El sacrificio todavía trae bendiciones

Conferencia General Octubre 1971

El sacrificio todavía trae bendiciones

Hartman Rector, Jr

por el presidente Hartman Rector, Jr.
del Primer Consejo de los Setenta


El otoño pasado, el Señor anun­ció a través de su Profeta que la Iglesia efectuaría la noche de hogar los lunes por la noche. Es interesante notar que casi al mis­mo tiempo, los del otro ludo anun­ciaron que se verificarían juegos de fútbol profesional los lunes por la noche. Os sorprenderíais al saber cuántas familias trataron de efectuar sus noches de hogar du­rante el intermedio de los parti­dos. Naturalmente, no puede ser así. Parece ser que el pedido del Profeta implicaba un sacrificio muy grande.

En la sección cuatro de Doc­trinas y Convenios, el Señor establece las cualidades para las obras del ministerio; éstas son «fe, esperanza, caridad y amor con un deseo sincero de glorificar a Dios.» Sobre fe, esperanza, cari­dad y amor sabemos algo; son muy importantes. Pero el deseo sincero de glorificar a Dios es probablemente la más importante de estas cualidades. Hablando en términos generales, «un deseo sincero de glorificar a Dios» significa sacrificio. Significa que en lugar de hacer constantemente lo que queremos, debemos hacer lo que el Señor desea que hagamos. Esta, naturalmente, no es la inclinación natural del hombre.

Actualmente se habla mucho en el mundo de «hacer uno de las suyas.» Dudo que esta idea sea algo realmente nuevo, ya que pienso que ha existido desde el principio. Quizás solamente sea una manera un tanto diferente de decirlo. Ciertamente Lucifer hizo lo que le dio la gana, oponiéndose a la voluntad del Señor; Caín hizo lo que quiso oponiéndose directamente al consejo de su Padre Celestial. A ellos no les importaba lo que el Señor quería que hicieran, sino únicamente lo que ellos querían hacer. Natural­mente, esta manera de actuar nunca ha sido muy provechosa, en términos de felicidad, y la felicidad es el entero propósito de la existencia del hombre. Las pala­bras de Lehi de que «el hombre es para que tenga gozo» (2 Nefi 2:25) lo incluye todo.

Por otra parte, Dios le dijo a Abraham que sacrificara como ofrenda a su «único» hijo Isaac; me imagino que no podía haber recibido un mandamiento más desagradable de su Padre Celestial. No obstante, se puso inmediata­mente de pie, tomó la leña necesa­ria y llevando a su hijo, empren­dieron el camino hacia un lugar designado. Abraham no hubiera dejado de cumplir con lo que el Señor le había mandado de no haber sido que un ángel intervino para detener su mano. ¿Y cuál fue la recompensa por tal acción? Escuchad las palabras del Señor a Abraham: «. . . por cuánto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo;

«de cierto te bendeciré, y mul­tiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar;. . .

«En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz» (Génesis 22:16-18).

Jesús, nuestro Señor y Maestro, fue el más grandioso ejemplo de todos en seguir obedientemente los mandamientos de su Padre; me imagino que su gran agonía en el Jardín nunca ha sido ni podrá ser igualada por el ser hu­mano. En Getsemaní oró, diciendo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mateo 26:39). El Maestro no deseaba so­portar lo que le esperaba, a pesar de que sabía que éste era el pro­pósito principal de su venida a la tierra; pero hizo lo que su Padre le había pedido, y porque lo hizo, posee «toda potestad . . . en el cielo y en la tierra» (Mateo 28:18) y ha llegado a ser, como dice Pablo «el autor y consumador de la fe» (Hebreos 12:2), y todos los que lo reciben Se convierten en sus hijos.

¿Y cómo se llevó a cabo? Fue posible únicamente mediante el sacrificio. Verdaderamente, el sacrificio «trae las bendiciones del cielo».

Pero cómo y por qué sucede parece ser difícil de comprender y quizás muy pocos verdadera­mente lo comprendan. Tal vez ésta sea la razón por la que muy pocas personas están dispuestas a hacer los sacrificios que se les requiere a fin de que la obra del Señor triunfe completamente.

En su sexto discurso sobre la fe, el Profeta José da probable­mente la declaración más mara­villosa concerniente a este tema vital, con estas palabras: «Para cualquier persona, es esencial­mente necesario un verdadero conocimiento de que el curso de vida que persigue está de acuerdo con la voluntad de Dios, para permitirle tener esa confianza en El, sin la cual ninguna persona puede obtener vida eterna … y a menos que posean un conocimien­to verdadero de que el curso que están siguiendo está de acuerdo con la voluntad de Dios, se de­bilitarán mentalmente y desfalle­cerán . . . Mediante este sacrificio únicamente, Dios ha dispuesto que los hombres deben gozar de vida eterna; y a través del sacrifi­cio de todas las cosas terrenales saben verdaderamente que están haciendo las cosas que son agra­dables a la vista de Dios . . .

“Ofreciendo sacrificios fue que Abel, el primer mártir, llegó al conocimiento de que Dios lo aceptaba. Y desde los días del justo Abel hasta la actualidad, el conocimiento que los hombres poseen de que son aceptados por Dios se obtiene ofreciendo sacri­ficio.

“Es en vano que las personas se hagan a la idea de que son herederos o que pueden serlo con los que han ofrecido todo en sacri­ficio, y por este medio obtener fe en Dios y gracia con El de manera de obtener vida eterna, a menos que ellos, de igual manera, ofrez­can ante El el mismo sacrificio, y mediante esa ofrenda obtengan el conocimiento de que son acep­tados por El.

“Por tanto, aquellos que hacen el sacrificio, tendrán el testimonio de que sus acciones son agrada­bles a la vista de Dios. . . .

“Pero aquellos que no han hecho este sacrificio a Dios no sa­ben que el curso que siguen es muy agradable ante su vista; por­que cualquiera sea su creencia o su opinión, es un asunto de duda e incertidumbre en su mente; y donde existen la duda y la incer­tidumbre, no existe ni puede exis­tir la fe. Porque la duda y la fe no existen en la misma persona al mismo tiempo; de manera que las personas cuya mente está llena de dudas y temores no pueden tener una confianza firme; y donde no hay una confianza firme, la fe es débil; y donde la fe es débil, las personas no podrán contender contra toda la oposición, las tribulaciones y las aflicciones que tendrán que enfrentar a fin de ser herederos de Dios, y cohere­deros con Cristo Jesús; y se de­bilitarán mentalmente, y el adver­sario tendrá poder sobre ellos y los destruirá (Lectures on Faith, 6:2, 4, 7, S, 9, 10, 12).

De esto, es evidente que el sacrificio, no obstante cuán desa­gradable pueda ser, es absoluta­mente vital, porque es el único medio que el Señor ha provisto para que sus hijos logren la fe y la seguridad necesarias para re­gresar triunfalmente a su presencia en condiciones de gozar de la vida eterna.

Ahora bien, ¿qué constituiría un sacrificio en la actualidad? Muy a menudo, cuando escuchamos la palabra sacrificio, pensamos en holocaustos o en un hombre dan­do su vida por otro, como lo hizo el Maestro por todos nosotros. Estos son ejemplos válidos, pero ciertamente hay varios sacrificios muy modernos que el Señor ha instituido para bendecir a sus hi­jos en la actualidad. Algunos de éstos podrían ser:

Pagar diezmos, en una época en que los precios están aumentando a un grado alarmante y la infla­ción es asombrosa.

Observar la Palabra de Sabiduría, cuando el uso de estimulantes de toda clase es casi un modo de vida en ésta y otras naciones del mundo.

Vivir moralmente limpios y castos, cuando estos principios son ridi­culizados desde casi todo punto de vista en la prensa y en la pan­talla.

Ir a una misión, cuando esto sig­nifica interrumpir los estudios edu­cativos de nuestros jóvenes, y al­gunas veces, en el caso de los hombres, arriesgarse a ser llamado prematuramente al servicio mili­tar.

Hace algún tiempo entrevisté a un joven de diecinueve años con respecto a salir a una misión. Cuando sugerí que éste era el camino que el Señor deseaba que tomara, me dijo: “Pero, élder Rec­tor, si lo hiciera tendría que aban­donar los estudios.» Le respondí: “Sí, es cierto, pero también lo hicieron los doce jóvenes que es­tán trabajando en tu estaca y que han traído a algunos de tus ami­gos a la Iglesia.»

Efectuar la noche de hogar, podría parecer un sacrificio cuando, en­tre miles de otras distracciones, un juego de fútbol profesional o cual­quier actividad parecida se dis­puta la atención del lunes por la noche.

Sí, mis hermanos, el sacrificio forma una parte tan vital de la economía de Dios hoy día, como siempre lo ha sido; y todavía aca­rrea bendiciones de los cielos. Sin él no se pueden recibir bendi­ciones, a pesar de que servir con el solo objeto de ganarlas tam­poco es correcto. El servicio debe rendirse porque amamos al Señor y a sus hijos.

Que podamos servir con un deseo sincero de glorificar a Dios a medida que hacemos lo que el Señor quiere que hagamos, en lugar de hacer constantemente lo que nosotros queremos, y que lo hagamos porque lo amamos.

Soy testigo de que Dios vive. Sé que vive y que oye y contesta oraciones, porque El ha oído y contestado las mías. Os testifico que sé que Jesús es el Cristo y que vive; sé que vive, que ha res­taurado su Iglesia sobre la tierra en nuestros días y época, a través del gran profeta José Smith, ese hombre maravilloso; que tenemos un Profeta de Dios en la tierra hoy día, el presidente José Fielding Smith, a quien escuchamos esta mañana; que ésta es la Iglesia y Reino de Dios, que las deci­siones que se hacen en esta Igle­sia se hacen pór revelación, bajo la dirección de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, cuya Iglesia realmente es. Os dejo este testi­monio en el nombre de Jesucristo. Amén.

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