Para distinguir los matices obscuros

Para distinguir los matices obscurosliahona-1972 3
Elder William H. Bennett
Ayudante del Consejo de los Doce

Buscad la guía divina para resolver los problemas y discernir la verdad del error.

William H. BennettMientras servía en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, me fue preciso dar un examen de la vista, el cual hace uso de diversos colores, diseños y números a fin de diagnosticar el daltonismo en sus diversas formas. Con dicha prueba, aquellas personas que estén afectadas por ciertas formas de daltonismo, son capaces de distinguir los colores sólidos sin ninguna dificultad, pero los matices que se encuentran entre los colores sólidos presentan algunos problemas. Aquellos que padecen de daltonismo no los distinguen correctamente; y, no obstante cuánto se esfuercen, no son capaces de distinguir las diferencias de los matices que son obvios para el ojo humano.

En este examen descubrí un mensaje importante y que tiene una extensa aplicación en nuestra vida.

¿No existe alguna similitud entre la condición del daltonismo apenas descrita, y la condición de un miembro de la Iglesia que afirma estar buscando la verdad, está deseoso de desarrollar un firme testimonio concerniente a la verdad, y sin embargo no está dispuesto o no es capaz de humillarse ante el Señor, poner en práctica la fe, y vivir el evangelio? Al no hacer estas cosas, está permitiendo que sus pecados de omisión le cierren la puerta a la gran fuente de toda verdad: nuestro Padre Celestial. Como resultado, su visión es defectuosa.

Como individuos, en nuestra jornada en la vida nos ponemos en contacto con muchos lugares obscuros, zonas sombrías y aun callejuelas, donde, a menos que recibamos la ayuda de un Poder superior, seremos incapaces de ver claramente, de interpretar correctamente y de llegar a conclusiones seguras. Algunos de estos lugares obscuros se encuentran en el mundo físico, algunos en el mundo intelectual, y otros en el reino de lo espiritual. Sin embargo, recordemos que el Señor ha dicho que todas las cosas para El son espirituales.

“Por lo tanto, de cierto os digo que para mí todas las cosas son espirituales; y en ningún tiempo os he dado una ley que fuese temporal, ni a ningún hombre, ni a los hijos de los hombres, ni a Adán vuestro padre, a quien he creado.

He aquí, yo le concedí que fuese su propio agente; y le di mandamientos; pero ningún mandamiento temporal le di, porque mis mandamientos son espirituales; no son naturales ni temporales, ni tampoco carnales ni sensuales.» (Doc. y Con. 29:34-35).

Como individuos, tenemos ciertos límites en lo que respecta a nuestra comprensión de las cosas como en realidad son. Podemos ver hasta cierto punto, y luego la tierra y el cielo se unen, por así decirlo, – y no podemos ver más allá. Pero hay algo más allá; en el mundo físico, todo lo que tenemos que hacer para darnos cuenta de ello es mejorar el punto donde nos encontramos ubicados, subiéndonos a un edificio, a la cima de una montaña, o a un avión.

Necesitamos mejorar nuestro punto de ubicación en todos los aspectos de nuestra vida, en el reino intelectual y espiritual, así como también en el físico. Al tratar de lograrlo, debemos recordar que en cada situación, existen hechos y opiniones; existen a la vez causas de dificultades y síntomas que se expresan a sí mismos. Hasta el grado en que estemos dispuestos y seamos capaces de llegar a los hechos y a las causas, y ver claramente una relación entre ellos, estamos en una buena posición para interpretar correctamente y llegar a conclusiones seguras. Pero hasta el grado en que simplemente juguemos con las opiniones y los síntomas, podremos prolongar nuestras dificultades y posponer el tiempo para llegar a conclusiones duraderas y satisfactorias.

También es importante recordar que no obstante cuán inteligentes podamos ser, no obstante cuánto trabajemos, no obstante qué buenos maestros seamos o cuán favorables sean las otras condiciones para aprender, en nuestro período de años designado en la tierra podemos únicamente dominar una porción muy pequeña del conocimiento; y lo que llegamos a dominar es generalmente en una zona especializada. Por consiguiente, tenemos limitaciones; a menudo nuestra manera de pensar es sumamente selectiva y segmentada y nuestro discernimiento es a veces defectuoso. ¿No debemos entonces estar dispuestos a seguir el consejo de Salomón?:

«Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.

Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:5-6).

Sin la ayuda divina, tendremos dificultad de distinguir los lugares obscuros de la vida; pero no tenemos que andar solos, nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo y los profetas, tanto antiguos como modernos, nos han marcado claramente nuestro camino para la jornada de la vida. Si solamente obedecemos las señales del camino y seguimos las direcciones que se nos han dado, podremos encontrar gozo y felicidad y llegar a nuestro destino con felicidad.

¿Cuáles son estas señales y direcciones? Se encuentran detalladamente registradas en las santas escrituras y en las inspiradas declaraciones de nuestros profetas modernos. Permitidme mencionar algunas de ellas. Quisiera comenzar con una declaración hecha por el Señor mismo que se encuentra registrada en Juan, capítulo 7, versículos 16 y 17:

«Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.

El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.»

En la epístola de Pablo a los romanos, capítulo 1, versículos 16 y 17, leemos:

«Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.

Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá»

En segundo Corintios, capítulo 5, versículo 7, leemos: «Porque por fe andamos, no por vista.»

Del Libro de Mormón, en Alma, capítulo 26, versículo 22, Ammón habló estas palabras: «Sí, al que se arrepiente y ejerce la fe, y produce buenas obras y ruega continuamente sin cesar, a éste le es permitido conocer los misterios de Dios; sí, a éste le será permitido revelar cosas que nunca han sido reveladas . .

En Doctrinas y Convenios, sección 88, versículo 63, leemos: «Acercaos a mí, y yo me acercaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; tocad y se os abrirá.»

Y en la sección 18, versículo 18, el Señor, hablándoles a José Smith, Oliverio Cowdery y David Whitmer, dijo: «Pedid al Padre en mi nombre, creyendo en fe que recibiréis, y tendréis al Espíritu Santo que manifiesta todas las cosas que son convenientes para los hijos de los hombres,»

Y en la sección 121, versículos 45 y 46:

«Deja que tus entrañas se hinchan de caridad hacia todos los hombres y hacia la casa de fe, y que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios, y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.

El Espíritu Santo será tu compañero constante; tu cetro será un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio, un dominio eterno, y sin ser obligado correrá hacia ti para siempre jamás.»

El Señor nos ha dicho en el Libro de Mormón, Moroni capítulo 10, versículo 5, que por el poder del Espíritu Santo podríamos saber la verdad de todas las cosas. Qué maravillosa promesa; y puede llevarse a cabo por todos aquellos que somos miembros de la Iglesia, porque durante nuestra confirmación, después del bautismo, se impusieron las manos sobre nuestra cabeza, y una persona que tenía la autoridad nos dio el don del Espíritu Santo. Si solamente vivimos de la manera que debemos y hacemos nuestra parte, podemos experimentar la gran fortaleza y bendición que el Espíritu Santo puede ser en nuestra vida. Puede ensanchar y extender nuestros horizontes y prender las luces a fin de que podamos ver más claramente las partes obscuras de la vida y, de hecho, en todas las zonas de nuestra vida.

Algunas personas parecen estar más inclinadas a no creer en las escrituras y las enseñanzas de nuestros profetas modernos, que en creerlas. Íntimamente he pensado que si estas personas pusieran el mismo esfuerzo para creer que el que ponen para no creer, se humillaran a sí mismos, ejercitaran la fe y estudiaran diligentemente, el Espíritu Santo Ies ayudaría, y se darían cuenta de que creen muchas de las cosas que ahora piensan que no creen.

El Espíritu Santo nos puede brindar una firme convicción de que el hombre es un hijo de Dios. Muy frecuentemente, cuando los hombres, sin ninguna ayuda tratan de comprender la relación del hombre hacia Dios, contemplan las cosas y las consideran únicamente a través de los ojos y las condiciones mortales: Pero esta vida no es el comienzo, ni tampoco es el fin.

Para entender la relación del hombre con Dios, debemos ensanchar nuestra perspectiva con la ayuda del Espíritu Santo y considerar el estado preexistente, así como la vida después de la muerte.

El Espíritu Santo nos puede ayudar a ver más claramente en los lugares obscuros. Pero a fin de que constituya el poder que puede llegar a ser y debe ser en nuestra vida, debemos tener una conciencia tranquila. Debemos ser verdaderamente humildes, poner en práctica una fe firme asociada con buenas obras, orar regular y sinceramente, unir la oración con el ayuno, estudiar el evangelio diligentemente, obedecerlo, ser activos en la Iglesia y dar de nosotros mismos en un servicio desinteresado para otros y para la edificación del reino de Dios sobre la tierra.

He sentido el poder del Espíritu Santo en mi vida, en el salón de clase, en el combate, en mis asignaciones de la Iglesia y el diario vivir. Dicha influencia ha sido más pronunciada cuando me he humillado ante el Señor y me he preparado mediante la fe, el estudio, cumpliendo con el evangelio, y a través del ayuno y la oración.

Os testifico que Dios vive, que el evangelio es verdadero, que esta es la Iglesia verdadera de Jesucristo, y que tenemos un verdadero Profeta de Dios dirigiéndonos en la actualidad. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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