Apacienta mis ovejas

Conferencia General Octubre 1989logo 4
Apacienta mis ovejas
Por Jayne B. Malan
Primera Consejera General de las Mujeres Jóvenes

Jayne B. Malan«Ustedes, queridos jovencitos,. . . No son diferentes de los corderos. También tienen hambre, pero hambre de las cosas del espíritu que les permitirán crecer fuertes y a salvo de los coyotes que están listos para destruirlos.. . Deseamos ayudarles.»

El día después de la clausura de cursos, al principio de cada verano, nos íbamos a la hacienda que teníamos en Wyoming. Fue allí que, con mis padres, hermanos y algunos primos, aprendí acerca de la lealtad familiar, del amor, de la preocupación por otros, del nacimiento y de la muerte de que uno debe terminar un trabajo una vez que lo empieza y que, repitiendo las palabras de mi padre, «existen sólo dos cosas importantes: la familia y la Iglesia».

Un año, papá nos estaba esperando y cuando llegamos a la hacienda nos dijo que tenía un trabajo muy importante para mi hermano Clay y para mí. Yo tenía como doce años y Clay era dos años mayor que yo. Señalando el campo a un lado de la casa mi padre nos dijo: «¿Ven todos esos corderos en el campo? Si los crían compartiré con ustedes el dinero de la venta en el otoño.» Mi hermano y yo nos pusimos muy contentos. No sólo teníamos un importantísimo trabajo que hacer, sino que también íbamos a ser ricos.

Había muchos corderos en el campo-cerca de 350-y lo único que teníamos que hacer era alimentarlos .

Sin embargo, había una cosa que papá no había mencionado: Ninguno de los corderos tenía mamá. Después de la esquila había habido una gran tormenta, y muchas de las ovejas esquiladas se habían enfriado y congelado; papá perdió casi mil ese año, y entre ellas estaban las madres de esos corderos.

Alimentar a uno o dos corderos no es gran cosa, pero alimentar a 350 es algo muy diferente. Fue una tarea difícil, ya que aunque había bastante hierba, los corderos no podían comer, porque no tenían dientes. Necesitaban leche, de modo que hicimos comederos de madera en forma de «V». Después llevamos un recipiente grande de latón, molimos grano y le añadimos leche para diluirlo. Mientras mi hermano vaciaba esta mezcla, yo reunía los corderos, los llevaba a los comederos y les decía: «Coman». Pero se quedaban allí, mirándome; aunque tenían hambre y la comida estaba frente a ellos, no comían. Como nadie les había enseñado a beber la leche de un comedero, yo traté de empujarlos hacia él. ¿Saben ustedes lo que pasa cuando se empuja a una oveja? Corre en sentido opuesto. Y cuando se pierde una se pueden perder las demás, porque por naturaleza se siguen unas a otras.

Intentamos colocar a los corderos junto a los comederos, empujándoles el hocico en la leche a fin de que pudieran probarla y desearan más. También tratamos de mojarnos los dedos con la leche y ver si así los chupaban, pero sólo tuvimos éxito con unos cuantos porque los demás se alejaban corriendo.

Muchos de los corderos estaban muriéndose de hambre. La única manera de asegurarnos de que comieran era tomarlos en los brazos, dos a la vez, y alimentarlos como a un bebé.

Además de todos estos problemas había coyotes que por las noches se sentaban en lo alto de la colina y aullaban. A la mañana siguiente podíamos ver el resultado de su trabajo nocturno, y teníamos que enterrar a dos o tres corderos mas. Los coyotes se escurrían entre el rebaño, seleccionaban a los que deseaban y luego los mataban, siendo las primeras víctimas los que estaban débiles o separados del rebaño. A menudo, durante la noche cuando los corderos se inquietaban por la llegada de los coyotes, papá sacaba el rifle y disparaba al aire para asustarlos. Nos sentíamos seguros cuando papá estaba en casa; sabíamos que los corderos  estaban a salvo cuando él estaba allí para vigilarlos.

Mi hermano y yo pronto nos olvidamos de hacernos ricos, ya que lo único que nos importaba era salvar a los corderos. Lo mas difícil era verlos morir. Cada mañana encontrábamos cinco, siete o diez que habían muerto durante la noche. Algunos morían a causa de los coyotes y otros de hambre, a pesar de estar rodeados de alimento que no podían o no querían comer.

Parte de nuestro trabajo consistía en recoger a los corderos muertos y deshacernos de ellos, cosa a la que llegué a acostumbrarme, pero lo difícil fue cuando murió uno al que le había puesto nombre. Era un animalito sin gracia, con una mancha negra en la nariz  y que siempre andaba bajo mis pies. Además, conocía mi voz. Llegué a quererlo porque era uno de los había tenido que tomar en los brazos para darle de comer.

Una mañana lo llamé, pero no llegó. Más tarde, ese mismo día, lo encontré muerto entre los sauces, cerca del arroyo. Llorando, lo tomé en los brazos y me fui en busca de papá. Al verlo, le pregunté: «¿Papá, no hay alguien que nos ayude a apacentar a los corderos?» Después de una larga pausa me dijo: «Jayne, hace muchos, muchos años alguien pronunció casi esas mismas palabras, pero las repitió tres veces. El dijo: «Apacienta mis corderos. . . pastorea mis ovejas. . . apacienta mis ovejas.» (Juan 21:15-17.) Papá me abrazó y me dejó desahogar por unos momentos, después de lo cual me acompañó a enterrar al corderito.

No fue sino hasta muchos año* después que comprendí totalmente el significado de las palabras de mi padre. Estaba meditando el pasaje en Moisés que dice: «Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.» (Moisés 1:39.) Al reflexionar en la misión del Salvador, recordé aquel verano y los corderos y, por unos breves momentos, creo que pude sentir lo que el Salvador ha (le sentir con tantas ovejas que apacentar. . . tantas almas para  salvar, y sentí en mi corazón que El necesitaba mi ayuda.

Ustedes, queridos jovencitos, por lo que hemos observado, no son diferentes de los corderos. También tienen hambre, pero hambre de las cosas del Espíritu que les permitirán crecer fuertes y a salvo de los coyotes que están listos para destruirlos. Ustedes son capaces y están dispuestos a hacer su parte para edificar el reino una vez que se les enseña cómo hacerlo, y deseamos ayudarles.

Sabemos que necesitan a alguien que los quiera, alguien que los escuche y los comprenda; necesitan sentirse necesitados; necesitan oportunidades de desarrollarse en un ambiente seguro, como quien dice un rebaño seguro, donde puedan compartir el uno con el otro y desarrollar amistades sanas basadas en relaciones fraternales, y no románticas. Necesitan oportunidades para experimentar el gozo del sacrificio y del servicio, de cuidarse y amarse el uno al otro tal como el Salvador nos ama. En el evangelio tenemos lo que ustedes necesitan, pero es preciso que hagan su parte y lo acepten.

Hubiera sido mucho más fácil salvar a los corderos si las madres hubieran estado allí para alimentarlos. Jovencitas, ustedes son las madres del mañana, y ustedes, varones los padres. Ambos serán padres, maestros, asesores que ayudarán a nutrir y a alimentar a las ovejas para guiarlas a su destino. Prepárense ahora mismo para esa sagrada responsabilidad, estudien las Escrituras; desarrollen los talentos que Dios les ha dado; aprendan todo lo que esté a su alcance acerca del mundo que los rodea, todo lo que sea limpio y bueno. Prepárense para ir al templo del Señor y sean dignos de recibir las ordenanzas y bendiciones, viviendo, enseñando y dando a conocer el evangelio.

Nuestro Padre Celestial los conoce y sabe lo que están haciendo. El desea que cumplan con la divina misión que tienen, y que vuelvan al hogar trayendo con ustedes a sus familiares y amigos. El desea que sean felices; arrodíllense y comuníquense con El; háblenle de sus momentos felices así como de sus dificultades. Así como mi padre, nuestro Padre Celestial comprenderá. El estará allí para caminar con ustedes, consolarlos y protegerlos porque El ha prometido a todos los que lo siguen: «Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros» (D. y C. 84:88).

Nuestro profeta, el presidente Benson, dijo: «El simbolismo del Buen Pastor no pasa desapercibido en la Iglesia hoy día. Las ovejas necesitan la guía de los buenos pastores. . . Con el cuidado amoroso del pastor, nuestros jóvenes, nuestros corderos, no estarán tan inclinados a desviarse. Y si lo hacen, el arco del báculo pastoral, el brazo amoroso y el corazón comprensivo del pastor los ayudarán a regresar al rebaño» (Seminario para Representantes Regionales, 3 de abril de 1987).

Padres, líderes del sacerdocio, maestros, asesores, sean «pastores que velan», y ustedes, nuestra noble juventud, únanse a la fortaleza del Señor y guíen con rectitud. Extiendan los brazos y el corazón a los que son débiles y andan extraviados; ayúdenlos a regresar al rebaño donde puedan aprender del Buen Pastor y acercarse a El. Seleccionen cuidadosamente la senda por donde caminan, porque así como lo hacen las ovejas, los demás los seguirán.

De nuestro rebaño sólo pudimos salvar la tercera parte. ¿Y qué del rebaño del Salvador? El ha dicho-

«Apacienta mis ovejas. . . pastorea mis corderos.»

De una cosa estoy segura: El necesita nuestra ayuda. Con más personas dispuestas a ayudar, más corderos se salvarán, lo cual es un hecho muy sencillo pero verdadero, de lo que testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

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