Los pacíficos discípulos de Cristo

Conferencia General Octubre 1989logo 4
Los pacíficos discípulos de Cristo
Por el élder L. Tom Perry
del Quórum de los Doce Apóstoles

L. Tom Perry«Los misioneros salen a predicar con las intenciones más puras, sin ningún designio secreto y con gran sacrificio personal. . . Son verdaderos embajadores que difunden la buena voluntad hacia la gente de los países en los que han vivido y trabajado.»

En un discurso que el coronel Thomas L. Kane que no era miembro de la Iglesia,  dio ante la Sociedad e Historia de Filadelfia y que anotó John R. Young dijo que al viajar unos años antes había pasado por la extraordinaria ciudad de Nauvoo en Illinois la cual se hallaba en las riberas del río Misisipi. Explicó que tras navegar en vapor por ese río  desembarcó y prosiguió su viaje por tierra por motivo de los rápidos.

Después de haber visto por el camino sólo campos estériles y en ellos vagabundos y fugitivos le la ley divisó Nauvoo. Y dijo:

«Al descender la última colina de mi jornada,  desplegó ante mí  un panorama de un contraste encantador. Abrazada por una curva del río resplandecía una bella ciudad bajo el tibio sol de la mañana. Sus hermosas casas nuevas rodeadas de verdes jardines circundaban una colina en forma de bóveda a la que coronaba un edificio de mármol, cuya elevada aguja, blanca y dorada resplandecía a la luz del día. La ciudad parecía extenderse varios kilómetros y más allá, a lo lejos se veía un hermoso paisaje cubierto de fructíferos sembrados cuadrangulares. Las señales inconfundibles del trabajo de gente industriosa y próspera, que saltaban a la vista por todas partes, componían una escena de belleza singular e impresionante. . . Allí no había nadie para recibirme y tan intenso era el silencio que se oía el zumbido de las moscas y el sonido de las olas al romper contra la baja ribera. Caminé por las calles solitarias. El pueblo yacía como en un sueño, bajo algún raro hechizo de soledad del que casi temí despertarlo pues era evidente que no había dormido mucho tiempo. No había pasto en las hendeduras  de los caminos pavimentados, las lluvias no habían borrado por completo las huellas de los peldaños polvorientos. Nadie me detuvo en mi camino.

«Entré en los talleres, cordelerías y herrerías vacíos. La rueca del hilador estaba detenida el carpintero había abandonado su banco de trabajo y sus virutas, sus marcos de ventana sin terminar; había cortezas frescas en la cuba del curtidor y madera ligera recién cortada apilada contra el horno del panadero. La herrería estaba fría pero el montón de carbón el caldero y el retorcido cucharón para el agua estaban allí como si el  herrero sólo hubiera salido de paseo. . .

«Allí había campos y más campos de abundante y dorado grano maduro que se descomponía en el suelo sin que nadie lo recogiera». (Memoirs of John R. Young, Utah Pioneer 1847, memorias escritas por él mismo. Salt Lake City: The Deseret News, 1920, págs. 31-33.)

El coronel Kane no podía comprender por qué una ciudad tan bella había sido abandonada. No estaba al tanto de que los populachos habían echado de la ciudad a los miembros de la Iglesia. La curiosidad le llevó a buscar a las personas que habían abandonado la ciudad. Cuando encontró a algunas, observó que aunque se estaban muriendo de hambre y de estar a la intemperie, eran gente pacífica y sana. Se preguntó por qué se perseguiría de esa manera a gente inofensiva.

En ciertos aspectos la situación no ha cambiado mucho en la actualidad. La Iglesia todavía enfrenta situaciones que, en muchos casos, son similares a las de la época de Nauvoo. Aunque desde luego no se manifiesta en contra de nosotros él mismo grado de antagonismo de los primeros años de nuestra historia todavía nos preguntamos, como lo hizo el coronel Kane por qué ese antagonismo se dirige a veces como ha ocurrido recientemente, en contra le nuestra gran fuerza misional. Sólo deduzco que se deba a un propagado malentendido de la razón fundamental por la que nuestros misioneros son llama los a servir.

La finalidad misional no ha cambiado con el paso del tiempo. Recordaremos el relato de Ammón en el Libro de Mormón. Su llamamiento misional fue a la tierra de los lamanitas; fue una asignación peligrosa ya que la suerte del nefita que se aventuraba a pisar las tierras de los lamanitas quedaba enteramente en manos del rey de éstos el cual podía matarlos encarcelarlos u obligarlos a marcharse.

«Y así Ammón fue llevado ante el rey que gobernaba en la tierra de Ismael; y se llamaba Lamoni y era descendiente de Ismael.
«Y el rey preguntó a Ammón si era su deseo vivir en esa tierra entre los lamanitas o entre el pueblo del rey.
«Y le dijo Ammón: Sí; deseo morar entre este pueblo por algún tiempo; sí, y quizá hasta el día que muera.
«Y sucedió que el rey Lamoni quedó muy complacido con Ammón e hizo que le soltaran las ligaduras; y quería que él tomara por esposa a una de sus hijas.
«Mas le dijo Ammón: No, sino seré tu siervo. Por tanto, Ammón se hizo siervo del rey Lamoni. Y sucedió que lo pusieron con otros siervos para que cuidara los rebaños de Lamoni, según la costumbre de los lamanitas.» (Alma 17:21-25.)

Al igual que Ammón, el único deseo de nuestro ejército actual de misioneros es servir a sus semejantes.

Hace más de ciento sesenta años que Samuel Smith salió de su casa con su alforja a la espalda llena de ejemplares del recién impreso Libro de Mormón. Salió para declarar su testimonio de las verdades del libro y para invitar a todos los que se interesaran a leerlo y descubrir ellos mismos que es verdadero. Desde la época de Samuel Smith, miles de misioneros han dado de su tiempo y de sus medios, y han salido de su hogar por una temporada para dar a conocer el mensaje que creen es verdadero.

Hoy tenemos una fuerza multinacional de misioneros que provienen de muchos países y que van a muchas naciones del mundo. Los misioneros salen a predicar con las intenciones más puras, sin ningún designio secreto y con gran sacrificio personal. Ellos no van a procurar destruir la fe de nadie ni a ejercer injusto dominio sobre nadie. Son maestros que invitan a los que se interesen en su mensaje a escucharlo y determinar por sí mismos si el mensaje es verdadero. Van a la misión sin representar a ningún gobierno ni ninguna filosofía política, y no participarán en fomentar, ni siquiera expresarán, opinión alguna sobre la política del país al cual se les haya llamado a servir.

Los misioneros regresan a su casa con un amor especial por la gente entre la cual han laborado; son verdaderos embajadores que difunden la buena voluntad hacia la gente de los países en los que han vivido y trabajado. A ellos no les interesa el dinero que tenga la gente, ni tienen prejuicios raciales. No salen a edificar reinos de este mundo, sino que son, como lo dijo Mormón, «los pacíficos discípulos de Cristo» (Moroni 7:3). El único reino que les interesa es el de nuestro Señor y Salvador que El establecerá cuando vuelva, y lo único que esperan es prepararnos para ese gran día. Hasta entones, nuestros misioneros, lo mismo que los miembros de la Iglesia, estarán sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados, y obedecerán, honrarán y sostendrán la ley (véase el decimotercer Artículo de Fe).

Quisiera terminar mi discurso con algunos consejos a los miembros de la Iglesia. Se nos ha enseñado acerca de la misión de nuestro Señor y Salvador, y que, si le seguimos, tendremos gran regocijo y felicidad aquí en la tierra. Hemos experimentado la alegría de prestar servicio a los hijos de nuestro Padre Celestial y conocemos la satisfacción espiritual que eso brinda. Muchas veces pienso en la gran dificultad que enfrentó Alma al ver la urgente necesidad de que se enseñara a la gente la importancia de comprender el evangelio de nuestro Señor y Salvador. En aquella ocasión, Alma era el juez superior y a la vez el sumo sacerdote de toda la Iglesia. Tuvo que escoger entre esos dos cargos con el fin de servir a la gente con mayor eficacia. En el Libro de Alma dice:

«Y escogió a un hombre sabio de entre los élderes de la iglesia, y lo facultó, según la voz del pueblo, para que tuviera el poder de decretar leyes, de conformidad con las que se habían dado, y ponerlas en vigor conforme a la iniquidad y los crímenes del pueblo. . .

«Ahora, Alma no le concedió el oficio de ser sumo sacerdote sobre la iglesia, sino que retuvo el oficio de sumo sacerdote para sí; mas entregó a Nefíah el asiento judicial.

«E hizo esto para poder salir él mismo entre los de su pueblo, o sea entre el pueblo de Nefi, a fin de predicarles la palabra de Dios, y para despertar en ellos el recuerdo de sus deberes, y para abatir, por medio de la palabra de Dios, todo el orgullo y artimañas, y todas las contenciones que había entre su pueblo, porque no vio otra manera de rescatarlos sino con el peso de un testimonio puro en contra de ellos.» (Alma 4:16, 18-19.)

El escogió el cargo que le permitiría hacer el mayor bien a los de su pueblo.

A veces, en nuestro entusiasmo por el evangelio, echamos nuestras perlas descuidadamente y quizá hasta nos tiente el realzar el brillo de nuestra perla de gran precio al colocarla en un engaste demasiado atractivo, lo cual acaso haga que se menosprecie el verdadero valor de nuestra perla. A ésta, con su belleza y sencillez, se le reconocerá por su gran valor sin que procuremos hacerla más atractiva. No tenemos por qué realzar su apariencia con retoques deslumbrantes que sólo acarrearán antagonismo y conflictos a la Iglesia. Es preciso que hablemos menos de nuestros logros y que por nuestros actos indiquemos la clase de reino que buscamos.

¿Me permitís haceros unas sugerencias? Poned en un lugar visible en vuestra casa los pasajes de las Escrituras que os recuerden constantemente, al realizar vuestras diarias labores, quiénes sois y lo que representáis. Quisiera sugeriros algunos pasajes para empezar. El primero está en Mateo 5:43-44:

«Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.

«Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.»

El segundo está en Lucas 6:35:

«Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos.»

En Santiago 1:27, leemos:

«La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.»

Por último, póngase a la vista uno de los grandes pasajes del Libro de Mormón, que está en Moroni 7:47:

» . . . pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.»

Amo el evangelio de nuestro Señor y Salvador; me ha brindado la paz interior, el regocijo y la felicidad más grandes que hubiera podido esperar hallar en esta tierra. Ruego que todos estemos dispuestos a dar a conocer esta perla de gran precio-que es una perla de perdurable y singular belleza-a todos los hijos de nuestro Padre Celestial, que continuemos adelante, armados con el evangelio de nuestro Señor y Salvador. Esta es Su obra; Dios vive; Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo, de lo cual testifico solemnemente en Su santo nombre. Amén.

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