Los misioneros y otros poseedores del sacerdocio pueden dejar una bendición del sacerdocio en las casas donde los reciben (D. y C. 75:19; Alma 10:71 l). Jóvenes, dentro de poco tiempo, quizás se os pida a vosotros una bendición así. Espero que os estéis preparando espiritualmente.
En el tiempo que me queda, hablaré de otras bendiciones del sacerdocio.
Hace unos cien años, Sarah Young Vance se recibió de partera; antes de que empezara a trabajar en Arizona, un líder del sacerdocio la bendijo para que «siempre hiciera lo correcto y lo mejor por el bienestar de sus pacientes». En un período de cuarenta y cinco años, la hermana Vance trajo al mundo unos 1.500 bebés sin que se perdiera ni uno de ellos ni una madre. «Cuando me encontraba frente a un problema difícil», dijo ella, «había algo que me inspiraba y de algún modo sabía lo que debía hacer». (L. J. Arrington y S. A. Madsen, Sunbonnet Sisters; True Stories of the Mormon Women and Frontier Life, Salt Lake City: Bookcraft, 1984, pág. 105.)
En 1864. Joseph A. Young fue llamado en una misión especial para atender asuntos de la Iglesia en el este de los Estados Unidos. Su padre, el presidente Brigham Young, lo bendijo para que fuera y regresara a salvo. Al volver tuvo un serio accidente de tren. «El tren estaba todo aplastado», contó él, «incluso el vagón en el que yo viajaba, hasta el asiento junto al mío, [pero] yo salí sin un rasguño. » (Letters of Brigham Young to His Sons, ed. Dean C. Jessee, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1974 pág. 4.)
Cuando niño me inspiraba un relato de valor en Nauvoo, en el que tuvo parte uno de los tíos de mi abuelo. En la primavera de 1844, algunos hombres conspiraban contra el profeta José Smith uno de los líderes, William Law, tuvo una reunión secreta en su casa. Entre los invitados estaban Dennison Lott Harris, de diecinueve años, y su amigo Robert Scott. También habían invitado al padre de Dennison, Emer Harris, que era mi tatarabuelo, pero él pidió consejo al profeta José Smith, que le dijo que no asistiera a la reunión, sino que mandara a los jóvenes. José Smith también les dijo a éstos que prestaran atención a lo que oirían para informarle.
El que hablo en esa primera reunión denunció a José Smith como profeta caído y manifestó su determinación de destruirlo. Cuando el Profeta lo supo, pidió a los jóvenes que fueran a la segunda reunión; ellos lo hicieron y le informaron.
Una semana mas tarde habría una tercera reunión. Otra vez el Profeta les pidió que asistieran, pero les dijo que ésa sería la última vez. «Guardad silencio y no higáis ningún convenio ni promesa con ellos», les dijo. También les advirtió del gran peligro de su misión. Aunque pensaba que no era probable que los mataran, existía esa posibilidad. Luego, bendijo a Dennison y a Robert por el poder del sacerdocio, prometiéndoles que si perdían la vida, su galardón sería inmenso.
Con la fortaleza que les daba la bendición, asistieron a la tercera reunión y escucharon a los conspiradores hacer sus planes asesinos. Luego, al requerírsele a cada uno que jurara lealtad y silencio con respecto al complot, ellos rehusaron. Después que todos los demás habían jurado, el grupo completo se volvió a Dennison y Robert amenazándoles con la muerte a menos que también juraran. Puesto que su negativa era una amenaza para los planes secretos de los conspiradores, la mitad de éstos propusieron matarlos allí mismo; aparecieron los puñales y los hombres iracundos empezaron a empujarlos hacia el sótano para darles muerte.
Pero algunos compañeros les gritaron que esperaran. Pensaban que los padres sabrían dónde estaban sus hijos, y si no volvían, se alarmarían saliendo a buscarlos; los encontrarían muertos y esto revelaría sus planes secretos. Durante una larga discusión, esas dos vidas pendían de un hilo. Al fin decidieron soltarlos, pero primero los amenazaron de muerte si jamás revelaban algo de lo que había ocurrido. Así se hizo, y a pesar de la amenaza, y por haber seguido el consejo del Profeta de no hacer promesas a los conspiradores, Dennison y Robert pronto le contaron todo a José Smith.
Para protegerlos, él les hizo prometer que no revelarían lo que sabían a nadie, ni siquiera a sus padres, por lo menos durante veinte años. Pocos meses después, el profeta José Smith fue asesinado.
Pasaron muchos años y los miembros de la Iglesia se establecieron en el oeste. Mientras Dennison L. Harris era obispo del Barrio Monroe, en el sur de Utah, vio a un miembro de la Primera Presidencia en una reunión de la Iglesia en la ciudad de Ephraim. En ese pueblo, el domingo 15 de mayo de 1881, treinta y siete años después que el profeta José Smith le había hecho prometer que guardaría silencio para protegerlo de la venganza del populacho, Dennison Harris le contó la experiencia al presidente Joseph F. Smith. (Verbal Statement of Bishop Dennison L. Harris, 15 May 1881, MS 2725, Departamento Histórico de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, Salt Lake City.) Entre su posteridad se cuentan muchos santos destacados; uno de ellos, Franklin S. Harris, fue mucho tiempo presidente de la Universidad Brigham Young.
Al hablar de bendiciones del sacerdocio, me asaltan los recuerdos: Me acuerdo de mis hijos pidiéndome una bendición que los ayudara a través de las experiencias más difíciles de su vida; y siento gozo al recordar las promesas inspiradas que les hice y su fe fortalecida por el cumplimiento de éstas. Siento orgullo por la fe de esta nueva generación al pensar en que mi hijo, nervioso antes de un examen profesional y sin su padre, que estaba lejos, pidió una bendición al poseedor del sacerdocio en la familia que le era más accesible: su cuñado.
Recuerdo a un joven converso muy confuso que pidió una bendición que le ayudara a cambiar el camino de autodestrucción en el que iba. La bendición que recibió fue tan extraordinaria que me quedé asombrado al oír mis propias palabras pronunciándola.
Hermanos, jóvenes y viejos, no vaciléis en pedir una bendición del sacerdocio cuando necesitéis fortaleza espiritual. Padres y demás élderes, atesorad y honrad el privilegio de dar bendiciones a vuestros hijos, y a otros hijos de nuestro Padre Celestial. Estad preparados para dar una bendición del sacerdocio bajo la influencia del Espíritu Santo en cualquier momento en que se os solicite con sinceridad y fe.
Esta es la verdadera Iglesia de nuestro Salvador. Testifico de la misión redentora de Jesucristo. Somos poseedores de Su sacerdocio. Dios nos bendiga para poder ejercer ese sacerdocio bajo su dirección, para bendecir a sus hijos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























