Mi testimonio de la resurrección
por J. Rubén Clark Jr.
de la Primera Presidencia
(Tomado de the Improvement Era 1960)
Mis hermanos y hermanas que os halláis aquí en el edificio y los que nos escucháis por la radio y televisión, vengo ante vosotros con humildad y con necesidad de la ayuda de nuestro Padre Celestial. Le he rogado que me ayude. Agradecería una súplica igual por parte de vosotros con el mismo fin.
Esta es la época en que se conmemora la Pascua. Me parece que una vez pasada la celebración, se manifiesta la tendencia de que efectuada la resurrección, el Señor ascendió y nosotros ya no tenemos que ver más con el asunto. Vienen a mi mente dos o tres pasajes en particular que trataré de evocar.
En el aposento donde celebraron la Pascua, el Señor dijo: «. . .Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí». (Juan 14: 6) Varias veces durante su misión El agregó la palabra “luz”; de modo que la frase completa diría: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, y la luz.”
Recuerdo que al tiempo en que levantó a Lázaro de entre los muertos, el Señor dijo, respondiendo a las palabras de Marta:
Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Dícele: Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo el Hijo de Dios, que has venido al mundo. (Juan 11:25-27).
Contestando a los miembros del Sanedrín, cuando demandaron que Pedro respondiera a la pregunta, “¿con qué potestad, o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?”, el Apóstol les contesto:’
. . . En el nombre de Jesucristo de Nazaret, el que vosotros crucificasteis. . . porque no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos. (Hec. 4:7, 10, 12)
Al leer las Escrituras, me inclino a creer que los propios apóstoles no entendieron, sino hasta después de la resurrección, quién era o podría ser el Salvador, tan completamente como los hombres sabios de Israel, que vieron, entendieron en parte, y temieron.
El libro de los Hechos nos dice que el Salvador permaneció en la tierra cuarenta días después de su resurrección, y durante este período obró y predicó y, me supongo, ayudó a poner en orden su Iglesia.
Sin embargo, pensé que me agradaría repasar, hasta donde mi memoria me lo permita, unas pocas de las demostraciones visuales que se conocieron en aquellos primeros días del Cristo resucitado. Recordaréis que se sintió un temblor, antes que rompiera el alba, el cual rodó la piedra del sepulcro. No nos es dicho la forma en que el Salvador salió del sepulcro, sino solo leemos, que en la tumba quedaron las ropas con que lo habían envuelto.
Os acordaréis que María Magdalena fué la primera, aun antes que amaneciera, en ir al sepulcro. Hallándolo abierto, corrió a buscar a Pedro y Juan. Estos, sin entender, sin comprender, sin saber lo que iban a buscar, corrieron al sepulcro y lo encontraron vacío.
Poco después de estas cosas llegaron las mujeres con especias, porque no había habido tiempo durante la tarde del viernes anterior para preparar debidamente al Cristo para su sepultura. No entendían que habría de resucitar en la mañana del tercer día, porque vinieron esa mañana para embalsamar y preparar el cuerpo debidamente para sepultarlo. Iban con ellas María Magdalena y María, la madre del Señor. Recordaréis que aunque no había permitido que lo tocara María Magdalena, a quien se había manifestado previamente, dejo que las otras mujeres le abrazaran los pies.
Ellas lo vieron; oyeron su voz; sabían qué había resucitado.
Ese mismo día, poco más tarde, el Salvador se unió a dos de los discípulos que viajaban hacia Emmaús. Fingió no saber nada de lo que había acontecido en Jerusalén, que ya para entonces parecía ser de conocimiento común en toda la ciudad, y le hablaron un poco acerca de ello. Aparentemente, el Señor no les apareció como lo habían conocido antes de su resurrección. De modo que anduvo con ellos y empezó a decirles cómo había sido y les explicó las Escrituras. Al llegar a un mesón, lo invitaron a que los acompañara. Entraron, se sentaron y se dispusieron para comer. El partió el pan y se lo ofreció. Entonces, por primera vez lo reconocieron, más El desapareció de su vista.
Ese mismo día el Señor se manifestó a Pedro, según se hace constar por lo que dijo el grupo de discípulos a los dos que lo habían visto mientras se dirigían a Emmaús.
Esa noche, diez de los doce—pues ahora solamente eran once por todos, ya que el Iscariote se había suicidado—se hallaban juntos en una sala y repentinamente el Salvador apareció entre ellos. Se llenaron de espanto, pues creían que era espíritu.
Entonces Él les dijo:
¿Por qué estáis turbados? . . .Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. (Lucas 24:38, 39)
Y entonces les pidió—y este detalle siempre ha sido de mucho interés para mí—les preguntó si tenían algo que comer, pues deben haber estado cenando, y le dieron parte de un pez asado y un panal de miel y Él lo comió: un ser resucitado comió alimento terrenal.
Tomás no estaba con ellos, y cuando le refirieron el hecho, les dijo que no creería sino hasta que tocara al Salvador para estar seguro. Ocho días después, los apóstoles estaban juntos otra vez, y en esta ocasión Tomás se hallaba con ellos. Según las Escrituras, las puertas estaban cerradas cuando el Salvador repentinamente apareció en medio de ellos y dirigiéndose a Tomás y su incredulidad lo invitó a que examinara su cuerpo. “Alarga acá tu mano—le dijo—y métela en mi costado.” No sabemos si efectivamente Tomás lo Hizo o no, sólo que exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:26 a 28).
Más tarde se apareció varias veces, en una de ellas a quinientas personas a un mismo tiempo, y el autor de los Hechos declara que aun en esa época vivían algunos de aquellos quinientos.
Varias veces apareció, a los discípulos y habló con ellos, particularmente la ocasión en que Pedro y otros seis de los apóstoles determinaron ir a pescar, aparentemente creyendo que todo había terminado. Estoy seguro que todos Acordáis lo que aconteció cuando-, salieron a pescar. Pescaron en vano toda la noche. Al acercarse a la ribera del Mar de Galilea vieron a una figura cerca de un fuego. La persona les preguntó si tenían pescados y ellos contestaron que no. Entonces les dijo: “Echad la red a la mano derecha del barco”; y habiéndolo hecho, se llenó inmediatamente de peces. Entonces Juan conoció que era el Señor y lo comunicó al grupo.
Pedro el Apóstol Pedro el impetuoso, que al aparecer hablaba antes de reflexionar, echóse al agua después de haberse envuelto con su ropa, porque testaba desnudo y no quería presentarse delante del Cristo en esa condición—hecho que para mí encierra una lección en sí mismo en cuanto a la castidad, la moralidad y la modestia—y se dio prisa por llegar a la playa. Llegaron después los otros y vieron allí al Señor, al cual luego reconocieron. Él ya había preparado algo que comer y los invitó a que participaran.
No me es muy claro si el Señor comió en esta ocasión, aunque se supone que lo hizo.
Esta fué la vez en que preguntó a Pedro:
Simón, hijo de Jonás ¿me amas más que éstos? Dícele: Sí, Señor: tú sabes que te amo. Dice: Apacienta mis corderos. (Juan 21:15-16)
Se hizo la segunda pregunta y se dió la misma respuesta, salvo que en esta ocasión, el Señor dijo: “Apacienta mis ovejas”. Por tercera vez Él le hizo la misma pregunta y por tercera vez Pedro—y en esta ocasión, con un poco de tristeza y aun quizá impaciencia—le contestó:
Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo. Dicele Jesús: Apacienta mis ovejas. (Ibid. 21:17)
En estas tres palabras se encierra una importante lección sobre el deber y misión de la Iglesia que entonces se estaba organizando, y los cuales han sido la obligación y deber, desde ese día hasta hoy, de los que poseen el sacerdocio de Dios como nosotros.
Por último, hizo reunir de nuevo a sus discípulos en un monte de Galilea, y entonces les impartió la gran comisión: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo, más el que no creyere será condenado.” (Marcos 16:15-16)
Esas fueron las palabras de Cristo. Entonces les habló de las señales que seguirían a los que creyeren.
Nosotros, hermanos y hermanas, somos los recipientes de las grandes bendiciones que acompañan la obra de la última dispensación. Al mismo tiempo descansan sobre nosotros las grandes responsabilidades impuestas sobre aquellos que Dios ha llamado para dirigir esta última dispensación. Yo personalmente procuro pensar con más frecuencia en las obligaciones que tengo, que en las bendiciones de que he disfrutado; y sin embargo, al hacer un examen retrospectivo de mis largos años de vida, no conozco a nadie que haya recibido mayores bendiciones de salud y fuerza que yo, por lo cual estoy muy agradecido.
Estoy reconocido, como todos nosotros lo estamos, por las oraciones de los miembros en favor nuestro. Sabemos que contamos con ellas, sabemos que son eficaces. Rogamos que paséis por alto nuestras debilidades y flaquezas, porque cada uno de nosotros somos humanos. Seamos humildes y nunca olvidemos nuestro agradecimiento por las bendiciones de que gozamos.
El Señor es bueno con nosotros: Él nos da orientación si queremos recibirla. Os insto a que hagáis retroceder vuestros pensamientos—como yo lo hice anoche—de las cosas relacionadas con el espacio, acerca del cual nada sabemos en comparación con lo que hay que aprender, y que fijemos nuestra atención en los grandes poderes y autoridades que tenemos como miembros del sacerdocio y representantes de nuestro Padre Celestial, investidos con una parte de su autoridad para llevar a cabo los propósitos de Él, no los nuestros.
Doy mi testimonio de la veracidad del evangelio, de que Dios vive, de que Jesús es el Cristo y de que el profeta José Smith fué levantado bajo su dirección y estableció la Iglesia con la autoridad recibida mediante la revelación de nuestro Padre Celestial. Doy mi testimonio de que el mismo espíritu, el mismo poder y la misma autoridad con que el profeta José Smith fué investido, existen hoy en la Iglesia y han existido desde su fundación, y que el presidente David O. McKay hoy posee ese poder y esa autoridad.
Os insto, con todo el fervor con que puedo expresarme, a que obedezcamos a las autoridades de la Iglesia, que sepamos que el presidente McKay es el profeta, vidente y revelador, y que dispongamos nuestras vidas para que concuerden cabalmente con los mandamientos del Señor, y todo esto a fin de que habiendo cumplido con nuestras obligaciones, hacia los muertos y los vivos, por último podamos ser salvos y exaltados en su presencia, lo cual ruego en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























