Conferencia General Abril 1972
¿De dónde proviene nuestra paz?
por el élder John H. Vandenberg
Ayudante del Consejo de los Doce
La verdadera paz de Cristo se distingue de la paz falsa del mundo
Esta mañana mientras llegaba al Tabernáculo, uno de los hermanos se acercó y me dijo: «Obispo, estoy deseoso de oír su discurso esta tarde.» Y luego agregó: «Usted es el último.»
Supongo que se refería a que esta gran conferencia nos ha traído tantas cosas, tantas cosas buenas: los testimonios de los profetas, videntes y reveladores, nuevos cambios y los testimonios de los hermanos de que Dios vive y que Jesús es el Cristo . . . hasta el grado de que nuestra copa está rebosando.
Qué gran bendición es marcar una meta y trabajar diligentemente para lograrla. En esta última década he tenido el privilegio de trabajar con dos hombres maravillosos; habéis visto las buenas obras y escuchado las buenas palabras del élder Robert L. Simpson y el obispo Víctor L. Brown. Esta no es una despedida, pero siempre atesoraré la experiencia que he tenido al trabajar con estos dos hombres maravillosos de Dios. Dios los bendiga, y Dios bendiga a la Iglesia por su servicio.
Sé que somos dirigidos por revelación que recibimos por medio del Profeta de Dios, José Fielding Smith. He reflexionado considerablemente en esto, porque sé que él es un Profeta y que sus consejeros sirven a Dios al trabajar con el presidente Smith.
Al meditar sobre lo que podría decir en esta conferencia, no sabía que se aproximaba este cambio en mi asignación. Recientemente me encontraba en Hawaii, y una niña hawaiana se acercó a saludarnos con los brazos abiertos y levantando dos dedos de cada mano. Le pregunté qué significaba la señal, y con una grata sonrisa respondió inmediatamente: «Paz.»
Al viajar por las carreteras, frecuentemente vemos pasar automóviles en los cuales observamos que sus jóvenes ocupantes exhiben la misma clase de señal por las ventanas. Vemos la palabra paz inscrita en las paredes, las cercas, las aceras y, en ocasiones, en colores sicodélicos en los vehículos.
Nos maravillamos por el interés de la generación actual en la paz. ¿Es diferente del de generaciones pasadas? ¿Qué queremos decir por medio de esta expresión de la paz? ¿Es una moda pasajera, o existe una profunda determinación por su logro?
El Maestro colocó la paz en dos categorías. Recordaréis las palabras que dirigió a sus discípulos durante los días antes de la crucifixión. Les había amonestado a guardar sus mandamientos y les había prometido enviarles otro Consolador, el Espíritu de Verdad, que es el Espíritu Santo, que les enseñaría todas las cosas y les recordaría todo lo que El les había dicho. Entonces dijo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.» (Véase Juan 74:15-27.)
¿Qué quiso decir el Salvador cuando dijo «no os la doy como el mundo la da»? ¿Qué clase de paz ofrece el mundo?
Cierto es que muchos están buscando la paz en el mundo; sin embargo, en su búsqueda, algunos siguen senderos que únicamente pueden llevar en la dirección opuesta: senderos de avaricia, ambición, envidia, ira y orgullo. Ciertamente el mayor enemigo de la paz es el egoísmo, y con él, el deseo de acumular tesoros en la tierra. Esto trae a nuestra memoria la parábola del Buen Maestro, como se encuentra en el evangelio de Lucas:
«Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.
«Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
«Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.
«También les refirió una parábola diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho.
«Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos?
«Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes;
«y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.
«Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?
«Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios» (Lucas 12:13-21).
¿Cómo podemos ser ricos para con Dios? ¿Se refiere esto a acumular tesoros en los cielos por medio de vivir sus mandamientos: amor a Dios y a nuestro prójimo? Recordar estos objetivos diariamente, ¿no traería a nuestra vida esa paz de la cual habló el Salvador? ¿No somos todos demasiado propensos a amarnos por muchas cosas y olvidar aquellas que son más necesarias?
Henry David Thoreau pensó que era así, ya que en su libro Walden, leemos: «Las masas de hombres viven vidas de silenciosa desesperación . . . La mayoría de los lujos, y muchas de las llamadas comodidades de la vida, no solamente no son indispensables, sino que son estorbos positivos para la elevación de la humanidad.»
Y en forma similar escribió Joshua Liebman en su libro Peace of Mind: «Un hombre quizás tenga un hogar, posesiones y una familia encantadora, y no obstante, todas estas cosas podrán parecerle desagradables porque otros corredores lo han dejado rezagado en la maratón hacia la línea del oro. No es que no posea suficiente para sus necesidades, sino que otros poseen más; es el «más» lo que lo persigue, lo que lo hace despreciarse y disminuir sus verdaderos logros.
«Ha llegado el tiempo en que el hombre debe decirse: ‘Ya no me voy a preocupar de cuánto poder o riqueza posea otro hombre, con tal que pueda obtener suficiente para la dignidad y seguridad de mi familia y yo mismo. Voy a escapar de este círculo vicioso que siempre hace la pregunta de la vida en un grado comparativo: Quién es mayor? ¿Quién es más rico? ¿Quién tiene más? Me estableceré metas propias en vez de usar las de otros. . .»
Creo que esta es una cosa que podemos aprender de la juventud en la actualidad. En muchas casos, ellos han establecido valores más sencillos y han visto a través del valor transitorio de las cosas materiales. Reconocen que la ambición que lleva a los hombres a buscar el poder y el dominio de otros no trae la paz, sino la frustración. Ciertamente la historia está repleta de ejemplos del florecimiento y la caída de hombres ambiciosos, y durante el cese temporario de hostilidades entre las naciones, siempre surge la súplica: «Ahora tendremos paz.» ¿Cuántas guerras han sido llamadas «una guerra para terminar todas las guerras»?
Sin embargo, una enciclopedia muestra que durante el período de 1496 A.C., hasta 1861 D.C., hubo 227 años de paz, comparados con 3.130 años de guerra. La ambición, ya sea privada o colectivamente, ofrece poca esperanza para lograr la paz.
Actualmente tenemos una búsqueda universal de la paz . . . una generación de paz; no obstante, la mayoría de aquellos que descartan la carrera egoísta por el poder, no saben qué hacer para encontrar un modo de vida que la reemplace.
Pero la paz no se puede lograr por medio de señales ni escribiendo palabras en las cercas; debe venir primera y completamente al individuo a través de sus propios esfuerzos en guardar los mandamientos de nuestro Señor y Salvador, ya que Dios hizo a todos los hombres para que gozaran de tal paz.
Así como el ir atolondradamente tras las cosas mundanas no trae la paz, tampoco se adquiere sentándose ociosamente. Como resultado de que nuestras comodidades modernas frecuentemente nos dejan demasiado tiempo, más del que es necesario para sostenernos y sostener a nuestras familias, es imperativo que no gastemos este tiempo ociosamente; ya que hay mucho que debe de llevarse a cabo si hemos de participar de la paz del Señor.
Probablemente no haya manera más rápida de gozar de la paz interior que sirviéndonos el uno al otro. En la historia ha quedado registrado un maravilloso período en que esta paz verdaderamente quitó la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo de los corazones de los hombres; fue poco después de la visita del Salvador al continente americano, después de su muerte y resurrección. Leemos:
«. . . se convirtió al Señor toda la gente . . . y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros,
«Y teman en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos tenían su libertad y participaban del don celestial,
«Y los discípulos de Jesús efectuaban grandes y maravillosas obras, de tal modo que sanaban a los enfermos, resucitaban muertos, hacían andar a los cojos, daban vista a los ciegos y hacían oír a los sordos. . .
«Y el Señor los prosperó grandemente en la tierra. . .
«Y aconteció que el pueblo de Nefi se hizo fuerte, y se multiplicó con gran rapidez, y llegó a ser un pueblo hermoso y deleitable en extremo.
«Y se casaban y se daban en matrimonio, y fueron bendecidos de acuerdo con las muchas promesas del Señor.
«Y ya no se guiaban por las ceremonias y estatutos de la ley de Moisés, sino que observaban los mandamientos que habían recibido de su Señor y su Dios, perseverando en el ayuno y la oración, reuniéndose a menudo tanto para orar como para escuchar la palabra del Señor.
«Y sucedió que cesaron las contiendas entre los habitantes de todo el país; y los discípulos de Jesús hacían grandes milagros.
«Y ocurrió que no había contenciones en el país, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.
«Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.
«No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios.
«¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor ios bendijo en todas sus obras; sí, fueron bendecidos y prosperados hasta que habían transcurrido ciento diez años. Y la primera generación después de Cristo había muerto ya; y no había contiendas en todo el país.
«. . . Nefi, que conservaba estos últimos anales, . . . la llevó ochenta y cuatro años, y todavía reinaba la paz en el país, con excepción de una pequeña parte del pueblo. . .
«Y sucedió que habían transcurrido doscientos años. . .» (4 Nefi 2-3, 5, 7, 10-13, 15-20, 22).
Está fue en verdad una gente afortunada cuya historia se encuentra en el Libro de Mormón, un. libro que cubre casi tres mil años y que revela que únicamente durante aquellos períodos de tiempo en que la gente guardaba los mandamientos de Dios, gozaban de paz, amor, felicidad y prosperidad.
El mayor deseo y esperanza del hombre en la actualidad es encontrar una vida de paz y gozo, progreso y libertad, la cual solamente se puede encontrar en el evangelio de Jesucristo. Sin embargo, paradójicamente, vivimos en un mundo donde la guerra, la destrucción, la contención, la violación de la ley y la inmoralidad nos rodean, y muchos se pierden. Uno de éstos, una jovencita, nos dice cuán afortunada fue en encontrar el verdadero evangelio de Cristo que le mostrara el camino para salir de la confusión en que se encontraba. ¡Y cuánta gratitud expresa a los que se preocuparon para mostrarle el camino!
Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Santos de los Ultimos Días, aceptamos como conocimiento positivo de Dios el hecho de que cada ser humano vivió en un mundo espiritual preexistente como un hijo de Dios, y vino a esta vida mortal para una parte grandiosa y necesaria de la vida eterna. Esta mortalidad nos provee la oportunidad de escoger lo bueno y obtener conocimiento por la fe en el plan revelado de Dios, que traerá paz y libertad, tanto para la vida mortal como para la eterna.
Aceptamos como un hecho que Dios ha revelado a través de sus profetas escogidos el modo de vida que lleva a la paz, el cual es el evangelio de Jesucristo. Las pasiones humanas para el placer mortal, incluyendo el egoísmo, la envidia, la ira y el orgullo deben ser reemplazados por ideales espirituales, y el pecado debe ser algo aborrecible para nosotros, ya que sabemos que todo lo que hagamos aquí afectará nuestra vida en la eternidad.
Creembs que únicamente mediante este conocimiento y modo de vida pueden un individuo o una nación lograr esa paz que tanto desean y buscan.
De manera que decimos a esta generación que tan ardientemente clama por la paz, que este pensamiento hacia la paz actual es verdaderamente significativo, ya que es cierto que la paz está en nuestras manos . . . nuestra paz personal así como en gran medida la de nuestro mundo. Creed, trabajad, vivid por ella; porque en ella, a medida que os dediquéis al establecimiento de la paz en vuestras almas, tendréis entonces la verdadera paz.
Ahora, hermanos, al salir de esta gran conferencia, hagámoslo reconociendo que nuestra copa está rebosando; hemos recibido los grandes mensajes del Profeta de Dios; hemos recibido los testimonios de los hermanos; hemos recibido el Espíritu de Dios, que ha estado y está ahora en nuestra presencia.
Salgamos con nuestros testimonios personales, al que quisiera agregar el mío, de que sé que Dios vive, que Jesús es el Cristo, y que nosotros vivimos y servimos, si tan sólo queremos, bajo la dirección del Profeta de Dios, José Fielding Smith, apoyado por otros dos Profetas: Harold B. Lee y Nathan Eldon Tanner, cón la ayuda de otros trece Profetas, el Quorum de los Doce y el Patriarca.
Dios esté con vosotros y os bendiga a medida que llevamos a cabo nuestras asignaciones; cualesquiera que sean, lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amé
























