Vosotros sois la clave

Conferencia General Abril 1988logo 4
Vosotros sois la clave
Por el presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Thomas S. MonsonTomemos la determinación de librarnos de cualquier crustáceo de pecado, como preparación para cuando surjan las oportunidades, y de honrar el sacerdocio por medio de nuestro servicio.

David declara en uno de sus hermosos y conmovedores salmos:

«¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuan glorioso es tu nombre en toda la tierra! . . . Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tu formaste, digo: ¿qué es el hombre, para que tengas de él memoria?» (Salmos 8: 1, 34.)

Job, ese justo hombre de la antigüedad, formuló la misma pregunta cuando inquirió:

«¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas, y para que pongas sobre él tu corazón?» (Job 7:17.)

Uno no necesita buscar a tientas respuestas a esas penetrantes preguntas al estar, como yo, en presencia de vosotros, en este histórico Tabernáculo o ante todos los demás congregados en diferentes partes del mundo.

«Sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa» (I Pedro 2:9). Sois «casa espiritual y sacerdocio santo» (I Pedro 2:5).

Como poseedores del sacerdocio se nos envió a la tierra en una época difícil. Vivimos en un mundo de corrientes conflictivas a diestra y siniestra. Las intrigas políticas destruyen la estabilidad de las naciones, los déspotas ambicionan el poder, y algunos grupos de la sociedad parecen ser pisoteados todo el tiempo, privados de oportunidades y condenados a vivir con un sentimiento de fracaso.

Nosotros, a quienes se nos ha ordenado al sacerdocio de Dios, podemos ser un ejemplo definitivo. Cuando nos hacemos acreedores a la ayuda del Señor, podemos edificar a jóvenes, corregir a hombres y podemos obrar milagros en Su santo servicio. Tenemos oportunidades sinnúmero.

Aun cuando la tarea parezca ser abrumadora, nos respaldamos en la verdad que dice: «La fuerza más grande del mundo es el poder de Dios puesto de manifiesto por medio del hombre». Si nos encontramos en el servicio del Señor, tenemos derecho de recibir Su ayuda. Esa ayuda divina, sin embargo, depende de nuestra dignidad. Para navegar sin dificultades por el mar de esta vida mortal, para llevar a cabo una misión de rescate humana, necesitamos la guía del marinero eterno: el mismo gran Jehová. A Él extendemos las manos para recibir la ayuda celestial.

¿Extendemos unas manos limpias’? ¿Son puros nuestros corazones’? Al mirar hacia atrás en las paginas de la historia, aprendemos una lección de dignidad de las palabras del agonizante rey Darío. A Darío, por medio de los debidos ritos, se le había reconocido como el legitimo rey de Egipto. A su adversario, Alejandro Magno, se le habla declarado hijo legitimo de Ammón. El también era faraón. Al encontrar Alejandro al derrotado Darío al borde de la muerte, le puso la mano sobre la cabeza para curarlo, mandándole ponerse de pie y asumir nuevamente su posición de rey, diciéndole: «Juro ante ti, Darlo, por todos los dioses, que hago esto con sinceridad y sin engaños». Darío le reprochó suavemente: «Alejandro, ¿crees que puedes tocar los cielos con esas manos tuyas?» (Citado por Hugh Nibley en Abraham in Egypt, Salt Lake City, Deseret Book Co., 1981, pág. 192.)

Podemos aprender otra lección de un articulo publicado recientemente en el Church News. Dice así:

«Para muchas personas puede resultar extraño ver barcos de diferentes banderas cargando y descargado en los muelles de Portland, Oregon, ciudad que se encuentra a unos 160 kilómetros del mar. El llegar hasta allí constituye una tarea difícil, puesto que hay que maniobrar sobre el banco de arena del río Columbia y sobrevivir los largos trechos de ese río y el Willamette.

«Pero a los capitanes de barco les gusta echar cabos en Portland. Saben que al desplazarse sus naves por los mares, un curioso crustáceo de agua salada, la broma, se adhiere al casco del buque por el resto de su vida, cubriéndose de una cáscara tipo rocoso. Cuantos más de estos crustáceos se quedan prendidos del casco, mas retardan la marcha del barco, disminuyendo sal su eficacia.

«Periódicamente, se debe llevar a la embarcación a un dique, en donde con gran esfuerzo se desprenden los crustáceos. Se trata de un proceso difícil y caro que detiene el barco en puerto por varios días. Pero esta operación no se hace necesaria si los barcos van a Portland, ya que los crustáceos no pueden sobrevivir en agua fresca. Allí en las dulces y frescas aguas del Willamette o del Columbia, los crustáceos se aflojan y se desprenden, retornando el barco a su peso normal.

«Los pecados son como esos crustáceos. Casi nadie pasa por la vida sin que se le queden prendidos algunos; así se nos hace mas pesada la carga, se detiene nuestra marcha y se disminuye nuestra eficiencia. Si no hay arrepentimiento, se irán apilando uno sobre otro y terminaran por hundirnos.

«En su infinito amor y misericordia, el Señor nos ha proporcionado un puerto en el cual, por medio del arrepentimiento, nuestros crustáceos se desprenden y se olvidan. Con nuestras almas iluminadas y renovadas podemos seguir adelante en nuestra obra y en la de Él.» («Harbor of Forgiveness», 30 de enero de 1988, pág. 16.)

Nuestro amoroso Padre Celestial ha preparado para nuestra gula verdaderos modelos, hombres que han sido un ejemplo en sus respectivas épocas. A estas nobles almas yo llamo «pioneros». El diccionario define a un pionero como una persona que prepara el camino para otras.

Impulsados por la fe, los pioneros navegaron río arriba contra las corrientes de la duda que los rodeaban. No podemos menos que sentirnos inspirados en nuestros esfuerzos al recordar su ejemplo.

Nefi dijo: «Iré y haré lo que el Señor ha mandado» (I Nefi 3:7).

Samuel declaró: «Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (I Samuel 15:22).

Pablo dijo: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación» (Romanos 1:16).

Job escribió: «Yo sé que mi Redentor vive» (Job 19 25).

José Smith declaró: «Me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los hombres» (D. y C. 135:4).

Estos nobles lideres dieron su ejemplo en sus respectivas épocas.

¿Qué hay de la actualidad’? ¿Qué hay de mí mismo’?

El mundo sintió debajo de sus pies el tranco acelerado de la actividad cuando el presidente Spencer W. Kimball declaró: «Debemos alargar nuestro paso». Él dio el primer paso y la Iglesia le siguió.

Cuando el presidente Ezra Taft Benson nos advirtió que hablamos sido negligentes para con el Libro de Mormón e instó a todos los miembros a leer y estudiar este sagrado registro, se necesitaron mas imprentas para producir mas y mas ejemplares del libro, al seguir al profeta jóvenes y jovencitas, hombres y mujeres en la lectura y en su inspirada declaración. A diario se reciben cartas en la oficina del Presidente que testifican de la forma en que se han enriquecido tantas vidas gracias a la lectura del Libro de Mormón. Las cartas hablan de familias unidas, de metas alcanzadas y almas rescatadas. Tal es el poder de un profeta.

No tenemos el monopolio del buen obrar. En todas las naciones hay hombres y mujeres que aman a Dios y que influyen positivamente en la vida de quienes les rodean. Pienso en el fundador del movimiento Scout, el lord Baden Powell, y en aquellos que enseñan y viven los principios que este inculcó. Resulta difícil medir el alcance de la promesa Scout en la vida humana:

«Por mi honor prometo hacer cuanto de mí dependa para: Cumplir mis deberes para con Dios y la patria; ayudar al prójimo en toda circunstancia; y cumplir fielmente la Ley Scout.»

Tampoco se puede calcular el valor del resultado positivo que tiene en la vida de hombres y jóvenes la observancia de la Ley Scout, que habla de ser digno de confianza, leal, útil, amigable, cortes, bondadoso, obediente, alegre, valiente, limpio y reverente.

La influencia de nuestro testimonio personal tiene también un alcance enorme. El Señor declaró: «El testimonio que habéis dado se ha escrito en el cielo para que lo vean los ángeles: y ellos se regocijan a causa de vosotros» (D. y C. 62:3).

También nos advirtió: ‘Con algunos no estoy complacido, porque no quieren abrir su boca, sino que esconden el talento que se les ha dado, a causa del temor de los hombres» (D. y C. 60:2).

Uno nunca sabe cuando le llegará el momento de cumplir con la admonición de Pedro de estar «siempre preparados para presentar defensa . . . ante todo el que demande razón de la esperanza que hay en [nosotros]» (I Pedro 3:15).

Hace algunos años tuve la oportunidad de hacer uso de la palabra en una convención de hombres de negocios en Dallas, Texas, a la que muchas veces se le conoce como «la ciudad de las iglesias». Después de la convención, decidí salir de excursión en autobús por los alrededores de la ciudad. El conductor comentaba: «A la izquierda podemos ver una Iglesia metodista», o «Allí, a la derecha, hay una catedral catódica».

Al pasar frente a un hermoso edificio de ladrillo rojo situado sobre una colina, el conductor exclamó: «Ese edificio es donde se reúnen los mormones». Una señora, desde el fondo del autobús, dijo: «Señor conductor, ¿podría decirnos algo en cuanto a los mormones?» El hombre se hizo hacia el costado del camino, giró su asiento y le respondió: «Sentar, lo único que sé de los mormones es que se reúnen en ese edificio de ladrillo rojo. ¿Hay alguien aquí que sepa algo sobre los mormones?»

Eche una mirada rápida a los rostros de los demás pasajeros para ver si alguien se atrevía a responder algo, pero nada. Entonces comprendí el valor del refrán: «Cuando el momento de la decisión ha llegado, el momento de la preparación ha pasado». Durante los siguientes quince minutos tuve el privilegio de compartir con esas personas mi testimonio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.

Las semillas del testimonio no siempre echan raíz y florecen de golpe. El pan que se echa sobre las aguas, a veces, se halla sólo después de muchos días (Eclesiastés 11:1).

Una noche contesté el teléfono y una voz de hombre me preguntó: «¿Esta usted emparentado con un élder Monson que sirvió hace algunos años en la Misión de Nueva Inglaterra’?» Le dije que no. Entonces el caballero se presentó como Leonardo Gambardella y me dijo que un élder Monson y otro de apellido Bonner habían llamado a su puerto hacia mucho tiempo y le hablan expresado sus testimonios personales. Les había escuchado pero no había hecho nada al respecto para aplicar aquellas enseñanzas. Después se había mudado a California donde, tras trece años, había vuelto a encontrar la verdad y se había convertido y bautizado. El hermano Gambardella entonces me preguntó si yo sabia de alguna forma en que él pudiera ponerse en contacto con aquellos misioneros para agradecerles aquellos testimonios, los cuales el nunca había olvidado. Me fije en los registros de la Iglesia y localice a los misioneros. ¿Pueden imaginarse la sorpresa que se llevaron cuando, entonces casados y con hijos, les llame por teléfono para darles la buena noticia: la culminación de aquellos primeros esfuerzos. Se acordaron del hermano Gambardella y lo llamaron por teléfono para felicitarlo y darle la bienvenida a la Iglesia. Uno puede plantar la semilla y ser un ejemplo. A quien el Señor llama, el Señor prepara. Esta promesa se aplica no sólo a los misioneros, sino también a los maestros orientadores, a los lideres de quórum, a los presidentes de rama y a los obispos. Cuando nos preparamos y nos hacemos dignos, cuando nos esforzamos con fe por cumplir con nuestros deberes, cuando procuramos la inspiración del Todopoderoso en la actuación que nos quepa en esos deberes, podemos alcanzar lo milagroso. Hermanos, tengamos presentes las estrofas del himno «La Proclamación»:

Las vidas mejoremos,
amando la verdad,
los vicios despreciemos,
el bien a conquistar.
Pues es mejor la vida
de paz y de bondad,
que negros sufrimientos,
en la eternidad».
(Himnos de Sión, 252.)

Al partir de esta reunión general del sacerdocio, tomemos la determinación de librarnos de cualquier crustáceo de pecado, como preparación para cuando surjan las oportunidades, y de honrar el sacerdocio por medio de nuestro servicio y nuestros esfuerzos por bendecir al prójimo y por ayudarle a salvarse. Sois «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa» (I Pedro 2:9) y podéis ejercer una verdadera influencia positiva. De estas verdades testifico, en el nombre de Jesucristo Amén.

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