Demos gracias a Dios

Conferencia General Abril 1989logo 4
Demos gracias a Dios
por el presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Thomas S. Monson«Yo confieso la mano de Dios en los milagrosos acontecimientos relacionados con la Iglesia en la República Democrática Alemana.»

En la primera sección de Doctrina y Convenios, leemos la siguiente promesa del Señor:

»Escuchad, oh pueblo de mi iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas. . . Escuchad, pueblos lejanos . . .

«Porque, en verdad, la voz del Señor se dirige a todo hombre, y no hay quien escape; ni habrá ojo que no vea, ni oído que no oiga, ni corazón que no sea penetrado. . .

«Y la voz de amonestación ira a todo pueblo por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.

«E irán y no habrá quien los detenga, porque yo, el Señor, los he mandado. » (D. y C. 1:1-2, 4-5.)

Hace exactamente cincuenta años, en 1939, los jefes de estado de Europa solemnemente guardaron las propuestas en sus portafolios, abandonaron las mesas de conferencia y regresaron a sus respectivos países. La paz había acabado. Poderosos ejércitos cruzaron fronteras internacionales; aviones de guerra zumbaron en el cielo y tanques gigantescos marcharon implacables. Había comenzado la Segunda Guerra Mundial.

Cientos de misioneros se vieron obligados a salir de Europa e ir a nuevas asignaciones en otras partes del mundo. Los miembros de la Iglesia, privados ahora de sus lideres misionales, continuaron adelante con valentía. Una gran mortandad, sufrimiento y muerte azotaron a Europa.

Después de seis terribles años, el conflicto cesó y empezó un gigantesco esfuerzo de reconstrucción. Los misioneros regresaron a algunos países, enseñaron el evangelio y la Iglesia empezó a crecer.

En otros países, surgieron nuevas fronteras políticas, montadas con una infinidad de armamentos, y se les negó la entrada a los misioneros. Los miembros de la Iglesia tuvieron que soportar un período en el que se destacó la espera paciente, la oración ferviente y la vida fiel.

En octubre de 1988, mientras el avión en el que viajaba se aproximaba a Berlín, pense en esas naciones y el corazón se me llenó de pesar por sus habitantes, especialmente los miembros de nuestra Iglesia que habían soportado sus cargas con gran determinación y sufrido en silencio. Se podría decir que permanecí embelesado contemplando en detalle la prolongada asignación que tenia en la República Democrática Alemana la que, durante 20 años, había sido parte vital de mi ministerio. Me invadieron los recuerdos y el corazón se me llenó de gratitud para con Dios al recordar la historia de la Iglesia en la tierra hacia la cual me dirigía.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, la nación que ahora conocemos como la República Democrática Alemana, a la cual algunos erróneamente llaman la Alemania Oriental, era la zona de mayor éxito misional de todas las regiones de habla alemana. La ciudad de Chemnitz, conocida actualmente como Karl-Marx-Stadt, tenia seis ramas muy grandes de miembros y representaban el conjunto más numeroso de Santos de los Ultimos Días fuera de Norteamérica. Luego vino la terrible destrucción ocasionada por la Segunda Guerra Mundial. Después que cesaron los bombardeos y calló la artillería, la tierra quedó desolada. Entonces, como topos, surgieron de las entrañas de la tierra los habitantes, hambrientos, sucios, asustados y perdidos. Acude a la mente el lamento: «¿Mama, dónde estas?, Papa, ¿dónde te has ido?» No les esperaba nada mas que un paraje desolado lleno de hoyos causados por las explosiones, edificios en ruinas y montones de escombros. La nación yacía desolada y destruida.

Aproximadamente en ese tiempo, el profeta del Señor llegó a la decisión de que un discípulo llamado Ezra Taft Benson debía encargarse de la misión de auxiliar a esa gente afligida. El elder Benson dejó a su amada esposa, a quien quiere con todo su corazón, a sus hijos queridos, quienes eran muy pequeños en ese entonces, y fue en una misión cuya duración desconocía. Fue a todos los países europeos de habla alemana, tanto al este como al oeste; alimentó a la gente, les bendijo y les dio esperanzas. Su servicio fue el cimiento para el progreso que más tarde se lograría.

Otro gran benefactor de nuestros miembros alemanes es Walter Stover, quien ha dedicado su vida sin reservas y ha contribuido generosamente de sus medios para ayudar a ese pueblo.

En 1968, durante mi primera visita a la República Democrática Alemana, encontré mucha tensión; se desconocían la confianza y el entendimiento, y no se había establecido ninguna relación diplomática. En un día nublado y lluvioso viaje a la ciudad de Gorlitz, ubicada en el corazón de la República Democrática Alemana, cerca de las fronteras con Polonia y Checoslovaquia. Asistí ahí a mi primera reunión con los miembros de la Iglesia, en un edificio viejo y pequeño. Pero cuando cantaron los himnos de Sión, literalmente llenaron el salón con su fe y devoción.

Sentí gran pesar al darme cuenta de que los miembros no tenían un patriarca, ni barrios ni estacas, sino tan sólo ramas. No podían gozar de las bendiciones del templo: la investidura o los sellamientos. Por mucho tiempo no habían recibido la visita de un representante de la cabecera de la Iglesia y tampoco podían salir del país. Pero a pesar de todo eso, confiaban en el Señor de todo corazón.

Me puse de pie ante el púlpito y, con los ojos llenos de lagrimas y la voz entrecortada de emoción, les hice esta promesa: «Si permanecéis fieles a los mandamientos de Dios, podréis gozar de todas las bendiciones de que gozan los miembros de la Iglesia en cualquier otro país». Entonces me di cuenta de lo que había dicho. Esa noche, me arrodille y le rogué a nuestro Padre Celestial; «Padre, estoy atendiendo tus asuntos; esta es tu Iglesia. He dicho cosas que no salieron de mí, sino que venían de ti y de tu Hijo. Por favor, permite que esa promesa se cumpla en vida de esta noble gente. » Y así concluyó mi primera visita a la República Democrática Alemana.

Poco a poco la promesa del Señor se empezó a cumplir. Se nombro a un patriarca: el hermano Percy K. Fetzer, quien también fue asignado como Representante Regional del área. Mas tarde, Walter Krause, originario de ese país, fue ordenado patriarca. Hasta la fecha ha dado 989 bendiciones patriarcales, y su esposa las ha escrito todas a máquina.

Volví a visitar esa nación varias veces. Recuerdo las reuniones de liderato donde los lideres del sacerdocio corrían ansiosamente al frente cuando los llamábamos por el nombre, para recibir las instrucciones impresas respecto a cómo debía funcionar un quórum o una rama.

Recuerdo haber ido a una conferencia efectuada en la ciudad de Annaberg, en donde una dulce viejecita se acercó a mí y me preguntó: _

«¿Es usted apóstol?»

Cuando le. dije que si, ella abrió su bolso, sacó una fotografía del Quórum de los Doce Apóstoles y me preguntó

«¿Cuál es usted?»

En esa foto, el miembro mas joven del Quórum de los Doce era el elder John A. Widtsoe, que hacía años que había fallecido. Hacia mucho que ella no veía a un miembro del Quórum de los Doce.

Al poco tiempo se estableció una organización misional, se ordenó al primer sumo sacerdote y se organizaron consejos de distrito. Se formó una estaca de Sión en Freiberg y luego otra en Leipzig. Cada uno de los miembros de la Iglesia de la República Democrática Alemana ahora pertenecía a una estaca de la Iglesia. Un presidente de rama, a quien entreviste, había servido en esa capacidad por 21 años. Tenia tan sólo 42 años de edad y había sido presidente de rama durante la mitad de su vida, pero aun así, estaba dispuesto a cumplir con cualquier cargo. Todos los miembros aceptaban gustosos los llamamientos que se les daban.

Esos maravillosos acontecimientos fueron precedidos por una dedicación especial de esa tierra.

Un domingo por la mañana, el 27 de abril de 1975, de pie en un peñasco situado entre las ciudades de Dresden y Meissen, cerca del río Elba, ofrecí una oración en favor de la tierra y sus habitantes. En ella destaque la fe de los miembros y recalque los deseos fervientes que tenían de recibir las bendiciones del templo. Implore para que hubiera paz; solicite la ayuda divina y pronuncie estas palabras: «Amado Padre, permite que este sea el comienzo de un nuevo día para los miembros de tu Iglesia en esta tierra».

De pronto, desde la parte mas baja del valle, una campana empezó a repicar y un gallo rompió el silencio de la madrugada, cada uno anunciando el comienzo de un nuevo día. Aun cuando tenia los ojos cerrados, pude sentir el calor de los rayos del sol en la cara, las manos y los brazos. ¿Cómo era posible? Toda la mañana había estado lloviendo incesantemente.

Al concluir la oración, mire hacia los cielos y note que un rayo de luz se filtraba por entre los negros nubarrones y reposaba donde estaba reunido nuestro pequeño grupo. Desde ese momento supe que la ayuda divina estaba a la mano.

La obra avanzó, y la bendición suprema que necesitaban los miembros dignos era el privilegio de recibir la investidura y ser sellados en el templo.

Exploramos todas las posibilidades.

¿Acaso seria posible que hicieran un viaje, una vez en la vida, para ir al Templo de Suiza? El gobierno alemán no lo aprobó. Tal vez, sugirieron, los padres podrían ir a Suiza y dejar a los niños en Alemania, pero eso no tenía sentido. ¿Cómo podrían sellar los hijos a los padres sin poder hincarse todos juntos en el altar? Era una situación trágica. Entonces, por medio de la oración y el ayuno de muchos miembros, y de forma muy natural, los lideres del gobierno alemán sugirieron lo siguiente: En lugar de que sus

feligreses vayan a Suiza a visitar el templo, ¿por qué no construyen uno aquí, en la República Democrática Alemana? Se aceptó la propuesta y se obtuvo un terreno especial en Freiberg, el cual fue dedicado para la construcción de un hermoso templo de Dios.

El día de la dedicación fue un acontecimiento histórico. El presidente Gordon B. Hinckley ofreció la oración dedicatoria. Ese día estuvimos muy cerca de los cielos.

En relación a su tamaño, ese templo es uno de los más ocupados de toda la Iglesia. Es el único en el que se tiene que hacer cita para participar en una sesión; es el único del cual los presidentes de estaca dicen: «¿Que vamos a hacer? Las visitas de los maestros orientadores han disminuido porque todos están en el templo». Cuando oí ese comentario, pense: «¡Que bien, que bien!»

Había ocurrido un milagro de milagros, pero se necesitaba uno más. ¿Cómo puede crecer la Iglesia sin misioneros? ¿Cómo puede aumentar el número de miembros a pesar de una población que se avejenta? Por todas partes hay bellos edificios: Centros de estaca en Leipzig y Dresden, y capillas en Freiberg y Zwickau, con otras en construcción, como la de la ciudad de Plauen. Un fiel hermano de Plauen me escribió para contarme este emotivo relato: »Mis padres y abuelos han servido en esta rama, pero hasta ahora jamas nos ha sido posible tener nuestro propio edificio. Ahora se esta cumpliendo un sueno por tanto tiempo añorado». Después de leerlo pense: ¿Pero de que sirven los edificios si no hay suficientes miembros para ocuparlos?

Tal era el dilema que llevaba en mente cuando el avión aterrizó en Berlín, esa tarde del mes de octubre. Fuimos con la consigna vital de visitar a los lideres de la República Democrática Alemana, y nuestra meta final era obtener permiso para que se abriera la puerta a la obra misional. Junto con los élderes Russell M. Nelson y Hans B. Ringger, así como con nuestros lideres locales de la República Democrática Alemana, encabezados por los presidentes Henry Burkhardt, Frank Apel y Manfred Schutze, nos reunimos inicialmente con el Secretario de Estado para Asuntos Religiosos, Kurt Lofflerf quien brindó un apetecible almuerzo en nuestro honor. Se dirigió a nuestro grupo y dijo: «Queremos ayudarles; les hemos observado durante veinte años y sabemos que son lo que profesan ser: Hombres y mujeres honrados».

Los lideres gubernamentales y sus esposas asistieron a la dedicación de un centro de estaca en Dresden y una capilla en Zwickau. Cuando los miembros cantaron «Para siempre Dios este con vos,» recordamos al Príncipe de Paz que murió en la cruz del Calvario. Le contemple a El, nuestro Señor y Salvador, cuando recorrió la ruta de dolor, el sendero de lagrimas y el camino de rectitud. Acudió a mi mente su declaración: »La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27).

Regresamos entonces a Berlín para asistir a las importantes reuniones con el jefe de la nación, el presidente Eric Honecker.

Esa mañana tan especial el sol resplandecía sobre la ciudad de Berlín. Había llovido toda la noche, pero ahora la belleza reinaba por doquier. Nos condujeron hasta las cámaras de los supremos representantes del gobierno.

Mas allá de la bella entrada del edificio nos esperaba el presidente Honecker. Le obsequiamos la estatuilla llamada «El primer paso», que representa a una madre ayudando a su hijo a tomar el primer paso hacia su padre, con la que quedo muy complacido. Después nos condujo a la sala privada de conferencias y allí, alrededor de una gran mesa redonda, nos sentamos con el y sus asistentes.

El presidente Honecker inició la reunión con estas palabras: «Los miembros de su Iglesia han demostrado que creen en el trabajo honrado y en la unidad familiar. También hemos observado que son buenos ciudadanos en cualquier país donde residan. Ahora, ustedes tienen la palabra: expresen sus deseos».

Empece diciendo: «Presidente Honecker, cuando se dedicó el Templo de Freiberg, 89.890 de sus compatriotas esperaron en fila, por un período hasta de cuatro horas, a menudo en plena lluvia, para poder ver la casa de Dios. En la ciudad de Leipzigfi 12,000 personas asistieron cuando se dedicó el centro de estaca. En la ciudad de Dresden, tuvimos 29.000 visitantes; en la ciudad de Zwickau, 5.300. Y todas las semanas, entre 1.500 a 1.800 personas acuden a visitar el centro de visitantes del templo en la ciudad de Freiberg. Todos ellos desean saber nuestras creencias.

«Por lo tanto, nos gustaría decirles que creemos en honrar, obedecer y sostener las leyes del país donde vivamos. Nos gustaría explicarles que deseamos fortalecer los lazos familiares. Esas son sólo dos de nuestras creencias. No podemos contestar esas preguntas y no nos es posible expresar nuestros sentimientos porque no tenemos representantes misionales aquí, como los tenemos en otros países. Los jóvenes que nos gustaría que vinieran a su país como representantes misionales amarían a su nación y a su pueblo, y más que nada, ellos dejarían aquí una influencia ennoblecedora. También nos gustaría ver a los jóvenes de su país, que son miembros de nuestra Iglesia, servir como representantes misionales en muchas naciones, tales como en América, Canadá y muchos más. Ellos regresaran mejor preparados para asumir posiciones de responsabilidad en su propia tierra.

A continuación el presidente Honecker habló por unos treinta minutos, describiendo sus objetivos y puntos de vista, y detallando el progreso que ha logrado su país. Al final sonrío y, dirigiéndose a nuestro grupo, dijo: »Sabemos quienes son y confiamos en ustedes. Las experiencias que hemos tenido con ustedes han sido positivas de modo que su petición con respecto a los misioneros queda aprobada».

Al oír eso se me levantó el ánimo literalmente hasta los cielos. La reunión concluyó, y al salir de las bellas cámaras de gobierno, el elder Russell Nelson se volvió hacia mí y dijo: «Fíjese cómo entra la luz del sol en este recinto. Es como si nuestro Padre Celestial estuviera diciendo: ‘Estoy complacido’ «.

La negra noche de obscuridad había terminado, y la brillante luz del día había aparecido. Ahora se podría llevar el Evangelio de Jesucristo a millones de personas de ese país, podríamos dar respuesta a sus preguntas con respecto a la Iglesia y el reino de Dios seguiría avanzando.

Al revivir esos acontecimientos, recuerdo las palabras del Maestro: «Y en nada of ende el hombre a Dios, o contra ninguno esta encendida su ira, sino aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas» (D. y C. 59:21). Yo confieso la mano de Dios en los milagrosos acontecimientos relacionados con la Iglesia en la República Democrática Alemana.

La fe y la devoción de nuestros miembros en esa nación no han pasado inadvertidas para Dios. El excelente servicio de otras Autoridades Generales, Representantes Regionales y presidentes de misión ha sido de inmensa ayuda. Apreciamos la comprensión de los lideres del gobierno. Ya se han hecho las asignaciones a los primeros diez misioneros de la República Democrática Alemana para servir en el extranjero, y hace sólo tres días, el 30 de marzo, los primeros representantes misionales en 50 años entraron a dicho país, y el presidente de la misión estaba ahí para recibirles. El largo período de preparación ha concluido, y se empieza a desplegar el futuro de la Iglesia. Demos gracias a Dios.

Desde los cielos oímos de nuevo la declaración del Señor:

«¡Oíd, oh cielos, escucha, oh tierra, y regocijaos, vosotros los habitantes de ellos, porque el Señor es Dios, y aparte de él no hay Salvador!
«Grande es su sabiduría, maravillosas son sus vías, y la magnitud de sus obras nadie la puede saber.
«Sus propósitos nunca se frustran, ni hay quien pueda detener su mano.
»Porque así dice el Señor: Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sirven en justicia y en verdad hasta el fin.
»Grande será su galardón y eterna será su gloria.» (D. y C. 76 3, 5-6.)

Que esta sea nuestra bendición universal, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen

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1 Response to Demos gracias a Dios

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Nada detiene la mano del señor y dios eterno

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