En busca de la verdad

Mayo 1965
En busca de la verdad
por Thomas S. Monson
del consejo de los doce

Thomas S. MonsonMis hermanos y hermanas, con esta responsabilidad de estar frente a vosotros me siento muy humilde, y sinceramente pido que me sostengáis con vuestras oraciones, a fin de que tenga la ayuda del Señor.

Esta mañana mientras me dirigía con mi esposa a este bello tabernáculo, oí un sonido familiar, la campana de una escuela; y vi cantidad de niños y niñas que corrían aquí y allí para llegar a tiempo a las aulas. Comprendí que iban en busca de la verdad, y al ver a estos profesores de las universidades y presidentes de los colegios sentados delante de nosotros, recuerdo que esta es la época del año en que nuestras universidades y colegios por todo el país abren sus puertas de par en par a fin de que los alumnos puedan continuar esta misma búsqueda de la verdad. Sus profesores y científicos en todo ámbito del saber continúan su constante labor de estudiar y experimentar, siempre buscando la verdad.

¿Es realmente tan importante esta búsqueda de la verdad? ¿Es tan esencial? ¿Es necesario que abarque todas las edades, comprenda todo ramo de conocimiento y penetre todo corazón humano? El presidente McKay ha dicho: Afortunadamente, existe una sensación natural que impulsa a los hombres y las mujeres hacia la verdad. Es una responsabilidad que se ha impuesto al género humano.

Aun nuestros tribunales celosamente protegen este principio. Si vosotros y yo tuviésemos que testificar en calidad de testigos, se nos impondría un juramento solemne de que el testimonio que usted esté a punto de dar…. es la verdad, la verdad completa, y nada más que la verdad.

Sin embargo, opino humildemente que sólo el poeta captó el significado verdadero de la búsqueda de la verdad cuando escribió estas palabras:

«¿Qué es la verdad? Es el supremo don
Al que puede el mortal o un Dios aspirar;
En abismos su brillo buscad con anhelo,
O sus huellas seguid hasta el diáfano cielo;
Es la mira más noble que hay.

«¿Qué es la verdad? Es principio y fin
Y sin límites siempre será.
Si la tierra y los cielos dejan hoy de existir
La verdad, la suma del bien, lo podrá resistir,
Eterna, invariable, sin fin.»

Nuestro Padre Celestial, en una revelación dada al profeta José Smith define la verdad como el «conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser».

He notado en mis estudios, que se antepone a casi toda declaración de verdad eterna una pregunta universal. ¿Quién de nosotros, por ejemplo, no se ha preguntado, como lo hizo Job en la antigüedad: «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?» (Job 14: 14.) ¿Y quién de nosotros no ha encontrado consuelo en la respuesta que el ángel dio a María Magdalena y a María la madre de Jacobo, cuando se aproximaban a la tumba para preparar el cuerpo del Maestro. El ángel que las encontró dijo: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado.» (Lucas 24:5-6.)

Yo sé que hay miles de personas honradas, temerosas de Dios que siguen luchando con las preguntas que pasaron por los pensamientos de José Smith mientras reflexionaba las declaraciones de las iglesias de su comunidad, concerniente a quien tenía razón y quién no. José dijo: «En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos partidos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saber?.. . Al fin tomé la determinación de pedir a Dios.» Y sabemos, hermanos y hermanas que hizo una oración, cuyo resultado se expresa mejor en sus propias palabras cuando humildemente declaró:

«Vi a dos Personajes de un brillo y gloria indescriptibles, en el aire arriba de mí. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: ¡Este es mi Hijo Amado, escúchalo!» José escuchó. Su pregunta, «¿Qué es la verdad», quedó contestada.

Me parece que quizá el intercambio más significativo de preguntas y respuestas aconteció cuando Jesús fue llevado ante Pilato y éste le preguntó: Luego eres tú rey? Y el Maestro respondió: «Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz». (Juan 18:35-38)

¿Se oye la voz del Señor en la actualidad? Si es así ¿cómo la oímos? ¿Podrá vuestra búsqueda de la verdad ser guiada por esta voz? ¿La mía? Hoy, como siempre ha sido, cuando la Iglesia verdadera de Cristo está sobre la tierra, un profeta se halla a su cabeza.

Así como Dios habló a Jeremías y a Isaías en la antigüedad, en igual forma hoy ha hablado a sus profetas, pues ¿no recordamos que el profeta Amos declaró que «no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas»? Bien podemos preguntar si no necesitamos un profeta en la actualidad. ¿Nos amará Dios menos hoy, que a sus hijos en los días de Isaías o Jeremías?

Uno de los más destacados catedráticos del país, el doctor Robert Gordon Sproul describe la necesidad en estas palabras «Tenemos el singular cuadro de una nación, que en un grado limitado practica el cristianismo sin creer activamente en él. Se nos dice que recurramos a las iglesias para ser iluminados, pero al hacerlo, hallamos que la voz de las iglesias no es inspirada. La voz de las iglesias en la actualidad es el eco de nuestras propias voces, y el resultado de esta experiencia ya se está manifestando en la desilusión. Para salir de esta situación—dice el doctor Sproul—necesitamos oír una voz, pero que no sea la voz nuestra, sino una voz cuya existencia no podamos impugnar.

Toca a los pastores ayudarnos a oírla y explicamos lo que dice. Si no pueden escucharla, o no pueden explicarnos lo que dice, nosotros, en calidad de legos, estamos completamente perdidos. Sin ella tan imposible nos será salvar la tierra como crearla, en primer lugar.»

Además, de un campo completamente distinto, el de la política, el venerable estadista, Sir Winston Churchill, se lamenta, diciendo: «He vivido y tenido más experiencia que cualquier otro, y jamás me he preocupado por otra situación que haya requerido más paciencia, sangre fría, valor y perseverancia, que la que se desarrolla ante nosotros en la actualidad. Lo que necesitamos es un profeta.»

Cuan agradecidos debemos estar porque la revelación, que es la vía despejada y desembarazada de la verdad, todavía permanece. Dios continúa inspirando a sus profeta, y esa inspiración puede guiarnos a vosotros, puede guiarme a mí en todas las decisiones de la vida. Nos guiará a la verdad. Puedo testificar que lo hará.

Este verano tuve la oportunidad de dirigir la palabra a un gran número de jóvenes en Edmonton, Alberta, Canadá. El hermano Royal estuvo presente en esa conferencia junto con otros. En la reunión de testimonios vi a un joven algo tímido de Saskatchewan ponerse de pie por la primera vez ante un Público numeroso, y decir: «Antes de venir a esta conferencia, podía decir que me parecía que el evangelio era verdadero. Entonces recibí instrucción; tomé parte en las actividades y los distintos acontecimientos; me asocié con cada uno de ustedes —dijo—y hoy, parado aquí frente a vosotros, con orgullo, pero humildemente, declaro que yo sé que el evangelio es verdadero.» Este joven había sido edificado, había sido iluminado, había encontrado Ja verdad.

Hermano Brockbank, este verano tuve la oportunidad de visitar la exposición mundial de Nueva York. Para mí fue sumamente interesante, y puse particular atención a las exposiciones religiosas. Se sentó a mi lado, en el Pabellón Mormón un joven de unos 35 años de edad. Conversamos acerca de las otras exposiciones, General Motors, Ford, y otros; y entonces se apagaron las luces, y se exhibió la película, «El hombre en busca de la felicidad». A la conclusión de la presentación del plan de salvación, las luces nuevamente nos hicieron volver al tiempo presente. Noté que la congregación se puso de pie y salió sin decir palabra. Algunos se enjugaban las lágrimas, otras claramente habían quedado impresionados. Me volví a mi amigo, pero él no se levantó. Le pregunté «¿Le gustó la película?» Con la voz llena de emoción, me dijo pausadamente: «Esto que hemos visto es la verdad.» Presenté el hombre a los misioneros, y la búsqueda de la verdad de esta persona quedó recompensada.

Los que sinceramente buscan no tienen necesidad de tropezar o titubear por el camino que conduce a la verdad. Nuestro Padre Celestial nos lo ha señalado cuidadosamente; ha dicho que ante todo, debemos tener un deseo personal de saber por nosotros mismos, entonces, hemos de estudiar, orar y cumplir la voluntad del Padre; y así conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres. La gracia divina siempre atiende a los que humildemente la buscan.

El miércoles hizo ocho días que puse mis manos sobre la cabeza de un joven que iba a salir a una misión. Se llama William Agnew, y había sido llamado a la misión Franco-Belga. Al hablar con él, recordamos su conversión a la Iglesia, junto con la de su familia, cinco años antes en el este de Canadá.

Era una familia muy fina: había estado buscando la verdad. Los misioneros llegaron a sus puertas, les enseñaron, y la familia Agnew quedó complacida con lo que aprendió. Estaban decidiendo sobre su bautismo, cuando un domingo en la mañana todo se descompuso. La madre, y los niños se estaban preparando para asistir a la Escuela Dominical cuando el padre les declaró que había cambiado de parecer, y no iba a asistir a la Escuela Dominical.

Hubo un desacuerdo y enojos. La madre y los niños salieron, y asistieron a la Escuela Dominical y el padre se quedó en casa, dando vueltas, muy enojado, pensando en lo que podía hacer para olvidar lo que había ocurrido.

Buscó el periódico para leer las noticias, pero esto no le ayudó; no estaba interesado. Entonces entró en el dormitorio de su hija y encendió un pequeño radio que había allí sobre el velador. Esperaba oír las noticias; pero oyó, no las noticias sino el Coro del Tabernáculo, y la música del Coro le enterneció el corazón, y el mensaje del élder Evans era personalmente para él. Hablaba del hecho de no dejar que el sol se ponga sin calmar uno su ira. Comprendió que se había humillado, que se había apagado su enojo por medio de un mensaje hablado y cantado que era personalmente para él. Apenas podía esperar que llegaran su esposa e hijos para abrazarlos y disculparse. Al acercarse éstos a la casa, iban con temor, recordando la ira de su padre cuando habían salido. Grande fue su asombro cuando los abrazó y les dijo «Cuando ustedes se fueron, estaba lleno de ira. Tomé el periódico para tratar de calmar mi enojo, pero de nada sirvió. Fui a tu cuarto, Isabel, y encendí tu radio esperando oír las noticias; pero ¿sabes lo que oí? Oí un mensaje del Coro Mormón del Tabernáculo y del hermano Evans que me llegó al corazón.» Entonces su hija Isabel le dijo: «Papá, qué notable: pero, ¿cuál radio fue el que usted usó?» El respondió: «Isabel, el radio pequeño que tienes sobre el velador al lado de tu cama.» Entonces ella miró de lleno a su padre, y respondió: «Es imposible, papá, ese radio está quebrado; no ha tocado por muchas semanas.»

El Sr. Agnew llevó la pequeña procesión al dormitorio. Les iba a demostrar que el receptor estaba funcionando. ¿Acaso no había escuchado unos minutos antes la música del Coro del Tabernáculo? ¿No había escuchado el mensaje del hermano Evans que le penetró el corazón y le trajo la convicción a su alma? Se acercó al radio y lo encendió. Pero el instrumento no tocó; estaba quebrado. Más cuando un sincero buscador de la verdad necesitaba recibir ayuda de un amoroso Padre Celestial, se recibió el mensaje. Resultó en la conversión de esta familia, y hoy vemos el producto, el hijo mayor que va el campo de la misión, para representar la Iglesia.

Sí, yo sé que habrá quienes dudarán, quienes menospreciarán, se burlarán, y ridiculizarán. Se desviarán del camino que conduce a la verdad eterna, y se deslizarán por las cuestas resbaladizas del error y la desilusión. Pero a los que buscan sinceramente, aquellos a quienes mucho se ha dado, los fíeles, nuestro Padre Celestial ha extendido una promesa. Ha dicho en la Sección 45 de las Doctrinas y Convenios:

«Porque aquellos que son sensatos y han recibido la verdad, y han tomado al Espíritu Santo por guía, y no han sido engañados—de cierto os digo—que aguantarán el día.» (Doc. y Con. 45:57.)

Mis hermanos y hermanas, seamos prudentes, perseveremos en la búsqueda de la verdad, la verdad eterna; siempre tomemos por guía el Espíritu Santo, para que así nunca seamos engañados, humildemente ruego en el nombre de Jesucristo de Nazaret, nuestro Salvador, nuestro Redentor. Amén.

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