Diciembre de 1994
Hacer siempre el bien
por el presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero de la Primera Presidencia
Cada uno de nosotros atesora en su recuerdo lo que ha hecho durante su niñez en la época de Navidad. Todos disfrutamos de la alegría de la Navidad: el dar y recibir regalos especiales, el cantar villancicos favoritos, el saborear esos dulces y cosas sabrosas que jamás comemos en otra época y el reunirse con familiares y amigos para pasarla bien.
Pero hay algo más que hacemos, algo aún mejor, y es el sentarnos en familia y leer de nuevo el fascinante relato del nacimiento de Jesús, el que nació en Belén, en Judea. Es una historia maravillosa que los autores de los evangelios de Mateo y Lucas relataron en un lenguaje realmente sencillo y hermoso.
Todos nosotros la hemos escuchado desde que éramos muy pequeños y forma parte de nuestra vida, una parte muy importante. Todo niño, toda criatura que realmente se considere cristiana, debe conocer y disfrutar del relato de la vida del Señor, del Hijo de Dios, que vino a la tierra y murió por cada uno de nosotros.
Esa historia ha sido relatada por muchos autores, los cuales se basaron en los escritos del Nuevo Testamento. Ha sido contada en forma bella y comprensiva por quienes la han escrito con amor y respeto. Uno de ellos fue Carlos Dickens, el autor Inglés más popular de su época, el cual vivió desde 1812 hasta 1870 en Inglaterra. Escribió obras famosas tales como A Tale of Two Gities, Great Expeetations, Cuentas de Navidad, Nicolás Nickleby, Oliverio Twist y David Gopperfield. Fue padre de diez hijos, y evidentemente los deleitaba con relatos que brotaban de su vasta imaginación.
Amó al Señor y deseó que sus hijos aprendieran también a amarlo. En el correr de 1849, mientras se encontraba escribiendo David Gopperfield, se tomó el tiempo para escribir de su puño y letra The Life of Our Lord [La vida de nuestro Señor], no para ser publicada, sino para deleite de sus queridos hijos. El autor no permitió que la obra fuera impresa debido a que se trataba de algo personal, un sencillo testimonio para ellos, sus hijos. Cuando éstos crecieron, no permitieron tampoco su publicación, por lo que continuó siendo un preciado tesoro de carácter familiar por ochenta y cinco años. En 1933, su hijo menor murió y, con la desaparición de esa generación, los descendientes decidieron publicar la obra.
Hace sesenta años, yo prestaba servicio como misionero en Londres, en el año 1934, y recuerdo claramente la propaganda que hizo uno de los periódicos de más circulación de la época anunciando que la obra de Dickens, The Life of Our Lord, sería publicada por episodios, pero le presté muy poca atención. Después de terminada la publicación por episodios en el diario, la obra fue publicada como libro. Al salir al mercado, surgió un repentino interés por el mismo que luego pareció esfumarse.
Años más tarde, mi esposa encontró un ejemplar del libro y se lo leyó a nuestros hijos. A pesar de que para nosotros existen algunas discrepancias doctrinales, es un relato maravilloso, escrito en un bello lenguaje, sumamente fácil de comprender. Al encontrarnos en esta época navideña, desearía escribir algunos párrafos del libro y lo hago citando las palabras de Dickens, sin cambiar absolutamente nada.
«Mis queridos hijos: Con todo mi corazón deseo que sepan algo sobre la vida de Jesucristo, ya que todo el mundo debería saber acerca de Él. Nunca ha vivido nadie tan bueno, tan bondadoso, tan tierno ni con tanta misericordia por los pecadores, los enfermos y los desdichados como El. Y como ahora Jesús está en el cielo, donde todos esperamos ir a encontrarnos los unos con los otros después de la muerte y ser felices juntos, nunca se podrán imaginar qué lugar tan hermoso es el cielo, sin saber quién fue El y qué fue lo que hizo.
«Jesús nació hace mucho tiempo, hace casi dos mil años, en un lugar llamado Belén. Sus padres vivían en la ciudad de Nazaret, pero se vieron forzados a viajar a Belén para ser empadronados. El nombre de Su padre era José y el de Su madre, María. Debido a que muchas personas se vieron obligadas a ir allí por la misma razón, cuando llegaron José y María, no había sitio en el mesón ni en ninguna otra casa del lugar, por lo que tuvieron que quedarse en un establo, y en ese establo nació Jesús. No había allí ninguna cuna ni nada que se le pareciera, así que María acostó a su precioso hijo en lo que se llamaba un pesebre, que era el lugar donde ponían el alimento para los caballos. Y allí, el niño se durmió.
«Mientras el bebé dormía, algunos pastores que se encontraban en el campo, cuidado las ovejas, vieron a un ángel de Dios, hermoso y lleno de luz, que se acercaba por la hierba hacia ellos. Al principio tuvieron mucho miedo y se tiraron al suelo y escondieron el rostro; pero el ángel les dijo: ‘Ha nacido hoy un niño en la ciudad de Belén, cerca de aquí, que crecerá y será tan bueno que Dios lo amará como si fuera Su propio hijo; y él enseñará a las personas a amarse las unas a las otras y a no pelear ni causarse daño; y se llamará Jesucristo. La gente lo nombrará en sus oraciones porque sabrán que Dios lo ama y que ellos también deben amarlo’. Les dijo entonces el ángel a los pastores que fueran al establo y buscaran al pequeño en el pesebre. Y así lo hicieron, y se arrodillaron a su lado mientras dormía y dijeron: ‘¡Dios bendiga a este niño!’
«El lugar más importante y más grande de la región se llamaba Jerusalén, como Londres es el lugar más grande e importante de Inglaterra, y allí vivía el rey, que se llamaba Herodes. Un día, llegaron unos magos desde tierras muy lejanas, del Oriente, y le dijeron al rey: ‘Hemos visto una estrella en el cielo, por la cual nos hemos enterado de que ha nacido un niño en Belén que llegará a ser un hombre a quien todos amarán’. Cuando el rey Herodes escuchó eso, sintió grandes celos ya que era muy malo, pero disimuló sus sentimientos y preguntó en cambio a los magos: ‘¿Dónde se encuentra el niño?’, y éstos le contestaron: ‘No lo sabemos, pero pensamos que la estrella nos guiará hasta Él, ya que se ha movido en el firmamento delante de nosotros durante todo el camino hasta llegar aquí, y ahora permanece inmóvil en el cielo. Herodes les pidió entonces que vieran si la estrella les mostraba donde vivía el niño, y les ordenó que cuando lo encontraran, fueran a avisarle. Los magos se pusieron entonces en camino, y la estrella se movió con ellos, e iba sobre sus cabezas llevando un poquito la delantera hasta que se paró sobre la casa donde estaba el niño. Eso fue algo maravilloso, pero Dios ordenó que así fuera.
«Cuando la estrella se detuvo, los magos entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre. Los magos amaron mucho al niño y le dieron regalos. Luego se fueron, pero no volvieron a ver al rey Herodes, debido a que ellos se dieron cuenta de que él tenía celos, aun cuando los había ocultado. De modo que se fueron de noche de vuelta a su país» (The Life of Our Lord, Londres: Associated Newspapers, 1934; reimpresión, Filadelfia, Westminster Press, págs. 11-17; traducción libre).
Y es así como comienza este hermoso relato. Dickens escribe que José es el padre de Jesús; y es cierto que de esa forma lo reconocía la gente, pero nosotros sabemos que el padre de Jesús fue Dios, el Eterno Padre y que Jesucristo fue Su Único Hijo en la carne. Dickens continúa relatando a sus hijos la historia de la vida del Maestro, llamándole «nuestro Salvador». Nos habla de Sus enseñanzas, de los milagros que realizó, de Su muerte en manos de hombres inicuos y malvados, y luego concluye su pequeño libro con las siguientes palabras:
«¡Recuerden! Ser cristiano es HACER EL BIEN siempre, aun a quienes nos hayan hecho daño. Ser cristiano es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y hacer por todos lo que quisiéramos que ellos hicieran por nosotros. Ser cristiano es ser benévolo, misericordioso; es perdonar a los demás y guardar todas esas cualidades silenciosamente en nuestro corazón y no hacer alarde jamás de ellas, ni de nuestras oraciones, ni de nuestro amor por Dios; sino por el contrario, demostrar que le amamos tratando humildemente de hacer lo correcto en todo sentido. Si hacemos eso, y recordamos la vida y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, y tratamos de vivir de acuerdo con ellas, podremos confiar en que Dios nos perdonará nuestros pecados y errores y nos permitirá vivir y morir en paz» (ibrd., págs. 124-127).
¿A quién no le gusta la obra inmortal de Dickens: Cuentos de Navidad?; es el relato de un hombre rico y egoísta llamado Ebenezer Scrooge, quien era sumamente malo y despiadado con su empleado Bob Cratchit hasta que una Nochebuena, el fallecido socio de Scrooge, Jacob Marley, lo visitó con visiones de Navidades pasadas, presentes y futuras. Esa experiencia aterradora conmovió tanto a Scrooge que cuando se dio cuenta de que había sido un sueño, se sintió tan feliz que cambió por completo su vida y trató de ayudar a la familia de Cratchit. Este relato es una representación de cómo el Espíritu de Cristo puede hacer que las personas cambien completamente. Es un relato en el cual el egoísmo es reemplazado por la generosidad; la indiferencia, por una profunda preocupación; el odio, por el amor. Es un relato en el que se habla de una dulce bendición, cuando el pequeño minusválido Tiny Tim exclama: «Dios bendiga a todos».
Esa es la famosa obra maestra de Dickens sobre la Navidad, pero su obra The Life of Our Lord, escrita en una forma muy personal, sin el adorno de frases rebuscadas y hechos imaginarios, escrita para niños que él amaba, no solamente está narrada con gran belleza sino que también encierra una urgente admonición. «¡Recuerden! Ser cristiano es HACER EL BIEN siempre, aun a quienes nos hayan hecho daño».
Tal es el relato sencillo de un querido autor. Durante su época, como en las generaciones que le siguieron, millones y millones de personas han leído sus extraordinarias novelas. Sin embargo, el relato que Dickens escribió de puño y letra, sin ninguna corrección editorial, fue por más de ochenta y cinco años un tesoro y un secreto familiar; y más tarde, impreso con los errores propios del original, se convirtió, además que para su familia, en el deleite de muchos más.
Es sencillamente otro de los innumerables testimonios del nacimiento, la vida y la muerte del hombre más grandioso que jamás haya caminado sobre la faz de la tierra, el Hijo del Dios Todopoderoso, el Salvador y Redentor del mundo, el Príncipe de paz, el Santo.
Fue de Él que Isaías habló proféticamente diciendo: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Isaías 9:6).
Con respecto a Él, Juan dijo: «…uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado…» (Lucas 3:16).
Y, asimismo, refiriéndose a Él, Juan el amado exclamó: «¡Es el Señor!» cuando después de Su resurrección ellos lo vieron en la playa (Juan 21:7).
Y también fue acerca de El que el ángel dijo: «…Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo» (Hechos 1:11).
De Él José Smith y Sidney Rigdon testificaron: «Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de el: ¡Qué vive!
«Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;
«que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios» (D. y C. 76:22-24).
A lo cual nosotros, en nuestra propia época, agredamos también nuestro testimonio de que Él vive, el Hijo de Dios, que fue el gran Jehová que humildemente accedió a nacer en un pesebre en Belén; el que caminó por la tierra haciendo lo bueno, bendiciendo y sanando a la gente; el que dio Su vida sobre una cruz en el Calvario, en el gran sacrificio expiatorio; el que se levantó de los muertos al tercer día y vive y se sienta a la diestra de Su Padre; Él es nuestro Señor, nuestro Redentor, nuestro guía, nuestro ayudante y nuestro amigo, el cual, por medio de Su expiación, abrió para nosotros la entrada que lleva a la inmortalidad y a la vida eterna.
Esta es una época hermosa y bendita. Regocijémonos en el Señor Jesucristo y en Su enseñanza más básica: ¡hacer siempre el bien!
- Es importante que durante la Navidad se lea en las Escrituras, en forma individual o con la familia, la narración del nacimiento de Jesús.
- La esencia del Evangelio de Jesucristo es el mandamiento de hacer a los demás lo que desearíamos que nos hicieran a nosotros.
- El niño Jesús de los relatos que leemos durante la Navidad es también el Cristo viviente y resucitado, el Salvador del mundo, Aquél que apareció al profeta José Smith y que dirige Su Iglesia en la actualidad.
























