Conferencia General Octubre 1989
Alcanzad vuestro potencial divino
Por el Presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero de la Primera Presidencia
«Educad vuestras manos y vuestra mente; guardad vuestro matrimonio y vuestra maternidad en la verdadera perspectiva y andad con oración y fe, con caridad y amor.»
El tabernáculo nunca se ve tan hermoso como en ocasiones como esta en la que se llevan a cabo las reuniones de mujeres. Os agradezco por encontraros aquí en este momento.
Es realmente difícil hablar después de haberlo hecho estas dedicadas y capaces mujeres. Os recomiendo las palabras que ellas nos han dicho esta noche, las cuales fueron realmente inspiradoras. Os hablo a petición del presidente Benson. Me siento muy agradecido de que el se encuentre entre nosotros y os transmito su amor, al igual que el del presidente Monson y el de todas las demás Autoridades Generales de la Iglesia. Tened presente que os amamos y nos preocupamos por vuestra felicidad como hijas de Dios y como hermanas en la Iglesia.
La semana pasada viví una experiencia realmente interesante. A pesar de no tener ninguna asignación oficial, asistí a una conferencia de estaca en una zona rural del sureste del estado de Utah. El presidente de estaca y su esposa nos habían invitado a la hermana Hinckley y a mi a quedarnos en su casa. Mientras el dirigía la reunión del sábado por la tarde, nosotros recorrimos en auto el territorio de la estaca, en donde visitamos algunos pueblitos, en cada uno de los cuales había un centro de reuniones de la Iglesia. Durante nuestro recorrido pudimos apreciar que el césped estaba bien verde y los edificios muy bien cuidados, aun cuando eran pequeños y algunos de ellos muy antiguos. Recorrimos las calles y observamos las casas, modestas en apariencia, pero en casi todas se podía apreciar la pulcritud y la belleza de las flores. Al tener un sábado y un domingo libre, desee hacer ese viaje con el simple propósito de agradecer a la gente su fe y fidelidad y expresarles el amor que siento por ellos. La mayoría son granjeros que trabajan arduamente pero que reciben muy poco. Sin embargo, ellos conocen una gran verdad, la ley de la cosecha: «. . .porque lo que sembréis, eso mismo cosecharéis . . . » (D. y C. 6:33).
Ellos saben que no pueden cosechar trigo luego de haber plantado avena; saben que no puede nacer un caballo de carrera de una yegua cruzada; ellos saben que para construir otra gran generación es necesario trabajar con visión y fe, que se debe soñar y planificar, servir y sacrificarse, orar y obrar. Mi esposa, luego de pasar dos días con esta gente maravillosa, comentó: «Este es el tipo de gente que mantiene a la Iglesia unida».
La casa en la que nos hospedamos no era lujosa, pero era cómoda, limpia y agradable. Según tengo entendido, el esposo no gozó de un salario elevado, pero supo la forma de administrar el dinero sabiamente, pagando primero los diezmos y las ofrendas y luego poniendo algo aparte para los ahorros. Su esposa es una hermosa mujer, madre de diez hijos varones y una hija. No se necesita ser un gran observador para darse cuenta de que en ese hogar reina el amor y el respeto mutuos, así como el aprecio y la gratitud. A través de los años ellos han conocido tiempos de adversidad, de escasez y de serias enfermedades.
Vuelvo a repetir que fui a visitar a esos hermanos con el objeto de expresarles mi gratitud y mi amor y encontré en retribución un cariño inmensurable. Allí, en esa estaca de pequeños barrios rurales, entre gente sencilla y sin pretensiones, encontré fortaleza, fe y virtud. Encontré hombres que tenían manos ásperas y la piel arrugada por el calor del sol de muchos veranos, hombres cuyos corazones desbordaban de amor, Camor por la tierra y por el cielo que la cubría, amor por su esposa e hijos, amor por la Iglesia y sus propósitos eternos, y amor por Dios y por el Salvador de toda la humanidad.
Mire a los ojos de hermosas mujeres: mujeres virtuosas, fuertes v capaces, mujeres ancianas que conocían bien el significado de la lucha, la desilusión y el dolor, mujeres jóvenes que conocían lo que es la determinación la bondad. La habilidad y el aprendizaje. Mire a los ojos de los niños: los bellos, inocentes y maravillosos.
Con esto no quiero decir que no pude encontrar a personas así en las ciudades de todas partes del mundo. Ese tipo de personas se puede encontrar dondequiera, pero por alguna razón parecería que el porcentaje es mucho mas alto entre la gente de la que hable anteriormente. Tenían los pies firmemente plantados en su lugar y conocían el verdadero significado del trabajo a toda hora y en toda época del año.
Quise también visitarlos porque he conocido a muchos de sus hijos e hijas en el campo misional en diversos países del mundo. Ellos han sido buenos misioneros porque han aprendido a levantarse temprano por la mañana a realizar las tareas de la granja. Han sido misioneros dedicados debido a que desde muy pequeños aprendieron a orar al lado de su madre y a escuchar a su padre testificar de la veracidad de esta gran obra de los últimos días. Estos jóvenes no solamente han salido en una misión, sino que a fuerza de grandes sacrificios han asistido a universidades donde se han ganado lugares de honor por todo el país, tanto en los negocios como profesionalmente.
Para leer durante el viaje, lleve conmigo un portafolio lleno de papeles entre los que se encontraban tres cartas que unas hermanas habían enviado a las oficinas de la Iglesia. En ellas hablaban de cosas muy diferentes a las que yo había podido observar durante mi visita: hablaban de angustias, de tristezas; de esposos injuriosos, egoístas y exigentes; de hijos desagradecidos heridos profundamente desde muy pequeños por los maltratos; de un ansia desesperada de amor, de atención y de la oportunidad de expresar sus habilidades.
Desde lo mas profundo de mi corazón sentí una gran compasión por las autoras de esas cartas y por muchas otras mujeres que, debido a las circunstancias en que se encuentran, se sienten oprimidas y abrumadas, y poco menos que destruidas. Deploro que haya hombres tan egoístas y malvados, insensibles y aun hasta brutales, a los cuales habría que condenar y a la vez compadecer. Pienso que cualquier hombre que ofende a una hija de Dios tendrá algún día que dar cuenta de su comportamiento, y llegara el día en que con dolor y arrepentimiento tendrá que ser juzgado. Pero en realidad este es un tema para desarrollar en otro discurso dirigido a los varones de la Iglesia.
A vosotras, hermanas, esta noche deseo daros el cometido de que os pongáis a la altura del potencial divino que yace en vuestro interior. Tal como se os ha recordado, tenéis una herencia divina. «Soy un hijo de Dios» no es una aseveración hecha a la ligera o sin sentido. Vosotros estabais allí «cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios» (Job 38:7). Trajisteis con vosotras parte de esa herencia al venir «flotando en nubes de gloria. . . desde Dios quien es vuestro hogar» (William Wordsworth, Ode: Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood», verso 5). Estabais allí cuando «. . .hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. . .
«Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con el» (Apocalipsis 12:7, 9). Estuvisteis entre aquellos que eligieron seguir el plan de Aquel que se convirtió en nuestro Redentor, en lugar del plan de aquel que se convirtió en nuestro adversario. El lugar que ocupáis en el plan de Dios el Eterno Padre es magnifico y maravilloso.
¿Hay algo mas hermoso que testifique mas elocuentemente de la divinidad que una adorable pequeñita? Yo tengo hermosas nietecitas de ojos brillantes, que cantan y sonríen y traen a mi corazón pensamientos celestiales. Cuando las veo tan inocentes, recuerdo las palabras del Señor: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos» (Mateo 18:3; 3 Nefi 11:37-38).
Veo a mujeres jóvenes, radiantes en la belleza de la juventud, cuya virtud es mas preciosa que los rubíes; brillantes mujeres jóvenes que estudian con entusiasmo y diligencia con el objeto de aprender la palabra del Señor y al mismo tiempo prepararse para tomar su lugar con honor y habilidad en el mundo en que viven. Veo a mujeres jóvenes que conocen la palabra de Dios y pueden citarla; que conocen las normas de la Iglesia y viven de acuerdo con ellas; que tienen un sentido de lo que realmente vale la pena y una admirable sensibilidad para las bellezas de la vida y la naturaleza, la música y el arte; que atesoran la verdad y tratan de comprenderla mejor; que han decidido que la meta mas deseable es la de ser dignas de entrar en la casa del Señor para recibir la investidura divina y obtener un sellamiento eterno. ¿Puede alguien dudar de que en su interior lleven algo divino?
Veo a madres jóvenes. Tengo tres hijas y dos nueras que aman y honran a sus esposos; que educan, capacitan y cuidan como un tesoro a sus hijos; que enseñan y ocupan puestos de liderazgo en las organizaciones de la Iglesia; que aman la vida y enfrentan sus problemas y adversidades al mismo tiempo que disfrutan plenamente de sus experiencias y bellezas enriquecedoras.
Disfruto de sus risas y de las discusiones ingeniosas que tienen las unas con las otras, y le agradezco al Señor por ellas y por muchas que son como ellas, por la chispa de divinidad que llevan en su interior.
Observo a las mujeres mayores, con la experiencia de su larga vida, que poseen en su corazón un sólido depósito de fe. En sus almas albergan una gran cantidad de amor que dan sin medida con el fin de bendecir a los demás. En su mente sienten aprecio por la bondad, la verdad y la belleza, y en su corazón residen la comprensión y el amor por Dios el Eterno Padre y su Amado Hijo, nuestro Redentor.
Estas se encuentran entre aquellas que se ponen a la altura de la herencia divina que poseen.
A vosotras, ya sea que seáis jóvenes o mayores, brevemente deseo proponeros tres cometidos en los que podéis participar. Al hacer estas sugerencias, no os pido que hagáis nada que no este a vuestro alcance. Os ruego que no os mortifiquéis con pensamientos de fracaso; no os pongáis metas que no Podais lograr; simplemente haced lo que Podais, de la mejor manera posible, y el Señor aceptara vuestros esfuerzos.
Primero, educad vuestras manos y vuestra mente. Pertenecéis a una iglesia que apoya la educación. A vosotras, jóvenes, os insto a que logréis toda la educación que este a vuestro alcance. Capacitaos para hacer una contribución a la sociedad en la cual vivís. En el perfeccionamiento de la mente existe una esencia divina. «La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad» (D. y C. 93:36). «Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantara con nosotros en la resurrección.» (D. y C. 1.30:18.)
Casi todas las oportunidades que existen para el hombre están ahora también al alcance de la mujer, en contraste con las difíciles restricciones que imperaban hace solo unos años.
Desearía que todas pudierais recibir la bendición de tener un matrimonio y un hogar feliz y que no tuvierais que salir fuera de la casa para ganaros el sustento, pero se también que para algunas de vosotras esto es una necesidad; por lo tanto, lo mejor es estar capacitadas para esa eventualidad. Además, tengáis o no que ganaros la vida, el obtener una educación es una inversión que nunca deja de pagar sus dividendos, ya sea de una forma u otra.
Durante el proceso de estudio, se aviva dentro de cada ser una sensibilidad aun mayor hacia lo bello, lo artístico, y el deseo de cultivar el talento que se posee, ya sea este grande o pequeño.
El otro día fui al Templo de Manti. Cada vez que voy a ese templo pienso en Minerva Teichert, la mujer que pintó gran parte de los murales que adornan sus paredes. En varias ocasiones tuve oportunidad de conversar con ella. Era originaria de una pequeña zona rural del estado de Wyoming; poseía un gran talento y lo cultivó. Ahora, sus extraordinarias obras embellecen una de las hermosas casas del Señor.
Aun cuando algunas de vosotras, en esta etapa de vuestra vida, estéis demasiado ocupadas con el cuidado de vuestra familia y tenéis poco tiempo para dedicarlo a otras cosas, podéis sin embargo cultivaros y aumentar vuestro conocimiento por medio de la lectura de buenos libros. Soy el primero en reconocer que en la televisión pasan programas muy buenos, pero puedo también observar la tremenda perdida de tiempo que es para algunas personas, especialmente para los que se pasan horas mirando basura excitante. ¡Que maravillosos son los buenos libros! ¡Que estimulante es leer y compartir con un buen escritor los pensamientos que edifican, fortalecen y amplían nuestro horizonte! Quizás penséis que estáis muy ocupadas; sin embargo, diez o quince minutos por día leyendo las Escrituras, y particularmente el Libro de Mormón, puede daros una maravillosa comprensión de las grandiosas verdades eternas que se han preservado mediante el poder del Todopoderoso para la bendición de todos sus hijos. Al leer sobre la vida y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, os acercaréis mas a El, que es el Autor de nuestra salvación.
* Mi segunda sugerencia es que guardéis vuestro matrimonio y vuestra maternidad en la verdadera perspectiva. Un matrimonio feliz es la aspiración de toda jovencita. Se que a algunas de vosotras se os negara esa oportunidad; sin embargo, os insto a que no os paséis todo el tiempo sintiendo autocompasión. Manteneos activas y vivaces en aquellas actividades que brindaran satisfacción a vuestra vida y relacionaos con las personas que ponen su entereza en lograr objetivos elevados. Recordad siempre que no estáis solas, que hay miles como vosotras. No estáis desvalidas ni sois víctimas del destino. En gran manera podéis regir ese destino y fortalecer vuestro valor personal al acercaros a los que os necesitan y aprecian vuestras habilidades, contribuciones y ayuda.
A las que estéis casadas, haced de vuestro matrimonio una sociedad. Como lo he dicho anteriormente desde este púlpito, estoy plenamente convenido de que Dios, nuestro Padre Eterno, ama a sus hijas y a sus hijos por igual. Bajo el plan del evangelio, la esposa no camina ni adelante ni detrás de su esposo, sino a su lado, en un compañerismo verdadero delante del Señor. Al pensar en la que ha sido mi compañera por cincuenta y dos años, ¿es su contribución al Señor menor que la mía? Yo estoy convenido de que no lo es. Ella ha caminado pacientemente a mi lado, apoyándome en mis responsabilidades, criando y bendiciendo a nuestros hijos, sirviendo en muchos y diferentes cargos de la Iglesia y brindando dondequiera que va buen humor y bondad sin reserva. A medida que pasan los años, valoro y amo cada vez mas a esta mujercita con la que me arrodille, hace mas de medio siglo, en el altar de la casa del Señor.
De todo corazón, desearía que todos los matrimonios fueran felices; que todos fuesen un compañerismo eterno. Estoy seguro de que ello se puede lograr si existe el deseo de hacer el esfuerzo por llevarlo a cabo. Que Dios os bendiga, mis amadas hermanas, que reináis en vuestro hogar, para que seáis felices, con aquella felicidad que se obtiene al saber que se os ama, honra, y valora.
Tercero, deseo proponeros que andéis con oración y fe, con caridad y amor. Nuestro Padre Celestial, a investido a Sus hijas con la capacidad única y maravillosa de influir en aquellos que se encuentran afligidos, para llevarles consuelo y socorro, para cerrar las heridas y ser un bálsamo para el corazón quebrantado.
Uno de los capítulos más terribles de la historia de nuestra Iglesia ocurrió en 1838 cuando se expulsó a los santos del estado de Misuri. El incidente al cual me refiero se conoce como la «Masacre de Haun’s Mill». En ese trágico acontecimiento, Amanda Smith perdió a su esposo y a su hijo Sardius; su hijo menor, Alma, fue herido de un modo salvaje. En la obscuridad de la noche ella lo llevó desde el molino hasta un refugio entre los matorrales. El chico tenia toda la articulación de la cadera desecha por el tiro de una bala. Durante toda la noche ella imploró: «Oh, Padre Celestial, . . . dime que puedo hacer. Tu sabes que mi pobre hijo esta herido, y conoces mi inexperiencia; por favor, Padre Celestial, guíame para saber lo que debo hacer». Mas tarde, ella escribió en su diario lo siguiente sobre ese dramático acontecimiento: «Recibí instrucciones como si una voz me hubiese hablado.
«Las cenizas del fuego aun no se apagaban. Habíamos estado quemando corteza de nogal. Se me dijo que con esas cenizas hiciera una lejía y empapara un trozo de tela con ella y lo pusiera encima de la herida. Era doloroso, pero el pequeño Alma estaba demasiado cerca de la muerte como para sentir nada. Una y otra vez empape la tela y la puse sobre la apertura de la herida, en la parte donde antes había estado la articulación . . .
«Habiendo hecho lo que se me dijo, volví a orar al Señor y nuevamente se me instruyó tan claramente como si un medico hubiera estado a mi lado guiándome.
«Cerca de allí había un olmo, del que se me dijo que debía hacer una cataplasma con la que debía rellenar la herida.» (En Edward T. Tullidge, The Women of Mormondom, Nueva York, 1877; reimpresión, Salt Lake City, 1957,19659 pág 124-1
Por fin pudo trasladar a su hijo herido a una casa y con la fe y el amor de una madre, le dijo: «El Señor va en alguna forma a reemplazar tu cadera.» Lo hizo que se acostara boca abajo y así permaneció hasta que ocurrió el milagro. La hermana Smith escribió al respecto: «Alma estuvo acostado boca abajo por cinco semanas hasta que se restableció completamente: un cartílago flexible se le formó en la cadera en el lugar de la articulación y la cavidad correspondiente, lo cual hasta el momento los médicos consideran un milagro.
«El día en que él volvió a caminar, yo me encontraba fuera de la casa llenando un balde con agua cuando escuché los gritos de los niños. Asustada volví corriendo y, cuando entre, me encontré con Alma de pie, bailando de un lado al otro mientras los demás niños gritaban de asombro y alegría.
«Han pasado ya casi cuarenta años y Alma jamas ha estado invalido, ni impedido, habiendo viajado mucho durante toda su vida como misionero del evangelio y como un milagro viviente del poder de Dios.» (Ibid. , pág. 128.)
Es realmente maravilloso el poder que tienen las mujeres de fe. Ello se ha demostrado una y otra vez en la historia de la Iglesia y continua sucediendo en la actualidad. Pienso que se trata de la divinidad que lleváis en vuestro interior.
Hermanas, poneos a la altura de esa divinidad. Mientras os esforzáis para lograrlo, haced del mundo en que vivís un lugar mejor para vosotras y para todos aquellos que vendrán después. Hay mucho para hacer y no son pocos tampoco los cometidos a los cuales os enfrentáis.
El otro día leí acerca <le una mujer que murió hace años; sin embargo, los resultados de su obra se hacen sentir cada vez mas en el mundo.
Rachel Carson publicó su libro intitulado «Silent Spring» (Una primavera silenciosa) en octubre de 1962, hace sólo veintisiete años. En su obra alertaba a la nación y al mundo entero sobre los peligros que encierran los productos químicos tóxicos. Aun cuando se le criticó y denunció por lo que había escrito, la gente leyó el libro y comenzó a darse cuenta de los peligros que se estaban creando a su alrededor. Se vendieron y leyeron mas de dos millones de ejemplares. El público tuvo conciencia de lo que estaba pasando y se crearon leyes al respecto. Como consecuencia hubo grandes cambios en lo que concierne a la pureza del aire y del agua. Algunas personas piensan que las medidas que se toman son extremas, como lo son en algunos casos, ¿pero, quien puede dudar de que tanto nosotros como las generaciones venideras estaremos mas protegidos debido a los esfuerzos de esta mujer, entrenada en su campo de estudio e intrépida en sus declaraciones, cuyo libro cambió la actitud de millones y millones de personas alrededor del mundo?
En los primeros días de la Iglesia, cuando los hombres desmalezaban la artemisa y araban la tierra para poder plantar lo que luego les daría el sustento, muchas de sus esposas y madres plantaron algunas flores y arboles frutales para dar un poco de belleza y sabor a la monotonía de la vida pionera. Hay tantas cosas que podéis hacer. La belleza es algo divina y el cultivarla se convierte en una expresión de la naturaleza divina de vuestro interior.
Sé que hay adversidades que superar, y que estas no son pocas; hay pruebas que soportar. Sé también que hay mucha maldad en el mundo y demasiada crueldad, aun dentro del hogar. Sin embargo, haced lo que Podais para superar todo ello; alistaos, expresad vuestra opinión en contra de la maldad y la brutalidad; protegeos en contra del abuso; mantened alejada de vuestro hogar la basura del mundo, la cual puede conducir a tal abuso; poneos a la altura de vuestra herencia divina. Dios os bendiga, maravillosas jovencitas, mujeres jóvenes capacitadas y fuertes, mujeres maduras que tenéis fe e integridad, y madres de Sión, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amen.
























