Marzo de 1977
La mujer y el evangelio
por Carol Larsen
¿Qué papel juega el evangelio en la vida de las mujeres de la Iglesia en todo el mundo? ¿Cambia acaso su posición tradicional? ¿Causa conflictos en su vida diaria? ¿Cómo las ayuda a mejorar y desarrollarse?
Cuando pensamos en escribir un artículo sobre las mujeres miembros de la Iglesia en todo el mundo, supusimos que recibiríamos información que habría de ser totalmente diferente, según el país. Mantuvimos correspondencia con hermanas de distintas nacionalidades, todas ellas personas que están saliendo adelante con éxito en el cometido de ser fieles en el evangelio. De las declaraciones de todas estas hermanas, consideramos que la de Angela Lide Lubomirsky, de La Plata, Argentina, es la que mejor resume la opinión femenina de la Iglesia; esta hermana ha vivido en cuatro países de América Latina y nos dice:
“No existe gran diferencia entre un hogar de Santos de los Últimos Días en Costa Rica o en Argentina. Las personas que sienten amor por el bien y procuran lo bueno, llevan una vida similar, aunque la música que escuchan sea diferente, el acento con que hablan español vane, o difieran en su forma de vestir y costumbres tradicionales.
Cada una de nosotras necesita elevarse a la mayor altura que pueda alcanzar como mujer; deseamos amar y ser amadas y aceptadas; deseamos brindar comprensión, alcanzar nuestras metas, expresar nuestras opiniones, y anhelamos conocer las vías del Señor. Para todo ello encontramos en la Sociedad de Socorro guía y enseñanza.”
Al saber que todas las mujeres de la Iglesia son similares, se adquiere un cierto sentimiento de seguridad; el mundo se hace así más pequeño y hacemos nuestras sus experiencias. Las virtudes propias de la mujer se perfeccionan cuando ésta conoce el evangelio; su vida cobra un propósito. En la Sociedad de Socorro nace la amistad entre mujeres que tienen los mismos valores. Desde el momento en que saben que la vida es eterna, aceptan de buen grado su papel como compañeras de poseedores del sacerdocio, como madres y como amas de casa. Como consecuencia de ello, comprenden que tanto hombres como mujeres pueden recibir las mismas bendiciones en el evangelio: el don del Espíritu Santo, el testimonio, el amor de nuestro Padre Celestial.
En la Iglesia, las mujeres de cualquier edad pueden compartir con otras sus talentos creativos. Cuando la hermana Petra Erdman, del Barrio Primero de Copenhague, se jubiló, todas sus amistades pensaron que se aburriría con tanto tiempo libre. Pero ella se quejaba de que el tiempo no le alcanzaba para todo lo que deseaba hacer. Todos los lunes, la hermana Erdman se reúne con otras de su barrio, todas mayores de setenta años, y tienen durante las horas de luz, su “noche de hogar”; estudian las Escrituras, tejen, cosen y bordan, después de lo cual cada una se va a su casa antes de que oscurezca.
La hermana María Teresa P, de Paredes, esposa del Presidente de la Misión de México-Veracruz, dice:
“Cuando una mujer es activa en la Iglesia, desarrolla talentos inesperados que ella misma ignoraba poseer. Al estudiar el evangelio y aplicar los principios correctos en su vida diaria, se convierte en una persona mejor y más capacitada para ayudar a su familia y a la comunidad.”
La hermana Henriqueta P. de González, de Venezuela, describe ese desarrollo personal con estas palabras:
“Hace algunos años conocí a una hermana que, aunque apenas sabía leer y escribir, recibió el llamamiento para ser maestra de la clase de Refinamiento Cultural en la Sociedad de Socorro, y me pidió que La ayudara en preparar sus lecciones; en una ocasión en que le mencioné la conveniencia de usar un mapa como ayuda visual, me confesó que no sabía lo que era un mapa; los ojos se me llenaron de lágrimas cuando me dijo que había decidido asistir a la escuela nocturna, a fin de prepararse y servir mejor al Señor.”
La hermana Isabel McCann, del Barrio de Quilmes, Argentina, nos relata un notable ejemplo del cambio que muchas mujeres experimentan al hacerse miembros de la Iglesia:
“Conocí a una señora que vivía en mi pueblo; su casa era una choza y su apariencia desaliñada parecía el resultado natural del estado de pobreza en que vivía; su despreocupada vida carecía de propósito. Otra persona que la conocía me dijo una vez: ‘Va y viene como un ratón en su cueva; no tiene una meta, ni guía de ninguna clase, y su vida es vacía y sin aspiraciones’. Pero un día la visitaron dos misioneros; ella aceptó su mensaje, se convirtió a la Iglesia, empezó a asistir a la Sociedad de Socorro, y sufrió un cambio increíble. De una mujer sin ambiciones se convirtió en una persona motivada por sus creencias a sobreponerse a su pobreza, ayudar al prójimo y servir al Señor. Su humilde casita se transformó en un lugar limpio y agradable, que se dedicó a cuidar, pintar y mejoran Y cuando un Apóstol del Señor vino a Argentina, esta hermana demostró su enorme fe caminando los cuarenta y cinco kilómetros que la separaban de Buenos Aires, para ir a escucharlo.”
En otra parte del mundo, en Taiwán, donde la educación es sumamente importante, hasta el punto de ser un símbolo del éxito que las personas tengan en la sociedad, la hermana Chen Lin Shu-liang nos cuenta de una hermana de su barrio que en cierta época de su vida se había considerado completamente sin valor para nadie; había descuidado su apariencia personal y el cuidado de su hogar a tal grado, que su esposo evitaba en lo posible estar en la casa. Pero algunas hermanas de la rama le ayudaron a descubrirse a sí misma, a comprender que es una hermosa hija de Dios y a apreciarse más como tal. Gracias a ello esta hermana adquirió nuevas habilidades y talentos como anta de casa, y comenzó a poner más cuidado en su arreglo personal; ahora se siente feliz porque su hogar ha cambiado y su esposo disfruta de estar en casa.
Desde Finlandia recibimos una carta de la hermana Alíñele Felin, quien nos relata la forma en que el evangelio salvó la vida de una mujer:
“Esta hermana se sentía deprimida y desgraciada, sin que hubiera razón aparente para ello; tenía dos hijitos, y una vida relativamente feliz, pero se sentía insatisfecha, pensaba que la vida no tenía nada para ofrecerle y carecía de propósito; padecía de insomnio y lloraba a menudo. En una de esas noches de vigilia, en que estaba más deprimida que nunca, comenzó a pensar seriamente en el suicidio; por fin, con toda la angustia que sentía, cayó de rodillas y suplicó: ‘¡Si es que hay alguien escuchándome, por favor, ayudante!’. Al día siguiente dos misioneros llegaron a su casa con el mensaje del evangelio; al oírles describir a Dios como un Personaje de carne y huesos y escuchar otras verdades de la boca de aquellos jóvenes, supo que había encontrado algo que desde hacía mucho tiempo anhelaba poseer. Después de ser bautizada en la Iglesia comprendió el gran significado de la vida y la importancia de su papel de madre y esposa. Ahora, aun cuando su esposo todavía no ha aceptado el evangelio, ella disfruta de su trabajo y su vida ha tomado un nuevo rumbo.”
Indudablemente, el concepto que tienen los Santos de los Últimos Días del papel de la mujer en el mundo, ha tenido y tiene gran influencia en el cambio que puede efectuarse en ella.
Aunque las mujeres de la Iglesia son similares en todo el mundo y las enseñanzas del evangelio son las mismas, la situación de la mujer varía de acuerdo con las diferentes costumbres. En algunos países se espera que la mujer sea poco menos que una esclava, mientras que en otros la llamada “liberación femenina” está demasiado avanzada, y hay países que están pasando por un período de transición. En cualquiera de estas situaciones que se encuentre, se enfrenta a un desafío al aceptar la Iglesia. El concepto de la mujer entre los Santos de los Últimos Días es único y diferente de todos los demás, colocándola en un plano exclusivo, respetando su individualidad y considerándola compañera idónea para el hombre.
Examinemos algunas de las diferencias en tradiciones o costumbres que las mujeres de la Iglesia tenemos que enfrentar, y recordemos que quizás existan las mismas condiciones en otros países fuera de los que se mencionan,
“Hay muchas mujeres en México que han sufrido muchísimo a causa de haber aceptado la Iglesia”, dice la hermana María Teresa P. de Paredes, agregando que aquél es un país lleno de antiguas tradiciones que las familias todavía observan estrictamente, y que hay normas, especialmente las de origen moral, que gobiernan la conducta femenina desde la niñez. Allá, la mujer se casa generalmente joven, y se dedica por entero a su familia; además, es muy desusado encontrar una madre que trabaje fuera del hogar.
Y cuando esa mujer se une a la Iglesia, tiene que dividir su tiempo entre ésta y su hogar, ayudando también a la familia a adaptarse a este nuevo sistema. Si el marido es también miembro de la Iglesia, entonces no hay dificultades porque él la ayudará y hará que los niños la apoyen en todas sus obligaciones. Pero si no lo es, hay problemas en el hogar y muchas son las veces en que la mujer tiene que elegir entre complacer a su marido o cumplir con sus deberes religiosos; casi siempre elige lo primero, con la esperanza de que algún día él acepte sus creencias.”
El rol de la mujer en Samoa está actualmente pasando por una transición. La hermana Mariaha Peters, esposa del Presidente de la Misión de Samoa-Apia, es la primera mujer de Fidji que se convirtió a la Iglesia, y también la primera en asistir al templo con su familia. Como esposa del presidente, esta hermana se ha acercado a las mujeres samoanas y ha aprendido de ellas mucho acerca de sus costumbres. A continuación citamos sus palabras con respecto a los efectos del evangelio en la vida familiar de Samoa:
“Antiguamente las relaciones familiares eran muy distintas; hombres y mujeres no podían tener una reunión social en el mismo cuarto; los niños no comían con sus padres, sino que se les servía a ellos separadamente y por último; la esposa tenía que complacer los deseos de sus cuñadas cuando quiera que éstas lo requirieran. Además, las decisiones importantes las hacia el jefe de familia, sin siquiera discutirlas con su mujer o sus hijos.
Pero actualmente la Iglesia enseña a las familias a tener muchas actividades comunes. A medida que los padres aprenden a guiar a sus hijos y tienen regularmente la noche de hogar, obtienen gran éxito en sus relaciones familiares y a todos les resulta maravilloso participar en las decisiones y el manejo de la vida familiar. Asimismo, las familias de la Iglesia se ayudan entre sí y cuidan de sus ancianos con amor. El sacerdocio es lo más importante en el hogar: sus integrantes apoyan al poseedor de esta autoridad y tienen gran fe en el poder de la misma. A las mujeres les encanta la Sociedad de Socorro, especialmente las actividades de Ciencia del Hogar en las que adquieren nuevas habilidades como amas de casa y aprenden a criar mejor a sus hijos.”
La unidad familiar que promueven los Santos de los Últimos Días es totalmente opuesta a las tendencias modernas que se observan en muchos países. La hermana Ursula von Selchow, de Francfort, Alemania, describe los efectos que han tenido estas tendencias en las familias en general, y la prueba que representan para los miembros de la Iglesia:
“En Alemania, las mujeres enfrentan un ambiente que es hostil a la unidad familiar; hay aproximadamente un 50% de adultos que son casados y el promedio de casamientos ha venido declinando desde 1965; el promedio de divorcios está en constante ascenso y cada día hay más hogares deshechos, muchos de ellos a causa de la inmoralidad o el alcohol. Un 40% de las familias no tienen más de uno o dos hijos, mientras que los hogares donde hay tres o más apenas alcanzan a un 10%, y la proporción de nacimientos también va en disminución.
En este ambiente, la mujer se siente presionada a competir con el hombre en el trabajo y a independizarse por completo del sostén financiero de su esposo; además, también se siente inclinada a conseguir posesiones materiales que eleven su nivel de vida cada vez más, lo cual a menudo no se puede lograr sólo con el sueldo del jefe de la familia.
Una mujer que se convierte a la Iglesia se encuentra confrontada con la dirección del sacerdocio; hasta ese momento, la sociedad le había enseñado que el orden patriarcal está pasado de moda, y de pronto se enfrenta a la tarea de encontrar su lugar junto al hombre, aceptándolo y apoyándolo como su guía y compañero.”
Las hermanas de la Estaca de Estocolmo, Suecia, junto con Anna Lindback, Presidenta de la Sociedad de Socorro de la estaca, nos enviaron sus observaciones con respecto a los problemas que ellas enfrentan en su medio ambiente:
“En la Suecia de hoy se considera que si una mujer quiere emplear todo su potencial, es necesario que trabaje fuera de su hogar; y esta idea se inculca en los jóvenes por medio de la enseñanza, la radio y los diarios. Las guarderías infantiles florecen por todas partes, y a menudo el hogar sufre las consecuencias de la insistente exigencia de la mujer de tener igual o mayor autoridad que su marido.
Cuando se les pregunta cuál es el mayor cambio que han sufrido al aceptar la Iglesia, las hermanas responden que ha sido el nuevo punto de vista bajo el cual tienen que contemplar su hogar, su marido y sus hijos. En algunos casos, confiesan que les ha sido muy difícil cambiar su actitud, a pesar de lo cual comprenden la importancia del respeto mutuo y del apoyo que le deben a su marido como patriarca de la familia. Asimismo, es grande el proceso de adaptación por el cual tienen que pasar, a fin de abandonar la idea de una carrera y dedicarse a cumplir enteramente con su responsabilidad de madres y esposas.”
Una de las grandes bendiciones que el evangelio le brinda a la mujer, cuando su marido es también miembro de la Iglesia, es la forma en que los principios del sacerdocio afectan el comportamiento de su esposo; mediante ellos, el hombre aprende a tratar a su mujer con bondad y respeto y se atiene a las mismas normas de moral que ella. También aprende a gobernar su hogar con “persuasión, longanimidad, benignidad y mansedumbre, y por amor sincero” (D. y C. 121:41).
La hermana Britt Louse Lindblom, de Estocolmo, Suecia, habla de la importancia que tiene el sacerdocio para su familia:
“Me siento agradecida de que mi esposo honre el sacerdocio y se preocupe por su familia; nuestros hijos lo quieren mucho y buscan en él un ejemplo; confían en su padre y lo consideran su mejor amigo. Hasta nuestro hijo de once años comprende a su papá y sabe que puede confiar en él, porque siempre que sigue su consejo todo le sale bien.”
La hermana Irma MacKenna, de Quilpué, Chile, observa lo siguiente:
“Cuando el esposo es fiel a la Iglesia y digno de su sacerdocio, su esposa se ve elevada a alturas espirituales que nunca soñó siquiera; ambos se apoyan mutuamente en sus llamamientos, el marido es más cortés y amable con la mujer y está más dispuesto a hacer arreglos para que ésta pueda asistir a la Sociedad de Socorro, hacer sus visitas de maestra visitante, y aun concurrir a reuniones sociales de la Iglesia, exclusivamente femeninas; también aprende a ayudarle en los quehaceres domésticos y a quedarse con los niños cuando ella tiene que salir. No hay nada más hermoso que observar a estas familias y ver cómo progresan juntas en la Iglesia.”
Lamentablemente, no toda hermana de la Iglesia puede disfrutar vida ideal de hogar. El problema mayor y más común en todos los países es el de la mujer casada que ha aceptado el evangelio, cuando no sucede lo mismo con su marido; en estos casos, se enfrenta a una encrucijada. ¿Debe entonces asistir a las reuniones, aun contra los deseos de su esposo? ¿O debe complacerlo y quedarse en casa? ¿Debe robarle a su familia el tiempo; que la Iglesia le requiere los domingos? Para los demás miembros de la familia es muy difícil entender la importancia que estas reuniones tienen para ella; su esposo puede sentirse disgustado al ver que ella dedica a otras personas el tiempo que hasta entonces le pertenecía sólo a él. Y para la mujer misma es difícil gozar de las enseñanzas y bendiciones del evangelio, si al mismo tiempo teme estar descuidando a los suyos. Muchas de las hermanas que se encuentran en una situación similar, se las han arreglado para ejercer diariamente la fe que profesan y, por otra parte, mantener también una buena relación familiar,
Clery Bentim, de Sao Paulo, Brasil, conoce el caso de una hermana que asistió a la Iglesia durante doce años, antes de que su esposo le firmara la autorización para ser bautizada; su testimonio del evangelio era muy grande y cada vez que se pasaba el sacramento lloraba, porque no podía participar de él. Finalmente, después de muchas lágrimas, ruegos, ayuno y oración, el marido decidió firmar la autorización, agregando que era bajo la condición de que no le dijeran cuándo tendría lugar el bautismo, ni le pidieran que diera permiso a sus hijos para ser bautizados, pese a que ellos lo deseaban tanto como su madre.
También hay muchas hermanas que, después de años de perseverar y dar el ejemplo, han conseguido que su esposo aceptara el mensaje del evangelio. La hermana Angela L. de Lubomirsky nos cuenta un caso similar:
“Marilyn Olaiz de Dolder, del Barrio Segundo de La Plata, ha sido miembro de la Iglesia desde que tenía nueve años; siempre fue activa en las organizaciones y ha ocupado diferentes cargos. Esta hermana se casó con un joven excelente que no era miembro de la Iglesia, y tuvo la sabiduría de aplicar en su hogar todos los principios y las enseñanzas del evangelio; se dedicó con amor e interés a su marido, su hogar y sus hijos; después de las reuniones, se iba inmediatamente a su casa en lugar de quedarse conversando en la capilla, mostrándole así a su esposo que no descuidaba a su familia por la Iglesia. Desde hace dos años su esposo es miembro de la Iglesia, y actualmente sirve como obispo del Barrio Segundo.”
La hermana Paulette Kahne, de Bélgica nos dice lo siguiente:
“Yo he tenido la gran bendición de tener una madre maravillosa que, aunque no era miembro de la Iglesia en aquella época, me crió de acuerdo con nobles principios que quedaron firmemente implantados en mí e hicieron que mi vida en el hogar paterno fuera una época de oro. Pero el evangelio le ha dado una nueva perspectiva a mi vida, me ha permitido apreciar mejor cada momento al hacerme comprender que soy una hija de Dios y que he sido llamada a un glorioso destino. El saberlo, me ayuda a enfrentar serenamente los problemas más arduos. Y saber que mi conducta en la tierra determinará el lugar que he de ocupar en la vida venidera, me alienta a ser mejor como persona, como esposa y como madre.”
Quizás éste sea el mayor beneficio que una mujer pueda recibir por medio del evangelio de Jesucristo
























