No murmures

Conferencia General Octubre 1989logo 4
No murmures
Por el Élder Neal A. Maxwell
Del Quórum de los Doce Apóstoles

Neal A. Maxwell«Por ejemplo, algunos murmuradores parecen tener la esperanza de poder amoldar la iglesia a su gusto con sus quejas y protestas. Pero ¿para qué querríamos estar afiliados a una iglesia que podemos amoldar a nuestra imagen, cuando es la imagen del señor la que un día tendremos que reflejar en nuestro semblante?»

Me uno a vosotros para expresar mi admiración por estos hombres magníficos que han sido relevados y cuya posición en la Iglesia ha cambiado. Ellos han sido ejemplares en su llamamiento y hoy siguen siéndolo. Su vida es como un sermón inspirador para todos nosotros.

Mi discurso fue preparado en junio en su mayor parte; es tanto para mi mismo como para los demás miembros de la Iglesia.

La murmuración se define como un resentimiento reprimido a medias o como una queja entre dientes. Todos los que han visto la película El violinista en el tejado recordarán cómo el protagonista, Tevye, se queja a Dios.

Así como «un bostezo puede ser un grito en silencio» (G. K. Chesterton, en The Concise Columbia Dictionary of Quotations, ed. por Robert Andrews, Nueva York: Universidad de Columbia, 1987), la murmuración puede ser mucho más que un susurro sofocado. Muchas veces cuando murmuramos, el objeto de nuestro disgusto es indudablemente el Señor, como cuando el pueblo se quejó contra Moisés. (Exodo 16:8; 1 Nefi 16:20.) Tevye, al menos, reconoció sinceramente a quién se dirigía.

La murmuración parece surgir naturalmente del hombre natural. En las Escrituras, recorre toda la escala de quejas que se hayan registrado: Necesitamos pan. Necesitamos agua (Números 21:5). No llegaron las tropas para reforzar el ejército (Alma 60). «¿Para qué salimos. . . de Egipto?» (Números 11:20). «¡Para qué salimos de Jerusalén?» (1 Nefi 2:11). Algunos, y quizás sea comprensible, murmuraron porque los perseguían los incrédulos; y otros hasta llegaron a murmurar por el nombre que debía llevar la Iglesia de Cristo. (Mosíah 27:1; 3 Nefi 27:3 4.) Y. lo que resulta irónico, el que se recibiera de Dios más Escrituras también causó murmuraciones. (2 Nefi 29:8.)

Un caso de murmuración que se encuentra al principio de las Escrituras fue el de la ofrenda de Caín al Señor, e ilustra cómo nuestras intenciones son por lo menos tan importantes como nuestras acciones. (Moisés 5:20-21.) Caín se enfureció porque el Señor aceptó la ofrenda de Abel pero no la suya. A veces, mis hermanos, también nosotros nos molestamos si otro parece ser más favorecido; y lo que es peor, queremos que el Señor nos acepte, pero bajo nuestras condiciones, no las suyas.

Una causa principal de nuestra murmuración es que parece que muchos esperamos que la vida se deslice suavemente, como si fuera una calle sin baches, toda con semáforos en verde, y que al llevarnos a destino tuviera frente a nosotros un estacionamiento vacío.

Llevada a sus extremos la murmuración no sólo representa la manera de pensar del descontento, sino también del rebelde:

«. . .Su aflicción. . . era. . . el lamento de los condenados. . . porque. . . no siempre [podían deleitarse] en el pecado.
«Y [sin embargo] no venían a Jesús con corazones quebrantados y espíritus contritos, antes maldecían a Dios, y deseaban morir. No obstante, lucharían con la espada por sus vidas.» (Mormón 2:13-14.)

En su parábola de los obreros de la viña, Jesús habló de los que, habiendo trabajado desde la primera hora y habiendo «soportado la carga y el calor del día». murmuraron porque habían recibido el mismo jornal que los que habían trabajado sólo la última hora. (Mateo 20:11-12.) Somos como mendigos frente a El, y aun así reclamamos nuestros «derechos» .

Lamán y Lemuel murmuraron contra su padre por haberlos llevado al desierto impulsado, según ellos, por «las locas imaginaciones de su corazón» (1 Nefi 2:11: 3:31: 4:4). Estos dos seres lamentables dijeron que su padre había juzgado con demasiada dureza a los habitantes de Jerusalén; y sin embargo, Jerusalén pronto iba a caer.

Lehi reprendió a Lamán y Lemuel por quejarse de que Nefi les había dicho «cosas duras» (1 Nefi 16:3). El les dijo: » . . . lo que . . . llamáis ira fue la verdad» (2 Nefi 1:26) . ¡Cuántas veces nosotros cometemos el mismo error, hermanos! La verdad cortante duele, pero su corte puede hacer que drene el orgullo.

Murmuraron también porque Nefi se le rompió el arco de  cero, y porque no podía construir una nave, y porque pensaban que él quería gobernarlos (1 Nefi 17:17; 2 Nefi 5:3). Y, no obstante, poco después esos mismos murmuradores se hartaron con la carne que Nefi llevó con su nuevo arco y navegaron en el barco que Nefi construyó. Nos es muy fácil tomar a los líderes de la Iglesia, inspirados pero imperfectos, como blanco de nuestras críticas, especialmente si las circunstancias los obligan a sufrirlas en silencio. El tener confianza en ellos, que por ser de confianza guardan confidencias, es una forma de sostenerlos.

Oliverio Cowdery no logró el privilegio de traducir. Se le dijo: «No te quejes, hijo mío, porque es según mi sabiduría el haber obrado contigo de esta manera» (D. y C. 9:6). También a Emma Smith se le dijo que no murmurara por lo que no se le había dado a conocer (D. y C. 25:4).

Al pensar en estos y en varios otros ejemplos, resaltan varios puntos.

Primero, muchas veces el murmurador no tiene el valor de expresarse abiertamente. Si la queja concierne a un amigo, por lo general no sigue este consejo de Jesús:

«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.» (Mateo 18:15.)

Segundo, los murmuradores, pese a que no arrojan ellos mismos las piedras, incitan a otros a que lo hagan.

Tercero, aunque el murmurador insiste en expresar su opinión, al mismo tiempo considera hostil cualquier reacción que ésta provoque. (2 Nefi 1:26.) Más aún, los que se quejan rara vez tienen en cuenta si los demás quieren oírlos o no.

Cuarto, los murmuradores tienen poca memoria. Israel llegó a Sinaí y de allí a la Tierra Prometida, aun cuando pasara a veces hambre y sed. Pero el Señor los rescató, ya fuera por la milagrosa aparición de las codornices o haciendo brotar agua de una roca. ¿No es extraño, hermanos, que aquellos que tienen menos

memoria sean los que hagan la lista más larga de exigencias! El problema es que, si no se recuerdan las bendiciones pasadas, no se puede ver el presente en la debida perspectiva.

Este significativo versículo del Antiguo Testamento nos recuerda lo que debemos hacer: .

«Y te acordarás de todo el camino por donde ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos.» (Deuteronomio 8:2.)

La perspectiva apropiada establece en nuestra vida una diferencia constante y enorme. Por lo tanto, no nos debe sorprender el que Satanás no conozca la mente de Dios, según se nos dice. (Moisés 4:6.)

Quizás al murmurar estemos inconscientemente quejándonos de no poder llegar a un acuerdo especial con el Señor. Queremos las bendiciones completas, pero sin la obediencia completa a las leyes sobre las cuales esas bendiciones se basan. Por ejemplo, algunos murmuradores parecen tener la esperanza de poder amoldar la Iglesia a su gusto con sus quejas y protestas. Pero ¿para qué querríamos estar afiliados a una Iglesia que podemos amoldar a nuestra imagen, cuando es la imagen del Señor la que un día tendremos

que reflejar en nuestro semblante? (Alma 5:19.)

La doctrina es Suya, hermanos, no nuestra; El tiene el poder de delegar, pero nosotros no tenemos el de manipular sus decretos.

En este versículo se encuentra un punto particularmente fundamental de la murmuración:

«Y así era como Lamán y Lemuel… murmuraban… porque no conocían los hechos de aquel Dios que los había creado.» (1 Nefi 2:12.)

Como ellos, nosotros tampoco comprendemos a veces los hechos de Dios en nuestra propia vida y en nuestra época. (1 Nefi 2:12; 17:22.)

El presidente Brigham Young y Heber C. Kimball trataron de detener la murmuración de Thomas B. Marsh, sin éxito. Mucho después, arrepentido ya, el hermano Marsh dijo de esos días:

» . . . debo de haber perdido el Espíritu del Señor. . .

«Estaba celoso del Profeta. . . y pasé por alto todo lo que estaba bien y me dediqué a buscar lo malo. . . Pensé que veía una viga en el ojo del hermano José, y no era más que una paja; pero en mi propio ojo estaba la viga. . . Me había enojado y quería que todos se enojaran también. Hablé con el hermano Brigham Young y el hermano Heber C. Kimball, y quería que ellos estuvieran enojados como yo; y viendo que no era así, me enojé más porque no lo estaban. El hermano Brigham, con expresión prudente, me dijo: ‘Hermano Thomas, ¿es usted el líder de la Iglesia?’ Le contesté que no. ‘Bueno’, me dijo. ‘Entonces, ¿por qué no deja el asunto en paz?’ » (Testimonies of the Divinity of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints by Its Leaders, comp. por Joseph E.. Cardon y Samuel O. Bennion, Independence, Mo.: Zion’s Printing and Publishing Co., 1930, págs. 1113, 1115.)

Jesús dijo que los obreros de la viña del Señor que murmuran por las desigualdades de la vida murmuran «contra el padre de familia» (Mate o 211:11). La magnanimidad del Señor se manifiesta de tantas maneras (¡nos reserva mansiones!), ¡y sin embargo los huéspedes ingratos todavía nos quejamos .sobre lo que tenemos ahora!

Los que tienen fe arraigada no se quejan. Ellos son de disposición generosa y reacios a murmurar, aun en profundas dificultades; como dijeron los de un grupo de fieles:

«He aquí, no sabemos si habéis fracasado. . . si así es, no es nuestro deseo murmurar.
» . . . no importa. Confiamos en que Dios nos librará, no obstante lo débil que estén nuestros ejércitos . . . » (Alma 58:35, 37.)

El admirable Job, que paso grandes pruebas, no quería atribuir «a Dios despropósito alguno» (Job 1:22).

Las súplicas de alguien que esté lleno de fe, y al mismo tiempo preocupado por el bienestar de los demás, como le sucedió a José Smith en la cárcel de Liberty, no entra en la categoría de las quejas. No se trata de la murmuración de un seguidor superficial que está muy pronto a quejarse pero es muy lento para mantenerse firme. José recibió calma tranquilizadora y más instrucciones:

«Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento.» (D. y C. 121:7.)

El daño que nos hacemos a nosotros mismos es razón suficiente para negarse a murmurar; pero otro peligro es lo contagioso de la murmuración. Hasta el fiel Lehi, por un breve instante, se dejó llevar por ella. (1 Nefi 16:20.) Asimismo, Moisés decayó momentáneamente ante la presión de los rebeldes. (Números 20:7-12.) Nadie sabe mejor que el adversario cómo azuzar a una multitud.

En lugar de quejas, el buen ánimo es necesario e igualmente contagioso. Tenemos la clara obligación de fortalecernos de ese modo unos a otros «con corazones felices y semblantes alegres» (D. y C. 59:15; véase también 81:5).

Entre los motivos principales por los que las Escrituras nos dicen que debemos tener buen ánimo están la bendición trascendental de que se nos puedan perdonar nuestros pecados y el hecho de que Jesús ha vencido al mundo. ¡Estas son inmensas bendiciones! Por otra parte, se nos asegura que el Señor está con nosotros, y que nos guiará y nos defenderá. (Juan 16:33; Mateo 9:2; D. y C. 61:36; 68:6; 78:18.)

Al saber que estas promesas eternas están aseguradas, ¿no haríamos mejor en soportar irritaciones, tales como algunos cambios que debemos sobrellevar en nuestra vida? Además, mis hermanos, ¿cómo puede llover igual sobre el justo y sobre el injusto sin que de vez en cuando nos toquen unas gotas inoportunas? (Mateo 5:45.)

Por supuesto, hay vías establecidas, formales e informales, para expresar preocupaciones y quejas razonables, y hacerlo de un modo productivo. A menudo estos métodos se pasan por alto, especialmente si el deseo es hacer público el descontento. El desahogarse con quejas siempre produce más problemas que soluciones (Mateo 18:15). Es cierto, podemos refunfuñar apenas en forma pasajera; hasta podemos hacerlo con gran habilidad. Aun así, incluso las quejas leves pueden ser más agudas de lo que queramos admitir.

Algunos en realidad dudan de la capacidad de Dios, aun cuando El aseguró: «. . .puedo efectuar mi propia obra» (2 Nefi 27:20, 21). Por eso, la murmuración puede ser una forma de burlarse de Su plan de salvación. (3 Nefi 29:6.) Sí, dicen éstos, es cierto que Dios tiene un plan general, pero no lo queremos en el propio y debido tiempo de El. (2 Nefi 27:21; Enós 1:16; Eter 3:24, 27.) Y sin embargo, las Escrituras nos dicen claramente que «todas las cosas tienen que acontecer en su hora» (D. y C. 64:32; véase también 24:16).

Sí, esas personas reconocen a Dios pero critican sus métodos. (Jacob 4:8; D. y C. 1:16; 56:14.) Queremos que se hagan las cosas de acuerdo con nuestros métodos, aunque éstos son muy inferiores. (Isaías 55:8, 9.)

Más aún, puesto que Dios nos ha dicho que probará nuestra fe y paciencia, ¿no es precisamente de las situaciones difíciles que surgen nuestras quejas? (Mosíah 23-21 ) Ciertamente. . . a menos que tengamos mucho cuidado.

Dios obra «con el transcurso del tiempo», hermanos, lo cual nos exige paciencia. Más aún, el hacer las cosas con el transcurso del tiempo es Su forma de preservar nuestro albedrío o de darnos oportunidades indispensables. De hecho, algunas experiencias, por las cuales quizás comprensiblemente murmuremos, pueden ser en realidad para nuestro bien. (D. y C. 105:10; 122:7; Gén. 30:27.) Podemos pensar que Dios nos contempla pasivamente, cuando lo que hace es señalarnos salidas que necesitamos desesperadamente. Aun así, somos sumamente lentos en usar esas salidas para escapar de la prisión de nuestro egoísmo.

Las quejas pueden también ser tan ruidosas que nos impidan oír las señales espirituales que se nos den, señales que a veces nos indican que dejemos de solazarnos en el calor de la autocompasión. Quejarnos del peso de nuestra cruz no sólo nos priva de la energía que necesitamos para llevarla, sino que también puede influir en otras personas para que renuncien a cargar la suya. Además, hermanos, si no tuviéramos tantas otras cargas, nuestra cruz sería más liviana. El peso mayor proviene muchas veces de la carga de las promesas que no hemos cumplido y los pecados de los que no nos hemos arrepentido. Al someternos a Dios, decimos: «. . .abandonaré todos mis pecados para conocerte» (Alma 22:18). ¿Y ante quién los depositaremos? ¡Sólo Jesús está dispuesto a tomarlos y es capaz de sobrellevarlos !

Finalmente, a los que no murmuran se les permite ver mucho más. El antiguo Israel se hallaba una vez rodeado de ejércitos hostiles, con caballos y carros. Eliseo tranquilizó a su nervioso siervo, diciéndole: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos». Luego, el profeta rogó al Señor que le abriera los ojos al joven y éste » . . . miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo» (2 Reyes 6: 14-17).

Las palabras de Eliseo pueden ayudarnos a los miembros de la Iglesia a silenciar nuestras quejas. Sea cual sea el aspecto que presente o parezca presentar una situación en momentos de dificultad, «más son los que están con nosotros que los que están con ellos». Mis hermanos, si nuestros labios se cierran a la murmuración, el Señor podrá abrir nuestros ojos. Ruego que así sea con todos nosotros, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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