Conferencia General Octubre 1988
Un llamado a servir
por el élder David B. Haight
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Algunos expertos calculan que hay unas seis mil parejas que podrían servir en una misión ahora. La incorporación de muchos de estos matrimonios, llenos de cualidades y experiencia, llevará bendiciones incontables.»
Cuando nos levantamos hace unos momentos para cantal »El Espíritu de Dios», pude visualizar aquel bello y pequeño Templo de Kirtland, Ohio, construido por santos valientes que pasaban por un periodo de pobreza y persecución interminables pero que encontraban respaldo en su abundante fe en Dios. Con la imaginación pude ver el templo lleno de devotos santos esperando el momento de la dedicación, y muchos reunidos afuera con la esperanza de poder escuchar la inspirada oración del Profeta, porque sabían que «la autoridad de Dios estaba sobre él» (Matthias Cowley. Wilford Woodruff: History of His Life and Labors, Salt Lake City: Bookcraft, 1964, pág. 68). Y luego, el momento en que la alegría debe de haber inundado sus corazones al cantar ese nuevo himno. »El Espíritu de Dios», precipitadamente escrito en el dorso de un sobre por el hermano Phelps, para no perder el sentimiento celestial que lo había inspirado.
Nosotros, como ellos aquel día. hemos cantado:
Visiones y dones antiguos volviendo,
Y ángeles vienen cantando loor. . .
El conocimiento de Dios se aumenta,
El velo del mundo se ve descorrer.
Cantemos, gritemos, con huestes del cielo.
¡Hosana, Hosana al Dios de Belén!
A Él se ha dado poder y dominio
De hoy para siempre, amén, y amén.
El Espíritu llenó sus corazones entonces, al igual que nosotros hemos sido bendecidos con Él esta tarde.
Cuan agradecidos estamos por nuestra herencia pionera y por la historia de los comienzos de la Iglesia, cuando el evangelio fue revelado y restaurado con pureza y verdad. Solamente ciento cincuenta años separan los sacrificios y problemas de Kirtland de nuestras angustias y cometidos personales.
Laurel Thatcher Ulrich escribió: »Supongo que todo hombre y mujer mormón se ha comparado de una u otra forma con sus antepasados pioneros. ¿Soy yo tan fuerte como ellos? ¿Tan digna de confianza? ¿Tan devota al evangelio? ¿Tan dispuesta al sacrificio? Si fuera un hombre, ¿seria capaz de dejar a mi esposa e hijos sin alimentos ni medios económicos, para responder al llamado de servir en una misión en el extranjero?, ¿o de llevar a esos mismos inocentes, que dependen solamente de mí para su sustento, a un territorio hostil a establecer un hogar y proveer para ellos? O si fuera una mujer ¿romperla mi mejor vajilla para agregar brillo a un templo?, ¿podría dar una cálida despedida a mi esposo misionero desde el carromato, encontrándome enferma y con fiebre? ¿Sería capaz de abandonar todo lo que poseo para caminar por las áridas praderas?» (Ensign, junio de 1978, pág. 54.)
Algunos pueden pensar que sus vidas relativamente fáciles carecen del vigor y la fortaleza de aquellos que sobrevivieron los »días de los pioneros»; que jamas podrían ponerse a la altura del afán, la lucha y las dificultades que enfrentaron los pioneros, y salir victoriosos.
Sin embargo, »nuestras dificultades son tan importantes como las que hubo que enfrentar en el pasado; nuestras pruebas son tan cruciales como aquellas; nuestra contribución puede ser tan grande como la de ellos . . .
»Una cualidad esencial de los primeros pioneros fue el optimismo y la habilidad que tuvieron de ver nuevas posibilidades en un ambiente extraño y peligroso. Para embellecer el desierto necesitaban fe en Dios, pero también necesitaban fe en sí mismos y en su propia capacidad de contribuir al desarrollo del mundo. La necesidad de ese tipo de fe no ha disminuido . . .
«Para ser pionera, una mujer no necesita ser de las que hacen en casa el jabón»; ni para ser pionero tiene un hombre que limpiar y preparar la tierra virgen para la labranza. «Los pioneros son aquellos que toman su carga y avanzan hacia el futuro. Con visión y valentía hacen florecer el desierto y se dirigen hacia nuevas empresas.» (Ensign, junio de 1978, pág. 55.)
El Señor hizo hincapié en una de esas empresas cuando declaró: » . . . purificad vuestro corazón delante de mí, y entonces id por todo el mundo y predicad mi evangelio a toda criatura que no lo haya recibido» (D. y C. 112:28).
Un inspirado profeta, David O. McKay, aclaró este principio fundamental en 1959, mientras estaba en la capilla de Hyde Park, en Inglaterra, al proclamar que »todo miembro es un misionero».
En 1974 otro profeta, Spencer W. Kimball, amplió nuestra visión al exhortarnos a servir mas diligentemente »alargando nuestro paso».
Nuestro Profeta actual, el presidente Ezra Taft Benson, declaró: »La obra misional -la predicación del evangelio- ha sido la actividad principal de la Iglesia verdadera de Cristo cada vez que ha estado el evangelio en la tierra» (Improvement Era, junio de 1970, pág. 95).
Cada uno de nosotros tiene el deber sagrado de ayudar personalmente a cumplir la misión de la Iglesia de proclamar el Evangelio de Jesucristo, perfeccionar a los santos para que reciban las ordenanzas del evangelio y enseñar las doctrinas de salvación y del templo.
«Los tres son parte de una obra: la de ayudar a nuestro Padre Celestial y a su Hijo en su grande y gloriosa misión de ‘llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre’ (Moisés 1:39).» (Spencer W. Kimball, agosto de 1981, pág. 4.)
Con el mismo espíritu con que se pronunciaron estas palabras proféticas diremos que hay una necesidad continua y en aumento de ampliar el circulo de los nuevos conversos, de hermanar y de activar a los que se han extraviado, a los que han sido ofendidos u olvidados; y esta necesidad es mucho mayor de lo que ha sido hasta ahora.
En los últimos meses hemos visto importantes indicaciones de que se ha despertado el interés en naciones en las que hasta ahora el evangelio había sido restringido. Nos damos cuenta de que empiezan a aparecer oportunidades providenciales en que las parejas de matrimonios misioneros con madurez, sensibilidad y comprensión de las costumbres del Mundo Antiguo y con un respeto a lo tradicional podrán empezar a plantar las semillas del evangelio restaurado en tierra buena para que germinen y florezcan.
Durante algún tiempo hemos estado recomendando a matrimonios maduros para que sirvan en misiones regulares. El presidente Kimball y el presidente Benson han declarado que la meta de los matrimonios que físicamente puedan hacerlo, como también la de algunas hermanas solteras, es servir en una misión. La necesidad permanece. En realidad, es indispensable y cada vez más urgente para los presidentes de misión el poder contar con muchos más matrimonios misioneros.
Mientras los bomberos luchaban por extinguir los incendios de bosques que hubo en el oeste de este país, hace unas semanas, dos abuelas, Altha Clark, de Texas, y Hazel Stills, de Florida, encendían innumerables hogueras espirituales creando un nuevo »interés en la gente que había investigado la Iglesia por años, pero que necesitaba una motivación firme y amorosa para aceptar el bautismo», y llegando hasta los miembros menos activos por medio del cariño y el interés sinceros.
«Ellas no aceptan las respuestas negativas», dice el segundo consejero de la Estaca Altamont Utah, «y saben enseñar sin ofender a nadie.» Además, combinan el poder del Espíritu con el trabajo arduo.
Un vecino del lugar dijo que las dos hermanas «nos han mantenido tan ocupados que no tengo tiempo ni de cosechar la alfalfa. Las. . . mantenernos siempre ocupadas con gente a quien enseñar. En nuestra estaca, son muy pocas charlas que los misioneros regulares enseñan sin que los acompañe un misionero de estaca o una persona encargada del hermanamiento».
Las dos respetables abuelas viajan cerca de 150 kilómetros por día, por los caminos rurales sin pavimentar; pero el polvo y los baches no las desaniman.
Un día, mientras visitaban a un miembro en su casa, estas maravillosas misioneras le preguntaron si conocían a alguien a quien ellas pudieran enseñar el evangelio.
La hermana contestó, »Mi esposo».
Dejándose guiar por el Espíritu para saber cómo acercarse a él con su mensaje, le enseñaron el evangelio y junto con su esposa, tuvieron la alegría de verlo bautizarse.
Gracias a los esfuerzos de estas dos abuelas misioneras regulares, en coordinación con los misioneros de estaca y siguiendo un plan adecuado para hermanar nuevos miembros, se han activado catorce familias que irán al templo este año. En toda la estaca se ha efectuado un cambio que ha tenido influencia en los menos activos, así como en las personas que no son miembros de la Iglesia. (Véase el Church News, 10 de septiembre de 1988, págs. 8, 9 y 12.)
Cuando se enseña a las personas y luego se les hermana con interés real y continuo hasta que se integren a la actividad total en la Iglesia, son «inscritos sus nombres, a fin de que se haga memoria de ellos y sean nutridos por la buena palabra de Dios, para guardarlos en el camino recto» (véase Moroni 6:4). Al trabajar unidos los misioneros de estaca y los misioneros regulares, pueden mantener activos a los nuevos conversos mientras están en el proceso de adquirir un mayor conocimiento del evangelio y el testimonio que les hace falta, también pueden traer a los menos activos a una actividad completa.
Para hacer hincapié en la necesidad que hay de hombres y mujeres maduros en la obra del Señor, el presidente Benson relata la experiencia de sus dos hermanas viudas. Una era madre de diez hijos y la otra de ocho. Luego que mandaron a sus hijos a la misión, hablaron con sus respectivos obispos para salir ellas mismas en una misión. El presidente Benson dice que recuerda muy bien el día en que lo llamaron, diciendo: «Adivina que pasa. . . Hemos recibido nuestros llamamientos a la misión». El Presidente les preguntó: »¿Que llamamientos a la misión?» A lo que le contestaron: »Las dos vamos a tu antigua misión en Inglaterra». (»Nuestra responsabilidad de llevar el evangelio a todo el mundo», Liahona, julio de 1984, págs. 80-81.)
Y así fue. Fueron a la Misión de Inglaterra y trabajaron juntas como compañeras durante veinte meses.
Miles de devotas parejas de matrimonios y hermanas misioneras han influido para el bien en la vida de muchas personas. Estamos agradecidos por su dedicación y valentía, y en muchas oportunidades, por el gran sacrificio que han tenido que hacer. Un matrimonio indico en el formulario de solicitud misional que estarían disponibles en cuanto encontraran un lugar donde dejar sus ochenta colmenas de abejas.
Para las personas que reúnen las condiciones, existe una oportunidad exclusiva de cumplir el mandato del Señor de enseñar su Evangelio a los confines de la tierra, y no sólo de enseñar sino de convertir, como dijo Alma, para que cuantos «creyer[a]n en su predicación y fuer[a]n convertidos al Señor, nunca mas se desviar[a]n» (Alma 23:6).
La obra del Señor se ha visto bendecida con mas de mil cien matrimonios que sirven de misioneros en el mundo. En América Latina -México, toda América Central y toda América del Sur- hay en este momento cincuenta v una parejas de matrimonios misioneros. Desde el Río Bravo, en el limite de los Estados Unidos con México, hasta la punta sur de América del Sur hay cincuenta y ocho misiones; y sólo hay cincuenta y una parejas de matrimonios misioneros, menos de una pareja por misión, o, expresado en otras palabras, sólo un matrimonio misionero por una cantidad de personas mayor que el numero de habitantes del estado de Utah.
Se necesitarían 278 matrimonios misioneros para poder asignar una pareja a cada estaca de América Latina. Pero seria mejor aun tener a una de estas parejas por cada dos o tres barrios; para lograrlo, se necesitarían otras 1.900 parejas. . . sólo en América Latina. Imaginaos, ¡solamente cincuenta y uno trabajando donde deberíamos tener casi dos mil!
Los lideres de la Iglesia en otros países indican necesidades similares en casi todas partes del mundo. Uno de los urgentes problemas que debemos resolver es mantener a los líderes locales capacitados para dirigir a los nuevos miembros.
Se ha calculado que dentro de los Estados Unidos y Canadá hay en la Iglesia cerca de cien mil matrimonios entre los cincuenta y cinco y los setenta años. Algunos expertos calculan que hay unas seis mil parejas que podrían servir en una misión ahora. La incorporación de muchos de estos matrimonios, llenos de cualidades y experiencia, llevara bendiciones incontables no sólo a las almas preciosas que están a la espera de escuchar la invitación de venir a Cristo y sentir su bondad, sino también a ellos mismos al responder afirmativamente al llamamiento misional.
En Doctrina y Convenios, el Señor dio esta instrucción: » . . . si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra» (D. y C. 4:3). Estoy seguro de que muchos de vosotros tenéis el deseo pero necesitáis que os den un poco de animo para tomar la decisión.
Yo aconseje a ocho matrimonios de mi antigua estaca de California que dejaran de lado su cómoda vida de jubilados y bendijeran a los santos de Escocia con su servicio y con el conocimiento del evangelio que poseían.
Arthur Thulin había sido obispo y su esposa una talentosa maestra. Arthur me escribió diciendo que estaba ya cerca de los setenta años y que podría morir en Escocia. Le conteste: «Arthur, de todas maneras vas a morir en alguna parte, y Escocia es un gran lugar para morir; pero cuando mueras, ‘muere con las botas puestas’ y no en una cómoda silla mecedora». El matrimonio Thulin fue a la misión, resultó una bendición para muchas personas, y Arthur vivió varios años después de haber cumplido una misión de dos años.
Muchos matrimonios se preocupan por tener que dejar su casa y su familia, o se imaginan que los enviaran a un país en vías de desarrollo, o que tendrán que luchar por aprender un nuevo idioma o por tratar de mantener el mismo ritmo de labor de los misioneros jóvenes.
Estas preocupaciones generalmente son infundadas. No se espera que los matrimonios misioneros trabajen en los mismos lugares ni sigan el mismo programa de los misioneros jóvenes. Los presidentes de misiones están al tanto de las necesidades de estas parejas y establecen actividades y asignaciones con las que se puedan aprovechar mejor sus habilidades, experiencia y talento.
Con algunas raras excepciones, los matrimonios misioneros no se asignan a regiones en vías de desarrollo ni a misiones en las que necesiten aprender un idioma a menos que lo conozcan o expresen su deseo de tal asignación.
Emma Lou y Joseph Slagowski no hablaban español y fueron llamados a trabajar a la Misión de Perú-Lima Sur. Participaron en un programa de prueba en el que se enseña el idioma a los matrimonios maduros antes de la misión, lo que les ayudó a aprender español en su propia casa antes de entrar al Centro de Capacitación Misional. La hermana Slagowski escribe:
»Cuando nuestro presidente de estaca nos preguntó si nos gustaría tomar parte en un nuevo programa. . . de aprendizaje del idioma antes de ir a la misión, nos preocupó la idea, pero aceptamos. Yo ya tengo sesenta y seis años, y la escuela nunca fue fácil para mí.
«Sin ese programa previo a la entrada al Centro de Capacitación Misional, habría sido imposible. . . pero antes de llegar allí ya sabia leer en español bastante bien… sabia orar y dar mi testimonio de Dios, el Eterno Padre y de Jesucristo. Para mí eso es un milagro.
»Si la salud nos lo permite, después de terminar esta misión planeamos hacer otra en una región de habla hispana.»
Hay pocas cosas que nos traigan tantas bendiciones del Señor a nosotros y a los miembros de nuestra familia como el servicio misional: Aumenta el conocimiento de los principios del evangelio, se profundiza la espiritualidad, se fortalece la fe en Dios, se entiende mejor la inspiración del Espíritu y se expande el talento de las personas como lo prometió el Salvador en la parábola de los talentos.
Aun cuando hayáis pasado muchos años de vida matrimonial juntos, nunca vais a trabajar mas de cerca ni más intensamente el uno con el otro en ninguna empresa que sea tan recompensante. Vuestro amor aumentara y descubriréis maravillosos aspectos desconocidos en el alma de vuestro compañero. Tendréis un mayor sentimiento de unidad y se fortalecerá entre vosotros una relación celestial.
Vosotros, los matrimonios que llenáis los requisitos, no esperéis a que se os llame. Id a hablar con el obispo. Probablemente el os este esperando. Habladle humildemente y con espíritu de oración sobre vuestros planes y deseos, aun cuando no estéis totalmente preparados. El os aconsejara y guiara.
Estudiad diariamente las Escrituras, cuidad vuestra salud, empezad vuestra propia cuenta de ahorros para la misión, tal como habéis alentado a vuestros hijos y nietos a hacerlos y hasta podéis empezar a aprender otro idioma.
La justicia eterna exige que todos los hijos de Dios tengan la misma oportunidad, de escuchar y recibir el mensaje del evangelio. Cristo enseñó:
»Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mateo 24: 14).
Mis queridos amigos, al acercarnos a la conclusión de esta histórica conferencia y recibir el consejo de nuestro Profeta, agrego mi testimonio de su divino llamamiento de dirigir esta Iglesia en su calidad de Profeta sagrado de Dios. Sostenemos y amamos a nuestro Profeta. Nuestra filosofía de la vida esta de acuerdo con los propósitos divinos y, si la seguimos con nuestras acciones, nos llevara directamente a la vida eterna. Os dejo este testimonio y mi bendición en vuestros esfuerzos por cumplir vuestros cometidos y por vivir los mandamientos del Señor. Esta obra es verdadera, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























