El Libro de Mormón

El Libro de Mormón

N. Eldon Tannerpor el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia

En mi opinión, el Libro de Mormón es uno de los estudios más profundos del hombre y su naturaleza.

En él se encuentran contenidos los dos extremos de la naturaleza humana: por una parte, las personas espiritualmente grandes y esencialmente buenas; y por otra, aquellas que son diabólicas, impías, crueles y entregadas a la avaricia por el poder. Naturalmente, están los que se encuentran en un término medio, o sea entre estos dos extremos; pero en su mayor parte, el registro nefita se relaciona con aquellos que sirven al Señor y reciben ricas bendiciones y recompensas por su rectitud, y los que siguen los caminos de la maldad bebiendo, como dijo el rey Benjamín “condenación para sus… almas” (Mosíah 3:18).

Acepto plenamente el énfasis que se le da al Libro de Mormón como un testigo adicional de que Jesucristo es el Redentor y Salvador de la humanidad. En realidad, no existe mayor testigo de Cristo, su crucifixión y resurrección, que el relato que se encuentra en el Libro de Mormón acerca de su aparición en este hemisferio entre los descendientes de Lehi, Ahí también yace una de las verdaderamente grandiosas lecciones que podemos aprender en este libro.

No podía haber dudas en la mente de las multitudes congregadas en esta Tierra Prometida, de que Aquel que apareció ante ellos era el Señor resucitado. Su aparición fue anunciada desde los cielos por la voz del Padre, que dijo: “He aquí a mi Hijo Amado,… en quien he glorificado mi nombre: a él oíd” (3 Nefi 11:7).

Más adelante, el Salvador continuó está declaración con sus propias palabras, diciendo: “He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo” (3 Nefi 11:10).

Como prueba adicional de que él era su Señor, dijo a la, multitud que se encontraba postrada ante El:

“Levantaos y venid a mí, para que podáis meter vuestras manos en mi costado, y palpar las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he muerto por los pecados del mundo.”..

El relato, que se encuentra en 3 Nefi, continúa de la siguiente manera:

“Y aconteció que la multitud se acercó; y metieron sus manos en su costado, y palparon tas marcas de los clavos en sus manos y en sus pies…

Y cuando todos se hubieron acercado y visto por sí mismos, clamaron a una voz;

¡Hosanna! ¡Bendito sea el nombre del Más Alto Dios! Y cayeron a los pies de Jesús, y lo adoraron.” (3 Nefi 11:14-17.)

¡Cuán gloriosa debió haber sido esa ocasión! La escena descrita es una de las más sublimes que se encuentran en las Sagradas Escrituras. Verdaderamente, cuán afortunados fueron los que se encontraban entre aquella multitud al presenciar el descenso desde los cielos y la manifestación del Señor resucitado. Ésta experiencia espiritual no tiene parangón en los anales de la relación del hombre con Dios.

La lección empieza a desarrollarse cuando enfocamos’ nuestra atención en aquella afortunada multitud, y comprendemos que eran relativamente pocos, comparados con la extensa población de las tierras del Norte y del Sur. ¿Dónde estaban los demás? ¿Qué les había sucedido? ¿Quiénes eran éstos a los que se había permitido presenciar este gran acontecimiento?

Al leer en Tercer Nefi nos damos cuenta de quiénes eran: eran, aquellos nefitas “que habían quedado” y los lamanitas “que se habían salvado” y “se manifestaron grandes favores a aquellos. . . y se derramaron grandes bendiciones sobre sus cabezas, al grado que poco después de su ascensión al cielo, Cristo verdaderamente se manifestó a ellos: y les mostró su cuerpo y ejerció su ministerio a favor de ellos” (3 Nefi 10:18,19).

La clave en esa lección se encuentra en las frases “habían quedado” y “se habían salvado”. ¿Quiénes eran éstos aparte de ser un resto de los nefitas y lamanitas? He aquí la respuesta:

“Y fue la parte más justa del pueblo la que se salvó: aquellos que recibieron a los profetas y no los apedrearon; y fueron aquellos que no habían vertido la sangre de los santos, los que no murieron.

Y fueron preservados de ser hundidos y sepultados en la tierra; ni se ahogaron en las profundidades del mar; ni fueron quemados por el fuego, ni murieron aplastados; ni fueron arrebatados por el huracán; ni tampoco fueron sofocados por el vapor de humo y obscuridad.” (3 Nefi 10:12-13.)

Es importante notar el mensaje del siguiente versículo:

“Y ahora, quien lea, entienda; y el que tenga las Escrituras, escudríñelas y vea y considere si todas estas muertes y destrucciones causadas por el fuego, el humo, las tempestades, los torbellinos, la tierra que se abrió para recibirlos, y todas estas cosas no son en cumplimiento de las profecías de muchos de los santos profetas.” (3 Nefi 10:14.)

Verdaderamente, estos mismos acontecimientos, tan grandes y terribles, habían sido predichos una y otra vez por los profetas del Libro de Mormón. De la descripción dada por la “palabra de Dios” de las muchas ciudades que fueron destruidas, uno puede deducir que la destrucción cayó sobre los inicuos y que solamente “la parte más justa del pueblo” fue la que se salvó.

Tal es la historia del Libro de Mormón. Si ese grandioso libro de Escritura ha de aceptarse como historia, y así debe ser, es la historia del florecimiento y la caída de grandes civilizaciones de este hemisferio occidental; los pueblos se elevaron a las cumbres más altas de logros y civilización cuando fueron justos y adoraron al Señor, y se extraviaron aun hasta la destrucción mediante guerras y tempestades, cuando se alejaron de la rectitud.

Tal es la lección que se aprende del Libro de Mormón respecto a la naturaleza del hombre. El rey Benjamín la comprendió y se dedicó a predicarla a su gente. En su último sermón dijo:

“Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Espíritu Santo, se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, así como un niño se sujeta a su padre.” (Mosíah 3:19.)

Al comparar al hombre santo con un niño sumiso, el rey Benjamín de ningún modo quiso decir que debía ser un alfeñique. Algunos de los profetas, líderes y generales militares más ilustres del Libro de Mormón se encontraban entre los adoradores más fieles y devotos del Señor, que buscaban constantemente su ayuda divina y se comunicaban con Él. Aprendemos que a tres generaciones de estos profetas justos les fue permitido ver al Salvador en visión, o escuchar su voz, cientos de años antes de su nacimiento en el meridiano de los tiempos: a Lehi, su hijo, Jacob, y al hijo de Jacob, Enós.

Es Enós el que nos proporciona una de las valiosas lecciones que se deben aprender del Libro de Mormón, de que aquel que es justo y digno y que sinceramente busca al Señor, lo encontrará:

“Y os diré de la lucha que tuve ante Dios, antes de recibir la remisión de mis pecados.

He aquí, salí al bosque a cazar; y las palabras que frecuentemente había oído de mi padre sobre la vida eterna y el gozo de los santos penetraron mi corazón profundamente.

Y mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, a quien clamé con ferviente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz hasta que llegó a los cielos.

Y vino una voz a mí, que dijo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido.

Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mis culpas fueron borradas.” (Enós 2-6.)

No sabemos por cuáles pecados deseaba Enós ser perdonado, pero probablemente el más serio hubiese sido el de la duda; y uno se pregunta cuál habría sido la reacción de Enós si hubiese dejado de orar antes de que el Señor se le manifestara,

Enós se encontraba dentro de la tercera generación de profetas en la familia de Lehi quien, siguiendo el consejo del Señor, sacó a su familia de Jerusalén y la condujo mediante la ayuda divina a esta Tierra Prometida, Aun la familia inmediata de Lehi se había dividido entre aquellos que justamente deseaban servir al Señor y los que habían cedido a las tentaciones de Lucifer y se había alejado de Dios. Las divisiones se habían acrecentado tanto, que poco después de la muerte de Lehi, la familia y los seguidores del justo Nefi tuvieron que huir por temor de su vida y fueron a establecerse en otras regiones. Los que permanecieron atrás, bajo el mando de los injustos Laman y Lemuel, se convirtieron en enemigos de Dios. Esta división persistió en su mayor parte durante el período de mil años del Libro de Mormón, desde el tiempo de Nefi hasta que el profeta Moroni colocó los registros en el Cerro de Cumorah.

De los escritos de Enós aprendemos aun otra lección típica de la naturaleza del hombre. Uno no debe suponer que Satanás jamás se dará por vencido en su lucha por ganar conversos para sus métodos inicuos, ni debemos imaginar que para los seguidores de Nefi siempre sería fácil ser fieles. Enós, sobrino de Nefi, dice esto respecto a la gente:

“Y aconteció que el pueblo de Nefi cultivó la tierra, y produjo toda clase de granos y frutos; y crió rebaños de reses, y manadas de toda clase… cabras monteses, y también muchos caballos.”

Nótense las implicaciones del comienzo de la prosperidad entre los nefitas; y luego esta declaración de Enós:

“Y hubo muchos profetas entre nosotros; y la gente era obstinada y dura de entendimiento.

Y sólo una extraordinaria severidad, predicación y profecías de guerras, contenciones y destrucciones, recordándoles continuamente la muerte, la duración de la eternidad, los juicios, el poder de Dios y todas estas cosas, agitándolos constantemente para mantenerlos en el temor del Señor —digo que sólo estas cosas, y muchas palabras claras evitaban que se precipitaran rápidamente a la destrucción. Y de esta manera es como escribo acerca de ellos.

Y vi guerras entre los nefitas y los lamanitas en el curso de mis días.” (Enós 21-24.)

En esta forma se iban estableciendo las características de la historia del Libro de Mormón. Aprendemos que aun aquellos inclinados hacia la rectitud, tenían dureza y dificultad en comprender las enseñanzas del Señor. Esto ocurría más frecuentemente cuando los justos prosperaban, y se volvían orgullosos y. arrogantes, y se olvidaban de dónde venían sus bendiciones.

Un ejemplo típico de esto ocurrió en la misma década que precedió a la visita del Señor resucitado a los habitantes de este hemisferio. En los primeros capítulos de Tercer Nefi leemos de guerras triunfantes Je los nefitas contra aquellos de la “sociedad secreta de Gadiantón”, conocida más familiarmente como los ladrones de Gadiantón. El Señor había inspirado a los líderes más justos de los nefitas para que triunfaran en sus batallas, y el resultado fue un notorio arrepentimiento entre éstos.

Con sus enemigos derrotados, los nefitas se regocijaron, acudieron a Dios para que los protegiera, “prorrumpieron unánimes en cantos y alabanzas a su Dios, por el gran beneficio que les había otorgado”, y “sus corazones rebosaron de alegría, haciéndolos derramar muchas lágrimas por razón de la inmensa bondad de Dios” (Véase 3 Nefi 4:31, 33).

Su arrepentimiento era aparentemente sincero; cada uno de ellos reconoció que los profetas hablaban la verdad.

“Y sabían que era inevitable que Cristo hubiese venido, por .motivo de las muchas señales que se habían dado, de acuerdo con las palabras de los profetas…

Por tanto, abandonaron todos sus pecados, abominaciones y fornicaciones, y sirvieron a Dios con toda diligencia de día y de noche.” (3 Nefi 5:2, 3.)

Su arrepentimiento fue tal que fueron a las prisiones y predicaron el evangelio a los -muchos ladrones que habían capturado, y libertaron a aquellos qué Se arrepentían y hacían convenio de no cometer más asesinatos.

Los nefitas volvieron a sus ciudades, de las cuales habían sido expulsados por sus enemigos, reconstruyeron algunas y repararon otras; construyeron también muchos caminos que conducían de una ciudad a otra y empezaron “a prosperar y hacerse fuertes”. Esto ocurrió aproximadamente veinticinco años después del nacimiento de Cristo. La escritura dice: “Y no había nada en todo el país que impidiera que el pueblo prosperase continuamente, a menos que cayeran en transgresión” (3 Nefi 6:4, 5).

Empero, tal como ya había ocurrido muchas veces, no pudieron vencer las tentaciones que surgían a causa de la prosperidad. Las Escrituras registran que lo siguiente ocurrió sólo cinco años antes de la aparición del Señor resucitado ante ellos:

“Pero aconteció que en el año veintinueve empezaron a surgir algunas disputas entre el pueblo; y algunos se dejaron llevar por el orgullo y la jactancia, por razón de sus inmensas riquezas…              ‘

Y empezó el pueblo a dividirse en clases, según sus riquezas y según sus oportunidades para instruirse; pues algunos eran ignorantes a causa de su indigencia, al paso que otros recibían amplia instrucción por motivo de sus riquezas.” (3 Nefi 6:10, 12.)

En corto tiempo algunos se llenaron de orgullo, otros permanecieron humildes y hubo una gran desigualdad en la tierra, lo cual deshizo la Iglesia “con excepción de un corto número de lamanitas que se convirtieron a la verdadera fe” (3 Nefi 6:14). Entonces se nos dice claramente que esta fue la causa de la iniquidad entre la gente:

“Satanás tenía gran poder para incitarlos a cometer toda clase de iniquidades y a llenarse de orgullo, tentándolos para que ambicionaran el poder, la autoridad, las riquezas y las cosas vanas del mundo.

Y así extravió Satanás el corazón del pueblo para que cometiera todo género de iniquidades: de modo que no había gozado de paz sino unos cuantos años.” (3 Nefi 6:15-16.)

Quizás he citado suficientes ejemplos a fin de ayudarnos a estar alertas a algunas de las grandes lecciones que se aprenden del Libró de Mormón. Por medio de este libro extraordinario sabemos que aquellos que son justos, sirven al Señor y tratan de edificar su reino, reciben grandes bendiciones. Aprendemos que grandes ciudades y civilizaciones están edificadas sobre el principio de la rectitud, y que son destruidas cuando la gente madura en la iniquidad. Aprendemos que el Señor bendice a aquellos que tratan de servirle, aunque sean perseguidos, y que la naturaleza inherente del hombre es convertirse en enemigo de Dios, a menos que busque y obtenga el poder del Espíritu Santo.

Aprendemos también que entre las causas de la iniquidad se encuentran el orgullo, la riqueza, el injusto dominio, la distinción de clases, el egoísmo, la avaricia por el poder, y todo lo que sea semejante. Se nos demuestra que los justos son preservados mediante la fe, la comunicación constante con Dios y la devoción a sus líderes, siendo humildes y sumisos a la voluntad del Señor.

Entre las lecciones más importantes que podemos aprender del Libro de Mormón así como de cualquier otro libro de Escritura Sagrada, es que cuando los profetas de Dios profetizan y predicen acontecimientos, estas cosas ciertamente se cumplirán. Estos hombres santos hablan en nombre del Santo de Israel, y nosotros somos testigos de las abundantes bendiciones que se derraman sobre los justos de acuerdo con la profecía, y de la total destrucción que cae sobre los inicuos.

De esta manera sabemos que el Señor cumple lo que promete, ya sea que haga promesas de grandes bendiciones o que amenace con destrucción.

Cuando nos fortalecemos con tal conocimiento de la lectura y estudio del Libro de Mormón, nos podemos preparar mejor para vivir en nuestros días. Las circunstancias que nos rodean no son tan notablemente diferentes de las que afrontaban los nefitas. Somos afortunados de tener El Libro de Mormón, y doblemente bendecidos cuando lo leemos y estudiamos como lo estamos haciendo actualmente en la, Iglesia; Estas bendiciones se logran cuando aprendemos y aplicamos las grandes lecciones que se encuentran en estos escritos inspirados; son muchas, y aunque sólo he mencionado algunas, éstas son muy importantes.

Expreso mi amor y gratitud por el Libro de Mormón y su influencia en mi vida, y ruego que sea un instrumento que nos ayude a todos a obtener las bendiciones y aprobación de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

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