Conferencia General Abril 1971
El mensaje de la restauración

Presidente A. Theodore Tuttle
del Primer Consejo de los Setenta
Mis queridos hermanos, os habéis congregado para escuchar al Coro del Tabernáculo cantar su música singularmente bella, para adorar en este día de reposo y aprender algo más acerca de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En los minutos siguientes quisiera explicar el mensaje de esta Iglesia.
Es el mensaje del evangelio restaurado. Hablo de la restauración, porque la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la Iglesia restaurada. En organización y poder, es como el Salvador la estableció cuando anduvo en la tierra. La Iglesia de Jesucristo de los «Santos de los Últimos Días» se distingue de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los días antiguos. Ha sido establecida en lo que el Señor ha llamado «la dispensación del cumplimiento de los tiempos» o sea la última dispensación del evangelio.
La piedra angular de nuestro mensaje es la filiación divina de Cristo. Él era el Hijo de Dios, el Padre Eterno, de quien heredó la inmortalidad, o el poder para vivir, y era hijo de María, de quien heredó la mortalidad, o el poder para morir. Por esto, podía decir: «Nadie me la quita (mi vida), sino que yo de mí mismo la pongo… Este mandamiento recibí de mi Padre» (Juan 10:18).
Como Hijo de Dios, tuvo poder para expiar los pecados de toda la humanidad; rompió los lazos de la muerte, inició la resurrección y llegó a ser las primicias de la misma.
Se levantó de la tumba y tomó su cuerpo terrenal:
«Después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. . .
«Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y. . .
«. . . se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas,
«los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.» (Hechos 1:3, 9-11. Cursiva agregada.)
En Cristo está la salvación; o sea, en El y por medio de Él, de su expiación y resurrección, podemos salvarnos mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas de su evangelio.
Jesucristo es la figura central de todo el mundo; vino en el meridiano de los tiempos como había sido predicho. Los profetas del Antiguo Testamento profetizaron su venida. El Señor le prometió a Adán que vendría un Mesías; de hecho, a Adán y su posteridad le fue dada la ley de sacrificio, la cual simbolizaba la muerte del Cordero de Dios. Este sacrificio fue dramáticamente explicado por Moisés en la Fiesta de la Pascua, Un cordero macho, de un año y sin defecto, había de ser sacrificado; se derramaría su sangre, pero no debía quebrársele ninguno de los huesos. Esta ordenanza habría de volver los corazones y mentes de los hombres hada el día en que el mismo Cordero de Dios sería sacrificado por los pecados de los hombres. El sacrificio que el Padre dio de su Hijo Unigénito concluyó el sacrificio por medio del derramamiento de sangre.
En su lugar, y a fin de volver nuestras mentes hacia el sacrificio expiatorio, el Salvador instituyó la ordenanza del sacramento:
«. . . el Señor Jesús,. . . tomó pan;
«Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
«Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.
«Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:23-26).
Declaramos la divina filiación de Cristo; sabemos que vive actualmente, sabemos que vendrá por segunda vez, como fue profetizado.
Después que el Salvador había llamado a los doce apóstoles y establecido su Iglesia, no pasaron muchos años hasta que, como fue profetizado, la Iglesia cayó gradualmente en la apostasía. La autoridad del sacerdocio para efectuar las ordenanzas se perdió; la Iglesia cayó en la incredulidad; el poder político usurpó lo que quedaba de la organización y ocurrió una completa apostasía.
En la misma forma que se profetizó esta apostasía, también lo fue el tiempo de restitución o «los tiempos de la restauración de todas las cosas» (Hechos 3:21).
En la primavera de 1820, un jovencito que aún no tenía 15 años de edad, cuya «mente se vio sujeta a seria reflexión» meditó la pregunta de que cuál iglesia, si la había, era la verdadera. Siguió la admonición de las escrituras de pedirle a Dios. (Véase Santiago 1:5.) De acuerdo con sus registros:
«. . . vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.
«. . . Al reposar la luz sobre mí, vi a dos Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción, en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por nombre, y dijo, señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado: Escúchalo!» (José Smith 2:16-17).
Esta maravillosa visión, la aparición personal de ambos, el Padre y el Hijo, aclaró de una vez por todas el hecho de su existencia; el hecho de que vivían; el hecho de que son seres separados y distintos; y el hecho de que nos aman.
Después de esta visión, mensajeros celestiales le entregaron poderes y bendiciones adicionales a José Smith, quien profetizó, enseñó los principios del evangelio, tradujo, sacó a luz libros de escritura, antiguos y modernos; edificó templos y ciudades, fue un revelador del conocimiento de Cristo, fue el siervo autorizado de Dios. Llenó cada requisito para completar el perfil de un profeta. En su debido tiempo, José recibió las «llaves del reino.» Con este poder apostólico restauró la Iglesia verdadera en su plenitud y poder. El Señor le dijo: “. . . esta generación recibirá mi palabra por medio de ti» (Doc. y Con. 5:10).
No hay ningún profeta más ilustre en ninguna dispensación que José Smith; él tradujo el Libro de Mormón de las planchas antiguas; su propósito es ser otro testigo de que Jesús es el Cristo. Concerniente a este libro, el Señor declaró: «Y ha traducido aquella parte del libro que le mandé; y como vive vuestro Señor y vuestro Dios, es verdadero» (Doc. y Con. 17:6).
Nosotros sabemos que no es muy popular enseñar que un joven que vivía en los bosques de Vermont, criado en Nueva Inglaterra e instruido en la frontera, fuera un profeta; pero, sea popular o no, ¡es un hecho! José Smith fue un profeta, y toda la calumnia y difamación para probar lo contrario no pueden disputar ese hecho. Cualquiera que sienta preocupación por el bienestar de su alma eterna debe dar oído a este mensaje. Todo hombre que haya vivido desde los días de José Smith está sujeto a aceptarlo como un Profeta de Dios a fin de entrar a la presencia de nuestro Padre Celestial.
Si no sabéis del llamamiento divino de José Smith, quizás sea porque no lo habéis considerado. De aquellas personas que consideran el Libro de Mormón y el mensaje que restauró, más de 200 reciben diariamente el testimonio de que fue verdaderamente un Profeta de Dios; fue asesinado, y selló su testimonio con su sangre.
Declaramos que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera y que hoy día tenemos un Profeta viviente a la cabeza.
El Señor mismo ha dicho que es «la única Iglesia verdadera y viviente sobre toda la faz de la tierra, con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido… (Doc. y Con. 1:30).
Nuestro Profeta actual ha sido escogido por el Señor para dirigir sus asuntos y ser su portavoz. A los 95 años ya rebasa un poco la edad madura; pero no obstante, el Señor nunca ha especificado la edad que debe tener un profeta, ni tampoco la estatura. No ha requerido que sea poseedor de ningún grado académico particular; pero sí ha manifestado claramente que debe ser «llamado de Dios» y autorizado por El. Es el ser llamado y ordenado de esta manera lo que habilita al presidente José Fielding Smith. Es cierto que él es como otros hombres; se ríe de una broma, sangraría si se le hiriera con un instrumento punzante, su bondadoso corazón lo hará sollozar por la pena de otro, está sujeto a la enfermedad y el dolor, pero hay una cosa diferente respecto a nuestro Presidente: como sabéis, él es el Profeta de Dios. Conozco a este hombre y lo amo; ha vivido una vida de servicio riguroso en la cual siempre afrontó una intensa oposición del maligno. Él ha podido soportar todo esto. El Señor lo ha honrado por medio de este gran llamamiento de ser su Profeta. Amo a los fieles consejeros que están a su lado; amo a los Doce; amo a todos mis hermanos.
Ahora, ¿cuál es el destino de esta Iglesia? Seguirá adelante; no puede fracasar. Crecerá hasta que llene toda la tierra. Con Cristo a la cabeza, en constante comunicación con los líderes de esta Iglesia, estamos destinados a llevar a cabo la obra que Dios le ha asignado. Esta Iglesia llevará el mensaje del evangelio a todos los hijos de nuestro Padre; salvará a los vivos y a los muertos. Esta Iglesia será envidiada, será atacada, muchos dudarán, algunos apostatarán; no obstante, traerá a los justos y a los puros de corazón a su redil y pondrá sus pies en el camino a la exaltación. Hoy día algunos piensan que es extraño que tantas iglesias cristianas estén vacías; se preguntan por qué esta Iglesia progresa y crece. Para nosotros es obvio; sabemos que ocurrió una apostasía en tiempos antiguos; sabemos que ha habido una restauración del evangelio verdadero en nuestra época; sabemos que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha sido organizada con poder y autoridad y con un Profeta viviente para dirigirla. Conocemos su gran destino, y estamos deseosos de vivir hasta lograrlo. Sabemos que Cristo nos dirige; creemos en el triunfo final e inevitable de la verdad expresado en el evangelio de Jesucristo. Sabemos que triunfaremos, e invitamos a todos los hombres de buena voluntad a que se unan con nosotros para lograr este gran destino. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























