Recordémosle siempre

Conferencia General Octubre 1989logo 4
Recordémosle siempre
Por La Hna. Joanne B. Doxey
Segunda Consejera en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

Joanne B. Doxey«El señor depende de nosotras para que lo recordemos y enseñemos a nuestros hijos a recordarlo, a fin de que ellos a su vez puedan enseñar a sus hijos a recordarlo.»

Mis queridas hermanas, las que pertenecen a la hermandad mundial de la Iglesia y las que serán miembros algún día; las mujeres ya crecidas y las niñas que crecerán y serán mujeres; las que son madres y aquellas que algún día lo serán: A pesar de nuestros distintos antecedentes, de nuestras diferencias sociales o económicas, todas somos similares en un aspecto importante: somos todas hermanas, hijas de Dios, con el propósito común de regresar a El honorablemente después de esta vida terrenal.

En nuestra existencia premortal se nos enseñó el plan de salvación; aceptamos y apoyamos ese plan divino, incluso el privilegio y la responsabilidad de convertirnos en hijas, hermanas, esposas, madres y abuelas. Sabíamos que al venir a la tierra se nos probaría para ver si haríamos todas las cosas que el Señor Dios nos mandara (véase Abraham 3:25). Y se nos colocó un «velo de olvido» en la memoria para que dependiéramos de la fe en el Salvador para llevarnos de regreso a nuestro hogar celestial.

El Profeta de la actualidad, que habla en nombre del Salvador, nos ha dicho:

«Cuando nuestro Padre Celestial puso sobre esta tierra a Adán y Eva, lo hizo con el fin de enseñarles la manera de volver a Su presencia. Nuestro Padre prometió un Salvador que los redimiría de su estado caído. Les dio el plan de salvación y les indicó que enseñaran a sus hijos la fe en Jesucristo y el arrepentimiento.» (Ezra Taft Benson, «Lo que espero enseñéis a vuestros hijos acerca del Templo», Liahona, abril/mayo de 1986, pág. 4.)

Los que vivimos en estos últimos días de la tierra tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros hijos esas mismas verdades. Siempre ha sido así. Como alguien ha dicho: «Al cuidado de la mujer se entrega el destino de esta generación y de las generaciones futuras».

¡Que importante es nuestra obra, hermanas! ¡Y que eterna nuestra influencia en el hogar y la familia! El Señor depende de nosotras para que lo recordemos y enseñemos a nuestros hijos a recordarlo, a fin de que ellos a su vez puedan enseñar a sus hijos a recordarlo. Esto, para que todos volvamos con rectitud a Su presencia.

Debemos dar prioridad a la enseñanza y la guía apropiada de nuestros hijos. ¿Que madre no quiere que sus hijos conozcan el gozo y la felicidad en esta vida y en las eternidades?

Cuando queremos lograr metas de largo plazo, siempre se nos requiere el sacrificio; por ejemplo, para obtener una medalla de oro en las Olimpiadas, para lograr la nota mas alta en los estudios, para llevar a cabo una tarea a la perfección o para cualquier otro esfuerzo similar. Lo mismo ocurre en la crianza de los hijos.

El adversario, que es «el enemigo de toda justicia» (véase Moroni 9:6), trata de frustrar los esfuerzos del pueblo del Señor. Sus fuerzas mortíferas están dirigidas contra nuestros hogares; el planea cada uno de sus movimientos con exactitud y precisión, sin dejar nada librado a la casualidad o al descuido en su plan.

Pensando en eso, ¿podemos darnos el lujo de descuidarnos en nuestro esfuerzo por enseñar la rectitud a esta generación? ¿Cómo podemos fortalecernos para enseñar mejor a nuestros niños las verdades del evangelio y ayudarles a recordar que son una generación real, escogida desde la fundación del mundo?

Nuestro amoroso Padre Celestial sabía que necesitaríamos ayuda para aprender otra vez los puntos esenciales que se nos enseñaron en los consejos celestiales. Por eso nos dio el don del Espíritu Santo, para que El nos lo recuerde todo (véase Juan 14:26), y a los profetas para que nos dirijan. Además, nos dio las Escrituras para enseñaron, los mandamientos para ayudarnos a ser mas como el Salvador y convenios para recordarnos nuestra solemne responsabilidad de acordarnos de El.

Consideremos cómo pueden fortalecernos las Escrituras, los mandamientos y los convenios en nuestros esfuerzos por volver a El.

  1. Podemos recordar al Señor por medio de las Escrituras. Las Escrituras se escribieron y preservaron a un costo muy alto, para que pudiéramos atesorar las verdades del evangelio. Tenemos la responsabilidad de saber que contienen esas Escrituras. Cito las palabras del presidente Spencer W. Kimball, que dijo lo siguiente:

» . . . Deseo recalcar una vez mas la gran importancia que tiene el estudio de las Escrituras para cada mujer. . .

«Al familiarizaros mas con las verdades de estos libros, os será. . . mas fácil vivir el segundo. . . mandamiento. . . ¿Quien podrá tener mayor necesidad de atesorar las verdades del evangelio (a las que pueden recurrir en momentos difíciles) que las mujeres y madres, que son quienes nutren el espíritu y enseñan?» («Vuestro papel como mujeres justas», Liahona, enero de 1980, pág. 168.)

Si no damos importancia a las Escrituras, dejándolas cubrirse de polvo en los estantes, sin abrirlas y leerlas, ellas no podrán cumplir la proyectada función de bendecirnos. A menos que hagamos el esfuerzo estudiando, meditando y orando sobre las Escrituras, se nos negara la voz apacible del Espíritu para guiar nuestra vida y la de nuestra familia.

Si diariamente nos sumergimos en las Escrituras, particularmente en el Libro de Mormón, aumentara nuestro discernimiento, tendremos poder para hacer el bien y resistir el mal y se acrecentará nuestra capacidad para resolver los problemas. El Señor previó lo que necesitaríamos en esta época para ayudarnos y lo colocó en las paginas de las Escrituras para nuestro beneficio y el de nuestra familia.

En el Libro de Mormón tenemos el magnifico ejemplo del rey Benjamin de la forma en que los padres deben enseñar a sus hijos con las Escrituras. Esta en Mosíah 1, empezando con el versículo 3 (y fíjense en cuantas veces usa el verbo recordar):

«Hijos míos, quisiera que recordaseis, que si no fuera por estas planchas [o sea, las Escrituras], que contienen estos anales y estos mandamientos, habríamos padecido en la ignorancia, aun ahora mismo, no conociendo los misterios de Dios;

«porque no habría sido posible que nuestro padre, Lehi, pudiese haber recordado todas estas cosas para haberlas enseñado a sus hijos. . . para que así estos pudieran enseñarlos a sus hijos, y de este modo cumplir los mandamientos de Dios, aun hasta el tiempo actual.»

Y continúa:

«Os digo, hijos míos, que si no fuera por estas cosas, las cuales se han guardado y preservado por la mano de Dios para que nosotros pudiéramos leer y entender acerca de sus misterios, y siempre tener sus

mandamientos ante nuestros ojos, aun nuestros padres habrían degenerado en la incredulidad. . .

«¡Oh hijos míos, quisiera que recordaseis que estas palabras son verdaderas, y también que estos anales son verdaderos!. . .

«Y ahora, hijos míos, quisiera que os acordaseis de escudriñarlas diligentemente, para que en esto os beneficiéis; y quisiera que guardaseis los mandamientos de Dios . . . » (Mosíah 1:3-7; cursiva agregada.)

Testifico que el tener las Escrituras siempre frente a los ojos da resultado. En nuestro hogar hemos sentido la dulce influencia del Espíritu al estudiarlas diariamente con nuestros hijos, empezando cuando todavía eran muy pequeños.

Algunas mañanas era necesario que la voluntad venciera el atractivo de las sabanas para poder levantarnos temprano y reunir a la familia para el estudio de las Escrituras; pero recordemos que «por sacrificios se [nos] dan bendiciones» (Himnos, 190).

  1. Podemos recordar al Señor obedeciendo los mandamientos. Se nos han dado mandamientos para que estos nos ayuden a acercarnos al Señor y llegar finalmente a ser como El. «¡Cuán gran la ley de Dios, cuan dulce su bondad!», dice el himno (Himnos, 150). ¿Podemos extrañarnos de que su amor por nosotros se refleje en las leyes que nos ha dado? ¿Podemos tomar estas como ejemplo para enseñar a nuestros hijos?

El Señor ha dicho a los padres:

«Y estas palabras [Sus mandamientos] . . .

» . . . las repetirás a tus hijos, y hablaras de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.» (Deuteronomio 6:6C7.)

Y yo agregaría: «Y cuando planches, y mientras hagas las camas, y cuando trabajes en el jardín»; o sea, se debe hablar del evangelio en toda oportunidad de enseñar que se nos presente.

El Evangelio de Jesucristo nos enseña una forma de vida que nos evitara las piedras de tropiezo y los desvíos que nos alejen de nuestro curso y nos tienten a seguir los caminos del mundo. ¡Pensemos en esto! Que protección tan grande tenemos cuando obedecemos sus leyes, como la Palabra de Sabiduría, la ley de castidad, la ley del diezmo y los demás mandamientos.

Aun a los niños pequeños se les puede enseñar el principio de la seguridad, para que no toquen la plancha caliente y no se acerquen al borde del barranco. ¿Por que han de exponerse al peligro si pueden evitarlo? Debemos enseñarles a evitar aun la apariencia de maldad; por ejemplo, las expresiones vulgares que puedan llevarlos a tomar el nombre del Señor en vano; la ropa provocativa que pueda conducirlos a una conducta inapropiada; el probar substancias que no se mencionan en la Palabra de Sabiduría, pero que sabemos que son nocivas para el ser humano; el quedarse con un poquito del dinero del diezmo y la ofrenda; el decir la verdad a medias.

«Los mandamientos siempre obedece… Tendrás… seguridad… En esto hay consuelo y paz», dice un canto de la Primaria. (Mas cantos para niños, pág. 14.) Aunque en muchas partes del mundo no existen la paz ni la seguridad, las podemos encontrar en nuestro corazón y establecer en nuestro hogar al hacer obras justas (D. y C. 59:23).

Alma nos explica que los hijos de Helamán recordaban las enseñanzas de sus madres y las obedecían, y cumplían «con exactitud toda orden». Además, «eran exactos en acordarse del Señor su Dios de día en día» y en «obedecer. . . sus mandamientos continuamente» (Alma 56:47C48; 57:20C21; 58:40). Por lo tanto, fueron librados de las manos de sus enemigos. Sin duda, sus madres les habían enseñado verdades que les salvaron la vida.

Se nos manda enseñar a nuestros hijos a obrar y a caminar rectamente delante del Señor. Recordemos el relato del élder Robert L,  Simpson, cuando contó de un niñito de tres años que se arrodilló con su papa para decir la oración antes de acostarse. Cerraron los ojos e inclinaron la cabeza, pero durante unos minutos solo hubo silencio y, de pronto, el niño se levantó y se subió a la cama. El padre le pregunto: «¿Y la oración?» «Ya dije la oración», contestó el. Su papa comentó: «Pero yo no oí nada». Y entonces el niñito respondió: «Pero, papa, ¡yo no te estaba hablando a ti!» (Proven Paths, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1974, pág. 148.)

Siendo puros y santos, muchas veces los niños nos enseñan cosas de nuestro hogar celestial. Pero al crecer, debemos recordarles que tienen que obedecer las reglas, aun cuando piensen que los restringen. Se darán cuenta de que el yugo del Señor es fácil y ligera su carga, comparados con las consecuencias de la desobediencia.

  1. Podemos recordar al Señor siendo fieles a los convenios. En la antigüedad del Señor hacía convenios con sus hijos para que recordaran quienes eran y que esperaba El de ellos.

Los hijos de Israel hicieron convenios y se les dieron ciertos signos para que recordaran al Señor su Dios. Pero, por su desobediencia,  ellos los olvidaron, igual que los nefitas olvidaron, y cosecharon las consecuencias.

En nuestros días, otra vez tenemos la oportunidad de hacer convenios que nos hagan recordar que somos hijos de Dios y deseamos volver a su presencia.

Los Santos de los Ultimos Días no pueden tomar a la ligera la enseñanza de la importancia que tienen las ordenanzas y los convenios. El élder Boyd K. Packer dijo:

«Las ordenanzas y los convenios constituyen nuestra credencial para entrar en la presencia de Dios. El recibirlos dignamente es la meta principal de la vida: v cumplir con ellos es el objetivo de esta vida.» («Estar bajo convenio», Liahona, julio de 1987, pág. 22.)

Tenemos el privilegio de hacer convenios sagrados en el bautismo y en el Santo Templo, y la invitación a renovarlos con frecuencia. Todas las semanas tomamos la Santa Cena para poder «recordarle siempre». También el asistir al templo tanto como podamos nos ayuda a recordar los convenios que hemos hecho allí.

El ser fieles a los convenios tiene que hacer que ocurra un cambio en nuestro modo de vivir, de actuar, de hablar, de vestirnos, de tratarnos los unos a los otros. Si lo recordamos siempre, siempre tendremos su Espíritu con nosotros. Y con ese Espíritu, el mundo notara que somos diferentes y que nos destacamos en aspectos positivos.

Ninguna de nosotras vive en un hogar perfecto, y la mayoría tenemos mucho que mejorar. Pero podemos sentir un gozo irreprimible cuando vemos que toda persona en nuestro hogar se esfuerza por vivir el evangelio y por recordar al Salvador.

¡Que gozo siente una madre cuando su hija de ocho años que acaba de bautizarse da testimonio de que esta dispuesta a tomar sobre si el nombre de Cristo! O cuando un hijo de doce años ayuna para elegir a sus consejeros en la presidencia del quórum de diáconos; o cuando sus hijas ya crecidas empiezan a asistir a la Sociedad de Socorro, la organización del Señor para las mujeres, para aprender lo que su madre aprende sobre la fe, la familia y el servicio. Y todo esto porque las enseñanzas del hogar han dado su fruto, y el amor al Señor tiene prioridad sobre todo lo demás.

El Señor nos ama por ser participes con El en su plan. Tengamos animo al llevar a cabo nuestra tarea divinamente ordenada de guiar los destinos de esta generación, para que ella pueda pasar el cetro de justicia a las generaciones que todavía no han nacido.

Al regresar a nuestra casa, hermanas, meditemos sobre lo que se ha dicho acá. ¿Cómo podemos, siendo hijas de Dios, ayudar a traer almas a Cristo? ¿Cómo podemos nosotras conocer al Salvador y recordarlo? ¿Cómo podrán los niños conocerlo, a menos que nosotras se lo enseñemos? En el nombre de Jesucristo. Amen.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario