Mantén tu lugar como mujer

Octubre 1971
Mantén tu lugar como mujer
por el presidente Harold B. Lee
de la Primera Presidencia

Discurso pronunciado en la Conferencia General de la Sociedad de Socorro

harold-b-lee-mormonMartín Lutero1 pronunció una significativa declaración con respecto al lugar de la mujer, cuando escribió: «Cuando Eva fue llevada ante Adán, éste fue lleno del Espíritu Santo, y le dio a ella el más sagrado y glorioso de los nombres. La llamó Eva, o sea, la Madre de Todos. No le dio el título de esposa, sino simplemente madre, madre de todas las cria­turas vivientes. En esto consiste la gloria y el ornamento más precioso de la mujer.»

Ser lo que Dios intentó que fueseis las mujeres depende de la manera en que penséis, creáis, viváis, os vistáis y os comportéis como verdaderos ejemplos de las mujeres Santos de los Últimos Días, ejemplos de aquello para lo cual fuisteis creadas y hechas. Ser de este modo merece el más profundo respeto de vuestro es­poso. Toda mujer verdaderamente pura debe sentir una justa indigna­ción al ver en fotografías, en la pantalla y en las canciones una exhibición vulgar de la mujer, como algo que es apenas poco más que un símbolo sexual.

Muchas de vosotras habéis leído la justa defensa del lugar de la mujer en el mundo expresada por otra mujer, Jill Jackson Miller, de California. Bajo el título «Carta abierta a los hombres», escribe:

«Soy una mujer; soy tu esposa, tu novia, tu madre, tu hija, tu hermana… tu amiga.

«¡Necesito tu ayuda!

«Fui creada para darle al mundo dulzura, comprensión, serenidad, belleza y amor.

«Cada vez se me hace más difícil cumplir mi propósito.

«Muchas personas del mundo propagandístico, las películas, la televisión y la radio han ignorado mis cualidades internas y repetida­mente me han usado solamente como un símbolo sexual.

«Esto me humilla; destruye mi dignidad; me impide ser lo que tú quieres que sea: un ejemplo de belleza, inspiración y amor; amor por mis hijos, amor por mi esposo, amor por mi Dios y mi Patria.

«Necesito tu ayuda para volver a colocarme en mi verdadera posi­ción, y permitirme cumplir el propósito para el cual fui creada.

«Oh, hombre, sé que encon­trarás la manera.»

Eso, yo creo, es la súplica que se encuentra en el corazón de toda verdadera mujer en la actualidad. Parece claramente establecido que seguir las extremistas modas ac­tuales, es darle crédito a los es­fuerzos de algunas personas que harían caer a la humanidad del pedestal en el cual se encuentra en el plan divino del Creador. La mujer que se viste demasiado exagerada o inmodestamente, es muchas veces la representación de una persona que de esta manera está tratando de captar la aten­ción del sexo opuesto cuando, en su opinión, sus adornos naturales no son suficientes. Dios se com­padezca de cualquier mujer que trate de llamar la atención. Se dice que cuando la mujer adopta el modo de vestir del hombre, cuando los hombres adoptan las tendencias de las mujeres y éstas se vuelven hombrunas en sus deseos, se fomenta la ola de la perversión sexual.

Si una mujer preserva y man­tiene adecuadamente la identidad que le fue dada por Dios, puede, cautivar y poseer el amor verda­dero de su esposo y la admiración de aquellos que admiran su condi­ción de mujer natural, pura y bella. Entonces, lo que os digo primeramente a todas, hermanas, es que seáis lo que Dios quiere que seáis, verdaderas mujeres.

Esta mañana me senté con al­gunos de los hermanos que se encuentran entre nuestros líderes más prominentes. Uno de ellos dijo que recientemente había reci­bido peticiones de dos hermanas, en diferentes ocasiones, en las cuales le suplicaban que Les diera una bendición especial a fin de que pudieran tener hijos; al interrogarlas se enteró de que después de haberse casado habían rehusado tener hijos, y ahora, cuando los desean, por alguna razón no pueden tenerlos.

Otro hermano dijo: «Eso me hace recordar nuestra propia ex­periencia. Nos casamos muy jóvenes y tuvimos cinco hijos antes de que mi esposa cumpliera los veintiocho años. Entonces ocurrió algo, y no nos fue posible tener más hijos.» Luego continuó: «Sí hubiésemos demorado en for­mar nuestra familia hasta después que yo terminara mis estudios, que habría sido aproximadamente en ese tiempo, probablemente no hubiéramos tenido hijos propios.»

Cuando me pongo a pensar en aquellas personas que entran en el santo matrimonio de acuer­do con el mandato del Señor, reciben los mandamientos divinos de multiplicar y henchir la tierra, y luego, por causa de sus propios designios, fallan en observar el mandamiento, se me ocurre que más tarde o cuando estén listos para tener hijos, el Señor quizás piense: «Tal vez éste sea el mo­mento en que tengan que meditar un poco a fin de que vuelvan a la realidad y descubran el propó­sito para el cual han sido puestos sobre la tierra.»

Aunque parezca raro, actual­mente la mitad del mundo está tratando de evitar la vida y la otra mitad está tratando de pro­longarla. ¿Habéis pensado alguna vez en esto? Hermanos, ¿en qué punto de este panorama nos en­contramos? Cuando tratamos de engañar a la naturaleza nos en­contramos en dificultades, porque hay ciertas cosas que una mujer hace que son naturales en el orden divino de las cosas. Ser esposa, una verdadera compañera para vuestro esposo, es una de vuestras más grandes responsabilidades.

Alguien expresó una profunda verdad cuando dijo: «Ningún hombre puede vivir piadosamente, o morir justamente sin una esposa .» Aun Dios mismo dijo: «No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él» (Génesis 2:16). Las palabras del apóstol Pablo tienen un significado más amplio que lo que algunos han interpretado, cuando declaró: «Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón» (1 Corintios 11:11). Estaba enseñando la gran verdad de que únicamente en el santo matrimonio por tiempo y eternidad, en el nuevo y sempiterno con­venio, pueden el hombre y la mujer obtener el privilegio más alto en el mundo celestial; pero del mismo modo podría haber estado recalcando la gran necesi­dad que tienen los cónyuges del uno por el otro en este mundo.

Al definir la relación de una esposa con su marido, el falle­cido presidente George Albert Smith2 lo expresó de la siguiente manera: «Al mostrar esta relación por medio de una representación simbólica, Dios no dijo que la mujer habría de ser formada de un hueso de la cabeza del hom­bre a fin de que lo gobernara, ni de un hueso de los pies para ser pisoteada por él, sino de uno de su costado a fin de simbolizar que habría de permanecer a Su lado, para ser su compañera, su semejante y su ayuda idónea durante toda su vida juntos.»

Temo que algunos esposos han interpretado erróneamente la de­claración de que el marido debe ser la cabeza del hogar y que la mujer ha de obedecer la ley de su esposo. La instrucción de Brigham Young para los esposos es ésta: «Aprenda el esposo y padre a someter su voluntad a la voluntad de su Dios, y luego instruya a sus esposas e hijos en esta lección de autodominio por medio de su ejemplo, así como también por su precepto» (Discourses of Brigham Young, páginas 306-307).

Esta es solamente otra manera de decir que la esposa debe obedecer la ley de su esposo únicamente cuando éste obedezca las leyes de Dios; ninguna mujer ha de seguir a su marido en deso­bediencia a los mandamientos del Señor.

Fue una persona con un pro­fundo conocimiento de la vida de casados quien dijo que la buena esposa manda a su compañero en cualquier asunto al obedecerlo constantemente. Os lo digo, her­manas, para que lo apliquéis sabia­mente en vuestro matrimonio. «La buena esposa manda a su esposo en cualquier asunto al obedecerlo constantemente.»

Pero todavía tenemos «las joyas no reclamadas» que aún no han tenido una oferta aceptable de matrimonio, o si están casadas, no han podido tener hijos, y se preguntan sobre las doctrinas de las que acabo de hablar. El presi­dente Young les hizo una pro­mesa cuyo cumplimiento lo pro­porciona el plan de salvación. Dijo: «Muchas de las hermanas se lamentan porque no son ben­decidas con hijos; veréis el tiempo cuando tendréis millones de hijos a vuestro alrededor. Si sois fieles a vuestros convenios, seréis madres de naciones» (Discourses, página 310).

En muchas ocasiones les he dicho a las jóvenes parejas en el altar: nunca permitáis que los tiernos momentos íntimos de vuestra vida de casados lleguen a ser bestiales. Que vuestros pensa­mientos tengan el brillo del sol; que vuestras palabras sean limpias y vuestra relación inspiradora y edificante, si mantenéis Vivo el espíritu de romance durante vues­tra vida juntos.

En cuanto a las bendiciones de la maternidad, leí esta cita de un artículo escrito por el doctor Henry Link intitulado «Amor, matrimonio e hijos.»

«Estoy convencido de que tener un hijo es la promesa final y más fuerte del amor de una pareja; es un testimonio elocuente de que su matrimonio está completo,  elevándolo desde el nivel del amor egoísta y el placer físico al de la devoción que se centra alrededor de una nueva vida. Con­vierte al sacrificio en su principio guiador en lugar de la compla­cencia. Representa la fe del esposo en su habilidad de proporcionar la seguridad necesaria, y demuestra la confianza de la esposa en que él tiene esa habilidad. El resultado neto es una seguridad espiritual que, más que cualquier otro poder, ayuda a crear también seguridad material.»

Nunca se puede decir ni escri­bir demasiado acerca del papel más importante de la mujer como madre. Se dice que Napoleón3 le preguntó a Madame Campan: «¿Qué se necesita a fin de que la juventud de Francia sea bien educada?» «Buenas madres,» fue su respuesta. El emperador quedó sumamente impresionado con esta respuesta. «He aquí», dijo, «un sistema en una palabra: madre.”

Henry Ward Beecher4, escribió: «El corazón de la madre es el aula del niño.» Creo en esto con todo mi corazón.

Repetidamente les he dicho a nuestros líderes del sacerdocio que lo más importante de la obra del Señor que podáis llevar a cabo será dentro de las paredes de vuestro propio hogar.

Con el correr de los años he preguntado a las madres de familias grandes—familias ex­celentes— ¿Qué hicieron para que su familia fuera buena? Y recuer­do el punto primordial que recalcó una de estas madres: «Siempre estaba yo en casa durante los años de crecimiento de los niños.» Y otra me dijo: «»Nos afanamos mu­cho con nuestro primer hijo; entonces los otros tomaron eso como modeló.» Por mi experien­cia, yo no dejaría de hacerlo des­pués del primer hijo; creo que os aconsejaría que hicierais más que eso, pero a fin de seguir ese con­sejo tiene que decirse mucho.

Otro ejemplo de la verdadera condición de la mujer me fue relatado por una hermana que reside en una de las estacas del estado de Idaho. La crítica que les hice había sido un tanto severa cuando descubrí que estaban llamando a los padres a servir en organizaciones que requerían que ambos estuvieran fuera de su casa al mismo tiempo. Supongo que les hablé un tanto enérgica­mente. Uno de los consejeros se enfadó e hizo el comentario de que renunciarían después de esa clase de palabras, de modo que pensé que debería arrepentirme. En la sesión de la tarde me senté junto a la presidenta de la Socie­dad de Socorro de la Estaca, y dije: «Me dicen que tiene nueve hijos; ¿podría dedicar unos cuan­tos minutos a decirnos cómo ha podido criar una buena familia, y ser todavía trabajadora activa en la Iglesia, presidiendo por lo general en organizaciones durante toda su vida de casada?» No tenía yo ni la menor idea de lo que ella diría, pero rogué que pudiera decir lo que yo quería.

«Bien, en primer lugar, seguí el consejo y el ejemplo de mi santa madre. Crié a mis hijos de la misma manera que mi madre nos crió.» Meditad en esto. Hoy día, la buena maternidad liga los años y las eternidades. Si habéis efec­tuado una buena tarea en vuestro hogar, en los años venideros vues­tros hijos tratarán de emular vuestro ejemplo.

Después dijo: «Me casé con un magnífico compañero. Siempre que se nos pedía que sirviéramos en un puesto en la Iglesia, nos sen­tábamos juntos y decidíamos que ambos seríamos activos en la Iglesia si nos asignaban a organiza­ciones que me permitieran estar en casa con nuestros hijos cuando él se encontraba en sus reuniones, y viceversa.» Entonces declaró que lo habían hecho de esa ma­nera durante los años de creci­miento de sus hijos. Y por último agregó: «Tengo un firme testi­monio de la misión divina del Señor y Salvador Jesucristo.»

Os menciono estas cosas como ejemplos de una maravillosa ma­ternidad. Meditadlas. Grandiosos ejemplos de maternidad, compa­ñeros que cooperan plenamente en la crianza de sus hijos, y el testimonio de la misión divina del Señor y Salvador Jesucristo. Arraiga a la familia en las cosas que tienen que decirse y efec­tuarse, mientras los hijos están creciendo y queremos salvarlos.

Hermanas, quiero deciros algo sobre un tema un tanto delicado. Pese a que las circunstancias obligan a las madres a trabajar por la insuficiencia del salario de sus esposos o porque hayan que­dado solas al enviudar, no deben descuidar la atención y los deberes en el hogar, particularmente en lo que concierne a la educación de los hijos. Me temo que hoy día las mujeres son víctimas de la velocidad del vivir moderno. Sólo edificando su intuición mater­nal y esa maravillosa intimidad con sus hijos, es que son capaces de estar «en sintonía» con ellos y detectar las primeras señales de dificultad, de peligro y aflic­ción, que si se descubren a tiem­po, los salvará del desastre.

Esa responsabilidad de la pater­nidad como una de las más im­portantes, nos fue recalcada pro­fundamente por nuestro gran líder, el fallecido presidente J. Reuben Clark, hijo, en un discurso que pronunció hace algunos años. Esto es lo que dijo al respecto:

«Este trabajo de instrucción es principalmente para el hogar, edificado por un padre y una ma­dre unidos por un convenio celes­tial, dirigido por un hombre justo que posee el Santo Sacerdocio del Hijo de Dios. Es indispensable que ese hogar sea una casa de oración, observe los mandamien­tos de Dios, mantenga una pureza sexual inmaculada, y esté lleno de felicidad; un hogar donde se obe­dezca la ley, tanto civil como eclesiástica, en todas las cosas grandes y pequeñas; un hogar de caridad, paciencia, longanimidad, cortesía, lealtad y devoción a la familia, donde predomine la es­piritualidad; un hogar de testi­monios ardientes y un gran cono­cimiento del evangelio.

«Cada uno de nosotros debe hacer esto para nuestros hijos, a fin de que escapemos de la con­denación y prestemos el servicio que se requiere, logrando el des­tino que se ha preparado para nosotros.»

Si una mujer viuda tiene que trabajar, debe acudir al obispo y a la presidenta de la Sociedad de Socorro. Las hermanas de la Socie­dad de Socorro deben permanecer cerca de esa casa y asegurarse de que cuando la madre no está allí, existan igual esos elementos esen­ciales que protegen su hogar y cuidan a sus pequeños. Quizás llegue el momento siendo sus hi­jos todavía pequeños, en que pueda disponer de suficiente ayuda ma­terial a fin de no tener que de­jarlos. Recordad, ésta es una época en que debemos pensar primera­mente en el bienestar de los hijos en el hogar.

El año pasado, un prominente orador dijo lo siguiente durante una cena en un club local: «La nación ha afrontado erróneamente muchos problemas. Tratamos con el delincuente después que se ha convertido en delincuente; con el adicto a las drogas después que es un adicto; con el criminal des­pués que ha cometido el crimen. Olvidamos que debemos trabajar con nuestros jóvenes antes de que surjan estos problemas. No existe un substituto para la familia; ahí es donde los hijos crecen, donde se forman sus hábitos, donde reci­ben la fortaleza para hacerle frente al mundo. La persona que está en contra ‘del establecimiento’ está desahogando sus problemas en la comunidad porque no tiene ninguna comunicación con sus padres.» Este hombre, que era un prominente oficial portorriqueño, concluyó diciendo: «El día que pasemos por alto a la familia como la unidad básica, nos veremos en problemas. En la familia típica hay un tiempo limitado entre el padre y el hijo; este tiempo debe pasarse en actividades de las que ambos disfruten.»

¿Cuántas veces hemos repetido esta misma cosa en los últimos cincuenta años? Ahora la recal­camos en el gran programa que llamamos noche de hogar. Debe­mos estar eternamente agradeci­dos porque, por medio de canales inspirados, se nos ha dado la noche de hogar para nuestras familias, así como el programa de orientación familiar, mediante el cual nuestros hermanos del sacer­docio tienen órdenes de alentar a aquellas familias que no efec­túen la noche de hogar a fin de que perseveren hasta poder ha­cerlo.

Ayer al pasar por el vestíbulo principal del edificio de las Ofi­cinas de la Iglesia, me encontré con una mujer rodeada de algunos niños. Al saludarnos, dijo: «Me uní a la Iglesia hace apenas unos meses.» Le pregunté por su es­poso. «No,» contestó, «estoy sola con mis ocho hijos.» Y le dije: «No se sienta sola porque su es­poso no está con usted. Mantén­gase en contacto con los maestros orientadores y con el obispo,» Con una sonrisa me contestó: «Hermano Lee, tengo los mejores maestros orientadores que podría tener, y nadie tiene un obispo mejor que el nuestro. Están ve­lando por nosotros; tenemos a alguien que nos protege, un posee­dor del sacerdocio en nuestra vida.»

Recientemente fui invitado a comer a una casa donde el marido había estado sin su esposa por trece años. Después que la madre falleció, los hijos mayores tomaron su lugar. Le pregunté cómo había podido arreglárselas sin la ayuda de su esposa. Me condujo hasta la ventana y señaló hacia afuera. «¿Ve ese edificio? No hubiera podido hacerlo sin la Iglesia. Gracias a Dios por los pro­gramas por medio de los cuales la Iglesia ayuda al hogar a cuidar de sus hijos.»

Las esposas deben hacer un es­fuerzo para asegurarse de que sus maridos no descuiden a la familia; se requiere preparación. El otro día recorté algo, o mejor dicho mí esposa, Joan, me lo mostró; son las palabras de la princesa Grace de Mónaco, que aparecieron en una revista na­cional. Podría haber sido una presidenta de la Sociedad de Socorro la que escribió esto; he aquí lo que dijo: «Soy como cual­quier otra persona que trata de mantener unida a su familia. Debo pelear, y duramente, por el tiempo que puedo disponer para mis hi­jos. Mi esposo y yo pasamos cada momento libre que tenemos con nuestros hijos, en un esfuerzo por compartir nuestra vida con ellos. Y cuando no hay ningún momento libre, lucho para encon­trarlos.»

A un juez se le hizo la pre­gunta: «¿Cuál es la mejor cura para la delincuencia juvenil?» y este juez contestó: «Mantened al padre a la cabeza de la familia.» Aseguraos de que el padre tome su lugar como cabeza de la fami­lia. Dos de los hermanos del Con­sejo de los Doce, siendo yo uno de ellos, fuimos enviados a una de las estacas donde la esposa de una de nuestras autoridades presidentes necesitaba ayuda; el matrimonio estaba a punto de di­vorciarse. Cuando tratamos de razonar con ella, dijo que había sido poco más que una empleada en su casa, que él había usado sus negocios y su trabajo en la Iglesia como excusa para ausen­tarse. Ya fuese esto cierto o no, ella se había amargado, yendo a caer en brazos de un hombre ruin que le robó a este esposo el afecto de su mujer.

Recientemente, otra mujer se quejaba de que tenía hambre de poder gozar de un poco de socia­bilidad y de que su esposo com­partiera algo de tiempo con ella y sus hijos. No permitáis que vuestros esposos hagan eso; si es necesario, luchad por la opor­tunidad a fin de que vosotros dos y vuestros hijos puedan pasar un tiempo juntos.

A otro asunto de importancia le llamamos servicio caritativo. Mi tía, Janet McMurrin, me con­tó esta interesante anécdota. Era ella viuda y vivía con su hija; una mañana, ésta se le acercó y le dijo: «Madre, no tenemos nada que comer en la casa. Como tú sabes, mi esposo ha estado sin trabajo. Lo lamento, madre.»

La tía Janet entonces se vistió e hizo sus quehaceres en la casa; luego cerrando la puerta de su habitación se arrodilló y dijo: «Padre Celestial, toda mi vida he tratado de obedecer los manda­mientos; he pagado mis diezmos; he prestado servicio en la Iglesia. Y hoy no tenemos comida en casa. Padre, ablanda el corazón de al­guien a fin de que no pasemos hambre.» Después continuó sus quehaceres con un sentimiento de alegría, sabiendo que todo se solucionaría.

A las pocas horas, alguien llamó a la puerta, y era una niñita vecina que les llevaba comida. Tratando de contener las lágri­mas, la viuda condujo a la niña hasta la cocina, y le dijo: «Ponía aquí, y dile a tu madre que esto vino hoy como una respuesta a nuestras oraciones, pues no teníamos nada que comer.»

La pequeña volvió a su casa llevando aquel mensaje, y al mo­mento regresó con una carga aún más grande de alimentos. Al poner las bolsas sobre la mesa de la cocina, preguntó: «¿Vine esta vez como una respuesta a sus oraciones?»

Mi tía le contestó: «No, querida, esta vez viniste como cumpli­miento de una promesa. Hace cincuenta años, cuando tu abuela estaba esperando un bebé, no tenía nada que comer y se en­contraba sumamente débil. Yo era una niña y le llevé comida a su casa a fin de que pudiera reco­brar la fuerza y traer a su bebé— tu madre—al mundo.» Luego dijo: «El Señor dijo: ‘Echa tu pan so­bre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.’ Esta vez tú me has traído la comida que yo le llevé a tu abuela, para que tu madre pudiera venir al mundo.» Servicio caritativo.

Hablando acerca del servicio, el gran rey Benjamín dijo: «. . . a todos vosotros que rehusáis al mendigo porque no tenéis; qui­siera que dijeseis en vuestros corazones: No doy porque no tengo, mas si tuviera, daría.

«Si decís esto en vuestros cora­zones, quedáis sin culpa; de otro modo, sois condenados; y vues­tra condenación es justa, pues codiciáis lo que no habéis reci­bido» (Mosíah 4:24-25).

El Señor nos juzga no sola­mente por las cosas que hacemos sino por la intención de nuestro corazón. El profeta José Smith vio en una visión a su padre, su madre y su hermano Alvin en el reino celestial, y se maravilló: ¿Cómo podría alguien estar en el reino celestial no habiendo sido bautizado, y habiendo muer­to antes de que la Iglesia fuese organizada? Y el Señor dijo: ‘To­dos los que han muerto sin el conocimiento de este evangelio, pero que lo habrían recibido si se les hubiese permitido quedar, serán herederos del reino celes­tial de Dios» (Enseñanzas del profeta José Smith, página 125). Por tanto, aquellas de vosotras a quienes les han sido negadas las bendiciones del casamiento o la maternidad en esta vida, —que íntimamente saben que si hu­bieran podido hacerlo lo habrían hecho, o darían si tuvieran, pero no pueden dar porque no tienen —el Señor os bendecirá como si lo hubieseis hecho, y el mundo venidero compensará a las que desean en su corazón las cosas justas que no pudieron hacer por motivos ajenos a su voluntad.

El arma más poderosa que tenemos en contra de la iniqui­dad que existe en el mundo actual, no obstante lo que sea, es un testi­monio firme del Señor y Salvador, Jesucristo. Instruid a vuestros pequeños mientras están sobre vuestras rodillas, y llegarán a ser fuertes; quizás puedan desviarse, pero vuestro amor y fe los res­catarán. Recordad, parafraseando lo que el presidente McKay dijo: «Ningún éxito compensará el fra­caso en el hogar.» Recordad también que ningún hogar es un fracaso mientras sus miembros no se den por vencidos. Si un joven adolescente es incorregible, no os deis por vencidos; mantened lleno el conducto de la fe y el amor y recuperadlo de esa manera. Todos somos hijos del Señor, y El no se da por vencido.

Que el Señor nos ayude a ha­cerlo para la salvación y bendición de todos los hijos de nuestro Pa­dre, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Lutero Martín (1483-1546) monje alemán, uno de los fundadores del protestantismo.
  2. Smith, George Albert (1870-1951) Presidente de la Iglesia, (1945-1951).
  3. Napoleón (1769-1821) Emperador de los franceses 1804 a 1815.
  4. Be eche r, Henry Ward (1813-1887) Clérigo protestante norteamericano; editor.
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