Conferencia General Octubre 1988
Una mano de hermanamiento
por el élder M. Russell Ballard
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Debemos preguntarnos, ¿cómo debería tratar a los recién llegados que llegaran a mi barrio si yo fuera la única persona que van a conocer? Cada uno de los miembros de la Iglesia debe desarrollar atributos de calidez, sinceridad y amor por los recién llegados.»
Hermanos y hermanas, el tema al que deseo referirme es uno acerca del cual los miembros de las Autoridades Generales están profundamente preocupados. He titulado mi discurso: »Una mano de hermanamiento’ ‘ .
En el Nuevo Testamento, leemos que a Pedro, el cabeza de la Iglesia, luego de la resurrección y ascensión del Salvador, se le informó en una visión que el evangelio era para toda la humanidad. El dijo: «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia» (Hechos 10:3>35). Este mismo mensaje aparece en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios. Toda alma debe tener la oportunidad de escuchar y luego de aceptar o rechazar el evangelio.
En la Iglesia, usamos la palabra hermanamiento para describir nuestros esfuerzos con respecto a: (1) alentar a los miembros menos activos para que vuelvan a participar plenamente y (2) ayudar a los nuevos conversos a integrarse en la Iglesia después del bautismo. Creo que esos significados son validos, pero para mi la palabra hermanamiento tiene un significado mucho mas amplio. Creo que nosotros los miembros no tenemos la opción de extender una mano de hermanamiento sólo a nuestros parientes, a nuestros amigos, a algunos miembros o a aquellas personas seleccionadas que no sean miembros de la Iglesia y que hayan expresado un interés en ella. A mí me parece que el limitar nuestra responsabilidad de hermanar es contrario al Evangelio de Jesucristo. El Salvador ofreció los efectos de su sacrificio expiatorio a todo el genero humano. El dijo: »Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios» (D. y C. 18:10). ¿Podemos justificarnos si no tenemos esto en cuenta? Permitidme daros algunos ejemplos para ilustrar mi mensaje.
Hacia el final de su ministerio, el Jesús resucitado instruyó a sus discípulos con estas palabras: »Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mateo 28:19-20). Esa misma instrucción se encuentra vigente en la actualidad; de hecho, a las Autoridades Generales, a los misioneros y a otros miembros de la Iglesia, se les ha dado la comisión de viajar por todo el mundo para enseñar el evangelio.
El proclamar el evangelio a toda la humanidad es una parte fundamental de la misión de la Iglesia. Como algunos de vosotros que habéis sostenido a misioneros regulares durante la misión sabéis, la Iglesia dedica grandes recursos, de tiempo y dinero, a la obra misional.
Este gran mundo nuestro esta habitado por billones de personas. En la actualidad hay mas de 35.700 misioneros regulares cardando la tierra en busca de aquellos hijos de nuestro Padre que tengan el deseo de escuchar el mensaje de la Restauración. Estos dedicados siervos del Señor están sirviendo en 221 misiones y están enseñando el evangelio en 64 idiomas. Esperamos que en 1988 se bauticen 245.000 conversos. Es una cantidad impresionante; sin embargo, aproximadamente esa misma cantidad de personas nace cada día.
En los centros de capacitación misional, enseñamos a los misioneros que deben tener fe en el Señor Jesucristo. Se les enseña que deben cultivar un amor genuino, consideración y una relación personal con las personas que conozcan. Deben aprender a escuchar con interés y a mostrar sincera comprensión por las necesidades y preocupaciones de las personas a las que enseñen. Mientras enseñen la doctrina, los misioneros deben tratar de saber lo que sus investigadores sienten y piensan a fin de poder aclarar dudas, malentendidos, desterrar preocupaciones y dar animo. El espíritu cálido y sincero de los misioneros es esencial para ayudar a los investigadores a sentir y a reconocer el Espíritu del Señor, ya que el Espíritu es el poder que guía a la conversión.
Hermanos y hermanas, debemos siempre recordar que la obra misional que se extiende por el mundo requiere grandes sacrificios, y que todo este sacrificio, esfuerzo y minuciosa preparación a la cual se someten los misioneros será en vano si quienes aceptan el evangelio no reciben una cálida y cariñosa bienvenida de parte de los miembros.
Sabemos, gracias a los años de experiencia, que los primeros contactos que los investigadores tienen con los miembros de los barrios y de las ramas son críticos en el proceso de la conversión. Recientemente, varias Autoridades Generales estaban conversando sobre cómo recibir y dar la bienvenida a los recién llegados. Dos de ellos me contaron sus experiencias.
El élder Devere Harris, del Primer Quórum de los Setenta, me contó lo que le sucedió en una visita que hizo a un barrio de Utah que ha estado establecido allí por mucho tiempo. El dijo: »Entre en forma anónima e hice todo lo posible por comenzar una conversación, o saludar a alguien, o ser amable, o por tratar de que me saludaran o me reconocieran. Nadie me hizo caso; nadie me habló, ¡nadie!
«Finalmente, un hombre me reconoció y dijo: ‘¡Elder Harris!’ Entonces el obispo se volvió y preguntó: ‘¿Qué dijo’?’ A lo que el hermano respondió: ‘Este es el élder Harris del Primer Quórum de los Setenta’ .
«Bueno, las cosas comenzaron a cambiar. Casi en seguida me pidieron que me sentara en el estrado y me preguntaron si deseaba expresar mi testimonio. Luego de la reunión, muchos vinieron y me saludaron. Al salir, pense: ‘ ¡Qué tragedia! Un hombre canoso, desconocido. entra en la capilla. Nadie hace caso de el. nadie lo saluda, nadie demuestra interés. Luego, por motivo de su posición eclesiástica, todos cambian y le ofrecen su amistad’.»
El segundo incidente tiene que ver con dos hermanas que viven a 3.200 kilómetros la una de la otra. Los misioneros regulares les enseñaron las charlas, cada una recibió la confirmación del Espíritu y se bautizo. Ambas eran solteras y tenían entre veinte y veinticinco años. Una de las hermanas asistió a las reuniones, conoció al obispo, desarrolló una amistad con los miembros y estos la invitaron a sus hogares. Los miembros del barrio la hicieron sentir bienvenida y que la necesitaban. Recibió un llamamiento eclesiástico inmediatamente después del bautismo y continuó aprendiendo y viviendo el evangelio en compañía de los miembros de su barrio y de su estaca. Ella participo regularmente y sirvió en varios llamamientos de barrio y de estaca. Con el tiempo se casó en el templo y se mantiene fiel en la Iglesia.
La otra hermana, después de recibir la confirmación del Espíritu, nunca se reunió con el obispo personalmente. No la visitaron los maestros orientadores ni las maestras visitantes; tampoco recibió ningún llamamiento eclesiástico. Por varias semanas asistió a las reuniones dominicales, pero nadie le prestaba atención. Con el tiempo, los misioneros que le habían enseñado fueron trasladados y su interés en el evangelio disminuyó por no tener el apoyo de los miembros. No la »recordaron ni la nutrieron por la palabra» (véase Moroni 6:4). Pronto dejó de asistir a las reuniones de la Iglesia, volvió a sus antiguas amistades y estilo de vida y se casó con una persona que no era miembro de la Iglesia. En la actualidad es un ciudadana excelente y productiva, además de ser una madre y esposa amorosa y respetable Pero no disfruta de las bendiciones de pleno hermanamiento en la Iglesia.
Recientemente, en el Church News, un periódico de la Iglesia, apareció un articulo acerca de dos misioneras ya mayores que dan un ejemplo de los atributos de amor y cuidado por los demás mientras sirven sus misiones en un pueblito del estado de Utah. El presidente de estaca acredita a estas dos hermanas el haber traído a su estaca un sentimiento de amistad y simpatía. De hecho, los esfuerzos de estas hermanas para enseñar y hermanar han cambiado la actitud de toda la estaca. La obra del Señor es ahora mas eficaz e influye en todos, incluso en los menos activos y en las personas que no son miembros de la Iglesia. El presidente de estaca comenta que en las pequeñas comunidades agrícolas, la activación de familias menos activas tiene un gran impacto en los demás. Espera que por lo menos de doce a quince familias se activen y vayan al templo este año.
Hermanos y hermanas, siempre recordemos el tiempo, los esfuerzos y los distintos recursos que los misioneros y otras personas invierten en encontrar y enseñar a uno de los hijos de nuestro Padre. Por cierto, cada uno de nosotros debe estar alerta, buscando maneras de brindar servicio al recién llegado. Debemos preguntarnos: Cómo debería tratar a los que lleguen por primera vez a mi barrio si yo fuera la única persona que van a conocer? Cada uno de los miembros de la Iglesia debe desarrollar atributos de calidez, sinceridad y amor por los recién llegados, tal como se les enseña a los misioneros.
Hermanos y hermanas, como miembros debemos ayudar en el proceso de la conversión para que nuestros barrios y ramas sean lugares en donde reine la amistad sin condiciones, en donde la gente se sienta bienvenida y a gusto. Vosotros, obispos, tenéis a muchas personas que han sido llamadas a fomentar el hermanamiento. Enseñad a los niños, a la juventud y a los adultos que la amistad y la simpatía son cualidades cristianas esenciales. En las reuniones de consejo de barrio considerad maneras de mejorar el hermanamiento de vuestro barrio. Aseguraos de que los misioneros os presenten a los investigadores antes de que sean bautizados.
Asignad a alguien para que salude a las personas que entren en la capilla, prestando especial atención a los recién llegados y a los invitados. De vez en cuando utilizad las reuniones de la Sociedad de Socorro y del sacerdocio para enseñar a los maestros orientadores y a las maestras visitantes a hermanar a las personas que viven dentro de los limites del barrio. Ya que podéis hacerlo, usad a los sumos sacerdotes, misioneros de estaca y regulares a fin de guiar a los miembros menos activos y a los nuevos conversos para que entren en el círculo de la hermandad. Al tener el verdadero espíritu pastor, los obispados pueden ayudar a crear una atmósfera de amistad interactuando con los miembros cuando se junten socialmente.
Hermanos y hermanas, mi mensaje es de carácter urgente porque necesitamos retener en plena actividad a muchos mas conversos recientes y volver a la actividad a una gran cantidad de miembros menos activos. Os exhorto a aumentar en vuestros vecindarios el espíritu de amistad y pura hermandad cristiana. El converso reciente o el miembro vuelto a la actividad debe sentir que se le necesita y que es bienvenido dentro de la hermandad de la Iglesia. Los miembros y los lideres de la Iglesia deben apoyar y amar como Jesús lo haría.
Además de dar la bienvenida y de aceptar a los conversos recientes y a los miembros menos activos, necesitamos extender nuestra amistad a otras personas, estén o no interesadas en el evangelio. No debemos seleccionar entre aquellos que creemos que son dignos o que aprecian nuestra atención. El espíritu del verdadero amor cristiano debe incluir a todos. Nuestra comprensión del evangelio debiera ayudarnos a ver claramente a todas las personas como a nuestros hermanos y hermanas, hijos de nuestro Padre Celestial. Quizás así mas de nosotros lleguemos a imitar este ejemplo.
Hace años, mientras caminaba con su padre por la calle principal de Salt Lake, el élder LeGrand Richards, que en ese entonces era el Obispo Presidente de la Iglesia, tocaba el ala de su sombrero y saludaba a todas las personas con quienes se cruzaba. Al llegar a su destino, el presidente George F. Richards, que era el Presidente del Consejo de los Doce, le pregunto: »Hijo, ¿conoces a todas esas personas’?» El obispo Richards respondió: »Si, papa. Solo que no se sus nombres’?»
Durante su ministerio terrenal, Jesús hizo esta pregunta: »Porque si amáis a los que os aman, d que recompensa tendréis’? (,No hacen también lo mismo los publicanos’?» (Mateo 5:46.)
Esta enseñanza es muy clara; debemos extender nuestro amor mas allá del núcleo familiar, de los amigos y miembros de la Iglesia. Debemos abrir nuestro corazón a todos.
Podemos dar el amor de Cristo por medio de pequeños actos. Por ejemplo, la calidez de una sonrisa al saludar puede hacer mucho en las relaciones entre vecinos. Jesús hizo otra pregunta: »Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, (,que hacéis de mas’? ¿No hacen así también los gentiles?» (Mateo 5:47.)
Hace unos años, un amigo mío estaba trabajando una mañana en el techo de su casa. Al mirar hacia abajo, vio un camión de cemento que estaba entregando su pesada carga en la casa de un vecino que no era miembro de la Iglesia. Se dio cuenta de que su vecino necesitaba ayuda y. sin que se le pidiera, mi amigo bajo del techo, buscó sus herramientas para trabajar en el cemento y fue a ayudar al vecino. Con su habilidad y experiencia, la ayuda que brindo fue muy apreciada. Aunque ese vecino había dicho que no le gustaban los miembros de la Iglesia, al final del día mostró un genuino aprecio por mi amigo. Ese fue el comienzo de una larga y fuerte amistad.
Jesús nos dio un nuevo mandamiento y dijo que seria la característica de sus discípulos:
»Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
»En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» (Juan 13:34 35.)
Como discípulos de Cristo, necesitamos sentir un amor genuino por los demás. Al hacerlo, nuestra vida recibirá nueva luz. Este amor es esencial en la obra misional, mas nunca debemos tratar a nuestros vecinos solamente como futuros conversos. Hemos tenido la triste experiencia de ver a miembros de la Iglesia que intentaron convertir a sus vecinos y amigos, y, cuando estos no aceptaron, les retiraron su mano como amigos y vecinos. No debemos estar tan ansiosos de dar a conocer el evangelio al punto de volvernos insensibles a los sentimientos de los demás.
Os exhorto a desarrollar buenas amistades personales con vuestros vecinos y conocidos. El interés en el evangelio puede venir mas tarde como una extensión natural de buena amistad. Las invitaciones a participar en l as actividades relacionadas con el evangelio a menudo fortalecerán la amistad con los conocidos. Si no están interesados en el evangelio, debemos demostrar un amor incondicional por medio de actos de servicio y bondad, y nunca darles a entender que les vemos como futuros conversos. Los miembros deben comprender que si una persona que no es miembro de la Iglesia declina la invitación a investigar el evangelio. no esta necesariamente rechazando el evangelio .
Aferrémonos al consejo del apóstol Pablo de no ser «mas extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Efesios 2:19).
A pesar de las bien publicadas criticas, creo que los miembros de la Iglesia desean ser buenos amigos y vecinos por doquiera que vivan, pero algunos son tímidos y quizás demasiado cautos, lo cual les hace parecer que solo desean asociarse con otros miembros. No debemos reservar nuestra bondad y afecto solo para los miembros de la Iglesia; debemos ser sensitivos sin olvidar los sentimientos de las personas que tienen distintos puntos de vista que nosotros. Al considerar la historia de la Iglesia en los primeros años de esta dispensación, los miembros de la Iglesia deberíamos aborrecer la indiferencia y la falta de bondad entre las personas.
Os doy mi testimonio de que Dios no hace acepción de personas y que debemos seguir su ejemplo en nuestra asociación con nuestros semejantes. Os testifico que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Salvador de toda la humanidad. El ama a todos los hombres y espera que todos hagamos lo mismo. Es mi humilde oración que así sea, en el nombre de Jesucristo. Amen.























