Marzo 1965
El Dios viviente y verdadero
por Marion G. Romney
del consejo de los doce
Mis amados hermanos y hermanas, tanto los presentes como los que no están aquí, pues incluyo a todos en mi saludo: Espero que el Espíritu dará testimonio de lo que intento decir hoy. Yo sé que todos nosotros somos hermanos y hermanas. . . .
Bajo el título de «El Dios viviente y verdadero», me propongo en esta ocasión exponer la doctrina de la Deidad, tal cerno la conoce y enseña la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El hecho de que el concepto de Dios que uno tiene está basado en su propia religión, tiende a convertir el asunto en algo objetable. Espero que este detalle dispense toda intolerancia que mis palabras puedan insinuar. No quiero ser intolerante y tampoco creo serlo. No obstante, sinceramente deseo presentarles un claro concepto del Dios viviente y verdadero.
Recuerdo haber leído, cuánto fue el furor que Pablo despertó el intentar hacer lo mismo en Atenas y cómo lo acusaron de ser un «proclamador de dioses falsos». (Hechos 17:18.)
Aún así, me siento un poco como Pedro y Juan, cuando los gobernantes judíos les ordenaron no enseñar o predicar más en el nombre de Jesús, y ellos les contestaron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.» (Ibid. 4:19-20.)
He procurado y sigo implorando —e invito a cada uno de vosotros que me acompañe en mi oración— por la guía y la comunión entre el viviente y verdadero, ustedes y yo, para que todos podamos instruirnos.
La doctrina de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días acerca del Dios viviente y verdadero está basada en las experiencias y enseñanzas de su profeta fundador, José Smith. Hablando sobre este importante asunto, él dijo una vez:
«. . . Sabemos que hay un Dios en el cielo, quien es infinito y eterno, de eternidad en eternidad al mismo invariable Dios, el organizador del cielo y de la tierra, y todo cuanto en ellos hay. Y que creó al hombre, varón y hembra, según su propia imagen, y a su propia semejanza los creó. Y les dio mandamientos que lo amaran y lo sirvieran, el único Dios verdadero y viviente, y que él fuese el único ser que habrían de adorar.» (Doc. y Con. 20:17-19.)
Esta escritura fue dada en 1830, y es por lo tanto escritura moderna. Sin embargo sus enseñanzas no son nuevas. Hay un Dios que creó los cielos y la tierra, y esto se encuentra en el primer versículo al principio del primer libro de la Biblia. El mismo capítulo enseña que Dios creó al hombre, varón y hembra, a su propia imagen. Que el hombre debe amarle y servirle y que Él debe ser el único a quien debe adorar. La esencia del primero de los diez mandamientos, «No tendrás dioses ajenos delante de mí.» (Éxodo 20:3.)
Lo nuevo y diferente de esta escritura moderna, es el conocimiento que José Smith suplicó para sí y para los demás por quienes oró: «Nosotros sabemos —dijo— que hay un Dios en los cielos.» Al hacer esta declaración, el Profeta habló por experiencia personal.
Jesús había descrito a Dios cuando dijo a Felipe: «. . . Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.» (Juan 14:9.) Y Pablo confirmó esta verdad cuando escribió a los hebreos de que Jesús era la propia imagen de la persona de su Padre. (Véase hebreos 1:3.) La voz del Padre fué oída en el bautismo de Jesús y también por Pedro, Santiago y Juan en el Monte de la Transfiguración. Pero fue reservado al joven profeta José Smith no sólo el privilegio de oír sino también de ver a Dios. Esto ocurrió en la magnífica visión recibida por el Profeta, la cual dio principio a esta última dispensación. Acerca del Dios viviente y verdadero que vio y escuchó en aquella visión, dijo:
«. . . Vi a dos personajes cuyo brillo y gloria no admiten descripción; en el aire, arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre y dijo; señalando al otro: Este es mi Hijo Amado, ¡Escúchalo!» (José Smith 2:17.)
Más tarde el profeta expresó acerca de estos dos personajes: «El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre, y así también el Hijo » (Doc. y Con. 130:22.)
El profeta José Smith aprendió que este Personaje a quien él vio en la arboleda sagrada de Palmyra, Nueva York, en la primavera de 1820, y a quien pidió conocimiento en 1830, es el Padre de los espíritus de todos los hombres. Esto le fue dado a conocer en una revelación en la cual dice que los habitantes de los mundos incluso los de la tierra son «hijos e hijas para Dios». (Ibid. 76:24.) Por medio de esto y de la revelación moderna, José llegó a comprender completamente lo que Pablo dijo sobre el tema cuando escribió a los Hebreos: «. . . Tuvimos a nuestros padres terrenales, que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los Espíritus y viviremos?» (Hebreos 12:9.)
Este conocimiento de Dios dado a José Smith, así como a nosotros, nos da la visión de una infinita promesa. Todos sabemos que cada ser se reproduce según su especie y que puede llegar a alcanzar la medida de su padre en un proceso que se repite indefinidamente en la naturaleza. Podemos, entonces, entender que para un hijo de Dios, el crecer a la semejanza de su Padre Celestial, está en armonía con las leyes naturales. Esta ley queda demostrada cada pocos años por experiencia propia. Los hombres tienen hijos que al crecer se asemejan a ellos. Esto es lo que pasa con un hijo espiritual de Dios; crece para ser igual que su Padre Celestial. José enseñó esa verdad como un hecho real, y que mediante este proceso, Dios mismo gana perfección. Entre sus pensamientos sobre las enseñanzas del profeta José Smith, en su punto doctrinal, el Presidente Snow introdujo esta frase familiar «Como el hombre es, Dios en un tiempo fue, como Dios es, el hombre puede llegar a ser.» Esta enseñanza es peculiar en la restauración del Evangelio de Jesucristo.
El profeta José Smith consideró de tal importancia el conocimiento de Dios, que cuando estableció las creencias de la Iglesia, puso a la cabeza de la lista: «Nosotros creemos en Dios, el Eteno Padre.» (Artículos de Fe.)
Teniendo tal conocimiento uno está en camino a la vida eterna, porque de acuerdo con las enseñanzas de Jesús «. . . Esta es la vida eterna, que te conozcan el sólo Dios verdadero y a Jesucristo al cual has enviado.» (Juan 17:3.) Con esta noción uno está seguro que a pesar de que Dios es infinito y eterno, autor de los cielos y de la tierra y de todas los cosas que hay en ellos, poseedor de todo el poder, toda sabiduría y todo entendimiento, el más inteligente de todos; es sin embargo, un ser compresivo, amable y un padre cariñoso, dispuesto a escuchar y satisfacer las necesidades de sus hijos y que no es algo inconcebible, irreconocible, indefinible o remoto. Cuando uno ora sabiendo esto, puede estar seguro que está orando a alguien y no a algo.
El mundo está clamando hoy por un conocimiento del Dios viviente y verdadero. Pero, por favor, no os engañéis; tal conocimiento no es universal. Es cierto que en lo que concierne a las condiciones del mundo, el hombre está proclamando, casi frenéticamente desde el pulpito, la plataforma, el aire y a través de la prensa que solamente el regreso a Dios puede solucionar nuestras dificultades. La tragedia es que sus lamentos cerno la ilustración de Pablo, son como trompeta de sonido incierto. Ahora la razón obvia es que ni los trompetistas, ni sus seguidores conocen al Dios a cuya presencia debemos retornar. Emplean el término usual con el cual estamos tan familiarizados, pero cuando intentan definir al Dios a quien según ellos tendríamos que retornar, revelan una falta lastimosa de conocimiento acerca de Él. De hecho, frecuentemente niegan al Dios viviente y verdadero.
La situación del mundo actual no es muy diferente a la que prevalecía en Atenas, como la describe Pablo en el gran sermón eme predicó en la colina de Marte. Cuando se paró allí, con espíritu conmovido viendo a la ciudad dar culto a la idolatría, exclamó:
«. . . Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos, porque pasando y mirando vuestros santuarios, halla también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo anuncio.» (Hechos 17:22-23.)
Siguiendo a esta satírica observación, Pablo declaró que Dios había hecho el mundo y todas las cosas que hay en él, y era asimismo el Señor del cielo y de la tierra, y que ambos (Pablo y los que escuchaban), eran linaje de Dios, y gracias a Él vivían, se movían y tenía el ser.
Para nosotros parece casi imposible que en los días de Pablo el hombre creyera que imágenes esculpidas de oro, plata o piedra, hechas por disposición de los hombres, fueran dieses. La evidencia indica que hoy, todavía hay muchos fuera del camino en sus conceptos y creencias acerca de Dios, tal como lo fueron los filósofos y demás gente de Atenas, en aquel día tan lejano, cuando Pablo los amonestó en la Colina de Marte, acerca de la adoración a un Dios que ellos mismos admitían no conocer.
Es más aún (y cito estas cosas no para contender sino para ilustrar cómo el concepto del hombre mundano difiere de la idea real del Dios viviente y verdadero) en un libro moderno cuyo propósito, fue digno de elogio, un científico eminente escribió especialmente para demostrar que hay un Dios, «Cualquier esfuerzo para vislumbrar a Dios revela un sorprendente infantilismo. No podemos concebirlo como tampoco podemos concebir un electrón.» (Lecompte de Nouy, Human Destiny, página 188.)
Y entonces para referirse al origen y desarrollo de la moral del hombre, el autor dice que fue obligado a admitir—que la única interpretación lógica y posible de los hechos, coincide con el reconocimiento de la existencia de Dios. Por consiguiente utilicemos el nombre sagrado (Dios) pero tratemos de evitar en lo posible toda idea antropomórfica.» (Ibid. páginas 201-202.)
Otro escritor dice que «El hombre hace a Dios a su propia imagen y que cuando cree que Dios es personal, está en lo cierto. [Pero] asegurar que Dios es una persona, constituye, sin lugar a duda, un error.» (Maude Royden, The Garvín Lectures, 1949, página 45.)
Estas declaraciones indican que sus autores y aquellos que apoyan sus conceptos ni conocen ni creen en un Dios viviente y verdadero como el que predicaron Pablo y José Smith.
¿No es acaso una gran tragedia para el hombre moderno caminar en las tinieblas cuando podría andar por el sendero de la luz, si mirara a su alrededor?
Esta situación recuerda las palabras del Salvador: «La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la comprenden.» (Doc. y Con. 88:49.)
En relación a esto, el Señor agrega otra frase que realmente me impresiona. «Sin embargo —nos dice— el día vendrá cuando comprenderéis a Dios, siendo vivificados en él y por él.» (ídem.)
Este mundo sería comparativamente un cielo si los hombres llegaran a entender y a conocer al Dios viviente y verdadero. Aquellos que están preparados para recibir la verdad concerniente a Dios y la aceptan, son literalmente transformados merced a su conocimiento y a su fe en El. Son entonces purificados en su estado carnal, y elevados y llevados de vuelta, hasta un cierto punto por lo menos, a la presencia de Dios. Consecuentemente van adquiriendo una fe inquebrantable en El, confían en El y logran la seguridad de que gracias a su amor nada les faltara. Depositan en Dios su esperanza y aprenden a depender de Él. Poco a poco, la envidia, la codicia el odio y las ambiciones deshonestas se apartan de ellos. Y adquieren virtudes, paciencia, bondad fraternal, caridad y amor, y sólo procuran magnificar la gloria de Dios. El objetivo principal de sus vidas consiste, entonces en guardar los mandamientos de Dios, apartándose del pecado; porque llegan a comprender que ninguna cosa inmunda puede habitar con Dios y el retornó a su presencia se convierte en su más anhelada inquietud.
Sus corazones son entonces animados por un gran interés concerniente al bienestar de sus semejantes. Se disponen a no buscar ni a aprovecharse de ellos, a no obtener poderes temporales o mundanales a su costa y a compartir con ellos el glorioso conocimiento que poseen acerca del Dios viviente y verdadero. Y lo hacen para que sus semejantes pueden experimentar y disfrutar la misma transformación que ha afectado sus vidas.
No hay nada excepto un conocimiento acerca del Dios viviente y verdadero que pueda inspirar en los hombres el deseo de arrancar de sus vidas la maldad, esa maldad que ha sido causa de la crisis por la que atraviesa el mundo en la actualidad.
Un sincero interés en las revelaciones de Dios acerca de sí mismo, es algo de primordial importancia para todo ser humano. No creer en El, aun a la luz del simple y definido conocimiento que El mismo ha revelado y que está a nuestra disposición; constituye un gran error por el que muchos hombres serán considerados responsables. Una cabal aceptación de la naturaleza de Dios producirá en cada individuo la misma transformación que afectó al pueblo de Enoc, a Saulo de Tarso, a Alma y a José Smith y sus discípulos—una transformación que, eventualmente establecerá la paz en la tierra.
Y ahora, para terminar, y como un testigo especial quisiera dejarles mi testimonio a cada uno de vosotros que se encuentra aquí reunidos y todos los que se encuentran más allá de los límites de este recinto. Yo sé personalmente que «hay un Dios en los cielos, que es infinito y eterno, el cual creó al hombre, varón y hembra, a su propio imagen y semejanza.» Que en estos últimos días Él se ha revelado a sí mismo nuevamente y que «Él es, en verdad, el único Dios verdadero y viviente.» (Ibid., 20:17-19.)
He obtenido este conocimiento y testimonio por mí mismo de la misma manera en que Pedro, Pablo, José Smith y decenas de miles de personas más, lo han recibido, por la gracia del Espíritu «Santo a mi propia alma. Testifico a cada uno de ustedes que todos podemos alcanzar un conocimiento y un testimonio similares y de carácter personal si tan sólo nos humillamos y tratamos de obtenerlo mediante la fe y la oración sincera.
Todos somos hijos de nuestro Padre Celestial. Es inherente a nuestra propia naturaleza, tener fe en Dios y creer que existe. Fue ésta la clase de fe que inspiró a José Smith mediante las palabras de Santiago: «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios el cual da abundantemente y sin reproche; y le será dada». (Santiago 1:5.) Fue este pasaje el que inspiró al Profeta a buscar sabiduría mediante la oración, y como resultado recibió una visión en la que se le apareció el Dios viviente y verdadero. No recibió esta revelación para sí mismo, sino para cada uno de nosotros, para toda alma viviente sobre esta tierra.
Dios no nos ha abandonado en las tinieblas. Sus palabras serán un sostén para nosotros sí sólo recurrimos a Él con sinceridad y con fe, suplicándole que se nos manifieste. Si nos sometemos a su voluntad podremos saber con certeza que Él es el Dios viviente y verdadero.
Como uno de sus más humildes siervos dejo hoy este testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























