El valor del evangelio
por Joseph Fielding Smith
Presidente del Consejo de los Doce Apóstoles
(Tomado de the Improvement Era 1960)
Cuando me pongo de pie ante este gran cuerpo de miembros de la Iglesia, en su mayoría portadores del sacerdocio, siento en mi alma una sensación de temor y de responsabilidad. Espero que pueda tener la orientación del Espíritu del Señor en las palabras que pronuncie. Estoy muy agradecido por lo que nuestro Presidente dijo en la reunión esta mañana, así como por las palabras de los que hablaron después de él. Estoy seguro que hemos sido edificados por las cosas que se han dicho y comprendo lo mucho que dependo del Espíritu del Señor para que me ayude a decir algo que sea de beneficio en esta ocasión.
Quizá habrá quienes pregunten porqué celebramos Conferencias Generales dos veces al año y hacemos reunir a nuestros miembros de todas partes de la Iglesia, particularmente a los oficiales presidentes. Mis hermanos, no sé qué haríamos si nos fuera quitado este privilegio. Me he preguntado cuál habría sido la condición, en los días de Pedro, Santiago y Juan, si pudieran haberse reunido cada trimestre y semestre para celebrar sus conferencias. Quizá se habría aplazado la apostasía, o tal vez evitado por completo. Sin embargo, ellos no tuvieron este privilegio.
Me parece que percibo la importancia de estas reuniones, en las que se juntan los hermanos, particularmente los que poseen el sacerdocio, para recibir amonestaciones, ser animados y entonces volver a sus estacas con sus espíritus vigorizados. Podemos mantenernos en comunicación con nuestros miembros mucho mejor que los de la antigüedad. Tenemos muchas facilidades que ellos no tuvieron y naturalmente, en las situaciones actuales, nuestros hermanos están más cerca el uno del otro que en los días antiguos.
Pues bien, hermanos y hermanas, ¿cuál es nuestro deber? Guardar los mandamientos de Dios. Se nos ha instruido que lo hagamos en nuestras conferencias trimestrales y en nuestras conferencias generales y en todas las reuniones que se llevan a cabo en las varias estacas y misiones de Sión, Más con todo esto, surgen condiciones que siempre deben conservarnos alertos, vigilantes, diligentes, perseverando en la observancia de los mandamientos del Señor y la instrucción de los miembros de la Iglesia. Esto hace mucha falta, porque Satanás no está dormido.
Frecuentemente pienso en las palabras del Señor a Juan cuando dijo que Satanás se llena de «grande ira sabiendo que tiene poco tiempo”. (Apocalipsis 12: 12) Y quizá está más activo hoy que en cualquiera otra época de la historia del mundo. Sus emisarios se insinúan entre los Santos de los Últimos Días. Algunos de ellos son sumamente astutos, y no cabe duda que unos tuvieron la luz y entendimiento del evangelio en un tiempo anterior, pero los han perdido. Se introducen entre nuestros Santos de los Últimos Días, y si no estamos preparados mediante nuestra fe, nuestra obediencia y conocimiento del evangelio, muchos de nosotros corremos peligro de ser seducidos.
El profeta José Smith dijo que el hombre no puede salvarse en la ignorancia. Hombre, por supuesto, significa el género humano. Pero, ¿ignorancia en qué sentido? De los principios salvadores del evangelio de Jesucristo. Se nos enseña la fe en Dios nuestro Pudre y en su Hijo Jesucristo; se nos instruye a estudiar, a familiarizarnos con su vida cuando estuvo sobre la faz de la tierra, por qué vino, la naturaleza de su obra cómo se relaciona con nosotros y la manera en que debemos prepararnos a nosotros mismos mediante nuestro estudio y nuestra fe para ser dignos delante de El en el cumplimiento de sus mandamientos.
Leemos en Doctrinas y Convenios donde el Señor dice que todos aquellos que se arrepienten y se bautizan recibirán el don del Espíritu Santo por la imposición de manos. Nosotros bautizamos a los niños a la edad de ocho años, la edad que el Señor ha llamado la edad de responsabilidad. Los niños que mueren antes de llegar a esa edad son redimidos sin ningún esfuerzo por parte de ellos. Una de las doctrinas más perversas que se ha enseñado en este mundo es la de que los niños pequeños nacen en el pecado, contaminados, y es menester purificarlos de ese pecado del cual no son responsables. El Señor dice que los niños pequeños fueron inocentes en el principio y, por decreto de Él, se hallan libres del pecado hasta que llegan a la edad de responsabilidad; pero después de esa edad, tienen la necesidad de bautizarse para la remisión de los pecados y recibir la entrada en la Iglesia y Reino de Dios.
Nos es prometido al bautizarnos, si somos leales y fieles, que tendremos la orientación del Espíritu Santo. ¿Con qué objeto? Para enseñarnos, dirigirnos y darnos testimonio de los principios salvadores del evangelio de Jesucristo. Todo niño que tiene la edad suficiente para bautizarse, y es bautizado, tiene el derecho de recibir la orientación del Espíritu Santo. He oído a algunas personas decir que un niño de ocho años de edad no puede entender. Sé que es todo lo contrario: yo recibí un testimonio de esta verdad a Ja edad de ocho años, por medio del Espíritu Santo, y lo he tenido desde entonces.
También se nos manda instruir a nuestros niños de acuerdo con la luz y la verdad, enseñarles los principios fundamentales del evangelio para que al crecer entiendan y tengan un testimonio del evangelio, un testimonio de su verdad, y estén preparados para resistir todas las persuaciones, doctrinas y enseñanzas de aquellos que procuraren destruir esa creencia. Estoy agradecido por nuestras Organizaciones Primarias y nuestras Escuelas Dominicales y las otras organizaciones de la Iglesia, pero, hermanos y hermanas, el Señor no ha impuesto sobre las organizaciones auxiliares, ni sobre los obispos de barrios o presidentes de rama, toda la responsabilidad de enseñar a los niños de Sión el evangelio de Jesucristo. Esto debe hacerse en sus casas.
En nuestras visitas a las Estacas descubrimos en muchos lugares que hay niños de ocho, y de nueve años de edad, y aún mayores, que no han sido bautizados. ¿Por qué? ¿De quién es el descuido? No podemos culpar al niño, pero alguien ha sido negligente. Cuando un niño llega a tener nueve, diez, once o más años de edad, y no ha sido bautizado miembro de esta Iglesia, alguien tiene la culpa. Yo diría que la culpa principal descansa en el hogar. Sin embargo, no siempre es así, porque también son culpables aquellos que tienen la responsabilidad de vigilar los intereses de la juventud en las ramas, junto con los obispos y presidentes de rama que deben cuidar y velar por todos los miembros de la Iglesia. No debemos permitir que ningún niño quede sin bautizar después que cumpla Los ocho años, y cuando vemos esa negligencia, claro es que alguien tiene la culpa.
Instruid a vuestros hijos, mis hermanos y hermanas, de acuerdo con la luz y la verdad. Enseñadles por medio del ejemplo. Sus padres y madres tienen que ponerles el ejemplo, pues no pueden decir a sus hijos: “Tú sigue las enseñanzas de la Iglesia, pero nosotros vamos a vivir de otra manera.” No puede hacerse así, porque no es propio. De modo que vosotros, los padres, debéis ponerles el ejemplo. Debe haber unidad en el hogar, y si la hay, con toda probabilidad habrá unidad en la Iglesia; pero debemos empezar en el hogar.
El evangelio de Jesucristo es el medio para ganar nuestra salvación y exaltación. Muchas veces me he preguntado por qué algunos quieren ser miembros de la Iglesia cuando no están dispuestos a vivir de acuerdo con los principios de la verdad eterna. No hay sino una razón para ser miembros de esta Iglesia, como yo lo entiendo, y es que nos proporciona el medio de recibir la salvación y la exaltación en el reino celestial de Dios. Pero si esto no es nuestro propósito, entonces ¿por qué estamos en la Iglesia?
Conozco a un hombre que fué condiscípulo mío jugamos juntos, fuimos a la escuela juntos. Cuando creció se educó en el Este y se graduó como científico. Entonces volvió y comenzó a perturbar en gran manera las clases de la Escuela Dominical, impugnando las revelaciones que se habían dado por conducto del profeta José Smith. Me informó acerca de ello uno de los miembros de la clase, el cual vino a mí y dijo: “Ese hermano viene a nuestra clase y no hace sino causar discordias,” En vista de que yo lo conocía bien, lo consideré propio hablarle y preguntarle por qué hacía esas cosas y perturbaba a los miembros de la clase.
—Pues no puedo aceptar todas las revelaciones dadas al profeta José Smith—me contestó.
—¿Hay algunas revelaciones que usted puede aceptar?
—Sí, puedo aceptar algunas.
Sin embargo no aceptaba todas las doctrinas recibidas mediante las revelaciones de nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo dadas a la Iglesia.
Terminada la conversación, que fué algo extensa, él me dijo:
—Le voy a pedir un favor, no haga ninguna gestión para que se me excomulgue.
—¿Entonces por qué desea permanecer en la Iglesia cuando se opone a sus doctrinas?
—Le diré porqué; me crié en la Iglesia y mis amigos son miembros de ella. Fuera de la Iglesia son pocas mis amistades. Si soy excomulgado cesarían mis asociaciones y amistades con las personas que ahora conozco, y no quiero que eso suceda. Hágame ese favor de no recomendar mi excomunión.
Pensé que había alguna esperanza de que cambiara de parecer, de modo que dejé el asunto por la paz; pero le hablé con bondad para tratar .de convencerlo del error que estaba cometiendo, aconsejarle que se arrepintiera y que cuando asistiera a las clases, pues nadie se lo iba a prohibir, no fuera con el espíritu de rebeldía u oposición a las doctrinas que los demás creían. “Sí no cree en ellas,—le dije—guarde silencio y procure recibir el Espíritu del Señor para que pueda aceptarlas.”
Este hombre ya murió, mas no sé si se arrepintió o no; pero hermanos y hermanas, el evangelio de Jesucristo es la cosa más vital del mundo que nosotros tenemos. Debemos vivir en tal forma que podemos aceptar toda palabra que sale de la boca de Dios, y esto constituye sus mandamientos.
Si hay en nosotros el espíritu debido, eso es lo que vamos a hacer. Si hay alguna doctrina o principio relacionados con las enseñanzas de la Iglesia que no entendamos, pongámonos de rodillas. Acudamos al Señor con el espíritu de oración, de humildad, para pedirle que ilumine nuestras mentes a fin de que podamos entender. Esta Iglesia no enseña doctrinas falsas. Todas las revelaciones comunicadas al profeta José Smith son absolutamente verdaderas. Se han dado para nuestra salvación, nuestro conocimiento, nuestro entendimiento, a fin de que nos acerquemos más y más a nuestro Padre Celestial y se nos estime dignos de estar delante de Él y al fin tener el privilegio de entrar en su presencia, para ser coronados allí como hijos e hijas de Dios y recibir la plenitud de su reino.
El Señor os bendiga, mis buenos hermanos y hermanas, yo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























