Autosuficiencia

Autosuficiencia

President Boyd K. Packerpor el élder Boyd K. Packer
del Consejo de los Doce

Discurso pronunciado en la Universidad de Brigham Young, el 2 de mayo de 1975.


En la educación universitaria existe un principio conocido como “Transferencia”, que quisiera utilizar para hablar de un conocido programa de la Iglesia y luego transferir el principio fundamental del mismo a otra parte o aspecto de nuestra vida. Primero, quisiera revisar con vosotros algunos de los principios básicos del Programa de Bienestar de la Iglesia. Este, sin embargo, no es el sujeto de mi discurso; voy a utilizarlo solamente para hacer una ilustración.

Hacía apenas dos años que la Iglesia había sido organizada, cuando el Señor reveló que: “. . . no habrá lugar en la Iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres” (D. y C. 75:29). El presidente Marión G.Romney explicó este principio durante la última Conferencia General, con su característica y simple objetividad: “La obligación de cada persona de mantenerse a sí misma, fue impuesta por el Señor sobre la raza humana en sus comienzos. El Señor dijo en el versículo 19 del capítulo 3 de Génesis: ‘Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra.’ ”

El manual del Plan de Bienestar instruye de la siguiente forma a los miembros de la Iglesia: “Debemos enseñar y urgir diligentemente a los miembros, a autoabastecerse hasta el máximo de su capacidad. Ningún Santo de los Últimos Días descargará voluntariamente de sus hombros el peso de su mantenimiento. Mientras pueda hacerlo, bajo la influencia del Todopoderoso y con el resultado de sus propias labores, él mismo se suplirá de las necesidades de la vida.” (1952, pág. 2)

Hemos tenido bastante éxito en inculcar a los Santos de los Últimos Días el hecho, de que deben abastecerse de sus propias necesidades materiales y luego contribuir al bienestar de aquellos que no pueden hacerlo en la misma forma. Si un miembro es incapaz de mantenerse, deberá recurrir a la Iglesia, haciéndolo en ese orden.

Cuando se anunció por primera vez el Programa de Bienestar de la Iglesia en el año 1936, la Primera Presidencia dio a conocer la siguiente declaración: “Nuestro principal propósito fue el de organizar, hasta donde fuere posible, un sistema por medio del cual pudiéramos librarnos de la maldición de la indolencia y la haraganería, abolir los perjuicios de la limosna y establecer una vez más entre nuestro pueblo la independencia, la industria, la economía y el autor respeto. La finalidad de la Iglesia es ayudarle a la gente a que se ayude a sí misma. El trabajo debe ser entronizado como el principio que rija la vida de los miembros de nuestra Iglesia.” (Informe de la conferencia de octubre de 1936, pág. 3)

El presidente Romney hizo el siguiente comentario durante la reunión de los Servicios de Bienestar llevada a cabo el 5 de octubre de 1974: “Cuidar de la gente de cualquier otra forma es hacerle más daño que beneficio. El propósito del Plan de Bienestar de la Iglesia no es absolver a sus miembros de su responsabilidad de mantenerse”

Yo acepto los principios del Programa de Bienestar y los apoyo; pero en muchos lugares y de diversas formas nos estamos alejando de dicho programa. El principio de la autoconfianza y la autosuficiencia, es fundamental para una vida feliz. Este mismo principio de la autoconfianza tiene su aplicación en los asuntos relacionados con lo emocional y lo espiritual. Muchas personas hay en la Iglesia que parecerían depender totalmente de otras personas en todo aquello que se encuentre relacionado con asuntos emocionales y espirituales; subsisten en base a una especie de sistema de bienestar espiritual y emocional; no tienen el deseo de mantenerse a sí mismos y han llegado a ser tan dependientes de la ayuda externa que constantemente necesitan ser consolados y alentados sin contribuir en forma alguna a su propio bienestar.

Es necesario que comprendamos que si perdemos nuestra autosuficiencia emocional y espiritual, podremos ver-nos debilitados de la misma forma o tal vez mucho más, que si llegáramos a depender de la ayuda externa material. Por un lado aconsejamos a los obispos que eviten los abusos en la administración del Programa de Bienestar de la Iglesia, mientras que por el otro parecería que dispensáramos la limosna del consejo espiritual sin la más mínima consideración acerca del hecho de que el miembro debe resolver sus propios problemas o pedir ayuda a su propia familia, antes de recurrir a la Iglesia. Solamente cuando esos recursos sean considerados inadecuados, debe, como última alternativa, recurrir a la ayuda de la Iglesia.

Recordemos que si no somos cuidadosos en nuestra forma de actuar, podemos llegar a perder el poder de la revelación individual. En una oportunidad, el Señor le dijo a Oliverio Cowdery algo que podría aplicarse ahora a todos nosotros:

“He aquí, no has entendido: has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en preguntarme,

Pero, he aquí, te digo que tienes que estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, causaré que arda tu pecho dentro de ti; por lo tanto, sentirás que está bien.

Mas si no estuviere bien, no sentirás tal cosa, sino que vendrá sobre ti un estupor de pensamiento que te hará olvidar la cosa errónea. ” (D. y C. 9:7-9.)

¿Se os ha ocurrido acaso que muchos de los problemas que tenemos pueden ser resueltos mediante la lectura de las Escrituras? Todos deberíamos conocer bastante bien las revelaciones y no me resta otra cosa que aconsejaros que como parte fundamental de vuestra autosuficiencia emocional, leáis las escrituras.

Muchas veces me invade el temor de que los líderes de la Iglesia puedan estar distribuyendo el consejo espiritual como si fuera una limosna, sin requeriros primeramente que acudáis a todos los recursos personales y familiares antes de procurar la solución de vuestros problemas a través de la Iglesia.

En una oportunidad, un alumno mío fue a verme a la oficina; yo le conocía personalmente y sabía que estaba enfrentándose a un problema bastante difícil, tratando de decidir si debía o no casarse. Le pregunté entonces: “¿Has venido a pedirme consejo?” “Sí, ciertamente”, dijo. “¿Vas a seguir el consejo que te dé?” le pregunté. Mi pregunta lo tomó por sorpresa, pero finalmente asintió.

Yo conocía al padre del muchacho; se trataba de un patriarca de la Iglesia, una maravillosa persona. Entonces le dije al jovencito:

“Este es mi consejo. Ve a la casa de tus padres este fin de semana. Habla con tu padre. Llévalo a tu dormitorio o a cualquier lugar privado, cuéntale tu dilema y pídele su consejo; después, haz lo que él te aconseje que hagas. Ese es el consejo que yo te doy.” Estoy firmemente convencido de que un sistema de limosna emocional puede ser tan peligroso como un sistema de limosna material y que podemos llegar a ser tan dependientes de la ayuda externa que quizás llegue el día en que nos pasemos esperando que la Iglesia lo haga todo por nosotros.

Implícitamente existen en cada barrio o rama los casos crónicos, en los que los individuos buscan interminablemente consejos que luego no seguirán.

Algunos pensarán que ese no es un problema muy serio; por el contrario, yo pienso que sí, lo es. Esto, al igual que el resfrío común, produce un mayor drenaje de fortaleza en la humanidad que cualquier otra enfermedad. Parecería que estuviéramos desarrollando una epidemia de “enfermedad del consejo” que se encuentra drenando la fortaleza espiritual de la Iglesia.

La autosuficiencia espiritual, constituye el poder que mantiene a la Iglesia. Si os robáramos eso, ¿cómo podríais tener la revelación de que existe un Profeta de Dios? ¿Cómo podríais recibir respuesta a las oraciones? ¿Cómo podríais saber? Si respondiéramos rápidamente para contestar todas vuestras preguntas y proveeros de tantas formas y métodos para resolver todos vuestros problemas, terminaríamos debilitándoos en lugar de fortaleceros.

Si estáis dispuestos a concordar con el hecho de que los principios básicos que caracterizan el Programa de Bienestar tienen su aplicación en vuestra vida emocional y espiritual; o sea, que se deben desarrollar la independencia, la industria, la frugalidad, la autoconfianza y el autor respeto, que el trabajo debe ser entronizado como el principio fundamental en vuestra vida; que se deben evitar las maldades de la limosna emocional y espiritual y que la meta de la Iglesia es ayudar a los miembros a que se ayuden a sí mismos, entonces dispongo de algunos principios y sugerencias que pueden seros de provecho.

Recordad el importante hecho de que no debe existir la más mínima cohibición por parte de los miembros de la Iglesia de recibir la ayuda del Plan de Bienestar, siempre que se hayan agotado todos los recursos personales primero y aquellos que pudieran estar disponibles a través de la familia, en segundo término. Del mismo modo, no debe existir la más mínima cohibición por parte de ningún miembro de la Iglesia que en realidad necesite consejo, para tratar de obtenerlo. Muchas veces puede ser crucial el hecho de que busquéis y aceptéis el consejo adecuado.

Cuando os encontráis desalentados y sentís que no podéis resolver un problema por vuestros propios medios, tal vez tengáis razón de buscar ayuda; pero por lo menos debéis hacer un esfuerzo para tratar de resolverlo. Debéis utilizar todo recurso personal disponible antes de dar el próximo paso y sería bueno destacar el hecho de que todos disponemos de poderosos recursos. El Libro de Mormón nos recuerda el siguiente, que tan a menudo se pasa por alto:

“. . .porque el Espíritu es el mismo, ayer, hoy y para siempre. Y la vía está preparada desde la caída del hombre, y la salvación es libre.

Y los hombres tienen el conocimiento suficiente para poder discernir el bien del mal.” (2 Nefi 2:4-5. Cursiva agregada.)

Es extremadamente importante que comprendáis el hecho de que vosotros ya conocéis y podéis distinguir el bien del mal, de que sois buenos en forma innata, inherente e intuitiva. Cuando alguien dice: “¡No puedo! ¡No puedo resolver mis problemas:”, siento la imperante necesidad de gritar: “¿No comprendéis acaso quiénes sois? ¿no habéis aprendido que vosotros sois hijos del Dios Todopoderoso? ¿No sabéis que hay poderosísimos recursos heredados de El a los que podéis recurrir en busca de la constancia, la valentía y el gran poder que necesitáis?”

Vosotros conocéis el evangelio y sabéis cuál es la diferencia que existe entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. ¿No es acaso tiempo de que os decidáis por el bien? Al hacerlo no estaréis tomando una decisión más, sino la decisión más importante de vuestra vida. Una vez que hayáis tomado ésa decisión, todo lo demás os será mucho más fácil. La mayoría de la gente que busca el consejo de los presidentes de estaca, presidentes de rama, obispos y otras autoridades de la Iglesia, al igual que aquellos que vienen a vernos a nosotros, las Autoridades Generales, no lo hacen porque se encuentren confusos y no puedan vislumbrar la diferencia entre lo justo y lo injusto; lo hacen porque se sienten tentados a hacer algo que muy íntimamente saben que es equivocado y quieren que les ayudemos a ratificar esa decisión.

Cuando tengáis un problema, consideradlo primero mentalmente. Pensad sobre él, analizadlo y meditad; leed las escrituras; orad para encontrar la mejor forma de resolver el problema. En lo que me es personal, he llegado a la conclusión de que de ninguna forma podemos forzar las decisiones importantes; debemos mirar hacia el futuro y tener visión. ¿Qué dijo el profeta del Antiguo Testamento? “Sin profecía el pueblo se desenfrena” (Proverbios 29:18).

Meditad cada día acerca de los pequeños problemas y así podréis evitar las crisis propias de las grandes decisiones que deben tomarse bajo la presión de las circunstancias. Si miráis hacia el futuro en la vida, podréis prever los grandes problemas; entonces, cuando llegue el momento en que tengáis que resolverlos, estaréis en condiciones de enfrentarlos desde el mismo comienzo. Es indudable que a pesar de todo, de vez en cuando seréis sorprendidos por una gran decisión que tengáis que tomar, pero eso no va a suceder muy a menudo. Si ya habéis decidido que haréis lo correcto, sean cuales fueren las consecuencias, aun esos bruscos y repentinos encuentros con grandes problemas no os harán daño. También he llegado a la conclusión de que los mejores momentos para luchar con los grandes problemas es temprano por la mañana. Es entonces cuando la mente se encuentra fresca y alerta y el cuerpo está descansado; es el momento especial para pensar cuidadosamente y recibir la revelación personal necesaria para resolverlos.

En varias oportunidades oí al presidente Harold B. Lee comenzar más de una declaración relacionada con la revelación, con una expresión similar a la siguiente: “A tempranas horas de la mañana, mientras me encontraba meditando acerca de este problema. … ” Él se formó el hábito de dedicar su atención a los problemas que requerían revelación durante la frescura y la sobriedad de las primeras horas de la mañana.

Algo sabía el Señor cuando se expresó de la siguiente forma en Doctrinas y Convenios:

“Cesad de ser ocioso; cesad de ser inmundos; cesad de criticaros el uno al otro; cesad de dormir más de lo necesario; acostaos temprano, para que no os fatiguéis; levantaos temprano, para que vuestros cuerpos y vuestras mentes sean vigorizados.” (D. y C. 88:124.)

Cuando nos encontramos presionados por las circunstancias, por ejemplo, cuando me encontraba preparando este discurso, en lugar de quedarme hasta altas horas de la noche, me levanté temprano por la mañana para trabajar cerca de Aquel que guía esta obra.

Con respecto a la revelación, todos recibimos la enseñanza de que la revelación se encuentra disponible para cada uno de nosotros en forma individual. La pregunta que más a menudo se me hace sobre este tema es: “¿Cómo sé cuándo he recibido una revelación? He estado orando y ayunando acerca del problema y no obstante, no sé lo que debo hacer. ¿Cómo puedo saber en realidad si he recibido la inspiración necesaria para no cometer un error?” Primero, ¿le lleváis vuestros problemas al Señor y le pedís que Él tome la decisión por vosotros? ¿O acaso trabajáis, leéis las escrituras, meditáis, oráis y luego hacéis vosotros mismos la decisión? Medid el problema con la cinta métrica de lo que vosotros sabéis que está bien y lo que está mal y luego tomad una decisión; después de hecho eso, preguntadle al Señor si la decisión qué habéis tomado es correcta o incorrecta. Recordad siempre lo que Él le dijo a Oliverio Cowdery acerca de meditar en los problemas por sí mismo. Os suplico que pongáis atención a lo siguiente: Si en forma irresponsable le pedimos a nuestro obispo o presidente de rama, o incluso al Señor, que tome decisiones por nosotros, demostramos tener muy poca autosuficiencia. Pensad en lo que implica cada vez que hacéis que alguien tome una decisión por vosotros.

Creo que también debería mencionar otra cosa, y espero que lo que voy a decir no sea mal interpretado. Muy a menudo nos encontramos con jóvenes que oran con gran fervor con respecto a asuntos que ellos deberían decidir por sí mismos. Por ejemplo, supongamos que una pareja dispone del dinero necesario para construir una casa; supongamos que ellos han orado incansablemente con respecto al estilo de la casa que deberían construir. ¿Se os ha ocurrido pensar alguna vez que al Señor tal vez no le importen los estilos de las casas? Que construyan lo que deseen construir; es una decisión que ellos mismos deben tomar. Hay muchas cosas en las cuales podemos hacer simplemente lo que queramos.

No obstante, hay muchas cosas que le incumben directamente al Señor. Si habéis de construir esa casa, sed entonces honestos, pagad por los materiales que van a formar parte del edificio y haced un trabajo decente al construirla. Cuando os mudéis a la casa, vivid rectamente; eso es lo que realmente importa.

En algunas oportunidades he tenido que aconsejar a gentes diciéndoles que el Señor probablemente aprobaría sus intenciones de hacer lo que quisieran. Es extraño ver la reacción casi de culpabilidad que sienten algunas personas cuando quieren hacer algo por el sólo hecho de hacerlo, incluso aunque se trate de algo justo. El Señor es muy generoso con la libertad que nos brinda. Cuanto más aprendamos a hacer lo justo, más autosuficientes seremos espiritualmente y mayor serán nuestra libertad e independencia.

“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:31-32.)

Lamán y Lemuel se quejaron a Nefi con las siguientes palabras:

“He aquí, no podemos comprender las palabras de nuestro padre concernientes a las ramas del olivo ni respecto a los gentiles.

Y les dije: ¿Os habéis dirigido al Señor para ello?

Y me contestaron: No; porque el Señor no nos da a conocer estas cosas a nosotros.

Y les dije: ¿Cómo es que no guardáis los mandamientos del Señor? ¿Cómo es que queréis perecer a causa de la dureza de vuestros corazones? ¿No os acordáis de que el Señor ha dicho: Si no endureciereis vuestros corazones, y me pidiereis con fe, con la seguridad de recibir, guardando diligentemente mis mandamientos, de seguro os serán manifestadas estas cosas?” (1 Nefi 15:7-11.)

Para finalizar, quisiera decir que si perdemos el espíritu y el poder de la revelación individual, perderemos lo más importante que ofrece esta Iglesia. Vosotros disponéis de grandes y poderosos recursos. Vosotros, mediante la oración, podéis resolver vuestros problemas sin recurrir constantemente a aquellos que están tratando desesperadamente de ayudar a los demás.

Debéis comprender también que si llegara el momento en que comenzarais a recibir revelaciones correspondientes a jurisdicciones ajenas, tenéis que daros cuenta inmediatamente de que estáis fuera de orden, que esas revelaciones proceden de la fuente equivocada. Vosotros no recibiréis revelaciones para aconsejar a vuestro obispo ni para corregir a los directores de la Iglesia.

Si llegarais a ser tan independientes e inseguros acerca de la oración y de la respuesta a la misma que dudarais en orar, entonces podréis estar seguros de que sois débiles.

Esta Iglesia confía en el testimonio individual. Cada persona debe lograr su propio testimonio. Es entonces cuando podéis pararos y decir, del mismo modo que lo digo yo, que sé que Dios vive, que es nuestro Padre, que nosotros mantenemos una relación de padre a hijo con Él. Yo sé que Él está cerca, que podemos recurrir a Él y entonces, si somos obedientes y escuchamos y utilizamos cada recurso que se encuentre a nuestra disposición, lograremos la respuesta a nuestras oraciones.

Dios vive, esta es su Iglesia, Jesús es el Cristo. Nosotros contamos con un Profeta que preside esta Iglesia. Cada uno de nosotros y casi todas las almas de esta tierra, pueden saber eso. De esto doy testimonio. Yo sé que Él vive y os confirmo este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén,

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2 Responses to Autosuficiencia

  1. Avatar de Roberto Espejos Roberto Espejos dice:

    Exelente me ayuda en gran manera en lo personal y para trabajar con mis hermanos

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  2. Avatar de Margarita Decentis Perez Margarita Decentis Perez dice:

    El escuhar y seguir el consejo de mjes. Q dan nuestros apostoles me an ayudado mucho siempre y en tiempo de pandemia mas yo me he esforzado x ser auto suficiente en lo temporal y espiritual y gracias a eso he tenido alimemto espiritual y temporal. Y soy autosuficiete puedo resolver problemas antes q yeguen se q Dios vive lo amo se que Cristo esta muy cerca de mi y es mi hno. Mayor esta es su higlesia noy otra q de lo q esta da lo digo en el nombre de Jesucristo amen

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