Un pendón a las naciones

Conferencia General Octubre 1989logo 4
Un pendón a las naciones
Por el Presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero de la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley«Mientras realicéis la obra que habéis sido llamados a desempeñar, no perdáis nunca la visión majestuosa y maravillosa del panorama completo.»

Mis queridos hermanos,  le agradezco mucho al  hermano Cuthbert su oración. Es siempre una gran responsabilidad el hablar desde este histórico Tabernáculo, y por eso busco la guía del Espíritu Santo.

Por un momento me gustaría transportaros 142 años atrás, cuando no había ni Tabernáculo ni templo ni Manzana del Templo. El 24 de julio de 1847 llegó a este valle la primera compañía pionera. Un grupo de avanzada había llegado uno o dos días antes. Brigham Young llegó un día sábado, y al día siguiente tuvieron las reuniones dominicales, la de la mañana y la de la tarde. No había edificios de ninguna clase donde reunirse, y me imagino que, en medio del abrasador calor de aquel verano, se habrán sentado en las lanzas de los carros y recostado contra las ruedas para escuchar a sus lideres. Promediaba ya el verano y los pioneros se vieron enfrentados con una tremenda y urgente tarea: Debían sembrar inmediatamente los campos a fin de poder levantar la cosecha antes del invierno. Pero Brigham Young les suplicó que no violaran el día de reposo, ni ese día ni en el futuro.

A la mañana siguiente se dividieron en grupos para explorar los alrededores. Brigham Young, Wilford Woodruff y otros subieron a la colina que esta al norte de donde estamos nosotros ahora, y escalaron un pico en forma de bóveda; Brigham Young lo hizo con dificultad por su reciente enfermedad.

Cuando se detuvieron en la cima miraron el valle, hacia el sur. Era muy árido, con excepción de los sauces y los juncos que crecían a lo largo de los arroyos que llevaban al lago el agua de las montañas. No había ningún edificio, pero el sábado anterior, Brigham Young había dicho: «Este es el lugar».

A esa cima la llamaron «Ensign Peak» (Pico Pendón), en referencia a las proféticas palabras de Isaías: «Alzará [el Señor] pendón a naciones lejanas, y silbará al que esta en el extremo de la tierra; y he aquí que vendrá pronto y velozmente» (Isaías 5:26).

«Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra.» (Isaías 11:12.)

Se cuenta que Wilford Woodruff sacó el pañuelo del bolsillo y lo hizo flamear como un pendón a las naciones, ya que de este lugar saldría la palabra de Dios, y a este lugar vendrían los pueblos de la tierra.

Pienso que también deben de haber hablado de la construcción del templo, el que hoy yace a unos pocos metros a la izquierda de este lugar, en cumplimiento a las palabras de Isaías:

«Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.

«Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñara sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.» (Isaías 2:2-3.)

Si alguien los hubiera escuchado, en aquella mañana de julio de 1847, habría pensado que eran unos tontos. No parecían estadistas llenos de hermosos sueños; no parecían gobernantes estudiando mapas y planeando un imperio, sino que eran exiliados que habían sido expulsados de una hermosa ciudad sobre el Misisipi y desterrados a esta región desierta del oeste. Pero tenían una visión que provenía de las Escrituras y de las palabras de revelación.

Me asombra la perspectiva de aquel pequeño grupo de hombres audaces y valientes. Fue algo increíble; allí estaban, a casi 1.500 kilómetros de distancia del poblado más cercano hacia el este y a casi 1.200 del Océano Pacífico; estaban a expensas de un clima desconocido; la tierra no era la tierra fértil y productiva de Illinois y de Iowa, donde habían vivido antes. Nunca habían plantado nada aquí; no tenían idea de cómo era el invierno, y no habían edificado nada. Esos profetas, vestidos con ropas gastadas por el viaje, de pie, usando botas desgastadas por el recorrido de mas de mil millas, desde Nauvoo hasta este valle, hablaban de una visión profética del maravilloso destino de esa causa. Ese día, al bajar de la cima, se pusieron a trabajar a fin de convertir en realidad el sueño del que habían hablado.

A veces, en nuestra época, al caminar por nuestras sendas estrechas y cumplir con nuestras responsabilidades, perdemos la visión de la magnitud del panorama. Cuando yo era niño los carros tirados por caballos eran muy comunes. A ambos lados de la brida estaban las anteojeras, para obligar a los caballos a mirar siempre hacia adelante. De esa manera, no podían ver hacia los costados, lo que evitaba que se asustaran o se irritaran en lugar de prestar atención al camino.

A veces, nosotros cumplimos con nuestras obligaciones como si lleváramos anteojeras; sólo vemos nuestra pequeña senda, y perdemos completamente la visión lateral. Es posible que la asignación que tengamos en la Iglesia sea pequeña, pero es bueno saber que es una parte del programa total del creciente Reino de Dios.

El presidente Harold B. Lee citó desde este púlpito a un autor anónimo: «Deslindemos campos grandes pero cultivemos los pequeños».

Mi interpretación de esa cita es que debemos reconocer la amplitud, la profundidad, la magnitud enorme y global del programa del Señor, pero que debemos dedicar nuestra diligencia a cumplir con la parte del programa que se nos ha asignado.

Cada uno de nosotros tiene un campo pequeño para cultivar, y al hacerlo, no debemos perder nunca la visión de la magnitud de la obra, el cuadro grande, compuesto del destino divino de esta obra. Nos fue dado por Dios, nuestro Padre Eterno, y cada uno de nosotros tiene una función especial que desempeñar en la trama de su magnifico tapiz. Es posible que lo que hagamos no sea mucho, pero si es muy importante. Cuando era niño aprendí un cantito:

«De gotitas de agua
se compone el mar.
Granos de arena
pueden tierras crear.»
(Canta conmigo, pág. B-49.)

Lo mismo sucede con el servicio que prestamos en el Reino de Dios. El esfuerzo combinado de todos se convierte en el diseño cumulativo de una gran organización mundial.

El 26 de marzo de 190T, la Primera Presidencia emitió una declaración al mundo por motivo de la severa crítica que estaban sufriendo la Iglesia y sus lideres, acusándolos de egoístas y fanáticos. Esta decía así: «No estamos motivados por propósitos egoístas, mezquinos y mundanos; consideramos a la raza humana del pasado, del presente y del futuro como seres inmortales. Nuestra misión es ayudarles a ganar la salvación y dedicamos nuestra vida, ahora y siempre, a esta obra, amplia como la eternidad y profunda como el amor de Dios» (Improvement Era, mayo de 1907, pág. 495).

Servimos como maestros en los quórumes y las organizaciones auxiliares; servimos como misioneros en nuestro país y en el extranjero, servimos como investigadores de la historia familiar y como obreros del templo, y es de esperarse que cada uno lo haga con diligencia en la pequeña jurisdicción que le corresponda. De todo eso surge un diseño notable y maravilloso, un fenómeno grandioso, tan grande como la tierra, que abarca todas las generaciones del hombre.

Si cada uno de nosotros no desempeña debidamente su función, hay entonces un defecto en el diseño, y todo el tapiz se ve afectado. Pero si todos cumplimos con nuestra parte, logramos fortaleza y belleza.

No necesito recordaros que esta obra en la cual estamos embarcados no es una obra común. Es la causa de Cristo; es el Reino de Dios, nuestro Padre Eterno; es la edificación de Sión sobre la tierra, el cumplimiento de la profecía dada en la antigüedad y de la visión revelada en esta dispensación.

Bajo la organización actual, ha avanzado por un poco mas de un siglo y medio, y continuará, siempre creciendo y esparciéndose sobre la tierra, como parte de un gran diseño milenario hasta que llegue el momento en que Aquel cuyo derecho es reinar, reine como Rey de reyes y Señor de Señores.

Cuando Brigham Young y los demás hablaron acerca de un pendón a las naciones, comenzaron de inmediato a trabajar para lograrlo y lo hicieron a pesar de las circunstancias en que se encontraban. En agosto de 1852, sólo cinco años después, se llevó a efecto una conferencia especial en el antiguo tabernáculo de esta manzana. El presidente Heber C. Kimball la inicio, diciendo:

«Nos hemos reunido hoy, un mes antes de lo usual, para tratar algunos asuntos, ya que es preciso llamar a élderes para que vayan a las misiones de la tierra, y ellos quieren salir antes de lo establecido. . .

«El periodo de duración de las misiones que asignaremos es, en general, muy corto. Es probable que todos los que vayan a la misión no estén mas que de tres a siete años lejos de su familia.»

Entones el secretario leyó los 98 nombres de los élderes que fueron asignados a misiones extranjeras. (The Joseph 1. Earl Family History, capitulo 1, pág. 1.)

Me asombra que en una época en que estaban luchando por establecerse en estas montañas, ellos pusieran la predica del evangelio en primer lugar, por sobre la comodidad, la seguridad y el bienestar de sus familias y de todo lo demás. A través de la gran planicie entre las montañas del Oeste y de los ríos Misuri y Misisipi, habla dos grupos de miembros de la Iglesia que se movían en direcciones opuestas. Los misioneros que se dirigían a los estados del Este y a Europa se cruzaban en el camino con los conversos que, provenientes de aquellas tierras, se dirigían a la Sión del Oeste [de los Estados Unidos]. Del mismo modo, había otros grupos de élderes que se dirigían a la costa occidental y atravesaban el Pacífico para ir a Hawai, Hong Kong, China, Siam, Ceilán e India. Y todo eso fue parte de esa gran visión de un Pendón a las naciones. Y así ha continuado y continua en la actualidad, a pasos agigantados, ya que los misioneros de la Iglesia están enseñando la doctrina de salvación en cientos de naciones.

Están edificando el reino en todo el mundo; están ejerciendo una influencia eterna en la vida de todos aquellos con quienes hacen la obra, y las generaciones futuras recogerán lo que ellos siembren hoy. Están cumpliendo con las declaraciones de los antiguos profetas que hablaron en el nombre del Señor concerniente a una obra maravillosa y un prodigio que habría de surgir en la dispensación del cumplimiento de los tiempos.

Pienso en esta hermosa Manzana del Templo donde estamos reunidos; en el afán y en la lucha con que se escribió su historia.

El año pasado vinieron aquí unos tres millones y medio de personas. Vinieron de todos los estados de este país y de todas las provincias del Canadá, así como de otras naciones del mundo.

Los comentarios que ellos voluntariamente escriben me recuerdan las palabras de Isaías que dicen que en los últimos días la gente de las naciones del mundo vendrá a aprender las vías de Dios, y a caminar en Sus sendas. Veamos algunos de esos comentarios:

De un protestante de Nueva Jersey: «Con frecuencia he oído la palabra mormón y la he asociado con un grupo religioso fanático. ¡Cuan equivocado estaba!»

De un congregacionalista del estado de Massachusetts: «Siempre he pensado que la religión debe ser un gozo, y por cierto ustedes lo demuestran».

De un cristiano del estado de Maine: «Esto es hermoso; es la primera vez en mi vida que he dudado de la veracidad de mi religión».

De un católico de Pensilvania: «Les envidio el sistema de vida».

De un presbiteriano del Canadá: «Dios esta aquí; lo vemos en todas partes».

Un cristiano de Alemania: «He disfrutado mucho de mi estancia. No puedo creer que exista un lugar así, donde ofrezcan tanto sin pedir dinero».

Y así siguen, por miles: Muchos vienen con dudas y prejuicios, pero se van con agradecimiento y curiosidad. La gran obra que se esta llevando a cabo aquí es parte de la tremenda causa que describimos como el Reino de Dios en la tierra.

Y también pienso en la obra que se lleva a cabo en este templo y en los demás templos de la Iglesia.

A veces se nos trata de provincianos. ¿Hay acaso otro grupo en todo el mundo que tenga una visión tan amplia y una obra tan completa? No sé de nadie mas que se preocupe tanto del bienestar de los hijos e hijas de Dios de todas las generaciones. Por cierto que la obra que se realiza en esas sagradas casas es la más generosa de todas. Los que allí trabajan lo hacen en su mayoría en beneficio de los que están del otro lado del velo. Lo hacen porque saben la importancia de las ordenanzas y los convenios eternos. Y lo hacen a fin de que incluso los que han fallecido ejerciten su libre albedrío y acepten o rechacen esas sagradas ordenanzas.

Todo eso es parte del gran diseño del Dios de los cielos, nuestro Padre Eterno, y de su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, el autor de nuestra salvación, mediante cuyo sacrificio fue posible la resurrección de los muertos y la oportunidad de lograr la exaltación eterna de aquellos que, ya sea en vida o muerte, rindan obediencia a Sus mandamientos.

Mis queridos hermanos, esta sobre la tierra el sacerdocio, o sea el poder de Dios dado a los hombres para actuar en Su nombre y para Sus propósitos. Lleva consigo «las llaves del reino, y será por pendón y para el recogimiento» del pueblo del Señor en los postreros días. (D. y C.113:6.)

Mis queridos hermanos y hermanas, compañeros de trabajo en esta gran causa y reino, vosotros y yo estamos tejiendo el gran diseño de este estandarte a las naciones. Se ha alzado a todo el mundo, y le dice a todo hombre y a toda mujer: «Venid y caminad con nosotros y aprended las vías del Señor. Aquí esta el sacerdocio dado a los hombres en estos los últimos días. Aquí están las llaves para la redención de los muertos. Aquí esta la autoridad para llevar el evangelio a todas las naciones del mundo».

No lo decimos con egoísmo; no lo decimos con jactancia; lo decimos porque estamos encargados de una grande y sagrada responsabilidad; lo decimos con amor en nuestro corazón por el Dios de los cielos y por el Señor resucitado, así como con amor por los hijos de los hombres de todo el mundo.

A los de la Iglesia, a todos aquellos que oigan mi voz, os doy el cometido de que mientras realicéis la obra que habéis sido llamados a desempeñar, no perdáis nunca la visión majestuosa y maravillosa del panorama completo del propósito de esta dispensación del cumplimiento de los tiempos. Aseguraos de hacer la obra en el pedacito del tapiz que os toque, en forma hermosa, siguiendo el diseño que nos ha dado el Dios de los cielos. Sostened en alto el estandarte bajo el que caminamos. Sed diligentes, verídicos, virtuosos y fieles para que el estandarte sea perfecto.

La visión de este reino no es un sueño superficial nocturno que se desvanece con el amanecer. Es verdaderamente el plan y la obra de Dios, nuestro Padre Eterno, e incluye a todos sus hijos.

Mientras los pioneros limpiaban la maleza de este valle para poner los cimientos de una comunidad libre, mientras hacían las muchas tareas cotidianas necesarias para subsistir y progresar, tuvieron siempre en mente la importancia de la gran obra en la que se habían embarcado. Es una obra que nosotros debemos hacer con la misma visión que ellos tuvieron; es una obra que seguirá adelante después que dejemos esta vida. Que Dios nos ayude a hacer lo mejor que podamos como sus siervos, llamados de acuerdo con su voluntad divina, para llevar adelante y edificar el reino con manos imperfectas, mancomunados para elaborar el diseño perfecto. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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