El espíritu de la Navidad

El espíritu de la Navidad

Thomas S. Monsonpor el presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero de lo Primero Presidencia

Discurso pronunciado por el presidente Monson en el programa religioso de Navidad presentado por la Primera Presidencia, el 6 de diciembre de 1992,

La Manzana del Templo, en Salt Lake City, siempre es hermosa, pero esta noche tiene un aspecto particularmente encantador. La nieve recién caída, el frío cortante de la noche invernal, las luces intermitentes de Navidad, el son de los villancicos, las familias que se juntan y los que tomados del brazo disfrutan del paseo, todo nos recuerda que la Navidad se acerca.

Símbolos de Navidad. ..
¡Los vemos por todas partes!
Y una emoción peculiar
que se percibe en el aire.
(Autor desconocido).

En el histórico Tabernáculo, que ya cuenta con más de cien años, los colores y las decoraciones tradicionales de la Navidad nos remontan suavemente en la memoria a una escena de la época de los pioneros, registrada en el diario de la hermana Rebecca Riter, el 25 de diciembre de 1847, en el Valle del Gran Lago Salado:

«El invierno ha sido frío. Llegó la Navidad y los niños tienen hambre. Yo traje una bolsa pequeña de trigo a través de las llanuras y la escondí detrás de una pila de leña. Pensé que debería cocinar un puñado de trigo para el bebé. Pero luego pensé en cuánta falta nos hará en la primavera para sembrar como semilla, así que no lo toqué.»

walter-rane-nativity-183368-wallpaperFe, sacrificio, amor y lágrimas formaron parte de aquella primera Navidad en el Valle de Salt Lake. Y han continuado a lo largo de los años, y se han anidado en nuestros hogares y en nuestro corazón. Por cierto que forman parte de lo que llamamos el espíritu de la Navidad.

Soy el espíritu de la Navidad.

Entro en las casas de los pobres y hago que los ojos de los niños de caritas pálidas se agranden de complacido asombro.

Hago que el mísero afloje su mano apretada y le abro así una brecha de luz en su alma.

Hago que el anciano se rejuvenezca y vuelva a reír con la risa alegre de antaño.

Mantengo vivo el fuego del romance en los corazones jóvenes y alumbro los sueños entretejiéndolos con magia.

Hago que pies nerviosos suban velozmente escaleras oscuras cargando cestas repletas y, por su causa, dejando atrás corazones maravillados ante la bondad del mundo.

Hago que el despilfarrador se detenga un momento en su manera de vivir desenfrenada e inútil y envíe un pequeño recuerdo al amor que espera ansioso, un recuerdo que arranca lágrimas de alegría que borran las duras líneas causadas por el pesar.

Entro en las oscuras celdas de la prisión, haciendo recordar a los condenados lo que pudo haber sido y dándoles la esperanza de mejores días por venir.

Entro suavemente en los ámbitos blancos y silenciosos donde reina el dolor, y los labios demasiado débiles para pronunciar palabras tiemblan con elocuente gratitud.

De mil maneras diferentes, hago que el fatigado mundo dirija la mirada a Dios y, durante un breve momento, olvide todo lo que es bajo y mezquino.

Soy el espíritu de la Navidad. (Autor anónimo)

El presidente Hugh B. Brown (consejero de la Primera Presidencia desde 1961 hasta 1970) aconsejó que dejemos que el espíritu de la Navidad ilumine el ventanal de nuestra alma y que contemplemos al mundo tan ocupado y nos interesemos más en las personas que en las cosas. A fin de captar el verdadero significado del espíritu de la Navidad, sólo tenemos que recordar de quién es la natividad que celebramos, y entonces se convierte en el Espíritu de Cristo.

Ese es el espíritu que estuvo presente el día de la Natividad, un día que los profetas de la antigüedad habían predicho. Recordemos las palabras de Isaías, cuando dijo: «He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel». Y también dijo: «Porque un niño nos es nacido… y se llamará su nombre… Príncipe de Paz» (Isaías 7:14; 9:6).

En el continente americano, un profeta dijo: «…Viene el tiempo, y no está muy distante, en que con poder, el Señor Omnipotente… morará en un tabernáculo de barro…

«Y he aquí, sufrirá tentaciones, y dolor…

«Y se llamará Jesucristo, el Hijo de Dios…» (Mosíah 3:5,7-8).

Entonces llegó la noche de noches, en la que los pastores se hallaban en los campos y «se les presentó un ángel del Señor», anunciándoles:

«…No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo…

«Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lucas 2:10-11).

Los pastores se apresuraron a ir al pesebre para adorar a Cristo el Señor. Hubo también unos magos que viajaron desde el oriente hasta Jerusalén, diciendo:

«¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle…

«Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.

«Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mateo 2:2, 10-11).

Con el nacimiento del Niño de Belén, surgió una investidura grandiosa, una investidura de poder más fuerte que las armas, una riqueza más duradera que las monedas de César. El Niño iba a ser el Rey de reyes, el Señor de señores, el Mesías prometido, sí, Jesucristo, el Hijo de Dios.

Desde aquella época, al conmemorarse la Navidad, todo cristiano ha llevado en el corazón el espíritu de generosidad que lo mueve a hacer regalos. Se me ocurre que podríamos sacar algún beneficio si nos preguntáramos: «¿Qué regalo querría Dios que yo le hiciera o que hiciera a otras personas en esta venerada época del año?» Recordemos las palabras del escritor Ralph W. Emerson, cuando dijo: «Los anillos y otras joyas no son regalos sino una forma de disculparse por no hacer un regalo de valor. El único regalo verdadero es una parte de sí mismo» (The Cúmplele Writings of Ralph. Waldo Emerson, Nueva York: Wm. H. Wise and Company, 1929, pág. 286).

«La verdadera felicidad», dijo el presidente David O. McKay, «sólo se encuentra haciendo felices a otras personas, o sea, con la aplicación práctica de la doctrina que enseñó el Salvador cuando dijo que debemos perder nuestra vida para volverla a tener. En resumen, el espíritu de la Navidad es el Espíritu de Cristo, que hace arder nuestro corazón con amor fraternal y amistad, y nos motiva a llevar a cabo actos de servicio. Es el espíritu del Evangelio de Jesucristo, que, cuando se obedece, trae paz en la tierra, porque significa ‘buena voluntad para con los hombres'» (Cospel Ideáis: Selections from tke Discourses of David O. McKay, Salt Lake City: Improvemenc Era, 1953, pág. 551).

Y al recordar que cuando nos hallamos al servicio de nuestros semejantes, sólo estamos al servicio de nuestro Dios (véase Mosíah 2:17), no nos encontraremos nunca en la indeseable situación del espectro de Jacob Marley, que le habló a Ebenezer Scrooge en la inmortal obra de Carlos Dickens Canción de Navidad. Cuando Scrooge notó las grandes cadenas que rodeaban el cuerpo de Marley, le dijo: «Estás encadenado… Dime por qué».

Marley le respondió: «Llevo la cadena que forjé en la vida… La hice eslabón por eslabón, metro por metro…»

Scrooge trató de consolarlo, diciéndole: «Pero siempre fuiste un buen hombre de negocios, Jacob».

«¡Negocios!», respondió el espectro. «La humanidad era mi negocio… Sin saber que cualquier espíritu cristiano que actúe con bondad en su pequeña esfera, sea ésta cual sea, encontrará que su vida terrenal es demasiado corta para la vasta utilidad que pueda prestar en ella. Sin saber que no hay remordimiento que pueda compensar el haber hecho mal uso de las oportunidades que la vida nos da. ¡Sí, así era yo! ¡Ah, así era yo!»

Y después, Marley agregó: «¿Por qué atravesé tantas multitudes con los ojos cerrados, sin elevarlos hacia la bendita Estrella que guio a los Magos a la morada del pobre? ¿No había pobres a los cuales me guiara su luz?» (véase Canción de Navidad, Editorial TOR, Buenos Aires, págs. 12-14).

Felizmente, el privilegio de prestar servicio a los demás está al alcance de todos nosotros. Con sólo mirar alrededor, también nosotros veremos cierta estrella muy brillante que nos guiará hacia la oportunidad que nos esté reservada.

Quiero referirme a un hermoso mensaje que aparece en una tarjeta de Navidad enviada por Dick y Mary Headlee, y al que podríamos titular, «Un milagro de nuestros días». Los Headlee escribieron lo siguiente:

«Junto con nuestros familiares y amigos, trabajando con el ‘Proyecto Cuidado Internacional’ y con la ayuda del programa Socorro Humanitario de la Iglesia, estuvimos juntando alimentos, ropa, suministros médicos, frazadas y juguetes durante varios meses. Al fin llegó la fecha en que debíamos despachar el gigantesco bulto desde Salt Lake City; ese último día, al prepararnos para sellar la gran caja de 12 metros de largo con destino a un orfanato de Rumania, fue muy agitado; al fin, terminamos de empacar las dieciocho toneladas de las provisiones que tanto se necesitaban. A último momento, llegó una amiga de Provo, Barbara Brinton, que tenía varios artículos más, entre ellos un andador ortopédico para niños; su vecina la había oído hablar con interés de nuestro proyecto de enviar cosas al orfanato y sintió la impresión de sugerirle que tal vez el andador de su hijita le sirviera a alguien en Rumania. Nuestra hija Kathy le agradeció lo que había llevado y contempló el andador con cierta perplejidad; no se mencionaba en la lista de artículos que habían pedido, pero ella pensó: ‘Y bueno, no pesa mucho. Lo pondremos’. Y lo metió con las otras cosas.

«Cuando llegamos con nuestra familia a Rumania, conocimos allí a un médico que tenía en tratamiento a un niñito inválido de cuatro años, de nombre Raymond, que había nacido con los pies deformes y era ciego. Una operación quirúrgica que le habían hecho hacía poco le había corregido el problema de los pies, y el Dr. Lynn Oborn se hallaba entonces abocado a la tarea de enseñarle a caminar, algo que el niño nunca había hecho. Las primeras palabras que el médico nos dirigió fueron: ‘¡Ah!, ustedes son los que traen el cargamento con provisiones. ¡Espero que me hayan traído un andador de niños para Raymond!’ Kathy le contestó: ‘Me parece recordar vagamente algo parecido a un andador, pero no sé de qué tamaño es’. A continuación, le pidió a su hermano que fuera a mirar; él se metió dentro del cargamento y empezó a buscarlo entre las cajas de alimentos y los atados de ropa. Cuando por fin lo encontró, lo levantó en alto para que lo viéramos, exclamando: ‘¡Es chiquito!’. Todos empezaron a vitorear alborozados, y pronto los vítores se convirtieron en lágrimas de emoción al darnos cuenta de que habíamos tomado parte en un milagro de nuestros días.

«Habrá algunos que digan: ‘Ya no se ven más milagros’. Pero aquel doctor cuyas oraciones fueron contestadas aquel día íes respondería: ‘Sí, por supuesto que se ven: ¡Raymond camina!’ La señora que regaló el andador fue un instrumento en las manos del Señor, y ella también estaría de acuerdo con que ocurren milagros.

«Nuestra familia, cuya vida se ha visto ennoblecida por esta hermosa experiencia, da testimonio de que Dios escucha y contesta las oraciones, y por eso le estamos agradecidos».

Al hablar de milagros, quizás Dick y Mary Headlee hayan estado recordando también el día en que los médicos le dieron a Dick un diagnóstico muy pesimista, después de haber sufrido un ataque al corazón. Le diagnosticaron sencillamente: «No podemos hacer nada para repararle el corazón. Para poder vivir, necesita otro». A continuación, la familia ejerció una fe inalterable y oró fervientemente; después, sobrevino el milagro: un corazón nuevo, una vida que se había salvado, un alma desbordante de gratitud por la bondad de Dios.

Otra línea del relato de Dickens personifica a los Dick Headlees del mundo: «Honraré la Navidad en mi corazón, y trataré de observarla durante todo el año. Viviré en el pasado, en el presente y en el porvenir… Los espíritus de los tres no se apartarán de mí, ni olvidaré las lecciones que me enseñaron» (véase Canción de Navidad, referencia anterior, pág. 48).

Una profunda lección que podemos aprender en la época navideña nos la da este lamento del Señor: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza» (Mateo 8:20).

Las palabras «no había lugar… en el mesón» siguieron encarnizadamente Sus pasos y entristecieron Su corazón. Recordemos cuál es el don supremo al que se refirió el apóstol Pablo cuando dijo: «…La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:23). Y la promesa de Él es válida para siempre: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él…» (Apocalipsis 3:20).

El verdadero espíritu de la Navidad se halla en esta afirmación del Maestro:

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

«Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente…» (Juan 11:25-26).

Siendo tan pobre,
¿qué puedo darle yo?
Le daría un cordero
si fuera pastor.
Y si Rey Mago fuera
‘le daría otro don.
Mas yo ¿qué he de darle?
Le daré el corazón.

(Christina Rossetti, «In the Bleak Midwinter», Sourcebook of Poetry, comp. por Al Bryant. Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House, 1968, pág.161).

Si hacemos esto, el espíritu de Navidad será el don que recibamos. Ruego que podamos ganarnos ese preciado don y compartirlo con otros de buena gana.

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1 Response to El espíritu de la Navidad

  1. Hermosas palabras de inspiración para todos. Conocerle es amarle y lo amamos más cuánto más sabemos de Él… Nuestro Salvador, Redentor, Maestro, Amigo, Rey, El Unigénito del Padre y Nuestro Hermano Mayor… A Saber, Cristo, el Señor…

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