El Sacerdocio Aarónico,
un fundamento seguro
por el obispo Victor L. Brown.
Obispo Presidente
Discurso pronunciado en la Conferencia General, el 9 de abril de 1972
Cómo el servicio en el Sacerdocio Aarónico puede preparar a los jóvenes para una mayor responsabilidad
Mis queridos hermanos: Mi espíritu está subyugado y mi corazón rebosante al estar esta noche ante este gran grupo del sacerdocio y, al contemplar las responsabilidades que han sido puestas sobre mis hombros, me doy cuenta de que hay miles y miles en otras reuniones por toda la Iglesia.
Después de recibir mi llamamiento el otro día, el presidente Lee me preguntó si estaba asombrado. Tuve dificultad en contestarle. «Asombrado» era una expresión muy moderada; podría decir que los asombros subsiguientes han sido mucho más severos que el original. No obstante, tengo fe y miro con gran expectativa y entusiasmo hacia lo futuro.
Lo hago porque sé que Dios vive; sé que su Hijo, Jesucristo, el Salvador de la humanidad, es la cabeza de esta Iglesia y que está dirigiendo activamente los asuntos de ésta, su Iglesia en la actualidad, a través de su Profeta, el presidente José Fielding Smith, que acaba de darnos su testimonio en una manera tan poderosa acerca de su llamamiento y del mío.
También sé que he sido llamado por el Señor mediante sus profetas, como lo anunció el presidente Smith, y que si me arrepiento de mis pecados, El me bendecirá y fortalecerá para las tareas futuras. Si no supiera que estas cosas son verídicas, no tendría el valor ni la temeridad de aceptar tal llamamiento. Aún teniendo este conocimiento, es temible tener que asumir un puesto tan sagrado.
Los últimos diez años y medio bajo la dirección de un gran líder, el obispo John H. Vandenberg, han sido verdaderamente maravillosos. Estuve asociado con él como miembro de la presidencia de estaca cuando servía yo como obispo del Barrio Cuarto de Denver, como consejero en la presidencia de la Estaca de Denver, Colorado, y ahora por más de diez años como uno de sus consejeros en el Obispado Presidente. Quiero que él y vosotros sepáis que lo quiero y estimo; es un hombre de gran habilidad, y estoy profundamente agradecido por haber tenido el privilegio de ser su consejero.
El obispo Simpson, como primer consejero en el Obispado Presidente, ha hecho una gran contribución a la Iglesia, como queda manifestado por el amor que las personas sienten por él; es un hombre sin engaño.
Y ahora estoy profundamente agradecido a dos maravillosos sumos sacerdotes, por su dedicación y total devoción al Señor, lo cual los impulsó a responder al llamamiento de integrar el Obispado Presidente como mis consejeros.
Al afrontar la tarea de seleccionar consejeros, busqué la inspiración del Señor en oración. Revisé cientos de nombres de hermanos dignos, cualquiera de los cuales podría haber sido llamado; los dos que fueron seleccionados fueron los que el Señor deseaba. Presenciasteis la confirmación de esta verdad al escuchar sus testimonios en la primera sesión de esta conferencia.
Reconocemos nuestra dependencia de nuestro Padre Celestial al asumir la responsabilidad como vuestro Obispado Presidente. Tenemos tan solamente un deseo, y es el de llevar a cabo la obra del Señor a su propia manera y en su propio tiempo, porque reconocemos ‘que ésta es su Iglesia. Nosotros somos sus siervos llamados para ayudar a realizar su propósito, el cual es «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).
El Obispado Presidente funciona bajo la supervisión y dirección de la Primera Presidencia, que constituye la Presidencia de todo el sacerdocio en todo el mundo. Bajo su dirección y mediante su delegación, el Obispado Presidente preside como Presidencia del Sacerdocio Aarónico sobre la faz de la tierra.
El Sacerdocio Aarónico es el sacerdocio menor; es el sacerdocio que prepara a sus poseedores para el Sacerdocio de Melquisedec o mayor. Por lo tanto, la responsabilidad del Obispado Presidente es apoyar y sostener a la presidencia del Sacerdocio de Melquisedec, ayudando en la preparación y habilitación de los jóvenes para recibir este último.
En cuanto a esto, apoyamos el inspirado programa de futuros élderes que se acaba de instalar. Hay miles de miembros maravillosos de la Iglesia que poseen el Sacerdocio Aarónico o que no han sido ordenados, y cuyo bienestar espiritual se ha asignado ahora a las presidencias de los quórumes de élderes de la Iglesia. Este programa es, y se convertirá aún más en una gran bendición para estos hermanos.
Al meditar en la responsabilidad que he recibido como Presidente del Sacerdocio Aarónico, recuerdo algunos de los sentimientos de mi niñez. Me siento humilde por las muchas bendiciones que el Señor me ha otorgado a través de este sacerdocio.
Recuerdo con cierta claridad la emoción de repartir la Santa Cena cuando era diácono en el Barrio Segundo de Cardston, Estaca de Alberta, en Canadá. Esa misma emoción se reaviva cada vez que soy invitado para repartir el sacramento a las Autoridades Generales en nuestra reunión mensual en el Templo de Salt Lake.
Recuerdo que lo consideraba un gran honor participar en un servicio tan sagrado. Recuerdo vívidamente que mis padres me enseñaron que mis manos y mi corazón debían estar limpios y puros a fin de poder ser digno de participar en esta ordenanza.
La más sublime de todas las lecciones fue el ejemplo que me dieron mis padres. Después le siguió el ejemplo de mi asesor del quorum de diáconos, que era también mi maestro scout; el hermano Ben Wood fue el ejemplo de lo que deben ser los directores de jóvenes. Cada joven que estuvo bajo su dirección sintió su gran amor; su influencia no se limitaba únicamente al domingo por la mañana o al martes por la noche; se podía sentir durante toda la semana. Siempre estaré agradecido a mi asesor de diáconos por las lecciones de la vida que me enseñó cuando era yo un diácono de doce años, lecciones que me han ayudado desde aquel entonces hasta la actualidad.
Muchos jóvenes por todo el mundo están pasando hoy día por experiencias similares a las que yo tuve cuando era un muchacho de doce años. Todos vosotros, ya sea que tengáis doce años o seáis mayores, tenéis la oportunidad de experimentar estas cosas maravillosas.
El fundamento sobre el cual comienza cada joven es un reconocimiento de que él es verdaderamente un hijo de Dios, con algo de lo divino en su alma. Todos los hombres son hijos de Dios, pero vosotros tenéis algo más; tenéis la autoridad de actuar en su Nombre. Esto os diferencia del resto del mundo; no os hace automáticamente mejores que otros, sino que os brinda la responsabilidad de vivir una vida mejor que los demás.
A causa de que sabéis que sois hijos de Dios y tenéis su sacerdocio, se espera más de vosotros que de aquellos que no poseen esta gran bendición.
Me he sentido emocionado al conocer jóvenes poseedores del Sacerdocio Aarónico por toda la Iglesia, que tienen un conocimiento de la gran bendición y honor que poseen por virtud de este Sacerdocio, y que consiguientemente han empezado a edificar su vida en un fundamento seguro.
Recientemente visité la Estaca de Pago Pago en la Samoa Americana. El hermano Peters, presidente de la estaca, me invitó para acompañarlo a una de las reuniones sacramentales de un barrio. Llegamos inesperadamente, de modo que no se habían hecho arreglos especiales.
Era un día caliente y húmedo; al acercarnos a la humilde capilla de una sola habitación sin aire acondicionado, sugerí que quizás fuera apropiado quitarnos el saco; inmediatamente el presidente Peters me dijo que en el servicio sacramental en su estaca siempre usaban saco, no obstante cuál fuese la temperatura, como una manera de mostrarle al Señor que no solamente lo adoran sino que también lo honran vistiéndose de la mejor manera posible.
Al tomar mi lugar en el estrado, vi a los presbíteros y diáconos en la mesa de la Santa Cena; cada uno llevaba camisa, corbata y saco, pese al calor y la humedad.
Como sabéis, la vestimenta normal de los habitantes de las islas es muy informal, pero ante los ojos de esos maravillosos directores samoanos y sus jóvenes del Sacerdocio Aarónico, participar en el sagrado servicio sacramental
no es una experiencia informal; es un deber sagrado. Piensan que su apariencia ayuda a mostrar el respeto y la reverencia que tienen por el Señor; nunca olvidaré su influencia de reverencia en esa reunión. Ciertamente, su conocimiento de su parentesco con nuestro Padre Celestial es un paso importante en magnificar su sacerdocio.
Un día hace varios años, asistí a las competencias finales de un concurso de escrituras del Sacerdocio Aarónico, en Sao Paulo, Brasil. Eran las competencias finales de un concurso de toda la misión, efectuado bajo la dirección del presidente Wayne Beck. Sentados en el estrado como jueces estaban los consejeros de distrito; y reunidos en pequeños grupos por toda la capilla estaban los concursantes. Al ser llamados por los jueces, se les desafiaba a repetir de memoria pasajes de escrituras, seleccionados al azar por los jueces, y luego explicar el significado de cada uno.
Observé entre estos equipos de jóvenes del Sacerdocio Aarónico tanto entusiasmo y emoción como el que uno normalmente presencia en un juego de básquetbol o fútbol. Por razón de ubicación, no fue tan expresivo, pero fue igual de intenso. Para ellos era divertido hacer que las Escrituras fuesen parte de sí mismos.
Después de una reunión con algunos de nuestros soldados en Da Nang, Vietnam del Sur, un hombre, vestido con uniforme de guerra, se me acercó para pedirme que escribiera una carta a sus padres, que no eran miembros, para explicarles el gran honor que él había experimentado ese día. Dijo que ellos no sabían nada de la
Iglesia y me dijo: «Obispo Brown, ¿podría decirles el gran honor que fue para mí ser ordenado hoy presbítero en el Sacerdocio Aarónico?»
Hace algún tiempo un joven apuesto me dijo: «No es fácil ser judío y mormón,» Cuando este joven fue bautizado, sus padres estaban tan disgustados que efectuaron un servicio fúnebre formal; por lo que a ellos respecta, su hijo está muerto.
Cuán importante es que todos los jóvenes del Sacerdocio Aarónico reconozcan su responsabilidad como poseedores del sacerdocio y, como el presidente McKay solía decir, actúen de acuerdo.
Y ahora una palabra dirigida a los padres, los obispos y otros directores del Sacerdocio Aarónico, con énfasis dirigido a los padres. Con un sentimiento de hermandad y amor, nosotros, el Obispado Presidente, nos unimos a vosotros en las grandes causas de la juventud. Nunca ha habido una mejor generación de jóvenes.
Tengo la convicción de que los espíritus de esta generación fueron retenidos por el Señor para venir en este tiempo a causa de que son espíritus especiales. Y no obstante, el mundo al cual han venido está lleno de maldad y tentación. Satanás está trabajando con sus ejércitos; nosotros que hemos sido llamados para dirigir a la juventud— en el hogar y en la Iglesia—tenemos una sagrada responsabilidad para con ellos.
Concerniente al hogar, el Señor ha dicho en Doctrinas y Convenios:
«Y además, si hubiere en Sión, o en cualquiera de sus estacas organizadas, padres que tuvieren hijos, y no les enseñaren a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos cuando éstos tuvieren ocho años de edad, el pecado recaerá sobre las cabezas de los padres.
«Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor» (D. y C. 68:25-28).
La responsabilidad primordial recae sobre los padres; la posición de la Iglesia es ayudar a los padres y a la familia, no reemplazarlos.
Obispos, vosotros sois los presidentes de los quórumes de Presbíteros, y con vuestros consejeros sois la presidencia del Sacerdocio Aarónico en vuestros barrios. Estos jóvenes necesitan vuestra dirección; necesitan vuestra atención, porque tenéis un llamamiento especial con una bendición especial: tenéis el poder del discernimiento; sois jueces comunes en Israel.
Para muchos podéis llegar a ser salvadores en el Monte de Sión si os tomáis el tiempo para participar con estos jóvenes y aseguraros de que ellos participen con vosotros. Junto con los demás líderes de los barrios y ramas, vosotros sois los que hacéis la diferencia.
Deseamos que sepáis acerca de nuestro amor y apoyo para vosotros; le damos gracias al Señor por cada uno de vosotros y rogamos las bendiciones de nuestro Padre Celestial sobre todos nosotros para que, a través de nuestra dirección unida y dedicada, podamos ayudar a todo joven en esta Iglesia a honrar su sacerdocio para que no se pierda ninguno de estos hijos preciosos de Dios. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























